XX.- El ermitaсo.
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Caminando, como hemos dicho, se encontrу con un ermitaсo cuya luenga barba descendнa hasta el estуmago. Llevaba este un libro que iba leyendo muy atentamente. Parуse Zadig y le hizo una profunda reverencia, a que correspondiу el ermitaсo de manera tan afable y tan noble, que a Zadig le vino la curiosidad de razonar con йl. Preguntуle quй libro era el que leнa. El libro del destino, dijo el ermitaсo: їquerйis leer algъn trozo? Pusosele en las manos; mas aunque fuese Zadig versado en muchos idiomas, no pudo conocer ni una letra, con lo cual se aumentу su curiosidad. Muy triste parecйis, le dijo el buen padre. ЎTanto motivo tengo para estarlo! respondiу Zadig. Si me dais licencia para que os acompaсe, repuso el anciano, acaso podrй serviros en algo; que a veces he hecho bajar el consuelo a las almas de los desventurados. La traza, la barba y el libro del ermitaсo infundieron respeto en Zadig, y en su conversaciуn encontrу superiores luces. Hablaba el ermitaсo del destino, de la justicia, de la moral, del sumo bien, de la humana flaqueza, de las virtudes y los vicios con tan viva y penetrante elocuencia, que Zadig por un irresistible embeleso se sentнa atraнdo hacia йl, y le rogу con ahнnco que no le dejara hasta que estuviesen de vuelta en Babilonia. Ese mismo favor os pido yo; juradme por Orosmades, que sea lo que fuere lo que me veбis hacer, no os habйis de separar de mн en algunos dнas. Jurуlo Zadig, y siguieron juntos ambos su camino.
Aquella misma tarde llegaron a una magnifica quinta, y pidiу el ermitaсo hospedaje para sн y para el mozo que le acompaсaba. Introdъjolos en casa, con ademбn de desdeсosa generosidad, un portero que parecнa un gran seсor, y los presentу a un criado principal, que les enseсу los aposentos de su amo. Sentбronlos al cabo de la mesa, sin que se dignara el dueсo de aquel palacio de honrarlos con una mirada; pero los sirvieron, como a todos los demбs, con opulencia y delicadeza. Diйronles luego agua a manos en una palangana de oro, guarnecida de esmeraldas y rubнes; llevбronlos a acostar a un suntuoso aposento, y la maсana siguiente trajo el criado a cada uno una moneda de oro, y despuйs los despidieron.
El amo de esta casa, dijo Zadig en el camino, me parece que es hombre generoso, aunque algo altivo, y que ejercita con nobleza la hospitalidad. Al decir estas palabras, advirtiу que parecнa tieso y henchido una especie de costal muy largo que traнa el ermitaсo, y vio dentro la palangana de oro guarnecida de piedras preciosas, que habнa hurtado. No se atreviу a decirle nada, pero estaba confuso y perplejo.
A la hora de mediodнa se presentу el ermitaсo a la puerta de una casucha muy mezquina, donde vivнa un rico avariento, y pidiу que le hospedaran por pocas lloras. Recibiуle con бspero rostro un criado viejo mal vestido, y llevу a Zadig con el ermitaсo a la caballeriza, donde les sirvieron unas aceitunas podridas, un poco de pan bazo, y de vino avinagrado. Comiу y bebiу el ermitaсo con tan buen humor como el dнa antes; y dirigiйndose luego al criado viejo que no quitaba la vista de uno y otro porque no hurtaran nada, y que les daba prisa para que se fuesen, le dio las dos monedas de oro que habнa recibido aquella maсana, y agradeciйndole su cortesнa, aсadiу: Ruйgoos que me permitбis hablar con vuestro amo. Atуnito el criado le presentу los dos caminantes. Magnнfico seсor, dijo el ermitaсo, no puedo menos de daros las mбs rendidas gracias por el agasajo tan noble con que nos habйis hospedado; dignaos de admitir esta palangana de oro en corta paga de mi gratitud. Poco faltу para desmayarse con el gozo el avariento; y el ermitaсo, sin darle tiempo para volver de su asombro, se partiу a toda prisa con su compaсero joven. Padre mнo, le dijo Zadig, їquй quiere decir lo que estoy viendo? parйceme que no os semejбis in nada a los demбs: Ўrobбis una palangana de oro guarnecida de piedras preciosas a un seсor que os hospeda con magnificencia, y se la dais a un avariento que indignamente os trata! Hijo, respondiу el anciano, el hombre magnнfico que solo por vanidad, y por hacer alarde de sus riquezas, hospeda a los forasteros, se tornarб mas cuerdo; y aprenderб el avariento a ejercitar la hospitalidad. No os dй pasmo nada, y seguidme. Todavнa no atinaba Zadig si iba con el mas loco o con el mas cuerdo de los hombres; pero tanto era el dominio que se habнa granjeado en su бnimo el ermitaсo, que obligado tambiйn por su juramento no pudo menos de seguirle.
