X.- De las proporciones

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El producto de los extremos es igual al producto de los medios, pero dos costales de trigo robados no son, respecto al ladrуn, como la pйrdida de la vida de йste es al interйs de la persona robada.

El prior de... a quien dos de los trabajadores de su huerto, le habнan robado dos fanegas de trigo, acaba de hacer ahorcar a los dos delincuentes. La ejecuciуn le ha costado mбs de lo que valнa toda su cosecha y desde entonces, no halla ningъn jornalero que quiera trabajar en el convento.

Si hubieran mandado las leyes que los que roban el trigo de su amo labrasen el campo del robado toda su vida con un grillete al pie y una campanilla al cuello atada a una argolla, hubiera ganado mucho el tal prior. Sin duda, es preciso escarmentar al delincuente, pero mбs que la horca, le intimidan el trabajo forzado y la vergьenza duradera.

Hace algunos meses, un malhechor fue condenado en Londres a trabajar en Amйrica, con los negros, en los ingenios de azъcar. En Inglaterra, como en otros muchos paнses, tienen derecho los delincuentes a presentar un memorial al rey, pidiendo el perdуn absoluto o la conmutaciуn de la pena. Este presentу un memorial para que le ahorcasen, diciendo que aborrecнa el trabajo y que preferнa que le ahorcasen en un minuto a que le obligaran a cortar caсa toda su vida. No todos piensan asн; los gustos son diferentes; pero ya se ha dicho y nunca se repetirб bastante, que un ahorcado para nada sirve, y que las penas han de servir de ejemplo.

Algunos aсos hace que en la Tartaria condenaron a empalar a dos mancebos por haber tenido el bonete en la cabeza mientras pasaba una procesiуn de lamas. El emperador de la China, hombre de mucho talento, dijo que йl los hubiera condenado a ir delante de las procesiones con la cabeza descubierta, por espacio de tres meses. «Proporcionad las penas a los delitos», dice el marquйs de Beccaria. Pero los que han hecho las leyes no eran geуmetras.

Si escribe unos libelos miserables el abate Guyon o Cegй, o cualquiera otro ex jesuita o clerizonte, їle habremos de ahorcar como ha hecho el prior de... con sus dos gaсanes, considerando que los calumniadores son mбs delincuentes que los ladrones? їHemos de sacar a la vergьenza pъblica al seсor Larcher, porque es un escritor indigesto que acumula errores sobre errores, nunca supo graduar los valores, y afirma que en una grande y antigua ciudad, famosa por su civilizaciуn, y por los celos de los maridos, iban las princesas al templo a conceder en pъblico sus favores a los extranjeros? A este escritor se le podrнa enviar a esa ciudad a ver si era tan agasajado. Debemos procurar ser ecuбnimes y debemos proporcionar las penas a los delitos.

Las leyes de Dracon, que castigaban por igual los crнmenes y las leves faltas, la perversidad y la locura, me parecen odiosas. No trataremos al jesuita Nonotte, que no ha cometido mбs delito que escribir calumnias y disparates, como trataron a los jesuitas Malagrida, Oldecorne, Garnet, Guignard, Gueret y cуmo debieran haber tratado al jesuita Le Tellier, que engaсу a su rey y llenу de duelo y confusiуn a Francia. En todo pleito, en toda contienda, en toda disputa, distingamos el agresor del agraviado y el opresor del oprimido. La guerra ofensiva es infame, pero la defensiva es justa.

Engolfado me hallaba yo —dice el geуmetra—, en estas reflexiones, cuando me vino a ver, deshecho en llanto el hombre de los cuarenta escudos. Pregъntele muy alterado si se habнa muerto su hijo, que debнa vivir veintitrйs aсos.

—No —me dijo—, mi hijo estб bien, lo mismo que mi mujer; pero me llamaron a declarar contra un molinero al que han impuesto la prueba del tormento, y que es inocente; le he visto desmayarse en las horribles torturas, he oнdo crujir sus huesos y todavнa perduran en mi oнdo sus aullidos y sus gritos. ЎNo lo puedo olvidar, lloro de lбstima y tiemblo de horror!

Yo, que soy de un natural muy compasivo, no pude menos de echarme tambiйn a llorar y de estremecerme.

Representуseme entonces a la memoria la espantosa aventura de los Calas: una virtuosa madre encarcelada, sus hijas fugitivas y poseнdas de la mayor desesperaciуn, saqueada la casa, un honorable padre de familia enloquecido por la tortura, agonizando en una rueda y expirando en una hoguera; su hijo cargado de cadenas, llevado a rastras ante los jueces, y uno de йstos diciйndole: «Hemos destrozado a tu padre y a ti tambiйn te destrozaremos.» Recordй la familia de Sirven, que encontrу uno de mis amigos en plena montaсa, cubiertos de nieve, huyendo de la persecuciуn de un juez tan inicuo como ignorante.

