XV.- Una buena cena en casa del seсor Andrй
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Ayer cenй en su casa, en compaснa de un doctor de la Sorbona; del seсor Pinto, judнo cйlebre; del capellбn de la capilla reformada; del embajador bбtavo; del secretario del seсor prнncipe de Gallitzin, del rito griego; de un capitбn suizo, calvinista; de dos filуsofos y algunas seсoras de mucho talento. Durante la cena, que fue larga, no se hablу nada de religiуn, ni mбs ni menos que si ninguno de los comensales la tuviese. ЎTan corteses nos hemos hecho y tanto tememos incomodar a los que cenan con nosotros! No sucede asн con el regente Cogй, ni con el ex jesuita Nonotte, ni con el ex jesuita Patouillet, ni con el ex jesuita Rotallier, ni con todos los animales de esta ralea; que estos bellacos mбs villanнas dicen en un par de hojas, que cosas instructivas y agradables puede decir en cuatro horas la gente de trato mбs fino de Parнs. Desde luego no se atreverнan a decir a nadie cara a cara lo que tienen la vileza de imprimir.
Al principio de la conversaciуn se tratу de un chiste de las Cartas persas, en el cual, fundбndose en la autoridad de varones muy graves, se afirma que no solamente va el mundo a peor, sino que se despuebla, con lo que a los reyes puede llegar a sucederles lo que al guardiбn del convento que se quedу sin prior por falta de frailes. El doctor de la Sorbona dijo que efectivamente el mundo marcha hacia su fin prуximo. Y citу al padre Petau, quien, refiriйndose a los tiempos bнblicos, demostrу que uno solo de los hijos de Noй o de Sem o de Jafet habнa procreado tantos hijos, que en el aсo 285 despuйs del diluvio universal sus descendientes eran 623.612.358.000. El seсor Andrй le preguntу por quй en tiempo de Felipe el Hermoso, esto es, cerca de trescientos aсos despuйs de Hugo Capeto, no habнa ya 623.000.000.000. «Porque ha disminuido la fe», contestу el doctor de la Sorbona.
Se hablу tambiйn de Tebas con sus cien puertas, y del millуn de soldados, con 20.000 carros de guerra, que salнan por ellas.
—Yo creo —dijo el seсor Andrй— que antiguamente se escribнa la historia con la misma pluma que nos ha dejado La Sergas de Esplandiбn.
—Lo cierto es —dijo uno de los presentes— que Tebas, Menfis, Babilonia, Nнnive, Troya, Seleucia, eran ciudades populosas que ya no existen.
—Asн es la verdad —respondiу el secretario del prнncipe Gallitzin—; pero tambiйn eran pбramos entonces Moscъ, Constantinopla, Londres, Parнs, Amsterdam, Lyon y otras que valen mбs que Troya, y todas las ciudades de Francia, Alemania, Espaсa y el Norte de Europa.
El capitбn suizo, sujeto muy ilustrado, nos confesу que cuando quisieron sus ascendientes abandonar sus montaсas y precipicios para ir a apoderarse, como era lуgico, de otro paнs mбs ameno, Cйsar, que contу con sus propios ojos a estos emigrantes, hallу que ascendнan a 368.000, incluyendo ancianos, niсos y mujeres.
—Hoy dнa, en el solo cantуn de Berna, que no es la mitad de Suiza, hay otros tantos, y puedo asegurar a ustedes que la poblaciуn de los trece cantones pasa de 720.000 almas, sin contar con los suizos que se hallan en el extranjero. Luego, ilustres seсores, hagan cбlculos y establezcan sistemas y verбn cuan fбcil es caer en error con unos y con otros.
Tratуse despuйs la cuestiуn de si los vecinos de Roma en tiempo de los Cйsares eran mбs ricos que los de Parнs en tiempo de Luis XV.
—A mн me toca responder a eso —dijo el seсor Andrй—, que he sido mucho tiempo el hombre de los cuarenta escudos. Creo que los ciudadanos romanos eran mбs ricos; estos ilustres salteadores de caminos habнan saqueado los paнses mбs hermosos de Бfrica, Asia y Europa, y gozaban con ostentaciуn del fruto de sus robos; no obstante, abundaban los mendigos en Roma. Seguramente entre aquellos vencedores del orbe, habнa algunos limitados a sus cuarenta escudos de renta como yo lo he estado.
—їSabe usted —intervino un doctor de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras— que cada cena que daba Lъculo en su salуn de Apolo le costaba 157.489 reales de nuestra moneda, y que Бtico, el cйlebre epicъreo Бtico, no gastaba en cambio en su mesa mбs de 940 reales al mes?
—Sн, asн es. Tambiйn yo he leнdo en Floro eso que usted dice, pero sin duda Floro nunca cenу en casa de Бtico, o los copistas han alterado ese texto como otros muchos. Nunca me convencerб Floro de que no gastaba en comer mбs de mil reales al mes el amigo de Cйsar, Pompeyo, Cicerуn y Antonio, quienes muchas veces cenaban en su casa.
