V.- Carta al hombre de los cuarenta escudos

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Muy seсor mнo: Aunque soy tres veces mбs rico que usted, quiero decir, que poseo 120 escudos de renta, le escribo como si fuera su igual, sin envanecerme por mi superior fortuna.

He leнdo su historia con todas sus desgracias, y de la justicia que le ha hecho el seсor ministro de Hacienda, y le felicito por ello muy de veras; pero acabo de leer, por mi desdicha, El financiero ciudadano, no obstante la repugnancia que me habнa inspirado el tнtulo, y que a muchas gentes les parece contradictorio. El tal ciudadano le quita a usted 10 escudos de renta y 30 a mн, calculando nada mбs 40 escudos de aquйlla por individuo; verdad es que otro autor, no menos ilustre, calcula 60 escudos. Su geуmetra de usted adopta un tйrmino medio; se ve que no pertenece al grupo de esos ilustres seсores que adjudican a Parнs 1.000.000 de almas, al reino 6.000.000.000 de reales en dinero fнsico, no obstante todo lo que hemos perdido en las pasadas guerras.

Como es usted aficionado a leer, le prestarй El financiero ciudadano, pero no crea todo lo que dice, porque cita el testamento del gran ministro Colbert, sin saber que es una mala falsificaciуn hecha por un tal Gatien de Courtilz; cita el Diezmo del mariscal de Vauban ignorando que es de un tal Bousguilbert; cita el testamento del cardenal de Richelieu, y tambiйn desconoce que es del abate de Bourzeis; afirma que el cardenal dijo que «cuando se encarece la carne se le da mбs prest al soldado», cosa que no es cierta, ademбs de que durante el gobierno del cardenal, encareciу mucho la carne y no por eso se subiу la paga a la tropa. Ese texto de Richelieu fue declarado apуcrifo cuando se publicу. En realidad, no es mбs obra suya que lo son de aquellos en cuyo nombre estбn escritos los testamentos del mariscal de Belle-Isle y del cardenal Alberoni.

Desconfнe siempre de testamentos polнticos y de sistemas: yo he sido vнctima de йstos lo mismo que usted, y si se han burlado de usted los Solones y Licurgos modernos, de mн se mofaron los Triptolemos. Yo, sin una pequeсa herencia que recibн, me hubiera muerto de hambre.

Ciento cincuenta fanegas de tierra de labor poseo en el paнs mбs agradable de la tierra y en el terreno mбs ingrato; cada fanega, pagados los gastos, no rinde mбs que un escudo. En una ocasiуn leн en los periуdicos que un prestigioso agrуnomo habнa inventado un mйtodo de siembra, por el cual, sembrando menos grano recogнa mбs cosecha; tomй dinero a usura y puse en prбctica su mйtodo con lo cual perdн mi tiempo, mi dinero y mi trabajo, no menos que el susodicho agrуnomo prestigioso, que ahora siembra como todo el mundo.

Quiso mi mala estrella que leyera luego en el Diario econуmico, que se vende en casa del librero Boudet, en Parнs, el experimento que llevу a cabo cierto parisiense, quien para entretenerse labrу quince veces la tierra de su jardнn, sembrу en ella trigo en vez de plantar tulipanes, y cogiу una excelente cosecha. Tomй mбs dinero a prйstamo y labrй treinta veces mi tierra diciendo para mн: de esta manera obtendrй doble fruto del que consiguiу en su jardнn el ingenioso parisiense (que seguramente aprendiу agricultura en la уpera y en la comedia) y me harй rico gracias a su ejemplo y a sus lecciones. Verdad es que en mi tierra era imposible labrar ni siquiera cuatro veces, porque no lo permite el rigor y la mudanza repentina de las estaciones, sin contar con que la desgracia de mi ensayo anterior me habнa obligado a vender mi yunta. Hice, pues, arar treinta veces las 150 fanegas por todas las yuntas que habнa en cuatro leguas a la redonda. Tres labores por fanega cuestan cinco ducados; de suerte que por las treinta tuve que pagar 50 ducados, con lo que las 150 me salieron a 7.500 ducados. La cosecha, que en los aсos medianos en mi maldito paнs no da mбs de 300 fanegas, fue aquel aсo de 330 a siete ducados; total, 2.310; de suerte que perdн 5.190 ducados, o 57.090 reales, contando como ganancia la paja de la cosecha. Estaba arruinado y mi perdiciуn hubiera sido absoluta a no ser por una tнa vieja, a quien un famoso mйdico expidiу al otro mundo, discurriendo sobre medicina con tanto acierto como yo sobre agricultura. їCreerб usted que todavнa fui bastante necio para dejarme engaсar por el diario de Boudet? Leн en su periуdico que empleando 1.000 ducados en el cultivo de la alcachofa pueden obtenerse esos mismos 1.000 ducados de renta. ЎVaya por Dios! —dije—. Boudet me restituirб en alcachofas lo que en trigo me ha hecho perder. Me gasto, pues, 1.000 ducados y los ratones se comen mis alcachofas. Todos mis vecinos se burlan de mн y yo, avergonzado, escribo una carta fulminante a Boudet. Por toda respuesta el muy bribуn se dedicу a lanzarme mil cuchufletas en su diario, y hasta me negу que los caribes sean rojos. No pasй por esto y gestionй una declaraciуn jurada del ex procurador del rey en la Guadalupe, en la que constaba que Dios habнa hecho a los caribes rojos como a los negros tiznados. Pero este triunfo no quita para que haya perdido toda la herencia de mi tнa, hasta el ъltimo cйntimo, a causa de haber confiado ingenuamente en los nuevos sistemas. Insisto en decir a usted que se guarde de embaucadores, y quedo muy suyo, etc.

