IX.- La mujer aporreada.
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Encaminabase Zadig en la direcciуn de las estrellas, y le guiaban la constelaciуn de Oriуn y el luciente astro de Sirio hacia el polo de Canopo. Contemplaba admirado estos vastos globos de luz que parecen imperceptibles chispas a nuestra vista, al paso que la tierra que realmente es un punto infinitamente pequeсo en la naturaleza, la mira nuestra codicia como tan grande y tan noble. Representбbase entonces a los hombres como realmente son, unos insectos que unos a otros se devoran sobre un mezquino бtomo de cieno; imagen verdadera que acallaba al parecer sus cuitas, retratбndole la nada de su ser y de Babilonia misma. Lanzбbase su бnimo en lo infinito, y desprendido de sus sentidos contemplaba el inmutable orden, del universo. Mas cuando luego tornando en sн, y entrando dentro de su corazуn, pensaba en Astarte, muerta acaso a causa de йl, todo el universo desaparecнa, y no vнa mas que a la moribunda Astarte y al malhadado Zadig. Agitado de este flujo y reflujo de sublime filosofнa y de acerbo duelo, caminaba hacia las fronteras de Egipto, y ya habнa llegado su fiel criado al primer pueblo, y le buscaba alojamiento. Paseбbase en tanto Zadig por los jardines que ornaban las inmediaciones del lugar, cuando a corta distancia del camino real vio una mujer llorando, que invocaba cielos y tierra en su auxilio, y un hombre enfurecido en seguimiento suyo. Alcanzбbala ya; abrazaba ella sus rodillas, y el hombre la cargaba de golpes y denuestos. Por la saсa del Egipcio, y los reiterados perdones que le pedнa la dama, coligiу que йl era celoso y ella infiel; pero habiendo contemplado a la mujer, que era una beldad peregrina, y que ademбs se parecнa algo a la desventurada Astarte, se sintiу movido de compasiуn en favor de ella, y de horror contra el Egipcio. Socorredme, exclamу la dama a Zadig entre sollozos, y sacadme de poder del mбs inhumano de los mortales; libradme la vida. Oyendo estas voces, fue Zadig a interponerse entre ella y este cruel. Entendнa algo la lengua egipcia, y le dijo en este idioma: Si tenйis humanidad, ruйgoos que respetйis la flaqueza y la hermosura. їCуmo agraviбis un dechado de perfecciones de la naturaleza, postrado a vuestras plantas, sin mбs defensa que sus lбgrimas? Ha, ha, le dijo el hombre colйrico: їcon que tambiйn tъ la quieres? pues en ti me voy a vengar. Dichas estas razones, deja a la dama que tenia asida por los cabellos, y cogiendo la lanza va a pasбrsela por el pecho al extranjero. Este que estaba sosegado parу con facilidad el encuentro de aquel frenйtico, agarrando la lanza por junto al hierro de que estaba armada. Forcejando uno por retirarla, y otro por quitбrsela, se hizo pedazos. Saca entonces el Egipcio su espada, бrmase Zadig con la suya, y se embisten uno y otro. Da aquel mil precipitados golpes; pбralos este con maсa: y la dama sentada sobre el cйsped los mira, y compone su vestido y su tocado. Era el Egipcio mбs forzudo que su contrario, Zadig era mбs maсoso: este peleaba como un hombre que guiaba el brazo por su inteligencia, y aquel como un loco que ciego con los arrebatos de su saсa le movнa a la aventura. Va Zadig a йl, le desarma; y cuando mбs enfurecido el Egipcio se quiere tirar a йl, le agarra, le aprieta entre sus brazos, le derriba por tierra, y poniйndole la espada al pecho, le quiere dejar la vida. Desatinado el Egipcio saca un puсal, y hiere a Zadig, cuando vencedor este le perdonaba; y Zadig indignado le pasa con su espada el corazуn. Lanza el Egipcio un horrendo grito, y muere convulso y desesperado, Volviуse entonces Zadig a la