XXII. De lo que sucediу en Francia a Cбndido y a Martнn

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No se detuvo Cбndido en Burdeos mбs tiempo que el que le fue necesario para vender algunos pedruscos de El Dorado y comprar una buena silla de posta de dos asientos, porque no podнa ya vivir sin su filуsofo Martнn. Lo ъnico que sintiу fue tenerse que separar de la Academia de Ciencias de Burdeos, la cual propuso por asunto del premio de aquel aсo determinar por quй la lana de aquel carnero era encarnada, y se le adjudicу a un sabio del Norte, que demostrу por A mбs B, menos C dividido por Z, que era forzoso que aquel carnero fuera encarnado y que se muriera de la morriсa.

Cuantos caminantes encontraba Cбndido en los mesones le decнan: Vamos a Parнs. Este general prurito le inspirу al fin deseos de ver esta capital, con lo cual no se desviaba mucho de Venecia. Entrу por el arrabal de San Marcelo, y creyу que estaba en la mбs sucia aldea de Westfalia. Apenas llegу a la posada, le acometiу una ligera enfermedad originada por sus fatigas; y como llevaba al dedo un enorme diamante, y habнan advertido en su coche una caja muy pesada, al punto se le acercaron dos doctores mйdicos que no habнa mandado llamar, varios нntimos amigos que no se apartaban de йl, y dos devotas que le hacнan caldos. Decнa Martнn: Bien me acuerdo de haber estado yo malo en Parнs, cuando mi primer viaje; pero era muy pobre: por eso no tuve amigos, ni devotas, ni mйdicos, y sanй muy pronto.

A fuerza de sangrнas, recetas y mйdicos, se agravу la enfermedad de Cбndido. Un cura del barrio le ofreciу, con mucha dulzura, una entrada para el otro mundo pagadera al portador. Cбndido no la quiso. Las devotas le aseguraron que era una moda nueva. Cбndido respondiу que йl no era hombre a la moda. Martнn quiso tirar al cura por la ventana. El cura jurу que no se enterrarнa a Cбndido. Martнn jurу que enterrarнa al cura si йste continuaba importunбndolos. La pelea subiу de tono: Martнn tomу al cura por los hombros y lo echу groseramente; por esto, que causу gran escбndalo, se hizo un proceso verbal. Al fin sanу Cбndido, y mientras estaba convaleciente, le visitaron muchos sujetos de fino trato, que cenaban con йl. Habнa juego fuerte y Cбndido se asombraba de que nunca le venнan buenos naipes; pero Martнn no se asombraba.

Entre los que mбs concurrнan a su casa habнa un abate que era de aquellos hombres diligentes, siempre listos para todo cuanto les mandan, serviciales, entremetidos, halagadores, descarados, buenos para todo, que atisbaban a los forasteros, les cuentan los sucesos mбs escandalosos de la ciudad y les ofrecen placeres a cualquier precio. Lo primero que hizo fue llevar a la Comedia a Martнn y a Cбndido. Representaban una tragedia nueva, y Cбndido se encontrу al lado de unos cuantos hipercrнticos, lo cual no le impidiу llorar al ver algunas escenas representadas a la perfecciуn. Uno de los hipercrнticos que junto a йl estaban, le dijo en un entreacto: Hace usted muy mal en llorar; esa actriz es malнsima, y el que representa con ella es peor actor todavнa y peor la tragedia que los actores; el autor no sabe palabra de бrabe, y, sin embargo, la escena ocurre en Arabia; sin contar con que es hombre que no cree en las ideas innatas; maсana le traerй a usted veinte folletos contra йl. Caballero, їcuбntas composiciones dramбticas tienen ustedes en Francia?, dijo Cбndido al abate; y йste respondiу: Cinco o seis mil. Mucho es, dijo Cбndido; їy cuбntas buenas hay? Quince o diecisйis, replicу el otro. Mucho es, dijo Martнn.

Saliу Cбndido muy satisfecho con una cуmica que hacнa el papel de la reina Isabel de Inglaterra en una tragedia muy insulsa que algunas veces se representa.41 Mucho me gusta esta actriz, le dijo a Martнn, porque se parece a la seсorita Cunegunda; quisiera saludarla. El abate le ofreciу presentбrsela. Cбndido, educado en Alemania, preguntу quй ceremonias se estilaban en Francia para tratar con las reinas de Inglaterra. Hay que distinguir, dijo el abate: en las provincias las llevan a comer a los mesones, en Parнs las respetan cuando son bonitas y las tiran al muladar despuйs de muertas. їAl muladar las reinas?, dijo Cбndido. Verdad es, dijo Martнn; razуn tiene el seсor abate: en Parнs estaba yo cuando la seсora Mуnica42 pasу, como dicen, a mejor vida, y le negaron lo que esta gente llama los honores de la sepultura , lo cual significa podrirse con toda la pobreterнa de la parroquia en un hediondo cementerio, y la enterraron sola en una esquina de la calle de Borgoсa, lo cual le causу, sin duda, muchнsima pesadumbre, porque era de natural muy noble. Acciуn de mala crianza fue, en efecto, dijo Cбndido. їQuй quiere usted, dijo Martнn, si estas gentes son asн? Imagнnese usted todas las contradicciones y todas las incompatibilidades posibles, y las hallarб reunidas en el gobierno, en los tribunales, en las iglesias y en los espectбculos de esta extraсa naciуn. їY es cierto que en Parнs se rнe la gente de todo? Verdad es, dijo el abate; pero se rнen rabiando; se lamentan de todo a carcajadas y riйndose se cometen las mбs detestables acciones.