Aquella tarde llegaron a una casa aseada, pero sencilla, y donde nada respiraba prodigalidad ni parsimonia. Era su dueсo un filуsofo retirado del trбfago del mundo, que cultivaba en paz la sabidurнa y la virtud, y que nunca se aburrнa. Habнa tenido gusto especial en edificar este retirado albergue, donde recibнa a los forasteros con una dignidad que en nada se parecнa a la ostentaciуn. El mismo saliу al encuentro a los dos caminantes, los hizo descansar en un aposento muy cуmodo; y poco despuйs vino йl en persona a convidarlos a un banquete aseado y bien servido, durante el cual hablу con mucho tino de las ъltimas revoluciones de Babilonia. Pareciу adicto de corazуn a la reina, y hubiera deseado que Zadig se hubiera hallado entre los competidores a la corona; pero no merecen los hombres, aсadiу, tener un rey como Zadig. Abochornado este sentнa crecer su dolor. En la conversaciуn estuvieron todos conformes en decir que no siempre iban las cosas de este mundo a gusto de los sabios; pero sustento el ermitaсo que no conocнamos las vнas de la Providencia, y que era desacierto en los hombres fallar acerca de un todo, cuando no veнan mбs que una pequeснsima parte.
Tratуse de las pasiones. ЎCuan fatales son! dijo Zadig. Son, replicу el ermitaсo, los vientos que hinchen las velas del navнo; algunas veces le sumergen, pero sin ellas no es posible navegar. La bilis hace iracundo, y causa enfermedades; mas sin bilis no pudiera uno vivir. En la tierra todo es peligroso, y todo necesario.
Tratуse del deleite, y probу el ermitaсo que era una dбdiva de la divinidad; porque el hombre, dijo, por sн propio no puede tener sensaciones ni ideas: todo en йl es prestado, y la pena y el deleite le vienen de otro, como su mismo ser.
Pasmбbase Zadig de que un hombre que tantos desatinos habнa cometido, discurriese con tanto acierto. Finalmente despuйs de una conversaciуn no menos grata que instructiva, llevу su huйsped a los dos caminantes a un aposento, dando gracias al cielo que le habнa enviado dos hombres tan sabios y virtuosos. Brindуles con dinero de un modo ingenuo y noble que no podнa disgustar: rehusуle el ermitaсo, y le dijo que se despedнa de йl, porque hacia бnimo de partirse para Babilonia antes del amanecer. Fue afectuosa su separaciуn, y con especialidad Zadig se quedу penetrado de estimaciуn y cariсo a tan amable huйsped.
Cuando estuvo con el ermitaсo en su aposento, hicieron ambos un pomposo elogio de su huйsped. Al rayar el alba, despertу el anciano a su camarada. Vбmonos, le dijo; quiero empero, mientras que duerme todo el mundo, dejar a este buen hombre una prueba de mi estimaciуn y mi cariсo. Diciendo esto, cogiу una tea, y pegу fuego a la casa. Asustado Zadig dio gritos, y le quiso estorbar que cometiese acciуn tan horrenda; pero se le llevaba tras sн con superior fuerza el ermitaсo. Ardнa la casa, y el ermitaсo que junto con su compaсero ya estaba desviado, la miraba arder con mucho sosiego. Loado sea Dios, dijo, ya estб la casa de mi buen huйsped quemada hasta los cimientos, ЎQuй hombre tan feliz! Al oнr estas palabras le vinieron tentaciones a Zadig de soltar la risa, de decir mil picardнas al padre reverendo, de darle de palos, y de escaparse; pero las reprimiу todas, siempre dominado por la superioridad del ermitaсo, y le siguiу hasta la ъltima jornada.
