XI.- Del gбlico y las bubas
К оглавлению1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 1617 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33
34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50
51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67
68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84
85 86 87 88 89
Vivнa el hombre de los cuarenta escudos en un pueblo pequeсo, donde desde hacнa ciento cincuenta aсos no habнan entrado militares, por lo que las costumbres eran tan puras como el aire que respiraba. Nadie sabнa que se podнa envenenar el amor en sus fuentes mismas, corromperse en su germen las generaciones, negбndose a sн propia la naturaleza, el afecto convertirse en odio y en suplicio el deleite. Pero entraron unas tropas en el pueblo y todo variу.
Dos tenientes, el capellбn del regimiento, un cabo y un recluta, que acababa de salir del seminario conciliar, bastaron para envenenar ese pueblo y otros doce en menos de tres meses. Dos primas del hombre de los cuarenta escudos se llenaron de costras de pies a cabeza; se les cayeron sus luengos y rubios cabellos; se les enronqueciу la voz; hinchбronse sus ojos y apenas podнan mover brazos y piernas, atenazados por el dolor; los huesos comenzaban a ser roнdos por una secreta carcoma, como los del бrabe Job, aunque nunca adoleciу Job de semejante achaque.
El cirujano mayor del regimiento, hombre de consumada experiencia, se vio obligado a pedir a la Corte que enviaran muchos mйdicos para curar a todas las mujeres del paнs, y como el ministro de la Guerra era protector declarado del bello sexo, le enviу una leva de practicantes, que con una mano echaban a perder lo que con la otra curaban.
Estaba entonces el hombre de los cuarenta escudos leyendo la historia filosуfica de Cбndido, del doctor Ralph, traducida del alemбn, en la cual se prueba que todo ocurre para bien de todos y que el mundo en que vivimos es el mejor de los mundos posibles. Asн pues, las bubas, la peste, la estrangurria, los lamparones y la Santa Inquisiciуn son encantos del universo creado ъnicamente para el hombre, rey de los animales a imagen y semejanza de Dios.
En la verнdica historia de Cбndido, leyу que debido a la enfermedad el doctor Pangloss habнa perdido un ojo y una oreja.
—ЎAh! ЎPobres primas mнas! —clamaba el hombre de los cuarenta escudos—. Se van a quedar tuertas y desorejadas.
—No, seсor —le dijo el mayor consolбndole—. Los alemanes son otra cosa. Nosotros sabemos curar y curaremos a esas muchachas pronto, sin grandes molestias y para siempre.
Efectivamente, sus dos lindas primas no sintieron mбs molestias que la cabeza hinchada como una tinaja durante seis semanas, escupir la mitad de los dientes y muelas con un palmo de lengua fuera, y morirse tнsicas al cabo de seis meses. Mientras se trataba de curar a las muchachas, tuvieron el cirujano y el primo la conversaciуn siguiente:
El hombre de los cuarenta escudos:
—їEs posible, seсor, que la naturaleza rodee de tales tormentos un placer tan necesario, de tantos duelos tan suaves glorias, y que sea cosa mбs peligrosa hacer un chiquillo que matar a un hombre? їEs cierto, a lo menos, para nuestro consuelo, que disminuye algo esta plaga en la tierra y cada dнa es menos peligrosa?
El cirujano mayor:
—Todo lo contrario. Cada dнa cunde mбs en toda la Europa cristiana y ya se extiende hasta Siberia. Mбs de 50 personas he conocido que de ella han muerto, entre otras un bizarro general y un sagaz hombre de Estado. Las personas dйbiles no resisten la enfermedad ni el remedio. Las bubas y las viruelas se han conjurado, todavнa mбs que los frailes, para acabar con el gйnero humano.
El hombre de los cuarenta escudos:
—He aquн otro motivo para acabar con los frailes o para que, volviendo a su condiciуn de hombres, reparen en algo el daсo que causan esas dos enfermedades. Le ruego que me diga si tienen bubas los animales.
El cirujano:
—Ni bubas, ni viruelas, ni frailes.
El hombre de los cuarenta escudos:
—Pues confesemos que son mбs felices y mбs cuerdos que nosotros en este inmejorable mundo.
El cirujano:
—Nunca lo he dudado. Adolecen de menos achaques que nosotros; su instinto es menos falible que nuestra razуn, y nunca los atormenta ni el tiempo pasado ni el venidero.
El hombre de los cuarenta escudos:
—Usted ha sido cirujano de un embajador de Francia en Turquнa. Dнgame, їhay muchas bubas en Constantinopla?