їQuiйn es, dijo Cбndido, aquel marrano que tan mal hablaba de la tragedia que tanto me ha hecho llorar, y de los actores que tanto placer me han dado? Un malandrнn, respondiу el abate, que se gana la vida hablando mal de todas las composiciones dramбticas y de todos los libros que salen; que aborrece a todo aquel que es aplaudido, como aborrecen los eunucos a los que gozan; una sierpe de la literatura, que vive de ponzoсa y cieno; un folletista. їQuй llama usted folletista?, dijo Cбndido. Un autor de folletos, dijo el abate, un Frйron.

Asн discurrнan Cбndido, Martнn y el abate en la escalera del Coliseo, mientras iba saliendo la gente, concluida la comedia. Aunque tengo muchos deseos de ver a la seсorita Cunegunda, dijo Cбndido, bien quisiera cenar con la primera actriz, la seсorita Clairon, que me ha parecido un portento.

No era hombre el abate que tuviese entrada en casa de la seсorita Clairon, que sуlo recibнa personas de calidad. Estб ocupada esta noche, respondiу; pero tendrй la honra de llevar a usted a casa de una seсora muy distinguida, y conocerб a Parнs como si hubiera vivido en йl cuatro aсos.

Cбndido, que naturalmente era amigo de saber, se dejу llevar a casa de tal seсora; estaban ocupados los tertulianos en jugar al faraуn, y doce tristes apuntes tenнan cada uno en la mano un juego de naipes, archivo de su mala ventura. Reinaba un profundo silencio, teсido estaba el semblante de los apuntes de una macilenta amarillez y se leнa la zozobra en el del banquero; y la seсora de la casa, sentada junto al despiadado banquero, anotaba con ojos de lince todos los pбrolis y todos los sietelevares con que doblaba cada jugador sus naipes, haciйndoselos desdoblar con un cuidado muy escrupuloso, pero con cortesнa y sin enfadarse, por temor de perder sus parroquianos. Hacнase llamar la marquesa de Parolignac; su hija, una muchacha de quince aсos, era uno de los apuntes y con un guiсar de ojos advertнa a su madre las trampas de los pobres apuntes, que procuraban enmendar los rigores de la suerte. Entraron el abate, Cбndido y Martнn, y nadie se levantу a darles las buenas noches ni los saludу, ni los mirу siquiera; tan ocupados estaban todos en sus naipes. Mбs cortйs era la seсora baronesa de Thunder-ten-tronckh, pensу Cбndido.

Acercуse en esto el abate al oнdo de la marquesa, la cual se levantу a medias de la silla, honrу a Cбndido con una graciosa sonrisa y saludу a Martнn con aire majestuoso; mandу luego que trajeran a Cбndido asiento y una baraja, y йste perdiу cincuenta mil francos en dos tallas. Cenaron luego con mucha jovialidad, y todos estaban atуnitos de que Cбndido no sintiese mбs lo que perdiу. Los lacayos, en su idioma de lacayos, se decнan unos a otros: preciso es que sea un milord inglйs.

La cena se parecнa a casi todas las cenas de Parнs; primero mucho silencio, luego un estrйpito de palabras que no se entendнan, luego chistes, casi todos muy insulsos, noticias falsas, malos razonamientos, algo de polнtica y mucha murmuraciуn; despuйs hablaron de libros nuevos. їHan leнdo ustedes, preguntу el abate, la novela del seсor Gauchat, doctor en teologнa? Sн, respondiу uno de los convidados, pero no he podido acabarla. Tenemos una multitud de obras insulsas, pero todas juntas no llegan a la del seсor Gauchat, doctor en teologнa;43 estoy tan hastiado de la inmensidad de libros malos que nos inundan, que me he dedicado a jugar al faraуn. їY quй me dice usted de las Miscelбneas del arcediano Trublet?, dijo el abate. ЎValiente majadero!, dijo madama de Parolignac. ЎCon quй minuciosidad dice lo que todo el mundo sabe! ЎCon quй pesadez discute lo que no merece indicarse someramente! ЎCon quй falta de ingenio se aprovecha del de los demбs! Y Ўcуmo echa a perder cuanto toca! ЎCуmo me fatiga! Pero ya nunca volverб a fatigarme. Me basta haber leнdo algunas pбginas suyas.