dama, y con voz rendida le dijo: Me ha forzado a que le mate; ya estбis vengada, y libre del hombre mas furibundo que he visto: їquй querйis, Seсora, que haga? Que mueras, infame, replicу ella, que has quitado la vida a mi amante: Ўojalб pudiera yo despedazarte el corazуn! Por cierto, Seсora, respondiу Zadig, que era raro sujeto vuestro amante; os aporreaba con todas sus fuerzas, y me querнa dar la muerte, porque me habнais suplicado que os socorriese. ЎPluguiera al cielo, repuso la dama en descompasados gritos, que me estuviera aporreando todavнa, que bien me lo tenia merecido, por haberle dado celos! ЎPluguiera al cielo, repito, que йl me aporreara, y que estuvieras tъ como йl! Mбs pasmado y mбs enojado Zadig que nunca en toda, su vida, le dijo: Bien merecierais, puesto que sois linda, que os aporreara yo como йl hacia, tanta es vuestra locura; pero no me tomarй ese trabajo. Subiу luego en su camello, y se encaminу al pueblo. Pocos pasos habнa andado, cuando volviу la cara al ruido que metнan cuatro correos de Babilonia, que a carrera tendida venнan. Dijo uno de ellos al ver a la mujer: Esta misma es, que se parece a las seсas que nos han dado; y sin curarse del muerto, echaron mano de la dama. Daba esta gritos a Zadig diciendo: Socorredme, generoso extranjero; perdonadme si os he agraviado: socorredme, y soy vuestra hasta el sepulcro. Pero a Zadig se le habнa pasado la manнa de pelear otra vez por favorecerla. Para el tonto, respondiу, que se descare engaсar. Ademбs estaba herido, iba perdiendo la sangre, necesitaba que le diesen socorro; y le asustaba la vista de los cuatro Babilonios despachados, segъn toda apariencia, por el rey Moabdar. Aguijу pues el paso hacia el lugar, no pudiendo al mar porque venнan cuatro coricos de Babilonia a prender a esta Egipcia, pero mas pasmado todavнa de la condiciуn de la tal dama.
Encaminabase Zadig en la direcciуn de las estrellas, y le guiaban la constelaciуn de Oriуn y el luciente astro de Sirio hacia el polo de Canopo. Contemplaba admirado estos vastos globos de luz que parecen imperceptibles chispas a nuestra vista, al paso que la tierra que realmente es un punto infinitamente pequeсo en la naturaleza, la mira nuestra codicia como tan grande y tan noble. Representбbase entonces a los hombres como realmente son, unos insectos que unos a otros se devoran sobre un mezquino бtomo de cieno; imagen verdadera que acallaba al parecer sus cuitas, retratбndole la nada de su ser y de Babilonia misma. Lanzбbase su бnimo en lo infinito, y desprendido de sus sentidos contemplaba el inmutable orden, del universo. Mas cuando luego tornando en sн, y entrando dentro de su corazуn, pensaba en Astarte, muerta acaso a causa de йl, todo el universo desaparecнa, y no vнa mas que a la moribunda Astarte y al malhadado Zadig. Agitado de este flujo y reflujo de sublime filosofнa y de acerbo duelo, caminaba hacia las fronteras de Egipto, y ya habнa llegado su fiel criado al primer pueblo, y le buscaba alojamiento. Paseбbase en tanto Zadig por los jardines que ornaban las inmediaciones del lugar, cuando a corta distancia del camino real vio una mujer llorando, que invocaba cielos y tierra en su auxilio, y un hombre enfurecido en seguimiento suyo. Alcanzбbala ya; abrazaba ella sus rodillas, y el hombre la cargaba de golpes y denuestos. Por la saсa del Egipcio, y los reiterados perdones que le pedнa la dama, coligiу que йl era celoso y ella infiel; pero habiendo contemplado a la mujer, que era una beldad peregrina, y que ademбs se parecнa algo a la desventurada Astarte, se sintiу movido de compasiуn en favor de ella, y de horror contra el