Alojбronse en casa de una caritativa y virtuosa viuda, la cual tenia un sobrino de catorce aсos, muchacho graciosнsimo, y que era su ъnica esperanza. Agasajуlos lo mejor que pudo en su casa, y al siguiente dнa mandу a su sobrino que fuera acompaсando a los dos caminantes hasta un puente que se habнa roto poco tiempo hacia, y era un paso peligroso. Precedнalos muy solнcito el muchacho; y cuando hubieron, llegado al puente, le dijo el ermitaсo: Ven acб, hijo mнo, que quiero manifestar mi agradecimiento a tu tнa; y agarrбndole de los cabellos le tira al rнo. Cae el chico, nada un instante encima del agua, y se le lleva la corriente. ЎO monstruo, o hombre el mas perverso de los hombres! exclamу Zadig. De tener mas paciencia me habнais dado palabra, interrumpiу el ermitaсo: sabed que debajo de los escombros de aquella casa a que ha pegado fuego la Providencia, ha encontrado su dueсo un inmenso tesoro; sabed que este mancebo ahogado por la Providencia habнa de asesinar a su tнa de aquн a un aсo, y de aquн a dos a vos mismo. їQuiйn te lo ha dicho, inhumano? clamу Zadig; їy aun cuando hubieses leнdo ese suceso en tъ libro de los destinos, quй derecho tienes para ahogar a un muchacho que no te ha hecho mal ninguno?
Todavнa estaba hablando el Babilonio, cuando advirtiу que no tenнa ya barba el anciano, y que se remozaba su semblante. Luego desapareciу su traje de ermitaсo, y cuatro hermosas alas cubrieron un cuerpo majestuoso y resplandeciente. ЎO paraninfo del cielo, o бngel divino, exclamу postrado Zadig, con que has bajado del empнreo para enseсar a un flaco mortal a que se someta a sus eternos decretos! Los humanos, dijo el бngel Jesrad, sin saber de nada fallan de todo: entre todos los mortales tъ eras el que mas ser ilustrado merecнas. Pidiуle Zadig licencia para hablar, y le dijo: No me fнo de mi entendimiento; pero si he de ser osado a suplicarte que disipes una duda mнa, dime їsi no valнa mбs haber enmendado a ese muchacho, y hйchole virtuoso, que ahogarle? Si hubiese sido virtuoso y vivido, respondiу Jesrad, era su suerte ser asesinado con la mujer con quien se habнa de casar, y el hijo que de este matrimonio habнa de nacer. їCon que es indispensable, dijo Zadig, que haya atrocidades y desventuras, y que estas recaigan en los hombres virtuosos? Los malos, replicу Jesrad, siempre son desdichados, y sirven para probar un corto nъmero de justos sembrado sobre la haz de la tierra, sin que haya mal de donde no resulte un bien. Empero, dijo Zadig, їsi solo hubiese bienes sin mezcla de males? La tierra entonces, replicу Jesrad, fuera otra tierra; la cadena de los sucesos otro orden de sabidurнa; y este orden, que seria perfecto, solo en la mansiуn del Ser Supremo, donde no puede caber mal ninguno, puede existir. Millones de mundos ha criado, y no hay dos que puedan parecerse uno a otro: que esta variedad inmensa es un atributo de su inmenso poder. No hay en la tierra dos hojas de бrbol, ni en los infinitos campos del cielo dos globos enteramente parecidos; y cuanto ves en el pequeснsimo бtomo donde has nacido forzosamente, habнa de existir en su tiempo y lugar determinado, conforme a las inmutables уrdenes de aquel que todo lo abraza. Piensan los hombres que este niсo que acaba de morir se ha caнdo por casualidad en el rнo, y que aquella casa se quemу por casualidad; mas no hay casualidad, que todo es prueba o castigo, remuneraciуn o providencia. Acuйrdate de aquel pescador que se tenia por el mas desventurado de los mortales, y Orosmades te enviу para mudar su suerte. Deja, flaco mortal, de disputar contra lo que debes adorar. Empero, dijo Zadig... Mientras йl decнa EMPERO, ya dirigнa el бngel su raudo vuelo a la dйcima esfera. Zadig venerу arrodillado la Providencia, y se sometiу. De lo alto de los ciclos le gritу el бngel: Encamнnate a Babilonia.
