III.- El perro y el caballo.

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En breve experimentу Zadig que, como dice el libro de Zenda−Vesta, si el primer mes de matrimonio es la luna de miel, el segundo es la de acнbar. Viуse muy presto precisado a repudiar a Azora, que se habнa tornado inaguantable, y procurу ser feliz estudiando la naturaleza. No hay ser mas venturoso, decнa, que el filуsofo que estudia el gran libro abierto por Dios a los ojos de los hombres. Las verdades que descubre son propiedad suya: sustenta y enaltece su бnimo, y vive con sosiego, sin temor de los demбs, y sin que venga su tierna esposa a cortarle las narices.

Empapado en estas ideas, se retirу a una quinta a orillas del Eъfrates, donde no se ocupaba en calcular cuantas pulgadas de agua pasan cada segundo bajo los arcos de un puente, ni si el mes del ratуn llueve una lнnea cъbica de agua mas que el del carnero; ni ideaba hacer seda con telaraсas, o porcelana con botellas quebradas; estudiaba, sн, las propiedades de los animales y las plantas, y en poco tiempo granjeу una sagacidad que le hacia tocar millares de diferencias donde los otros solo uniformidad veнan.

Paseбndose un dнa junto a un bosquecillo, vio venir corriendo un eunuco de la reina, acompaсado de varios empleados de palacio: todos parecнan llenos de zozobra, y corrнan a todas partes como locos que andan buscando lo mбs precioso que han perdido. Mancebo, le dijo el principal eunuco, їvisteis al perro de la reina? Respondiуle Zadig con modestia: Es perra que no perro. Tenйis razуn, replicу el primer eunuco. Es una perra fina muy chiquita, continuу Zadig, que ha parido poco ha, coja del piй izquierdo delantero, y que tiene las orejas muy largas. їCon que la habйis visto? dijo el primer eunuco fuera de sн. No por cierto, respondiу Zadig; ni la he visto, ni sabia que la reina tuviese perra ninguna.

Aconteciу que por un capricho del acaso se hubiese escapado al mismo tiempo de manos de un palafrenero del rey el mejor caballo de las caballerizas reales, y andaba corriendo por la vega de Babilonia. Iban tras de йl el caballerizo mayor y todos sus subalternos con no menos premura que el primer eunuco tras de la perra, Dirigiуse el caballerizo a Zadig, preguntбndole si habнa visto el caballo del rey. Ese es un caballo, dijo Zadig, que tiene el mejor galope, dos varas de alto, la pezuсa muy pequeсa, la cola de vara y cuarta de largo; el bocado del freno es de oro de veinte y tres quilates, y las herraduras de plata de once dineros. їY por donde ha ido? їdуnde estб? preguntу el caballerizo mayor. Ni le he visto, repuso Zadig, ni he oнdo nunca hablar de йl.

Ni al caballerizo mayor ni al primer eunuco les quedу duda de que habнa robado Zadig el caballo del rey y la perra de la reina; condujeronle pues a la asamblea del gran Desterham, que le condenу a doscientos azotes y seis aсos de presidio. No bien hubieron dado la sentencia, cuando parecieron el caballo y la perra, de suerte que se vieron los jueces en la dolorosa precisiуn de anular su sentencia; condenaron empero a Zadig a una multa de cuatrocientas onzas de oro, porque habнa dicho que no habнa visto habiendo visto. Primero pagу la multa, y luego se le permitiу defender su pleito ante el consejo del gran Desterliam, donde dijo asн:

Astros de justicia, pozos de ciencia, espejos de la verdad, que con la gravedad del plomo unнs la dureza del hierro, el brillo del diamante, y no poca afinidad con el oro, siйndome permitido hablar ante esta augusta asamblea, juro por Orosmades, que nunca vi ni la respetable perra de la reina, ni el sagrado caballo del rey de reyes. El suceso ha sido como voy a contar. Andaba paseando por el bosquecillo donde luego encontrй al venerable eunuco, y al ilustrнsimo caballerizo mayor. Observй en la arena las huellas de un animal, y fбcilmente conocн que era un perro chico. Unos surcos largos y ligeros, impresos en montoncillos de arena entre las huellas de las patas, me dieron a conocer que era una perra, y que le colgaban las tetas, de donde colegн que habнa parido pocos dнas hacia. Otros vestigios en otra direcciуn, que se dejaban ver siempre al ras de la arena al lado de los pies delanteros, me demostraron que tenia las orejas largas; y como las pisadas del un piй eran menos hondas en la arena que las de los otros tres, saquй por consecuencia que era, si soy osado a decirlo, algo coja la perra de nuestra augusta reina.