Habнa en la mesa un hombre de fino gusto que asintiу a cuanto decнa la marquesa. Pasaron luego a tratar de teatros, y la dueсa de casa preguntу por quй habнa ciertas tragedias que se representaban con frecuencia y que nadie podнa leer. El hombre de fino gusto explicу con mucha claridad cуmo podнa interesar una tragedia que tuviera poquнsimo mйrito, probando con breves razones que no bastaba traer por los cabellos una o dos situaciones de aquellas que tan frecuentes son en las novelas y siempre embelesan a los oyentes, sino que es menester ser original sin ser extravagante, a menudo sublime y siempre natural; conocer el corazуn humano y saber expresarlo; ser gran poeta, sin que parezca poeta ninguno de los personajes; saber con perfecciуn su idioma, hablarlo con pureza y con armonнa continua, sin sacrificar nunca el sentido a la rima. Todo aquel que no observara estas reglas, aсadiу, podrб componer una o dos tragedias que sean aplaudidas en el teatro, mas nunca sentarб plaza de buen escritor. Poquнsimas tragedias hay buenas: unas son idilios en diбlogos bien escritos y bien versificados; otras, disertaciones de polнtica que infunden sueсo, o amplificaciones que cansan; otras, ensueсos de energъmenos en estilo bбrbaro, razones deshilvanadas, apуstrofes interminables a los dioses, porque no se sabe quй decir a los hombres, falsas mбximas y ampulosos lugares comunes.

Escuchaba con mucha atenciуn Cбndido este razonamiento y formуse por йl altнsima idea del orador; y como la marquesa habнa tenido la atenciуn de colocarle a su lado, se tomу la licencia de preguntarle al oнdo quiйn era un hombre que con tanta justedad hablaba. Es un docto, dijo la dama, que nunca juega y que me trae a cenar algunas veces el abate, que entiende perfectamente de tragedias y libros, y que ha compuesto una tragedia que silbaron, y un libro del cual un solo ejemplar que me dedicу ha salido de la tienda de su librero. ЎQuй varуn tan eminente!, dijo Cбndido, es otro Pangloss; y volviйndose hacia йl, le dijo: їSin duda, caballero, que para usted todo estб perfectamente en el mundo fнsico y en el moral y nada puede suceder de otra manera? ЎYo, caballero!, le respondiу el docto; pienso lo contrario. Todo me parece que va al revйs en nuestro paнs y que nadie sabe ni cuбl es su estado ni cuбl su cargo ni lo que hace, ni lo que debiera hacer, y que, excepto la cena, que es bastante jovial, y donde la gente estб bastante acorde, todo el resto del tiempo se consume en impertinentes contiendas de jansenistas con molinistas, de parlamentarios con eclesiбsticos, de literatos con literatos, de Palaciegos con Palaciegos, de financieros con el pueblo, de mujeres con maridos y de parientes con parientes; es una guerra interminable.

Replicу Cбndido: Cosas peores he visto yo; pero un sabio que despuйs tuvo la desgracia de ser ahorcado, me enseсу que todas esas cosas son un dechado de perfecciones; son las sombras de una hermosa pintura. Ese ahorcado se reнa de la gente, dijo Martнn, y esas sombras son manchas horrorosas. Los hombres son los que echan esas manchas, dijo Cбndido, y no pueden menos. їConque no es culpa de ellos?, replicу Martнn. Bebнan en tanto la mayor parte de los apuntes, que no entendнan una palabra de la materia; Martнn discurrнa con el hombre docto y Cбndido contaba parte de sus aventuras al ama de casa.

Despuйs de cenar llevу la marquesa a su gabinete a Cбndido y le sentу en un canapй. їConque estб usted enamorado perdido de la seсorita Cunegunda, de Thunder-ten-tronckh? Sн, seсora, respondiу Cбndido. Replicуle la marquesa con una tierna sonrisa: Usted responde como un mozo de Westfalia; un francйs me hubiera dicho: Verdad es, seсora, que he querido a la seсorita Cunegunda; pero cuando la miro a usted me temo no quererla. Yo, seсora, dijo Cбndido, responderй como usted quiera. La pasiуn de usted, dijo la marquesa, empezу alzando un paсuelo, y yo quiero que usted alce mi liga. Con toda mi alma, dijo Cбndido, y la levantу del suelo. Ahora quiero que me la ponga, continuу la dama, y Cбndido se la puso. Mire usted, repuso la dama, usted es extranjero; a mis amantes de Parнs los hago yo penar a veces quince dнas seguidos, pero a usted me rindo desde la primera noche porque es menester tratar cortйsmente a un buen mozo de Westfalia. La hermosa habнa reparado en dos diamantes enormes de dos sortijas de su joven extranjero, y tanto se los alabу, que de los dedos de Cбndido pasaron a los de la marquesa.

Al volver Cбndido a su casa con el abate, sintiу algunos remordimientos por haber cometido una infidelidad a la seсorita Cunegunda, y el seсor abate tomу en parte su sentimiento, porque le habнa cabido una muy pequeсa parte en los diez mil duros perdidos por Cбndido en el juego y en el valor de los dos brillantes medio dados y medio estafados, y era su бnimo aprovecharse todo cuanto pudiera de lo que el trato de Cбndido le podнa valer. Hablбbale sin cesar de Cunegunda, y Cбndido le dijo que cuando la viera en Venecia le pedirнa perdуn de la infidelidad que acababa de cometer.