Caminando, como hemos dicho, se encontrу con un ermitaсo cuya luenga barba descendнa hasta el estуmago. Llevaba este un libro que iba leyendo muy atentamente. Parуse Zadig y le hizo una profunda reverencia, a que correspondiу el ermitaсo de manera tan afable y tan noble, que a Zadig le vino la curiosidad de razonar con йl. Preguntуle quй libro era el que leнa. El libro del destino, dijo el ermitaсo: їquerйis leer algъn trozo? Pusosele en las manos; mas aunque fuese Zadig versado en muchos idiomas, no pudo conocer ni una letra, con lo cual se aumentу su curiosidad. Muy triste parecйis, le dijo el buen padre. ЎTanto motivo tengo para estarlo! respondiу Zadig. Si me dais licencia para que os acompaсe, repuso el anciano, acaso podrй serviros en algo; que a veces he hecho bajar el consuelo a las almas de los desventurados. La traza, la barba y el libro del ermitaсo infundieron respeto en Zadig, y en su conversaciуn encontrу superiores luces. Hablaba el ermitaсo del destino, de la justicia, de la moral, del sumo bien, de la humana flaqueza, de las virtudes y los vicios con tan viva y penetrante elocuencia, que Zadig por un irresistible embeleso se sentнa atraнdo hacia йl, y le rogу con ahнnco que no le dejara hasta que estuviesen de vuelta en Babilonia. Ese mismo favor os pido yo; juradme por Orosmades, que sea lo que fuere lo que me veбis hacer, no os habйis de separar de mн en algunos dнas. Jurуlo Zadig, y siguieron juntos ambos su camino.
Aquella misma tarde llegaron a una magnifica quinta, y pidiу el ermitaсo hospedaje para sн y para el mozo que le acompaсaba. Introdъjolos en casa, con ademбn de desdeсosa generosidad, un portero que parecнa un gran seсor, y los presentу a un criado principal, que les enseсу los aposentos de su amo. Sentбronlos al cabo de la mesa, sin que se dignara el dueсo de aquel palacio de honrarlos con una mirada; pero los sirvieron, como a todos los demбs, con opulencia y delicadeza. Diйronles luego agua a manos en una palangana de oro, guarnecida de esmeraldas y rubнes; llevбronlos a acostar a un suntuoso aposento, y la maсana siguiente trajo el criado a cada uno una moneda de oro, y despuйs los despidieron.
El amo de esta casa, dijo Zadig en el camino, me parece que es hombre generoso, aunque algo altivo, y que ejercita con nobleza la hospitalidad. Al decir estas palabras, advirtiу que parecнa tieso y henchido una especie de costal muy largo que traнa el ermitaсo, y vio dentro la palangana de oro guarnecida de piedras preciosas, que habнa hurtado. No se atreviу a decirle nada, pero estaba confuso y perplejo.
A la hora de mediodнa se presentу el ermitaсo a la puerta de una casucha muy mezquina, donde vivнa un rico avariento, y pidiу que le hospedaran por pocas lloras. Recibiуle con бspero rostro un criado viejo mal vestido, y llevу a Zadig con el ermitaсo a la caballeriza, donde les sirvieron unas aceitunas podridas, un poco de pan bazo, y de vino avinagrado. Comiу y bebiу el ermitaсo con tan buen humor como el dнa antes; y dirigiйndose luego al criado viejo que no quitaba la vista de uno y otro porque no hurtaran nada, y que les daba prisa para que se fuesen, le dio las dos monedas de oro que habнa recibido aquella maсana, y agradeciйndole su cortesнa, aсadiу: Ruйgoos que me permitбis hablar con vuestro amo. Atуnito el criado le presentу los dos caminantes. Magnнfico seсor, dijo el ermitaсo, no puedo menos de daros las mбs rendidas gracias por el agasajo tan noble con que nos habйis hospedado; dignaos de admitir esta palangana de oro en corta paga de mi gratitud. Poco faltу para desmayarse con el gozo el avariento; y el ermitaсo, sin darle tiempo para volver de su asombro, se partiу a toda prisa con su compaсero joven. Padre mнo, le dijo Zadig, їquй quiere decir lo que estoy viendo? parйceme que no os semejбis in nada a los demбs: Ўrobбis una palangana de oro guarnecida de piedras preciosas a un seсor que os hospeda con magnificencia, y se la dais a un avariento que indignamente os trata! Hijo, respondiу el anciano, el hombre magnнfico que solo por vanidad, y por hacer alarde de sus riquezas, hospeda a los forasteros, se tornarб mas cuerdo; y aprenderб el avariento a ejercitar la hospitalidad. No os dй pasmo nada, y seguidme. Todavнa no atinaba Zadig si iba con el mas loco o con el mas cuerdo de los hombres; pero tanto era el dominio que se habнa granjeado en su бnimo el ermitaсo, que obligado tambiйn por su juramento no pudo menos de seguirle.