—Este juez —dijo mi amigo—, ha condenado a morir en el cadalso a toda esa inocente familia, suponiendo, sin la mбs leve apariencia de prueba, que el padre y la madre, con ayuda de sus dos hijas, habнan ahogado a la tercera para evitar que fuese a misa. La conducta de semejante juez me mostraba hasta dуnde pueden llegar la estupidez, la injusticia y el salvajismo humanos.

El hombre de los cuarenta escudos y yo nos dolнamos de tales crнmenes. Llevaba yo en el bolsillo el discurso de un fiscal del Delfinado, que en parte trataba de esta clase de asuntos; lo saquй del bolsillo y leн los siguientes pбrrafos:

«Los gobiernos deben estar formados por hombres que por hacer felices a los pueblos y a los individuos, acepten como premio la ingratitud y que por querer proporcionar el sosiego a sus gobernados renuncien al suyo propio. Han de colocarse entre la Providencia y los humanos para llevar a йstos una ventura, que aquйlla parece negarles...» «Cuando un juez se encuentra solo en su gabinete, їno se estremece de horror y lбstima al pasar la vista por los legajos que le rodean, monumentos del crimen y de la inocencia? їNo le parece que oye salir gemidos de estos escritos fatales que le recuerdan lo que fue de un ciudadano, un esposo, un padre, una familia? їQuй juez, si no es un desalmado, puede pasar por una cбrcel sin ponerse pбlido? ЎSoy yo, se dice a sн mismo, quien encierra en este horrible lugar a mis semejantes, acaso a mi igual, a ciudadanos, a hombres, en fin! Yo los encadeno y los sepulto aquн. Muchos desesperados me maldecirбn pidiendo al Juez Supremo mi castigo, a esa Providencia que ha de juzgarnos a todos...» «Horroroso espectбculo el que tengo que contemplar. El reo no quiere confesar sus culpas. Йl juez, ya fatigado de inъtiles requerimientos y acaso irritado por ello, recurre al suplicio. Aparecen cadenas y palancas, teas encendidas y todos los instrumentos que para atormentar fueron inventados. El verdugo acude a cumplir su oficio para arrancar por la violencia, las declaraciones que voluntariamente no fueron hechas. ЎOh, tъ, dulce filosofнa!, tъ que sуlo con paciencia y reflexiуn indagas la verdad, їconcibes que en tu siglo se utilicen, para descubrirla, instrumentos semejantes? їEs cierto que aprueban nuestras leyes tan incomprensibles mйtodos y que las costumbres los consagran...?» «Tan viles son los suplicios de la justicia como los crнmenes del delincuente, y no son menos crueles que los actos de sus pasiones los de su sentencia. їCuбl es el motivo de esta situaciуn? El desequilibrio entre nuestras viejas supersticiones y nuestro moderno sentido moral; la escasa confianza en las ideas y el mucho apego a la rutina. En realidad, preferimos no detenernos a reflexionar sobre las cosas, y mбs si ello perturba nuestra tranquilidad y la comodidad de nuestras costumbres, que si no son buenas, son gratas. Somos cultos, pero poco humanos.»

Estos fragmentos, dictados por la bondad y la razуn, fueron gran lenitivo para el бnimo de mi amigo. Estaba maravillado y conmovido.

ЎPor lo visto, tambiйn en provincias se escriben cosas buenas! —decнa absorto—. Me habнa dicho que no habнa mбs que un Parнs en el mundo.

—No hay mбs que un Parнs —repliquй—, donde se hagan уperas cуmicas. Pero їpor quй no ha de haber en provincias personas honorables, magistrados нntegros? Antiguamente los orбculos de la justicia y los de la moral eran igualmente ridнculos; el doctor Balonar era farsante en el foro y grotesco en el pъlpito. El buen sentido recomienda que no se hable en pъblico mбs que cuando se tiene algo ъtil y nuevo que decir. Pero їy si no tenemos nada que decir? preguntan los charlatanes. Entonces, guardad silencio, aconseja la razуn. La garrulerнa palabrera es como las hogueras de la noche de San Juan, superfluas porque no hace frнo.

Lea Francia libros buenos. En realidad, leemos muy poco, y la mayor parte de los que se quieren instruir leen muy mal. Hay mucha gente entre la cual no faltan personas honradas y aun muchas que se tienen por sensatas que preguntan severamente para quй sirven los libros. Habrнa que decirles que con libros se gobierna. No otra cosa que libros son las ordenanzas civiles, los cуdigos y el Evangelio. La lectura fortalece el alma cuanto la conversaciуn la dispersa y el juego la enerva.

—Yo tengo muy poco dinero —me respondiу el hombre de los cuarenta escudos—, pero cuando lo consiga comprarй muchos libros en casa de Marc Michel Rey, de Amsterdam.

