XIV.- La sana razуn del seсor Andrй
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ЎCuбnto se ha vigorizado la sana razуn del seсor Andrй desde que tiene una biblioteca! Vive con los libros como con los hombres; elige entre ellos y nunca se deja alucinar por los nombres. ЎQuй satisfacciуn tan grande le produce saber y ampliar los horizontes del espнritu sin salir de su casa!
Se felicita por haber nacido en el siglo en que empieza a adquirir todo su valor la razуn humana. ЎQuй desgracia hubiera sido la mнa, exclamaba, si hubiera nacido en el siglo del jesuita Garasse, del jesuita Guignard, del doctor Boucher, del doctor Aubri, del doctor Guincestre, o en aquel en que condenaban a galeras a los que escribнan contra las categorнas de Aristуteles!
La miseria habнa aflojado los muelles del бnimo del seсor Andrй, y la riqueza les restituyу su elasticidad. Muchos hay por el mundo como el seсor Andrй, a quienes una vuelta de la rueda de la fortuna bastу para transformarse en hombres de gran mйrito. El seсor Andrй estб al tanto de todos los asuntos polнticos de Europa, pero especialmente se interesa por los progresos del entendimiento humano.
Hace poco decнa:
—Me parece que la razуn viaja a jornadas cortas, del Norte al Mediodнa, con sus dos amigas нntimas, la experiencia y la tolerancia, y en compaснa de la agricultura y el comercio. Se presentу en Italia, pero la ha repelido la congregaciуn del Index, y no ha podido conseguir otra cosa que despachar allб algunos de sus agentes secretos, lo que no deja de ser ъtil. Dentro de pocos aсos el paнs de los Escipiones no serб el de los polichinelas con sayal. De cuando en cuando se suscitan contra ella enemigos encarnizados en Francia; pero tiene tantos amigos, que al fin llegarб a ocupar la jefatura del gobierno en este paнs. Cuando llegу a Baviera y Austria se encontrу con dos o tres sujetos de gran peluca que la miraron entontecidos con ojos de asombro: «Seсora, aquн nunca hemos oнdo hablar de usted —la dijeron—, ni sabemos quiйn es.» «Seсores —les respondiу—, con el tiempo ustedes me conocerбn y sabrбn amarme. En Berlнn, en Moscъ, en Copenhague, en Estocolmo, soy muy bien vista y hace muchos aсos que Locke, Gordon, Trenchard, milord de Shaftesbury y otros, me establecieron en Inglaterra. Yo soy la hija del tiempo y todo lo espero de mi padre. Cuando pasй por la raya de Espaсa y Portugal, di gracias a Dios al ver que no se encendнan con tanta frecuencia las hogueras de la Inquisiciуn, y concebн lisonjeras esperanzas cuando vi echar de ambos reinos a los jesuitas.»
Si la razуn entra de nuevo en Italia, comenzarб seguramente por establecerse en Venecia y luego en el reino de Nбpoles, pues que posee un secreto infalible para desprender los cordones de una corona que se halla enredada, sin saber cуmo, en los de una tiara, y para impedir que los caballos se sometan a las mulas.
La conversaciуn del seсor Andrй me agrada mucho, y cuanto mбs le trato mбs le quiero.
ЎCuбnto se ha vigorizado la sana razуn del seсor Andrй desde que tiene una biblioteca! Vive con los libros como con los hombres; elige entre ellos y nunca se deja alucinar por los nombres. ЎQuй satisfacciуn tan grande le produce saber y ampliar los horizontes del espнritu sin salir de su casa!
Se felicita por haber nacido en el siglo en que empieza a adquirir todo su valor la razуn humana. ЎQuй desgracia hubiera sido la mнa, exclamaba, si hubiera nacido en el siglo del jesuita Garasse, del jesuita Guignard, del doctor Boucher, del doctor Aubri, del doctor Guincestre, o en aquel en que condenaban a galeras a los que escribнan contra las categorнas de Aristуteles!
La miseria habнa aflojado los muelles del бnimo del seсor Andrй, y la riqueza les restituyу su elasticidad. Muchos hay por el mundo como el seсor Andrй, a quienes una vuelta de la rueda de la fortuna bastу para transformarse en hombres de gran mйrito. El seсor Andrй estб al tanto de todos los asuntos polнticos de Europa, pero especialmente se interesa por los progresos del entendimiento humano.
Hace poco decнa:
—Me parece que la razуn viaja a jornadas cortas, del Norte al Mediodнa, con sus dos amigas нntimas, la experiencia y la tolerancia, y en compaснa de la agricultura y el comercio. Se presentу en Italia, pero la ha repelido la congregaciуn del Index, y no ha podido conseguir otra cosa que despachar allб algunos de sus agentes secretos, lo que no deja de ser ъtil. Dentro de pocos aсos el paнs de los Escipiones no serб el de los polichinelas con sayal. De cuando en cuando se suscitan contra ella enemigos encarnizados en Francia; pero tiene tantos amigos, que al fin llegarб a ocupar la jefatura del gobierno en este paнs. Cuando llegу a Baviera y Austria se encontrу con dos o tres sujetos de gran peluca que la miraron entontecidos con ojos de asombro: «Seсora, aquн nunca hemos oнdo hablar de usted —la dijeron—, ni sabemos quiйn es.» «Seсores —les respondiу—, con el tiempo ustedes me conocerбn y sabrбn amarme. En Berlнn, en Moscъ, en Copenhague, en Estocolmo, soy muy bien vista y hace muchos aсos que Locke, Gordon, Trenchard, milord de Shaftesbury y otros, me establecieron en Inglaterra. Yo soy la hija del tiempo y todo lo espero de mi padre. Cuando pasй por la raya de Espaсa y Portugal, di gracias a Dios al ver que no se encendнan con tanta frecuencia las hogueras de la Inquisiciуn, y concebн lisonjeras esperanzas cuando vi echar de ambos reinos a los jesuitas.»
Si la razуn entra de nuevo en Italia, comenzarб seguramente por establecerse en Venecia y luego en el reino de Nбpoles, pues que posee un secreto infalible para desprender los cordones de una corona que se halla enredada, sin saber cуmo, en los de una tiara, y para impedir que los caballos se sometan a las mulas.
La conversaciуn del seсor Andrй me agrada mucho, y cuanto mбs le trato mбs le quiero.