Aquella tarde llegaron a una casa aseada, pero sencilla, y donde nada respiraba prodigalidad ni parsimonia. Era su dueсo un filуsofo retirado del trбfago del mundo, que cultivaba en paz la sabidurнa y la virtud, y que nunca se aburrнa. Habнa tenido gusto especial en edificar este retirado albergue, donde recibнa a los forasteros con una dignidad que en nada se parecнa a la ostentaciуn. El mismo saliу al encuentro a los dos caminantes, los hizo descansar en un aposento muy cуmodo; y poco despuйs vino йl en persona a convidarlos a un banquete aseado y bien servido, durante el cual hablу con mucho tino de las ъltimas revoluciones de Babilonia. Pareciу adicto de corazуn a la reina, y hubiera deseado que Zadig se hubiera hallado entre los competidores a la corona; pero no merecen los hombres, aсadiу, tener un rey como Zadig. Abochornado este sentнa crecer su dolor. En la conversaciуn estuvieron todos conformes en decir que no siempre iban las cosas de este mundo a gusto de los sabios; pero sustento el ermitaсo que no conocнamos las vнas de la Providencia, y que era desacierto en los hombres fallar acerca de un todo, cuando no veнan mбs que una pequeснsima parte.
Tratуse de las pasiones. ЎCuan fatales son! dijo Zadig. Son, replicу el ermitaсo, los vientos que hinchen las velas del navнo; algunas veces le sumergen, pero sin ellas no es posible navegar. La bilis hace iracundo, y causa enfermedades; mas sin bilis no pudiera uno vivir. En la tierra todo es peligroso, y todo necesario.
Tratуse del deleite, y probу el ermitaсo que era una dбdiva de la divinidad; porque el hombre, dijo, por sн propio no puede tener sensaciones ni ideas: todo en йl es prestado, y la pena y el deleite le vienen de otro, como su mismo ser.
Pasmбbase Zadig de que un hombre que tantos desatinos habнa cometido, discurriese con tanto acierto. Finalmente despuйs de una conversaciуn no menos grata que instructiva, llevу su huйsped a los dos caminantes a un aposento, dando gracias al cielo que le habнa enviado dos hombres tan sabios y virtuosos. Brindуles con dinero de un modo ingenuo y noble que no podнa disgustar: rehusуle el ermitaсo, y le dijo que se despedнa de йl, porque hacia бnimo de partirse para Babilonia antes del amanecer. Fue afectuosa su separaciуn, y con especialidad Zadig se quedу penetrado de estimaciуn y cariсo a tan amable huйsped.
Cuando estuvo con el ermitaсo en su aposento, hicieron ambos un pomposo elogio de su huйsped. Al rayar el alba, despertу el anciano a su camarada. Vбmonos, le dijo; quiero empero, mientras que duerme todo el mundo, dejar a este buen hombre una prueba de mi estimaciуn y mi cariсo. Diciendo esto, cogiу una tea, y pegу fuego a la casa. Asustado Zadig dio gritos, y le quiso estorbar que cometiese acciуn tan horrenda; pero se le llevaba tras sн con superior fuerza el ermitaсo. Ardнa la casa, y el ermitaсo que junto con su compaсero ya estaba desviado, la miraba arder con mucho sosiego. Loado sea Dios, dijo, ya estб la casa de mi buen huйsped quemada hasta los cimientos, ЎQuй hombre tan feliz! Al oнr estas palabras le vinieron tentaciones a Zadig de soltar la risa, de decir mil picardнas al padre reverendo, de darle de palos, y de escaparse; pero las reprimiу todas, siempre dominado por la superioridad del ermitaсo, y le siguiу hasta la ъltima jornada.