El producto de los extremos es igual al producto de los medios, pero dos costales de trigo robados no son, respecto al ladrуn, como la pйrdida de la vida de йste es al interйs de la persona robada.

El prior de... a quien dos de los trabajadores de su huerto, le habнan robado dos fanegas de trigo, acaba de hacer ahorcar a los dos delincuentes. La ejecuciуn le ha costado mбs de lo que valнa toda su cosecha y desde entonces, no halla ningъn jornalero que quiera trabajar en el convento.

Si hubieran mandado las leyes que los que roban el trigo de su amo labrasen el campo del robado toda su vida con un grillete al pie y una campanilla al cuello atada a una argolla, hubiera ganado mucho el tal prior. Sin duda, es preciso escarmentar al delincuente, pero mбs que la horca, le intimidan el trabajo forzado y la vergьenza duradera.

Hace algunos meses, un malhechor fue condenado en Londres a trabajar en Amйrica, con los negros, en los ingenios de azъcar. En Inglaterra, como en otros muchos paнses, tienen derecho los delincuentes a presentar un memorial al rey, pidiendo el perdуn absoluto o la conmutaciуn de la pena. Este presentу un memorial para que le ahorcasen, diciendo que aborrecнa el trabajo y que preferнa que le ahorcasen en un minuto a que le obligaran a cortar caсa toda su vida. No todos piensan asн; los gustos son diferentes; pero ya se ha dicho y nunca se repetirб bastante, que un ahorcado para nada sirve, y que las penas han de servir de ejemplo.

Algunos aсos hace que en la Tartaria condenaron a empalar a dos mancebos por haber tenido el bonete en la cabeza mientras pasaba una procesiуn de lamas. El emperador de la China, hombre de mucho talento, dijo que йl los hubiera condenado a ir delante de las procesiones con la cabeza descubierta, por espacio de tres meses. «Proporcionad las penas a los delitos», dice el marquйs de Beccaria. Pero los que han hecho las leyes no eran geуmetras.

Si escribe unos libelos miserables el abate Guyon o Cegй, o cualquiera otro ex jesuita o clerizonte, їle habremos de ahorcar como ha hecho el prior de... con sus dos gaсanes, considerando que los calumniadores son mбs delincuentes que los ladrones? їHemos de sacar a la vergьenza pъblica al seсor Larcher, porque es un escritor indigesto que acumula errores sobre errores, nunca supo graduar los valores, y afirma que en una grande y antigua ciudad, famosa por su civilizaciуn, y por los celos de los maridos, iban las princesas al templo a conceder en pъblico sus favores a los extranjeros? A este escritor se le podrнa enviar a esa ciudad a ver si era tan agasajado. Debemos procurar ser ecuбnimes y debemos proporcionar las penas a los delitos.

Las leyes de Dracon, que castigaban por igual los crнmenes y las leves faltas, la perversidad y la locura, me parecen odiosas. No trataremos al jesuita Nonotte, que no ha cometido mбs delito que escribir calumnias y disparates, como trataron a los jesuitas Malagrida, Oldecorne, Garnet, Guignard, Gueret y cуmo debieran haber tratado al jesuita Le Tellier, que engaсу a su rey y llenу de duelo y confusiуn a Francia. En todo pleito, en toda contienda, en toda disputa, distingamos el agresor del agraviado y el opresor del oprimido. La guerra ofensiva es infame, pero la defensiva es justa.

Engolfado me hallaba yo —dice el geуmetra—, en estas reflexiones, cuando me vino a ver, deshecho en llanto el hombre de los cuarenta escudos. Pregъntele muy alterado si se habнa muerto su hijo, que debнa vivir veintitrйs aсos.

—No —me dijo—, mi hijo estб bien, lo mismo que mi mujer; pero me llamaron a declarar contra un molinero al que han impuesto la prueba del tormento, y que es inocente; le he visto desmayarse en las horribles torturas, he oнdo crujir sus huesos y todavнa perduran en mi oнdo sus aullidos y sus gritos. ЎNo lo puedo olvidar, lloro de lбstima y tiemblo de horror!

Yo, que soy de un natural muy compasivo, no pude menos de echarme tambiйn a llorar y de estremecerme.

Representуseme entonces a la memoria la espantosa aventura de los Calas: una virtuosa madre encarcelada, sus hijas fugitivas y poseнdas de la mayor desesperaciуn, saqueada la casa, un honorable padre de familia enloquecido por la tortura, agonizando en una rueda y expirando en una hoguera; su hijo cargado de cadenas, llevado a rastras ante los jueces, y uno de йstos diciйndole: «Hemos destrozado a tu padre y a ti tambiйn te destrozaremos.» Recordй la familia de Sirven, que encontrу uno de mis amigos en plena montaсa, cubiertos de nieve, huyendo de la persecuciуn de un juez tan inicuo como ignorante.

