VII

К оглавлению1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 
17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 
34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 
51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 
68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84 
85 86 87 88 89 

Amazбn llegу al paнs de los bбtavos; su corazуn experimentу una dulce satisfacciуn al hallar allн alguna tenue semejanza con el feliz paнs de los gangбridas: la libertad, la igualdad, la limpieza, la abun­dancia, la tolerancia; pero las damas del paнs eran tan frнas que ninguna se le insinuу como habнan hecho en todos los otros paнses; no fue necesario que se resistiera. Si hubiera querido conquistar a estas seсoras, las habrнa subyugado a todas, una despuйs de otra, sin ser amado por ninguna; pero estaba bien lejos de pensar en hacer conquistas.

Formosanta estuvo a punto de atraparlo en esta naciуn insнpida: fue cuestiуn de segundos.

Amazбn habнa oнdo hablar tan elogiosamente entre los bбtavos de cierta isla llamada Albiуn, que habнa decidido embarcarse, йl y sus unicornios, en una nave que, gracias б un viento favorable del norte, lo condujo en cuatro horas a la orilla de esta tierra mбs cйlebre que Tiro y que la isla de Atlбntida.

La hermosa Formosanta, que lo habнa seguido por las riberas orillas del Duina, del Vнstula, del Elba, del Vйser, llega finalmente a la desembocadura del Rin, que entonces llevaba sus rбpidas aguas al mar Germбnico.

Se entera de que su querido amante ha bogado hacia las costas de Albiуn, cree ver su navнo; lanza gritos de alegrнa que sorprenden a todas las damas bбtavas, que no podнan imaginar que un mancebo pudiese provocar tanta alegrнa; en cuanto al fйnix, no le prestaron mucha atenciуn porque juzgaron que sus plumas no podrнan venderse tan bien como la de los patos y los бnsares de sus pantanos. La princesa de Babilonia fletу dos navнos para que la llevaran con toda su gente a esa bienaventurada isla de Albiуn donde iba a poseer el ъnico objeto de todos sus deseos, el alma de su vida, el dios de su corazуn.

Un funesto viento de Occidente se levantу re­pentinamente en el mismo momento en que el fiel y desventurado Amazбn ponнa pie en tierra de Albiуn: los navнos de la princesa de Babilonia no pudieron zarpar. Una congoja de corazуn, un amargo dolor, una profunda melancolнa se apoderaron de Formosanta: se metiу en cama con su dolor, esperando que el viento cambiara; pero soplу ocho dнas enteros con una violencia desesperante. La princesa, durante ese siglo de ocho dнas, se hacнa leer novelas por Irla: no es que los bбtavos supiesen escribirlas; pero, como eran los comerciantes del universo, vendнan la inteligencia de las otras naciones, asн como sus productos. La prince­sa hizo comprar en lo de Marc-Michel Rey todos los cuentos que habнan sido escritos entre los ausonios y los velches y cuya venta habнa sido prohibida juiciosamente en estos paнses para enriquecer a los bбtavos; esperaba hallar en estas historias alguna aventura que se asemejase a la suya y calmase su dolor. Irla leнa, el fйnix daba su opiniуn, y la princesa no hallaba nada en la paysanne parvenue ni en el Sopha, ni en los Quatre Facardins, que tuviese la menor relaciуn con sus aventuras; interrumpнa constantemen­te la lectura para preguntar de quй lado venнa el vien­to.

Amazбn llegу al paнs de los bбtavos; su corazуn experimentу una dulce satisfacciуn al hallar allн alguna tenue semejanza con el feliz paнs de los gangбridas: la libertad, la igualdad, la limpieza, la abun­dancia, la tolerancia; pero las damas del paнs eran tan frнas que ninguna se le insinuу como habнan hecho en todos los otros paнses; no fue necesario que se resistiera. Si hubiera querido conquistar a estas seсoras, las habrнa subyugado a todas, una despuйs de otra, sin ser amado por ninguna; pero estaba bien lejos de pensar en hacer conquistas.

Formosanta estuvo a punto de atraparlo en esta naciуn insнpida: fue cuestiуn de segundos.

Amazбn habнa oнdo hablar tan elogiosamente entre los bбtavos de cierta isla llamada Albiуn, que habнa decidido embarcarse, йl y sus unicornios, en una nave que, gracias б un viento favorable del norte, lo condujo en cuatro horas a la orilla de esta tierra mбs cйlebre que Tiro y que la isla de Atlбntida.

La hermosa Formosanta, que lo habнa seguido por las riberas orillas del Duina, del Vнstula, del Elba, del Vйser, llega finalmente a la desembocadura del Rin, que entonces llevaba sus rбpidas aguas al mar Germбnico.

Se entera de que su querido amante ha bogado hacia las costas de Albiуn, cree ver su navнo; lanza gritos de alegrнa que sorprenden a todas las damas bбtavas, que no podнan imaginar que un mancebo pudiese provocar tanta alegrнa; en cuanto al fйnix, no le prestaron mucha atenciуn porque juzgaron que sus plumas no podrнan venderse tan bien como la de los patos y los бnsares de sus pantanos. La princesa de Babilonia fletу dos navнos para que la llevaran con toda su gente a esa bienaventurada isla de Albiуn donde iba a poseer el ъnico objeto de todos sus deseos, el alma de su vida, el dios de su corazуn.

Un funesto viento de Occidente se levantу re­pentinamente en el mismo momento en que el fiel y desventurado Amazбn ponнa pie en tierra de Albiуn: los navнos de la princesa de Babilonia no pudieron zarpar. Una congoja de corazуn, un amargo dolor, una profunda melancolнa se apoderaron de Formosanta: se metiу en cama con su dolor, esperando que el viento cambiara; pero soplу ocho dнas enteros con una violencia desesperante. La princesa, durante ese siglo de ocho dнas, se hacнa leer novelas por Irla: no es que los bбtavos supiesen escribirlas; pero, como eran los comerciantes del universo, vendнan la inteligencia de las otras naciones, asн como sus productos. La prince­sa hizo comprar en lo de Marc-Michel Rey todos los cuentos que habнan sido escritos entre los ausonios y los velches y cuya venta habнa sido prohibida juiciosamente en estos paнses para enriquecer a los bбtavos; esperaba hallar en estas historias alguna aventura que se asemejase a la suya y calmase su dolor. Irla leнa, el fйnix daba su opiniуn, y la princesa no hallaba nada en la paysanne parvenue ni en el Sopha, ni en los Quatre Facardins, que tuviese la menor relaciуn con sus aventuras; interrumpнa constantemen­te la lectura para preguntar de quй lado venнa el vien­to.