Egipcio. Socorredme, exclamу la dama a Zadig entre sollozos, y sacadme de poder del mбs inhumano de los mortales; libradme la vida. Oyendo estas voces, fue Zadig a interponerse entre ella y este cruel. Entendнa algo la lengua egipcia, y le dijo en este idioma: Si tenйis humanidad, ruйgoos que respetйis la flaqueza y la hermosura. їCуmo agraviбis un dechado de perfecciones de la naturaleza, postrado a vuestras plantas, sin mбs defensa que sus lбgrimas? Ha, ha, le dijo el hombre colйrico: їcon que tambiйn tъ la quieres? pues en ti me voy a vengar. Dichas estas razones, deja a la dama que tenia asida por los cabellos, y cogiendo la lanza va a pasбrsela por el pecho al extranjero. Este que estaba sosegado parу con facilidad el encuentro de aquel frenйtico, agarrando la lanza por junto al hierro de que estaba armada. Forcejando uno por retirarla, y otro por quitбrsela, se hizo pedazos. Saca entonces el Egipcio su espada, бrmase Zadig con la suya, y se embisten uno y otro. Da aquel mil precipitados golpes; pбralos este con maсa: y la dama sentada sobre el cйsped los mira, y compone su vestido y su tocado. Era el Egipcio mбs forzudo que su contrario, Zadig era mбs maсoso: este peleaba como un hombre que guiaba el brazo por su inteligencia, y aquel como un loco que ciego con los arrebatos de su saсa le movнa a la aventura. Va Zadig a йl, le desarma; y cuando mбs enfurecido el Egipcio se quiere tirar a йl, le agarra, le aprieta entre sus brazos, le derriba por tierra, y poniйndole la espada al pecho, le quiere dejar la vida. Desatinado el Egipcio saca un puсal, y hiere a Zadig, cuando vencedor este le perdonaba; y Zadig indignado le pasa con su espada el corazуn. Lanza el Egipcio un horrendo grito, y muere convulso y desesperado, Volviуse entonces Zadig a la dama, y con voz rendida le dijo: Me ha forzado a que le mate; ya estбis vengada, y libre del hombre mas furibundo que he visto: їquй querйis, Seсora, que haga? Que mueras, infame, replicу ella, que has quitado la vida a mi amante: Ўojalб pudiera yo despedazarte el corazуn! Por cierto, Seсora, respondiу Zadig, que era raro sujeto vuestro amante; os aporreaba con todas sus fuerzas, y me querнa dar la muerte, porque me habнais suplicado que os socorriese. ЎPluguiera al cielo, repuso la dama en descompasados gritos, que me estuviera aporreando todavнa, que bien me lo tenia merecido, por haberle dado celos! ЎPluguiera al cielo, repito, que йl me aporreara, y que estuvieras tъ como йl! Mбs pasmado y mбs enojado Zadig que nunca en toda, su vida, le dijo: Bien merecierais, puesto que sois linda, que os aporreara yo como йl hacia, tanta es vuestra locura; pero no me tomarй ese trabajo. Subiу luego en su camello, y se encaminу al pueblo. Pocos pasos habнa andado, cuando volviу la cara al ruido que metнan cuatro correos de Babilonia, que a carrera tendida venнan. Dijo uno de ellos al ver a la mujer: Esta misma es, que se parece a las seсas que nos han dado; y sin curarse del muerto, echaron mano de la dama. Daba esta gritos a Zadig diciendo: Socorredme, generoso extranjero; perdonadme si os he agraviado: socorredme, y soy vuestra hasta el sepulcro. Pero a Zadig se le habнa pasado la manнa de pelear otra vez por favorecerla. Para el tonto, respondiу, que se descare engaсar. Ademбs estaba herido, iba perdiendo la sangre, necesitaba que le diesen socorro; y le asustaba la vista de los cuatro Babilonios despachados, segъn toda apariencia, por el rey Moabdar. Aguijу pues el paso hacia el lugar, no pudiendo al mar porque venнan cuatro coricos de Babilonia a prender a esta Egipcia, pero mas pasmado todavнa de la condiciуn de la tal dama.