Cada dнa estaba el abate mбs cortйs y mбs atento, interesбndole todo cuanto decнa Cбndido, todo cuanto hacнa y cuanto querнa hacer. їConque tiene usted una cita en Venecia?, le dijo. Sн, seсor abate, respondiу Cбndido, tengo urgencia de reunirme con la seсorita Cunegunda. Llevado entonces del gusto de hablar de su amada, le contу, como era su costumbre, parte de sus venturas con esta ilustre westfaliana. Bien creo, dijo el abate, que esa seсorita tiene mucho talento, y escribe muy bonitas cartas. Nunca me ha escrito, dijo Cбndido; figъrese usted que cuando me echaron del castillo por amor a ella, no le pude escribir; despuйs la creн muerta, despuйs me la encontrй, y la volvн a perder, y le he despachado un mensajero a dos mil y quinientas leguas de aquн, que aguardo con su respuesta.

Escuchуle con mucha atenciуn el abate, pareciу algo pensativo y se despidiу luego de ambos extranjeros, abrazбndolos tiernamente. Al otro dнa, antes de levantarse de la cama, dieron a Cбndido la esquela siguiente: «Muy seсor mнo y querido amante: Ocho dнas hace que estoy mala en esta ciudad, y acabo de saber que se encuentra usted en ella. Hubiera ido volando a echarme en sus brazos si me pudiera mover. He sabido que habнa usted pasado por Burdeos, donde se ha quedado el fiel Cacambo y la vieja, que llegarбn muy en breve. El gobernador de Buenos Aires se ha quedado con todo cuanto Cacambo llevaba; pero el corazуn de usted me queda. Venga usted a verme; su presencia me darб la vida o harб que me muera de placer.»

Una carta tan tierna y tan inesperada, puso a Cбndido en una indecible alegrнa, pero la enfermedad de su amada Cunegunda le traspasaba de dolor. Fluctuante entre estos dos sentimientos, agarra a puсados el oro y los diamantes y hace que le lleven con Martнn a la posada donde estaba Cunegunda alojada; entra temblando, con la ternura latiйndole el corazуn y el habla interrumpida con sollozos; quiere descorrer las cortinas de la cama y manda que traigan luz. No haga usted tal, le dijo la criada, la luz le hace mal; y volviу a correr la cortina. Amada Cunegunda, dijo llorando Cбndido, їcуmo te hallas? No puede hablar, dijo la criada. Entonces la enferma sacу fuera de la cama una mano muy suave que baсу Cбndido un largo rato con lбgrimas, y que luego llenу de diamantes, dejando un saco de oro encima del taburete.

En medio de sus arrebatos aparece un alguacil acompaсado del abate y de seis corchetes. їConque йstos son, dijo, los dos extranjeros sospechosos?, y mandу incontinenti que los ataran y los llevaran a la cбrcel. No tratan de esta manera en El Dorado a los extranjeros, dijo Cбndido. Mбs maniqueo soy que nunca, replicу Martнn. Pero, seсor, їadуnde nos lleva usted?, dijo Cбndido. A un calabozo, respondiу el alguacil.

Martнn, que se habнa recobrado del primer sobresalto, sospechу que la seсora que se decнa Cunegunda era una bribona, el seсor abate un bribуn que habнa abusado de Cбndido, y el alguacil otro bribуn de quien no era difнcil desprenderse. Por no exponerse a tener que lidiar con la justicia, y con la impaciencia que tenнa de ver a la verdadera Cunegunda, Cбndido, por consejo de Martнn, ofreciу al alguacil tres diamantillos de tres mil duros cada uno. ЎAh!, seсor, le dijo el alguacil, aunque hubiere usted cometido todos los delitos imaginables, serнa el hombre mбs honrado del mundo. ЎTres diamantes de tres mil duros cada uno! La vida perderнa yo por usted, antes que enviarlo a un calabozo. Todos los extranjeros son arrestados, pero dйjelo de mi cuenta, que yo tengo un hermano en Dieppe, en la Normandнa, y le llevarй allб, y si tiene usted algunos diamantes que darle, le tratarб como yo. їY por quй arrestan a todos los extranjeros?, dijo Cбndido. El abate, tomando entonces la palabra, respondiу: Porque un miserable andrajoso del paнs de Atrebacia,44 que habнa oнdo decir disparates, ha cometido un parricidio, no como el del mes de mayo de 1610,45 sino como el del mes de diciembre de 1594,46 y como otros muchos cometidos otros aсos y otros meses por andrajosos que habнan oнdo decir disparates.

Entonces explicу el alguacil lo que habнa dicho el abate. ЎQuй monstruos!, exclamу Cбndido. їCуmo se cometen tamaсas atrocidades en un pueblo que canta y baila? їCuбndo saldrй yo de este paнs donde los monos irritan a los tigres? En mi paнs he visto osos; sуlo en El Dorado he visto hombres. En nombre de Dios, seсor alguacil, llйveme usted a Venecia, donde aguardo a la seсorita Cunegunda. Donde yo puedo llevar a usted es a Normandнa, dijo el cabo de ronda. Hнzole luego quitar los grillos, dijo que se habнa equivocado, despidiу a sus corchetes, y se llevу a Cбndido y a Martнn a Dieppe, entregбndolos a su hermano. Habнa un buque holandйs pequeсo en la rada, y el normando, que con el cebo de otros tres diamantes era el mбs servicial de los mortales, embarcу a Cбndido y a su acompaсante en el tal navнo, que iba a dar a la vela para Portsmouth en Inglaterra. No era el camino de Venecia; pero Cбndido creyу que salнa del infierno, y estaba resuelto a dirigirse a Venecia cuando se le presentase la ocasiуn.