—Este juez —dijo mi amigo—, ha condenado a morir en el cadalso a toda esa inocente familia, suponiendo, sin la mбs leve apariencia de prueba, que el padre y la madre, con ayuda de sus dos hijas, habнan ahogado a la tercera para evitar que fuese a misa. La conducta de semejante juez me mostraba hasta dуnde pueden llegar la estupidez, la injusticia y el salvajismo humanos.

El hombre de los cuarenta escudos y yo nos dolнamos de tales crнmenes. Llevaba yo en el bolsillo el discurso de un fiscal del Delfinado, que en parte trataba de esta clase de asuntos; lo saquй del bolsillo y leн los siguientes pбrrafos:

«Los gobiernos deben estar formados por hombres que por hacer felices a los pueblos y a los individuos, acepten como premio la ingratitud y que por querer proporcionar el sosiego a sus gobernados renuncien al suyo propio. Han de colocarse entre la Providencia y los humanos para llevar a йstos una ventura, que aquйlla parece negarles...» «Cuando un juez se encuentra solo en su gabinete, їno se estremece de horror y lбstima al pasar la vista por los legajos que le rodean, monumentos del crimen y de la inocencia? їNo le parece que oye salir gemidos de estos escritos fatales que le recuerdan lo que fue de un ciudadano, un esposo, un padre, una familia? їQuй juez, si no es un desalmado, puede pasar por una cбrcel sin ponerse pбlido? ЎSoy yo, se dice a sн mismo, quien encierra en este horrible lugar a mis semejantes, acaso a mi igual, a ciudadanos, a hombres, en fin! Yo los encadeno y los sepulto aquн. Muchos desesperados me maldecirбn pidiendo al Juez Supremo mi castigo, a esa Providencia que ha de juzgarnos a todos...» «Horroroso espectбculo el que tengo que contemplar. El reo no quiere confesar sus culpas. Йl juez, ya fatigado de inъtiles requerimientos y acaso irritado por ello, recurre al suplicio. Aparecen cadenas y palancas, teas encendidas y todos los instrumentos que para atormentar fueron inventados. El verdugo acude a cumplir su oficio para arrancar por la violencia, las declaraciones que voluntariamente no fueron hechas. ЎOh, tъ, dulce filosofнa!, tъ que sуlo con paciencia y reflexiуn indagas la verdad, їconcibes que en tu siglo se utilicen, para descubrirla, instrumentos semejantes? їEs cierto que aprueban nuestras leyes tan incomprensibles mйtodos y que las costumbres los consagran...?» «Tan viles son los suplicios de la justicia como los crнmenes del delincuente, y no son menos crueles que los actos de sus pasiones los de su sentencia. їCuбl es el motivo de esta situaciуn? El desequilibrio entre nuestras viejas supersticiones y nuestro moderno sentido moral; la escasa confianza en las ideas y el mucho apego a la rutina. En realidad, preferimos no detenernos a reflexionar sobre las cosas, y mбs si ello perturba nuestra tranquilidad y la comodidad de nuestras costumbres, que si no son buenas, son gratas. Somos cultos, pero poco humanos.»

Estos fragmentos, dictados por la bondad y la razуn, fueron gran lenitivo para el бnimo de mi amigo. Estaba maravillado y conmovido.

ЎPor lo visto, tambiйn en provincias se escriben cosas buenas! —decнa absorto—. Me habнa dicho que no habнa mбs que un Parнs en el mundo.

—No hay mбs que un Parнs —repliquй—, donde se hagan уperas cуmicas. Pero їpor quй no ha de haber en provincias personas honorables, magistrados нntegros? Antiguamente los orбculos de la justicia y los de la moral eran igualmente ridнculos; el doctor Balonar era farsante en el foro y grotesco en el pъlpito. El buen sentido recomienda que no se hable en pъblico mбs que cuando se tiene algo ъtil y nuevo que decir. Pero їy si no tenemos nada que decir? preguntan los charlatanes. Entonces, guardad silencio, aconseja la razуn. La garrulerнa palabrera es como las hogueras de la noche de San Juan, superfluas porque no hace frнo.

Lea Francia libros buenos. En realidad, leemos muy poco, y la mayor parte de los que se quieren instruir leen muy mal. Hay mucha gente entre la cual no faltan personas honradas y aun muchas que se tienen por sensatas que preguntan severamente para quй sirven los libros. Habrнa que decirles que con libros se gobierna. No otra cosa que libros son las ordenanzas civiles, los cуdigos y el Evangelio. La lectura fortalece el alma cuanto la conversaciуn la dispersa y el juego la enerva.

—Yo tengo muy poco dinero —me respondiу el hombre de los cuarenta escudos—, pero cuando lo consiga comprarй muchos libros en casa de Marc Michel Rey, de Amsterdam.