En cuanto al caballo del rey de reyes, la verdad es que paseбndome por las veredas de dicho bosque, notй las seсales de las herraduras de un caballo, que estaban todas a igual distancia. Este caballo, dije, tiene el galope perfecto. En una senda angosta que no tiene mбs de dos varas y media de ancho, estaba a izquierda y a derecha barrido el polvo en algunos parajes. El caballo, conjeturй yo, tiene una cola de vara y cuarta, que con sus movimientos a derecha y a izquierda ha barrido este polvo. Debajo de los бrboles que formaban una enramada de dos varas de alto, estaban reciйn caнdas las hojas de las ramas, y conocн que las habнa dejado caer el caballo, que por tanto tenнa dos varas. Su freno ha de ser de oro de veinte y tres quilates, porque habiendo estregado la cabeza del bocado contra una piedra que he visto que era de toque, hice la prueba. Por fin, las marcas que han dejado las herraduras en piedras de otra especie me han probado que eran de plata de once dineros.

Quedбronse pasmados todos los jueces con el profundo y sagaz tino de Zadig, y llegу la noticia al rey y la reina. En antesalas, salas, y gabinetes no se hablaba mбs que de Zadig, y el rey mandу que se le restituyese la multa de cuatrocientas onzas de oro a que habнa sido sentenciado, puesto que no pocos magos eran de dictamen de quemarle como hechicero. Fuйron con mucho aparato a su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, a llevarle sus cuatrocientas onzas, sin guardar por las costas mбs que trescientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidieron una gratificaciуn.

Viendo Zadig que era cosa muy peligrosa el saber en demasнa, hizo propуsito firme de no decir en otra ocasiуn lo que hubiese visto, y la ocasiуn no tardу en presentarse. Un reo de estado se escapу, y pasу por debajo de los balcones de Zadig. Tomбronle declaraciуn a este, no declarу nada; y habiйndole probado que se habнa asomado al balcуn, por tamaсo delito fue condenado a pagar quinientas onzas do oro, y dio las gracias a los jueces por su mucha benignidad, que asн era costumbre en Babilonia, ЎGran Dios, decнa Zadig entre sн, quй desgraciado es quien se pasea en un bosque por donde haya pasado el caballo del rey, o la perrita de la reina! ЎQuй de peligros corre quien a su balcуn se asoma! ЎQuй cosa tan difнcil es ser dichoso en esta vida!

En breve experimentу Zadig que, como dice el libro de Zenda−Vesta, si el primer mes de matrimonio es la luna de miel, el segundo es la de acнbar. Viуse muy presto precisado a repudiar a Azora, que se habнa tornado inaguantable, y procurу ser feliz estudiando la naturaleza. No hay ser mas venturoso, decнa, que el filуsofo que estudia el gran libro abierto por Dios a los ojos de los hombres. Las verdades que descubre son propiedad suya: sustenta y enaltece su бnimo, y vive con sosiego, sin temor de los demбs, y sin que venga su tierna esposa a cortarle las narices.

Empapado en estas ideas, se retirу a una quinta a orillas del Eъfrates, donde no se ocupaba en calcular cuantas pulgadas de agua pasan cada segundo bajo los arcos de un puente, ni si el mes del ratуn llueve una lнnea cъbica de agua mas que el del carnero; ni ideaba hacer seda con telaraсas, o porcelana con botellas quebradas; estudiaba, sн, las propiedades de los animales y las plantas, y en poco tiempo granjeу una sagacidad que le hacia tocar millares de diferencias donde los otros solo uniformidad veнan.

Paseбndose un dнa junto a un bosquecillo, vio venir corriendo un eunuco de la reina, acompaсado de varios empleados de palacio: todos parecнan llenos de zozobra, y corrнan a todas partes como locos que andan buscando lo mбs precioso que han perdido. Mancebo, le dijo el principal eunuco, їvisteis al perro de la reina? Respondiуle Zadig con modestia: Es perra que no perro. Tenйis razуn, replicу el primer eunuco. Es una perra fina muy chiquita, continuу Zadig, que ha parido poco ha, coja del piй izquierdo delantero, y que tiene las orejas muy largas. їCon que la habйis visto? dijo el primer eunuco fuera de sн. No por cierto, respondiу Zadig; ni la he visto, ni sabia que la reina tuviese perra ninguna.

