XIII.- Pнcaro echado a la calle
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La reputaciуn de que gozaba el seсor Andrй, de reconciliar a los enemigos dбndoles bien de cenar, le trajo cierto dнa una visita muy extraсa. Un hombre vestido de negro, de muy mal aspecto, encorvado de espaldas, la cabeza torcida hacia el hombro izquierdo, los ojos aviesos y las manos sucias, fue a suplicarle que le convidase a cenar en uniуn de sus enemigos.
—їPero quiйnes son sus enemigos, y quiйn es usted? —le preguntу el seсor Andrй.
—ЎAy! —respondiу—. Confieso a usted, seсor, que se me tiene por uno de esos bellacos que escriben libelos a cambio de un pedazo de pan, y van gritando por ahн: «ЎDios, Dios! ЎReligiуn, religiуn!», con lo que suelen conseguir alguna prebendilla o beneficio simple. Me acusan de haber calumniado a muchos hombres de bien, sinceramente religiosos. Verdad es, que en el fuego de la inspiraciуn, a los escritores se nos escapan palabras imprudentes, afirmaciones inexactas o apasionadas, que luego califican los demбs de injurias y cнnicas mentiras. Los autores de mi cuerda solemos pasar por pнcaros, y en tanto nos aplauden las viejas beatas, somos objeto del desprecio de cuantos hombres de bien saben leer. Mis enemigos son gentes que pertenecen a las principales academias de Europa, escritores ilustres y ciudadanos honestos. Ahora he publicado una obra titulada Antifilosofнa. Estб hecha con la mбs sana intenciуn; pero nadie ha querido comprar mi libro; y aquellos a quienes se lo he regalado lo han tirado al fuego, diciйndome que no solamente era antifilosуfico, sino antidecente y anticristiano.
—Perfectamente —le dijo el seсor Andrй—, pues haga usted lo que esos a quienes ha regalado su obra: tнrela al fuego y no se hable mбs de ello. Celebro su arrepentimiento, pero no le puedo invitar a cenar con personas inteligentes, quienes, por otra parte, nunca han leнdo ni leerбn sus obras.
—їNo podrнa usted, por lo menos —insistiу el libelista—, ponerme a bien con la familia del difunto presidente Montesquieu, cuya memoria agraviй para glorificar al reverendo padre Routh? Como usted sabe, el padre Routh amargу los ъltimos instantes del moribundo y fue arrojado de la casa a puntapiйs.
—Sн, lo recuerdo —respondiу el seсor Andrй—. Ya hace mucho tiempo que muriу tambiйn el reverendo padre Routh; vбyase a cenar con йl.
El seсor Andrй es hombre que no aguanta a esta clase de granujas tontos; de sobra sabнa que lo que querнa el visitante era que le presentase a escritores y filуsofos conocidos para espiarlos, hacerles hablar y luego disparar sobre ellos injurias y calumnias. Asн que prefiriу echarlo de su casa, ni mбs ni menos que a Routh le habнan arrojado de la del presidente Montesquieu.
No era fбcil engaсar al seсor Andrй. Todo cuanto tenнa de ingenuo y sencillo cuando era el hombre de los cuarenta escudos, lo tuvo despuйs de avisado y despierto, que no en balde conocнa ya el mundo.
La reputaciуn de que gozaba el seсor Andrй, de reconciliar a los enemigos dбndoles bien de cenar, le trajo cierto dнa una visita muy extraсa. Un hombre vestido de negro, de muy mal aspecto, encorvado de espaldas, la cabeza torcida hacia el hombro izquierdo, los ojos aviesos y las manos sucias, fue a suplicarle que le convidase a cenar en uniуn de sus enemigos.
—їPero quiйnes son sus enemigos, y quiйn es usted? —le preguntу el seсor Andrй.
—ЎAy! —respondiу—. Confieso a usted, seсor, que se me tiene por uno de esos bellacos que escriben libelos a cambio de un pedazo de pan, y van gritando por ahн: «ЎDios, Dios! ЎReligiуn, religiуn!», con lo que suelen conseguir alguna prebendilla o beneficio simple. Me acusan de haber calumniado a muchos hombres de bien, sinceramente religiosos. Verdad es, que en el fuego de la inspiraciуn, a los escritores se nos escapan palabras imprudentes, afirmaciones inexactas o apasionadas, que luego califican los demбs de injurias y cнnicas mentiras. Los autores de mi cuerda solemos pasar por pнcaros, y en tanto nos aplauden las viejas beatas, somos objeto del desprecio de cuantos hombres de bien saben leer. Mis enemigos son gentes que pertenecen a las principales academias de Europa, escritores ilustres y ciudadanos honestos. Ahora he publicado una obra titulada Antifilosofнa. Estб hecha con la mбs sana intenciуn; pero nadie ha querido comprar mi libro; y aquellos a quienes se lo he regalado lo han tirado al fuego, diciйndome que no solamente era antifilosуfico, sino antidecente y anticristiano.
—Perfectamente —le dijo el seсor Andrй—, pues haga usted lo que esos a quienes ha regalado su obra: tнrela al fuego y no se hable mбs de ello. Celebro su arrepentimiento, pero no le puedo invitar a cenar con personas inteligentes, quienes, por otra parte, nunca han leнdo ni leerбn sus obras.
—їNo podrнa usted, por lo menos —insistiу el libelista—, ponerme a bien con la familia del difunto presidente Montesquieu, cuya memoria agraviй para glorificar al reverendo padre Routh? Como usted sabe, el padre Routh amargу los ъltimos instantes del moribundo y fue arrojado de la casa a puntapiйs.
—Sн, lo recuerdo —respondiу el seсor Andrй—. Ya hace mucho tiempo que muriу tambiйn el reverendo padre Routh; vбyase a cenar con йl.
El seсor Andrй es hombre que no aguanta a esta clase de granujas tontos; de sobra sabнa que lo que querнa el visitante era que le presentase a escritores y filуsofos conocidos para espiarlos, hacerles hablar y luego disparar sobre ellos injurias y calumnias. Asн que prefiriу echarlo de su casa, ni mбs ni menos que a Routh le habнan arrojado de la del presidente Montesquieu.
No era fбcil engaсar al seсor Andrй. Todo cuanto tenнa de ingenuo y sencillo cuando era el hombre de los cuarenta escudos, lo tuvo despuйs de avisado y despierto, que no en balde conocнa ya el mundo.