No se detuvo Cбndido en Burdeos mбs tiempo que el que le fue necesario para vender algunos pedruscos de El Dorado y comprar una buena silla de posta de dos asientos, porque no podнa ya vivir sin su filуsofo Martнn. Lo ъnico que sintiу fue tenerse que separar de la Academia de Ciencias de Burdeos, la cual propuso por asunto del premio de aquel aсo determinar por quй la lana de aquel carnero era encarnada, y se le adjudicу a un sabio del Norte, que demostrу por A mбs B, menos C dividido por Z, que era forzoso que aquel carnero fuera encarnado y que se muriera de la morriсa.

Cuantos caminantes encontraba Cбndido en los mesones le decнan: Vamos a Parнs. Este general prurito le inspirу al fin deseos de ver esta capital, con lo cual no se desviaba mucho de Venecia. Entrу por el arrabal de San Marcelo, y creyу que estaba en la mбs sucia aldea de Westfalia. Apenas llegу a la posada, le acometiу una ligera enfermedad originada por sus fatigas; y como llevaba al dedo un enorme diamante, y habнan advertido en su coche una caja muy pesada, al punto se le acercaron dos doctores mйdicos que no habнa mandado llamar, varios нntimos amigos que no se apartaban de йl, y dos devotas que le hacнan caldos. Decнa Martнn: Bien me acuerdo de haber estado yo malo en Parнs, cuando mi primer viaje; pero era muy pobre: por eso no tuve amigos, ni devotas, ni mйdicos, y sanй muy pronto.

A fuerza de sangrнas, recetas y mйdicos, se agravу la enfermedad de Cбndido. Un cura del barrio le ofreciу, con mucha dulzura, una entrada para el otro mundo pagadera al portador. Cбndido no la quiso. Las devotas le aseguraron que era una moda nueva. Cбndido respondiу que йl no era hombre a la moda. Martнn quiso tirar al cura por la ventana. El cura jurу que no se enterrarнa a Cбndido. Martнn jurу que enterrarнa al cura si йste continuaba importunбndolos. La pelea subiу de tono: Martнn tomу al cura por los hombros y lo echу groseramente; por esto, que causу gran escбndalo, se hizo un proceso verbal. Al fin sanу Cбndido, y mientras estaba convaleciente, le visitaron muchos sujetos de fino trato, que cenaban con йl. Habнa juego fuerte y Cбndido se asombraba de que nunca le venнan buenos naipes; pero Martнn no se asombraba.

Entre los que mбs concurrнan a su casa habнa un abate que era de aquellos hombres diligentes, siempre listos para todo cuanto les mandan, serviciales, entremetidos, halagadores, descarados, buenos para todo, que atisbaban a los forasteros, les cuentan los sucesos mбs escandalosos de la ciudad y les ofrecen placeres a cualquier precio. Lo primero que hizo fue llevar a la Comedia a Martнn y a Cбndido. Representaban una tragedia nueva, y Cбndido se encontrу al lado de unos cuantos hipercrнticos, lo cual no le impidiу llorar al ver algunas escenas representadas a la perfecciуn. Uno de los hipercrнticos que junto a йl estaban, le dijo en un entreacto: Hace usted muy mal en llorar; esa actriz es malнsima, y el que representa con ella es peor actor todavнa y peor la tragedia que los actores; el autor no sabe palabra de бrabe, y, sin embargo, la escena ocurre en Arabia; sin contar con que es hombre que no cree en las ideas innatas; maсana le traerй a usted veinte folletos contra йl. Caballero, їcuбntas composiciones dramбticas tienen ustedes en Francia?, dijo Cбndido al abate; y йste respondiу: Cinco o seis mil. Mucho es, dijo Cбndido; їy cuбntas buenas hay? Quince o diecisйis, replicу el otro. Mucho es, dijo Martнn.

Saliу Cбndido muy satisfecho con una cуmica que hacнa el papel de la reina Isabel de Inglaterra en una tragedia muy insulsa que algunas veces se representa.41 Mucho me gusta esta actriz, le dijo a Martнn, porque se parece a la seсorita Cunegunda; quisiera saludarla. El abate le ofreciу presentбrsela. Cбndido, educado en Alemania, preguntу quй ceremonias se estilaban en Francia para tratar con las reinas de Inglaterra. Hay que distinguir, dijo el abate: en las provincias las llevan a comer a los mesones, en Parнs las respetan cuando son bonitas y las tiran al muladar despuйs de muertas. їAl muladar las reinas?, dijo Cбndido. Verdad es, dijo Martнn; razуn tiene el seсor abate: en Parнs estaba yo cuando la seсora Mуnica42 pasу, como dicen, a mejor vida, y le negaron lo que esta gente llama los honores de la sepultura , lo cual significa podrirse con toda la pobreterнa de la parroquia en un hediondo cementerio, y la enterraron sola en una esquina de la calle de Borgoсa, lo cual le causу, sin duda, muchнsima pesadumbre, porque era de natural muy noble. Acciуn de mala crianza fue, en efecto, dijo Cбndido. їQuй quiere usted, dijo Martнn, si estas gentes son asн? Imagнnese usted todas las contradicciones y todas las incompatibilidades posibles, y las hallarб reunidas en el gobierno, en los tribunales, en las iglesias y en los espectбculos de esta extraсa naciуn. їY es cierto que en Parнs se rнe la gente de todo? Verdad es, dijo el abate; pero se rнen rabiando; se lamentan de todo a carcajadas y riйndose se cometen las mбs detestables acciones.