Ayer cenй en su casa, en compaснa de un doctor de la Sorbona; del seсor Pinto, judнo cйlebre; del capellбn de la capilla reformada; del embajador bбtavo; del secretario del seсor prнncipe de Gallitzin, del rito griego; de un capitбn suizo, calvinista; de dos filуsofos y algunas seсoras de mucho talento. Durante la cena, que fue larga, no se hablу nada de religiуn, ni mбs ni menos que si ninguno de los comensales la tuviese. ЎTan corteses nos hemos hecho y tanto tememos incomodar a los que cenan con nosotros! No sucede asн con el regente Cogй, ni con el ex jesuita Nonotte, ni con el ex jesuita Patouillet, ni con el ex jesuita Rotallier, ni con todos los animales de esta ralea; que estos bellacos mбs villanнas dicen en un par de hojas, que cosas instructivas y agradables puede decir en cuatro horas la gente de trato mбs fino de Parнs. Desde luego no se atreverнan a decir a nadie cara a cara lo que tienen la vileza de imprimir.
Al principio de la conversaciуn se tratу de un chiste de las Cartas persas, en el cual, fundбndose en la autoridad de varones muy graves, se afirma que no solamente va el mundo a peor, sino que se despuebla, con lo que a los reyes puede llegar a sucederles lo que al guardiбn del convento que se quedу sin prior por falta de frailes. El doctor de la Sorbona dijo que efectivamente el mundo marcha hacia su fin prуximo. Y citу al padre Petau, quien, refiriйndose a los tiempos bнblicos, demostrу que uno solo de los hijos de Noй o de Sem o de Jafet habнa procreado tantos hijos, que en el aсo 285 despuйs del diluvio universal sus descendientes eran 623.612.358.000. El seсor Andrй le preguntу por quй en tiempo de Felipe el Hermoso, esto es, cerca de trescientos aсos despuйs de Hugo Capeto, no habнa ya 623.000.000.000. «Porque ha disminuido la fe», contestу el doctor de la Sorbona.
Se hablу tambiйn de Tebas con sus cien puertas, y del millуn de soldados, con 20.000 carros de guerra, que salнan por ellas.
—Yo creo —dijo el seсor Andrй— que antiguamente se escribнa la historia con la misma pluma que nos ha dejado La Sergas de Esplandiбn.
—Lo cierto es —dijo uno de los presentes— que Tebas, Menfis, Babilonia, Nнnive, Troya, Seleucia, eran ciudades populosas que ya no existen.
—Asн es la verdad —respondiу el secretario del prнncipe Gallitzin—; pero tambiйn eran pбramos entonces Moscъ, Constantinopla, Londres, Parнs, Amsterdam, Lyon y otras que valen mбs que Troya, y todas las ciudades de Francia, Alemania, Espaсa y el Norte de Europa.
El capitбn suizo, sujeto muy ilustrado, nos confesу que cuando quisieron sus ascendientes abandonar sus montaсas y precipicios para ir a apoderarse, como era lуgico, de otro paнs mбs ameno, Cйsar, que contу con sus propios ojos a estos emigrantes, hallу que ascendнan a 368.000, incluyendo ancianos, niсos y mujeres.
—Hoy dнa, en el solo cantуn de Berna, que no es la mitad de Suiza, hay otros tantos, y puedo asegurar a ustedes que la poblaciуn de los trece cantones pasa de 720.000 almas, sin contar con los suizos que se hallan en el extranjero. Luego, ilustres seсores, hagan cбlculos y establezcan sistemas y verбn cuan fбcil es caer en error con unos y con otros.
Tratуse despuйs la cuestiуn de si los vecinos de Roma en tiempo de los Cйsares eran mбs ricos que los de Parнs en tiempo de Luis XV.
—A mн me toca responder a eso —dijo el seсor Andrй—, que he sido mucho tiempo el hombre de los cuarenta escudos. Creo que los ciudadanos romanos eran mбs ricos; estos ilustres salteadores de caminos habнan saqueado los paнses mбs hermosos de Бfrica, Asia y Europa, y gozaban con ostentaciуn del fruto de sus robos; no obstante, abundaban los mendigos en Roma. Seguramente entre aquellos vencedores del orbe, habнa algunos limitados a sus cuarenta escudos de renta como yo lo he estado.
—їSabe usted —intervino un doctor de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras— que cada cena que daba Lъculo en su salуn de Apolo le costaba 157.489 reales de nuestra moneda, y que Бtico, el cйlebre epicъreo Бtico, no gastaba en cambio en su mesa mбs de 940 reales al mes?
—Sн, asн es. Tambiйn yo he leнdo en Floro eso que usted dice, pero sin duda Floro nunca cenу en casa de Бtico, o los copistas han alterado ese texto como otros muchos. Nunca me convencerб Floro de que no gastaba en comer mбs de mil reales al mes el amigo de Cйsar, Pompeyo, Cicerуn y Antonio, quienes muchas veces cenaban en su casa.