Muy seсor mнo: Aunque soy tres veces mбs rico que usted, quiero decir, que poseo 120 escudos de renta, le escribo como si fuera su igual, sin envanecerme por mi superior fortuna.

He leнdo su historia con todas sus desgracias, y de la justicia que le ha hecho el seсor ministro de Hacienda, y le felicito por ello muy de veras; pero acabo de leer, por mi desdicha, El financiero ciudadano, no obstante la repugnancia que me habнa inspirado el tнtulo, y que a muchas gentes les parece contradictorio. El tal ciudadano le quita a usted 10 escudos de renta y 30 a mн, calculando nada mбs 40 escudos de aquйlla por individuo; verdad es que otro autor, no menos ilustre, calcula 60 escudos. Su geуmetra de usted adopta un tйrmino medio; se ve que no pertenece al grupo de esos ilustres seсores que adjudican a Parнs 1.000.000 de almas, al reino 6.000.000.000 de reales en dinero fнsico, no obstante todo lo que hemos perdido en las pasadas guerras.

Como es usted aficionado a leer, le prestarй El financiero ciudadano, pero no crea todo lo que dice, porque cita el testamento del gran ministro Colbert, sin saber que es una mala falsificaciуn hecha por un tal Gatien de Courtilz; cita el Diezmo del mariscal de Vauban ignorando que es de un tal Bousguilbert; cita el testamento del cardenal de Richelieu, y tambiйn desconoce que es del abate de Bourzeis; afirma que el cardenal dijo que «cuando se encarece la carne se le da mбs prest al soldado», cosa que no es cierta, ademбs de que durante el gobierno del cardenal, encareciу mucho la carne y no por eso se subiу la paga a la tropa. Ese texto de Richelieu fue declarado apуcrifo cuando se publicу. En realidad, no es mбs obra suya que lo son de aquellos en cuyo nombre estбn escritos los testamentos del mariscal de Belle-Isle y del cardenal Alberoni.

Desconfнe siempre de testamentos polнticos y de sistemas: yo he sido vнctima de йstos lo mismo que usted, y si se han burlado de usted los Solones y Licurgos modernos, de mн se mofaron los Triptolemos. Yo, sin una pequeсa herencia que recibн, me hubiera muerto de hambre.

Ciento cincuenta fanegas de tierra de labor poseo en el paнs mбs agradable de la tierra y en el terreno mбs ingrato; cada fanega, pagados los gastos, no rinde mбs que un escudo. En una ocasiуn leн en los periуdicos que un prestigioso agrуnomo habнa inventado un mйtodo de siembra, por el cual, sembrando menos grano recogнa mбs cosecha; tomй dinero a usura y puse en prбctica su mйtodo con lo cual perdн mi tiempo, mi dinero y mi trabajo, no menos que el susodicho agrуnomo prestigioso, que ahora siembra como todo el mundo.

Quiso mi mala estrella que leyera luego en el Diario econуmico, que se vende en casa del librero Boudet, en Parнs, el experimento que llevу a cabo cierto parisiense, quien para entretenerse labrу quince veces la tierra de su jardнn, sembrу en ella trigo en vez de plantar tulipanes, y cogiу una excelente cosecha. Tomй mбs dinero a prйstamo y labrй treinta veces mi tierra diciendo para mн: de esta manera obtendrй doble fruto del que consiguiу en su jardнn el ingenioso parisiense (que seguramente aprendiу agricultura en la уpera y en la comedia) y me harй rico gracias a su ejemplo y a sus lecciones. Verdad es que en mi tierra era imposible labrar ni siquiera cuatro veces, porque no lo permite el rigor y la mudanza repentina de las estaciones, sin contar con que la desgracia de mi ensayo anterior me habнa obligado a vender mi yunta. Hice, pues, arar treinta veces las 150 fanegas por todas las yuntas que habнa en cuatro leguas a la redonda. Tres labores por fanega cuestan cinco ducados; de suerte que por las treinta tuve que pagar 50 ducados, con lo que las 150 me salieron a 7.500 ducados. La cosecha, que en los aсos medianos en mi maldito paнs no da mбs de 300 fanegas, fue aquel aсo de 330 a siete ducados; total, 2.310; de suerte que perdн 5.190 ducados, o 57.090 reales, contando como ganancia la paja de la cosecha. Estaba arruinado y mi perdiciуn hubiera sido absoluta a no ser por una tнa vieja, a quien un famoso mйdico expidiу al otro mundo, discurriendo sobre medicina con tanto acierto como yo sobre agricultura. їCreerб usted que todavнa fui bastante necio para dejarme engaсar por el diario de Boudet? Leн en su periуdico que empleando 1.000 ducados en el cultivo de la alcachofa pueden obtenerse esos mismos 1.000 ducados de renta. ЎVaya por Dios! —dije—. Boudet me restituirб en alcachofas lo que en trigo me ha hecho perder. Me gasto, pues, 1.000 ducados y los ratones se comen mis alcachofas. Todos mis vecinos se burlan de mн y yo, avergonzado, escribo una carta fulminante a Boudet. Por toda respuesta el muy bribуn se dedicу a lanzarme mil cuchufletas en su diario, y hasta me negу que los caribes sean rojos. No pasй por esto y gestionй una declaraciуn jurada del ex procurador del rey en la Guadalupe, en la que constaba que Dios habнa hecho a los caribes rojos como a los negros tiznados. Pero este triunfo no quita para que haya perdido toda la herencia de mi tнa, hasta el ъltimo cйntimo, a causa de haber confiado ingenuamente en los nuevos sistemas. Insisto en decir a usted que se guarde de embaucadores, y quedo muy suyo, etc.