Aconteciу que por un capricho del acaso se hubiese escapado al mismo tiempo de manos de un palafrenero del rey el mejor caballo de las caballerizas reales, y andaba corriendo por la vega de Babilonia. Iban tras de йl el caballerizo mayor y todos sus subalternos con no menos premura que el primer eunuco tras de la perra, Dirigiуse el caballerizo a Zadig, preguntбndole si habнa visto el caballo del rey. Ese es un caballo, dijo Zadig, que tiene el mejor galope, dos varas de alto, la pezuсa muy pequeсa, la cola de vara y cuarta de largo; el bocado del freno es de oro de veinte y tres quilates, y las herraduras de plata de once dineros. їY por donde ha ido? їdуnde estб? preguntу el caballerizo mayor. Ni le he visto, repuso Zadig, ni he oнdo nunca hablar de йl.

Ni al caballerizo mayor ni al primer eunuco les quedу duda de que habнa robado Zadig el caballo del rey y la perra de la reina; condujeronle pues a la asamblea del gran Desterham, que le condenу a doscientos azotes y seis aсos de presidio. No bien hubieron dado la sentencia, cuando parecieron el caballo y la perra, de suerte que se vieron los jueces en la dolorosa precisiуn de anular su sentencia; condenaron empero a Zadig a una multa de cuatrocientas onzas de oro, porque habнa dicho que no habнa visto habiendo visto. Primero pagу la multa, y luego se le permitiу defender su pleito ante el consejo del gran Desterliam, donde dijo asн:

Astros de justicia, pozos de ciencia, espejos de la verdad, que con la gravedad del plomo unнs la dureza del hierro, el brillo del diamante, y no poca afinidad con el oro, siйndome permitido hablar ante esta augusta asamblea, juro por Orosmades, que nunca vi ni la respetable perra de la reina, ni el sagrado caballo del rey de reyes. El suceso ha sido como voy a contar. Andaba paseando por el bosquecillo donde luego encontrй al venerable eunuco, y al ilustrнsimo caballerizo mayor. Observй en la arena las huellas de un animal, y fбcilmente conocн que era un perro chico. Unos surcos largos y ligeros, impresos en montoncillos de arena entre las huellas de las patas, me dieron a conocer que era una perra, y que le colgaban las tetas, de donde colegн que habнa parido pocos dнas hacia. Otros vestigios en otra direcciуn, que se dejaban ver siempre al ras de la arena al lado de los pies delanteros, me demostraron que tenia las orejas largas; y como las pisadas del un piй eran menos hondas en la arena que las de los otros tres, saquй por consecuencia que era, si soy osado a decirlo, algo coja la perra de nuestra augusta reina.

En cuanto al caballo del rey de reyes, la verdad es que paseбndome por las veredas de dicho bosque, notй las seсales de las herraduras de un caballo, que estaban todas a igual distancia. Este caballo, dije, tiene el galope perfecto. En una senda angosta que no tiene mбs de dos varas y media de ancho, estaba a izquierda y a derecha barrido el polvo en algunos parajes. El caballo, conjeturй yo, tiene una cola de vara y cuarta, que con sus movimientos a derecha y a izquierda ha barrido este polvo. Debajo de los бrboles que formaban una enramada de dos varas de alto, estaban reciйn caнdas las hojas de las ramas, y conocн que las habнa dejado caer el caballo, que por tanto tenнa dos varas. Su freno ha de ser de oro de veinte y tres quilates, porque habiendo estregado la cabeza del bocado contra una piedra que he visto que era de toque, hice la prueba. Por fin, las marcas que han dejado las herraduras en piedras de otra especie me han probado que eran de plata de once dineros.

Quedбronse pasmados todos los jueces con el profundo y sagaz tino de Zadig, y llegу la noticia al rey y la reina. En antesalas, salas, y gabinetes no se hablaba mбs que de Zadig, y el rey mandу que se le restituyese la multa de cuatrocientas onzas de oro a que habнa sido sentenciado, puesto que no pocos magos eran de dictamen de quemarle como hechicero. Fuйron con mucho aparato a su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, a llevarle sus cuatrocientas onzas, sin guardar por las costas mбs que trescientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidieron una gratificaciуn.

Viendo Zadig que era cosa muy peligrosa el saber en demasнa, hizo propуsito firme de no decir en otra ocasiуn lo que hubiese visto, y la ocasiуn no tardу en presentarse. Un reo de estado se escapу, y pasу por debajo de los balcones de Zadig. Tomбronle declaraciуn a este, no declarу nada; y habiйndole probado que se habнa asomado al balcуn, por tamaсo delito fue condenado a pagar quinientas onzas do oro, y dio las gracias a los jueces por su mucha benignidad, que asн era costumbre en Babilonia, ЎGran Dios, decнa Zadig entre sн, quй desgraciado es quien se pasea en un bosque por donde haya pasado el caballo del rey, o la perrita de la reina! ЎQuй de peligros corre quien a su balcуn se asoma! ЎQuй cosa tan difнcil es ser dichoso en esta vida!