Alojбronse en casa de una caritativa y virtuosa viuda, la cual tenia un sobrino de catorce aсos, muchacho graciosнsimo, y que era su ъnica esperanza. Agasajуlos lo mejor que pudo en su casa, y al siguiente dнa mandу a su sobrino que fuera acompaсando a los dos caminantes hasta un puente que se habнa roto poco tiempo hacia, y era un paso peligroso. Precedнalos muy solнcito el muchacho; y cuando hubieron, llegado al puente, le dijo el ermitaсo: Ven acб, hijo mнo, que quiero manifestar mi agradecimiento a tu tнa; y agarrбndole de los cabellos le tira al rнo. Cae el chico, nada un instante encima del agua, y se le lleva la corriente. ЎO monstruo, o hombre el mas perverso de los hombres! exclamу Zadig. De tener mas paciencia me habнais dado palabra, interrumpiу el ermitaсo: sabed que debajo de los escombros de aquella casa a que ha pegado fuego la Providencia, ha encontrado su dueсo un inmenso tesoro; sabed que este mancebo ahogado por la Providencia habнa de asesinar a su tнa de aquн a un aсo, y de aquн a dos a vos mismo. їQuiйn te lo ha dicho, inhumano? clamу Zadig; їy aun cuando hubieses leнdo ese suceso en tъ libro de los destinos, quй derecho tienes para ahogar a un muchacho que no te ha hecho mal ninguno?
Todavнa estaba hablando el Babilonio, cuando advirtiу que no tenнa ya barba el anciano, y que se remozaba su semblante. Luego desapareciу su traje de ermitaсo, y cuatro hermosas alas cubrieron un cuerpo majestuoso y resplandeciente. ЎO paraninfo del cielo, o бngel divino, exclamу postrado Zadig, con que has bajado del empнreo para enseсar a un flaco mortal a que se someta a sus eternos decretos! Los humanos, dijo el бngel Jesrad, sin saber de nada fallan de todo: entre todos los mortales tъ eras el que mas ser ilustrado merecнas. Pidiуle Zadig licencia para hablar, y le dijo: No me fнo de mi entendimiento; pero si he de ser osado a suplicarte que disipes una duda mнa, dime їsi no valнa mбs haber enmendado a ese muchacho, y hйchole virtuoso, que ahogarle? Si hubiese sido virtuoso y vivido, respondiу Jesrad, era su suerte ser asesinado con la mujer con quien se habнa de casar, y el hijo que de este matrimonio habнa de nacer. їCon que es indispensable, dijo Zadig, que haya atrocidades y desventuras, y que estas recaigan en los hombres virtuosos? Los malos, replicу Jesrad, siempre son desdichados, y sirven para probar un corto nъmero de justos sembrado sobre la haz de la tierra, sin que haya mal de donde no resulte un bien. Empero, dijo Zadig, їsi solo hubiese bienes sin mezcla de males? La tierra entonces, replicу Jesrad, fuera otra tierra; la cadena de los sucesos otro orden de sabidurнa; y este orden, que seria perfecto, solo en la mansiуn del Ser Supremo, donde no puede caber mal ninguno, puede existir. Millones de mundos ha criado, y no hay dos que puedan parecerse uno a otro: que esta variedad inmensa es un atributo de su inmenso poder. No hay en la tierra dos hojas de бrbol, ni en los infinitos campos del cielo dos globos enteramente parecidos; y cuanto ves en el pequeснsimo бtomo donde has nacido forzosamente, habнa de existir en su tiempo y lugar determinado, conforme a las inmutables уrdenes de aquel que todo lo abraza. Piensan los hombres que este niсo que acaba de morir se ha caнdo por casualidad en el rнo, y que aquella casa se quemу por casualidad; mas no hay casualidad, que todo es prueba o castigo, remuneraciуn o providencia. Acuйrdate de aquel pescador que se tenia por el mas desventurado de los mortales, y Orosmades te enviу para mudar su suerte. Deja, flaco mortal, de disputar contra lo que debes adorar. Empero, dijo Zadig... Mientras йl decнa EMPERO, ya dirigнa el бngel su raudo vuelo a la dйcima esfera. Zadig venerу arrodillado la Providencia, y se sometiу. De lo alto de los ciclos le gritу el бngel: Encamнnate a Babilonia.