їQuiйn es, dijo Cбndido, aquel marrano que tan mal hablaba de la tragedia que tanto me ha hecho llorar, y de los actores que tanto placer me han dado? Un malandrнn, respondiу el abate, que se gana la vida hablando mal de todas las composiciones dramбticas y de todos los libros que salen; que aborrece a todo aquel que es aplaudido, como aborrecen los eunucos a los que gozan; una sierpe de la literatura, que vive de ponzoсa y cieno; un folletista. їQuй llama usted folletista?, dijo Cбndido. Un autor de folletos, dijo el abate, un Frйron.

Asн discurrнan Cбndido, Martнn y el abate en la escalera del Coliseo, mientras iba saliendo la gente, concluida la comedia. Aunque tengo muchos deseos de ver a la seсorita Cunegunda, dijo Cбndido, bien quisiera cenar con la primera actriz, la seсorita Clairon, que me ha parecido un portento.

No era hombre el abate que tuviese entrada en casa de la seсorita Clairon, que sуlo recibнa personas de calidad. Estб ocupada esta noche, respondiу; pero tendrй la honra de llevar a usted a casa de una seсora muy distinguida, y conocerб a Parнs como si hubiera vivido en йl cuatro aсos.

Cбndido, que naturalmente era amigo de saber, se dejу llevar a casa de tal seсora; estaban ocupados los tertulianos en jugar al faraуn, y doce tristes apuntes tenнan cada uno en la mano un juego de naipes, archivo de su mala ventura. Reinaba un profundo silencio, teсido estaba el semblante de los apuntes de una macilenta amarillez y se leнa la zozobra en el del banquero; y la seсora de la casa, sentada junto al despiadado banquero, anotaba con ojos de lince todos los pбrolis y todos los sietelevares con que doblaba cada jugador sus naipes, haciйndoselos desdoblar con un cuidado muy escrupuloso, pero con cortesнa y sin enfadarse, por temor de perder sus parroquianos. Hacнase llamar la marquesa de Parolignac; su hija, una muchacha de quince aсos, era uno de los apuntes y con un guiсar de ojos advertнa a su madre las trampas de los pobres apuntes, que procuraban enmendar los rigores de la suerte. Entraron el abate, Cбndido y Martнn, y nadie se levantу a darles las buenas noches ni los saludу, ni los mirу siquiera; tan ocupados estaban todos en sus naipes. Mбs cortйs era la seсora baronesa de Thunder-ten-tronckh, pensу Cбndido.

Acercуse en esto el abate al oнdo de la marquesa, la cual se levantу a medias de la silla, honrу a Cбndido con una graciosa sonrisa y saludу a Martнn con aire majestuoso; mandу luego que trajeran a Cбndido asiento y una baraja, y йste perdiу cincuenta mil francos en dos tallas. Cenaron luego con mucha jovialidad, y todos estaban atуnitos de que Cбndido no sintiese mбs lo que perdiу. Los lacayos, en su idioma de lacayos, se decнan unos a otros: preciso es que sea un milord inglйs.

La cena se parecнa a casi todas las cenas de Parнs; primero mucho silencio, luego un estrйpito de palabras que no se entendнan, luego chistes, casi todos muy insulsos, noticias falsas, malos razonamientos, algo de polнtica y mucha murmuraciуn; despuйs hablaron de libros nuevos. їHan leнdo ustedes, preguntу el abate, la novela del seсor Gauchat, doctor en teologнa? Sн, respondiу uno de los convidados, pero no he podido acabarla. Tenemos una multitud de obras insulsas, pero todas juntas no llegan a la del seсor Gauchat, doctor en teologнa;43 estoy tan hastiado de la inmensidad de libros malos que nos inundan, que me he dedicado a jugar al faraуn. їY quй me dice usted de las Miscelбneas del arcediano Trublet?, dijo el abate. ЎValiente majadero!, dijo madama de Parolignac. ЎCon quй minuciosidad dice lo que todo el mundo sabe! ЎCon quй pesadez discute lo que no merece indicarse someramente! ЎCon quй falta de ingenio se aprovecha del de los demбs! Y Ўcуmo echa a perder cuanto toca! ЎCуmo me fatiga! Pero ya nunca volverб a fatigarme. Me basta haber leнdo algunas pбginas suyas.

