VII
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Amazбn llegу al paнs de los bбtavos; su corazуn experimentу una dulce satisfacciуn al hallar allн alguna tenue semejanza con el feliz paнs de los gangбridas: la libertad, la igualdad, la limpieza, la abundancia, la tolerancia; pero las damas del paнs eran tan frнas que ninguna se le insinuу como habнan hecho en todos los otros paнses; no fue necesario que se resistiera. Si hubiera querido conquistar a estas seсoras, las habrнa subyugado a todas, una despuйs de otra, sin ser amado por ninguna; pero estaba bien lejos de pensar en hacer conquistas.
Formosanta estuvo a punto de atraparlo en esta naciуn insнpida: fue cuestiуn de segundos.
Amazбn habнa oнdo hablar tan elogiosamente entre los bбtavos de cierta isla llamada Albiуn, que habнa decidido embarcarse, йl y sus unicornios, en una nave que, gracias б un viento favorable del norte, lo condujo en cuatro horas a la orilla de esta tierra mбs cйlebre que Tiro y que la isla de Atlбntida.
La hermosa Formosanta, que lo habнa seguido por las riberas orillas del Duina, del Vнstula, del Elba, del Vйser, llega finalmente a la desembocadura del Rin, que entonces llevaba sus rбpidas aguas al mar Germбnico.
Se entera de que su querido amante ha bogado hacia las costas de Albiуn, cree ver su navнo; lanza gritos de alegrнa que sorprenden a todas las damas bбtavas, que no podнan imaginar que un mancebo pudiese provocar tanta alegrнa; en cuanto al fйnix, no le prestaron mucha atenciуn porque juzgaron que sus plumas no podrнan venderse tan bien como la de los patos y los бnsares de sus pantanos. La princesa de Babilonia fletу dos navнos para que la llevaran con toda su gente a esa bienaventurada isla de Albiуn donde iba a poseer el ъnico objeto de todos sus deseos, el alma de su vida, el dios de su corazуn.
Un funesto viento de Occidente se levantу repentinamente en el mismo momento en que el fiel y desventurado Amazбn ponнa pie en tierra de Albiуn: los navнos de la princesa de Babilonia no pudieron zarpar. Una congoja de corazуn, un amargo dolor, una profunda melancolнa se apoderaron de Formosanta: se metiу en cama con su dolor, esperando que el viento cambiara; pero soplу ocho dнas enteros con una violencia desesperante. La princesa, durante ese siglo de ocho dнas, se hacнa leer novelas por Irla: no es que los bбtavos supiesen escribirlas; pero, como eran los comerciantes del universo, vendнan la inteligencia de las otras naciones, asн como sus productos. La princesa hizo comprar en lo de Marc-Michel Rey todos los cuentos que habнan sido escritos entre los ausonios y los velches y cuya venta habнa sido prohibida juiciosamente en estos paнses para enriquecer a los bбtavos; esperaba hallar en estas historias alguna aventura que se asemejase a la suya y calmase su dolor. Irla leнa, el fйnix daba su opiniуn, y la princesa no hallaba nada en la paysanne parvenue ni en el Sopha, ni en los Quatre Facardins, que tuviese la menor relaciуn con sus aventuras; interrumpнa constantemente la lectura para preguntar de quй lado venнa el viento.
Amazбn llegу al paнs de los bбtavos; su corazуn experimentу una dulce satisfacciуn al hallar allн alguna tenue semejanza con el feliz paнs de los gangбridas: la libertad, la igualdad, la limpieza, la abundancia, la tolerancia; pero las damas del paнs eran tan frнas que ninguna se le insinuу como habнan hecho en todos los otros paнses; no fue necesario que se resistiera. Si hubiera querido conquistar a estas seсoras, las habrнa subyugado a todas, una despuйs de otra, sin ser amado por ninguna; pero estaba bien lejos de pensar en hacer conquistas.
Formosanta estuvo a punto de atraparlo en esta naciуn insнpida: fue cuestiуn de segundos.
Amazбn habнa oнdo hablar tan elogiosamente entre los bбtavos de cierta isla llamada Albiуn, que habнa decidido embarcarse, йl y sus unicornios, en una nave que, gracias б un viento favorable del norte, lo condujo en cuatro horas a la orilla de esta tierra mбs cйlebre que Tiro y que la isla de Atlбntida.
La hermosa Formosanta, que lo habнa seguido por las riberas orillas del Duina, del Vнstula, del Elba, del Vйser, llega finalmente a la desembocadura del Rin, que entonces llevaba sus rбpidas aguas al mar Germбnico.
Se entera de que su querido amante ha bogado hacia las costas de Albiуn, cree ver su navнo; lanza gritos de alegrнa que sorprenden a todas las damas bбtavas, que no podнan imaginar que un mancebo pudiese provocar tanta alegrнa; en cuanto al fйnix, no le prestaron mucha atenciуn porque juzgaron que sus plumas no podrнan venderse tan bien como la de los patos y los бnsares de sus pantanos. La princesa de Babilonia fletу dos navнos para que la llevaran con toda su gente a esa bienaventurada isla de Albiуn donde iba a poseer el ъnico objeto de todos sus deseos, el alma de su vida, el dios de su corazуn.
Un funesto viento de Occidente se levantу repentinamente en el mismo momento en que el fiel y desventurado Amazбn ponнa pie en tierra de Albiуn: los navнos de la princesa de Babilonia no pudieron zarpar. Una congoja de corazуn, un amargo dolor, una profunda melancolнa se apoderaron de Formosanta: se metiу en cama con su dolor, esperando que el viento cambiara; pero soplу ocho dнas enteros con una violencia desesperante. La princesa, durante ese siglo de ocho dнas, se hacнa leer novelas por Irla: no es que los bбtavos supiesen escribirlas; pero, como eran los comerciantes del universo, vendнan la inteligencia de las otras naciones, asн como sus productos. La princesa hizo comprar en lo de Marc-Michel Rey todos los cuentos que habнan sido escritos entre los ausonios y los velches y cuya venta habнa sido prohibida juiciosamente en estos paнses para enriquecer a los bбtavos; esperaba hallar en estas historias alguna aventura que se asemejase a la suya y calmase su dolor. Irla leнa, el fйnix daba su opiniуn, y la princesa no hallaba nada en la paysanne parvenue ni en el Sopha, ni en los Quatre Facardins, que tuviese la menor relaciуn con sus aventuras; interrumpнa constantemente la lectura para preguntar de quй lado venнa el viento.