Habнa en la mesa un hombre de fino gusto que asintiу a cuanto decнa la marquesa. Pasaron luego a tratar de teatros, y la dueсa de casa preguntу por quй habнa ciertas tragedias que se representaban con frecuencia y que nadie podнa leer. El hombre de fino gusto explicу con mucha claridad cуmo podнa interesar una tragedia que tuviera poquнsimo mйrito, probando con breves razones que no bastaba traer por los cabellos una o dos situaciones de aquellas que tan frecuentes son en las novelas y siempre embelesan a los oyentes, sino que es menester ser original sin ser extravagante, a menudo sublime y siempre natural; conocer el corazуn humano y saber expresarlo; ser gran poeta, sin que parezca poeta ninguno de los personajes; saber con perfecciуn su idioma, hablarlo con pureza y con armonнa continua, sin sacrificar nunca el sentido a la rima. Todo aquel que no observara estas reglas, aсadiу, podrб componer una o dos tragedias que sean aplaudidas en el teatro, mas nunca sentarб plaza de buen escritor. Poquнsimas tragedias hay buenas: unas son idilios en diбlogos bien escritos y bien versificados; otras, disertaciones de polнtica que infunden sueсo, o amplificaciones que cansan; otras, ensueсos de energъmenos en estilo bбrbaro, razones deshilvanadas, apуstrofes interminables a los dioses, porque no se sabe quй decir a los hombres, falsas mбximas y ampulosos lugares comunes.

Escuchaba con mucha atenciуn Cбndido este razonamiento y formуse por йl altнsima idea del orador; y como la marquesa habнa tenido la atenciуn de colocarle a su lado, se tomу la licencia de preguntarle al oнdo quiйn era un hombre que con tanta justedad hablaba. Es un docto, dijo la dama, que nunca juega y que me trae a cenar algunas veces el abate, que entiende perfectamente de tragedias y libros, y que ha compuesto una tragedia que silbaron, y un libro del cual un solo ejemplar que me dedicу ha salido de la tienda de su librero. ЎQuй varуn tan eminente!, dijo Cбndido, es otro Pangloss; y volviйndose hacia йl, le dijo: їSin duda, caballero, que para usted todo estб perfectamente en el mundo fнsico y en el moral y nada puede suceder de otra manera? ЎYo, caballero!, le respondiу el docto; pienso lo contrario. Todo me parece que va al revйs en nuestro paнs y que nadie sabe ni cuбl es su estado ni cuбl su cargo ni lo que hace, ni lo que debiera hacer, y que, excepto la cena, que es bastante jovial, y donde la gente estб bastante acorde, todo el resto del tiempo se consume en impertinentes contiendas de jansenistas con molinistas, de parlamentarios con eclesiбsticos, de literatos con literatos, de Palaciegos con Palaciegos, de financieros con el pueblo, de mujeres con maridos y de parientes con parientes; es una guerra interminable.

Replicу Cбndido: Cosas peores he visto yo; pero un sabio que despuйs tuvo la desgracia de ser ahorcado, me enseсу que todas esas cosas son un dechado de perfecciones; son las sombras de una hermosa pintura. Ese ahorcado se reнa de la gente, dijo Martнn, y esas sombras son manchas horrorosas. Los hombres son los que echan esas manchas, dijo Cбndido, y no pueden menos. їConque no es culpa de ellos?, replicу Martнn. Bebнan en tanto la mayor parte de los apuntes, que no entendнan una palabra de la materia; Martнn discurrнa con el hombre docto y Cбndido contaba parte de sus aventuras al ama de casa.

Despuйs de cenar llevу la marquesa a su gabinete a Cбndido y le sentу en un canapй. їConque estб usted enamorado perdido de la seсorita Cunegunda, de Thunder-ten-tronckh? Sн, seсora, respondiу Cбndido. Replicуle la marquesa con una tierna sonrisa: Usted responde como un mozo de Westfalia; un francйs me hubiera dicho: Verdad es, seсora, que he querido a la seсorita Cunegunda; pero cuando la miro a usted me temo no quererla. Yo, seсora, dijo Cбndido, responderй como usted quiera. La pasiуn de usted, dijo la marquesa, empezу alzando un paсuelo, y yo quiero que usted alce mi liga. Con toda mi alma, dijo Cбndido, y la levantу del suelo. Ahora quiero que me la ponga, continuу la dama, y Cбndido se la puso. Mire usted, repuso la dama, usted es extranjero; a mis amantes de Parнs los hago yo penar a veces quince dнas seguidos, pero a usted me rindo desde la primera noche porque es menester tratar cortйsmente a un buen mozo de Westfalia. La hermosa habнa reparado en dos diamantes enormes de dos sortijas de su joven extranjero, y tanto se los alabу, que de los dedos de Cбndido pasaron a los de la marquesa.

Al volver Cбndido a su casa con el abate, sintiу algunos remordimientos por haber cometido una infidelidad a la seсorita Cunegunda, y el seсor abate tomу en parte su sentimiento, porque le habнa cabido una muy pequeсa parte en los diez mil duros perdidos por Cбndido en el juego y en el valor de los dos brillantes medio dados y medio estafados, y era su бnimo aprovecharse todo cuanto pudiera de lo que el trato de Cбndido le podнa valer. Hablбbale sin cesar de Cunegunda, y Cбndido le dijo que cuando la viera en Venecia le pedirнa perdуn de la infidelidad que acababa de cometer.

Cada dнa estaba el abate mбs cortйs y mбs atento, interesбndole todo cuanto decнa Cбndido, todo cuanto hacнa y cuanto querнa hacer. їConque tiene usted una cita en Venecia?, le dijo. Sн, seсor abate, respondiу Cбndido, tengo urgencia de reunirme con la seсorita Cunegunda. Llevado entonces del gusto de hablar de su amada, le contу, como era su costumbre, parte de sus venturas con esta ilustre westfaliana. Bien creo, dijo el abate, que esa seсorita tiene mucho talento, y escribe muy bonitas cartas. Nunca me ha escrito, dijo Cбndido; figъrese usted que cuando me echaron del castillo por amor a ella, no le pude escribir; despuйs la creн muerta, despuйs me la encontrй, y la volvн a perder, y le he despachado un mensajero a dos mil y quinientas leguas de aquн, que aguardo con su respuesta.

Escuchуle con mucha atenciуn el abate, pareciу algo pensativo y se despidiу luego de ambos extranjeros, abrazбndolos tiernamente. Al otro dнa, antes de levantarse de la cama, dieron a Cбndido la esquela siguiente: «Muy seсor mнo y querido amante: Ocho dнas hace que estoy mala en esta ciudad, y acabo de saber que se encuentra usted en ella. Hubiera ido volando a echarme en sus brazos si me pudiera mover. He sabido que habнa usted pasado por Burdeos, donde se ha quedado el fiel Cacambo y la vieja, que llegarбn muy en breve. El gobernador de Buenos Aires se ha quedado con todo cuanto Cacambo llevaba; pero el corazуn de usted me queda. Venga usted a verme; su presencia me darб la vida o harб que me muera de placer.»

Una carta tan tierna y tan inesperada, puso a Cбndido en una indecible alegrнa, pero la enfermedad de su amada Cunegunda le traspasaba de dolor. Fluctuante entre estos dos sentimientos, agarra a puсados el oro y los diamantes y hace que le lleven con Martнn a la posada donde estaba Cunegunda alojada; entra temblando, con la ternura latiйndole el corazуn y el habla interrumpida con sollozos; quiere descorrer las cortinas de la cama y manda que traigan luz. No haga usted tal, le dijo la criada, la luz le hace mal; y volviу a correr la cortina. Amada Cunegunda, dijo llorando Cбndido, їcуmo te hallas? No puede hablar, dijo la criada. Entonces la enferma sacу fuera de la cama una mano muy suave que baсу Cбndido un largo rato con lбgrimas, y que luego llenу de diamantes, dejando un saco de oro encima del taburete.

En medio de sus arrebatos aparece un alguacil acompaсado del abate y de seis corchetes. їConque йstos son, dijo, los dos extranjeros sospechosos?, y mandу incontinenti que los ataran y los llevaran a la cбrcel. No tratan de esta manera en El Dorado a los extranjeros, dijo Cбndido. Mбs maniqueo soy que nunca, replicу Martнn. Pero, seсor, їadуnde nos lleva usted?, dijo Cбndido. A un calabozo, respondiу el alguacil.

Martнn, que se habнa recobrado del primer sobresalto, sospechу que la seсora que se decнa Cunegunda era una bribona, el seсor abate un bribуn que habнa abusado de Cбndido, y el alguacil otro bribуn de quien no era difнcil desprenderse. Por no exponerse a tener que lidiar con la justicia, y con la impaciencia que tenнa de ver a la verdadera Cunegunda, Cбndido, por consejo de Martнn, ofreciу al alguacil tres diamantillos de tres mil duros cada uno. ЎAh!, seсor, le dijo el alguacil, aunque hubiere usted cometido todos los delitos imaginables, serнa el hombre mбs honrado del mundo. ЎTres diamantes de tres mil duros cada uno! La vida perderнa yo por usted, antes que enviarlo a un calabozo. Todos los extranjeros son arrestados, pero dйjelo de mi cuenta, que yo tengo un hermano en Dieppe, en la Normandнa, y le llevarй allб, y si tiene usted algunos diamantes que darle, le tratarб como yo. їY por quй arrestan a todos los extranjeros?, dijo Cбndido. El abate, tomando entonces la palabra, respondiу: Porque un miserable andrajoso del paнs de Atrebacia,44 que habнa oнdo decir disparates, ha cometido un parricidio, no como el del mes de mayo de 1610,45 sino como el del mes de diciembre de 1594,46 y como otros muchos cometidos otros aсos y otros meses por andrajosos que habнan oнdo decir disparates.

Entonces explicу el alguacil lo que habнa dicho el abate. ЎQuй monstruos!, exclamу Cбndido. їCуmo se cometen tamaсas atrocidades en un pueblo que canta y baila? їCuбndo saldrй yo de este paнs donde los monos irritan a los tigres? En mi paнs he visto osos; sуlo en El Dorado he visto hombres. En nombre de Dios, seсor alguacil, llйveme usted a Venecia, donde aguardo a la seсorita Cunegunda. Donde yo puedo llevar a usted es a Normandнa, dijo el cabo de ronda. Hнzole luego quitar los grillos, dijo que se habнa equivocado, despidiу a sus corchetes, y se llevу a Cбndido y a Martнn a Dieppe, entregбndolos a su hermano. Habнa un buque holandйs pequeсo en la rada, y el normando, que con el cebo de otros tres diamantes era el mбs servicial de los mortales, embarcу a Cбndido y a su acompaсante en el tal navнo, que iba a dar a la vela para Portsmouth en Inglaterra. No era el camino de Venecia; pero Cбndido creyу que salнa del infierno, y estaba resuelto a dirigirse a Venecia cuando se le presentase la ocasiуn.