El cirujano:
—Los franceses las llevaron al arrabal de Pera, donde ellos viven. Allн conocн a un capuchino que estaba roнdo de bubas como Pangloss; pero no han invadido el interior de la ciudad. Casi nunca duermen los franceses en ella, y apenas hay rameras en esta inmensa capital. Todos los turcos ricos tienen mujeres esclavas de la Circasia, guardadas y vigiladas siempre, y cuya hermosura no puede ser peligrosa. A las bubas las llaman los turcos el mal cristiano, y eso contribuye no poco a aumentar el desprecio profundo que sienten por nuestra teologнa. Para desquitarse disfrutan de la peste, enfermedad de Egipto, de la cual no hacen caso, y que no se toman el trabajo de precaver.
El hombre de los cuarenta escudos:
—їY en quй tiempo cree usted que empezу esta plaga en Europa?
El cirujano:
—A la vuelta del primer viaje de Cristуbal Colуn a pueblos inocentes que ni la avaricia ni la guerra conocнan, el aсo de 1494. Desde tiempo inmemorial padecнan este achaque aquellas buenas gentes, asн como existнa la lepra en la Arabia y la Judea, y la peste en Egipto. El primer fruto que sacaron los espaсoles de la conquista del Nuevo Mundo fueron las bubas, que se esparcieron con mucha mбs prontitud que la plata de Mйjico, la cual no circulу en Europa hasta mucho tiempo despuйs. En todos los paнses existнan entonces magnнficos establecimientos, llamados mancebнas, autorizados por los soberanos para preservar el honor de las damas. Los espaсoles envenenaron estas casas privilegiadas, de donde extraнan los prнncipes y los obispos las mozas que necesitaban. En Constanza habнa 718 para abasto del clero que con tanta devociуn mandу quemar a Juan Hus y a Jerуnimo de Praga, y ya se supondrб con cuбnta rapidez cundiу la enfermedad en todo el paнs. El primer magnate muerto por ella fue el ilustrнsimo y reverendнsimo obispo virrey de Hungrнa, en 1499, a quien no pudo curar Bartolomй Montanagua, cйlebre mйdico de Padua. Gualtieri afirma que Bertoldo de Henneberg, arzobispo de Maguncia, acometido de las bubas, entregу su alma a Dios en 1504. Sabido es que nuestro rey Francisco I muriу de ellas; Enrique III se contagiу en Venecia, pero Jacobo Clemente, fraile dominico, anticipу el efecto del mal.
Siempre celoso del bien pъblico el Parlamento de Parнs dictу severas medidas contra las bubas, prohibiendo, en 1497 a todos los bubosos vivir en Parнs so pena de horca; mas como no era fбcil probar el delito, la disposiciуn no fue mбs eficaz que la que posteriormente tomу contra el emйtico; y contra la voluntad del Parlamento de Parнs fue aumentando sin cesar el nъmero de reos. Verdad es que, si en vez de mandarlos ahorcar los hubieran exorcizado ninguno andarнa hoy por el mundo, pero quiso la mala ventura que no pensaran en ello.
El hombre de los cuarenta escudos:
—їEs cierto lo que en Cбndido he leнdo que cuando marchan en orden de batalla dos ejйrcitos de treinta mil hombres cada uno, puede apostarse que hay veinte mil bubosos de cada parte?
El cirujano:
—Certнsimo; y lo mismo sucede con los cursantes de teologнa de la Sorbona. їQuй quiere usted que hagan unos estudiantes mozos, en quien la naturaleza se explica con mбs vigor y voz mбs alta que la teologнa? Puedo jurar a usted que en proporciуn, mбs clйrigos jуvenes curamos mis colegas y yo que militares.
El hombre de los cuarenta escudos:
—їNo habrб medio para extirpar ese morbo contagioso que destroza a Europa? Ahora que el veneno de las viruelas se atenъa їno podrнa contrarrestarse el otro veneno?
El cirujano:
—Un solo remedio habrнa, y es que se alнen, para ello, todos los prнncipes de Europa, como hicieron en tiempo de Godofredo de Bouillon. Cierto que una cruzada contra las bubas serнa mбs razonable que las que antiguamente se hicieron contra Melecsala, Saladino y los albigenses, y que tan funestas fueron. Mбs valiera concertarse para exterminar al enemigo del linaje humano que no hacerlo para asolar paнses y cubrir los campos de cadбveres. Hablo aquн contra mis intereses, porque la guerra y las bubas aumentan mis ingresos; pero antes de ser cirujano mayor soy hombre.
De este modo fue aprendiendo el de los cuarenta escudos a discurrir, y a sentir. No sуlo heredу a sus dos primas, que murieron en espacio de seis meses, sino tambiйn a un pariente lejano que fue abastecedor de los hospitales militares y se hizo rico a costa del hambre de los soldados heridos. Era soltero, tenнa un harйn, nunca hizo caso de su familia, viviу siempre en plena crбpula y muriу de un hartazgo. Como se ve, era un ciudadano ъtil a su patria...
Viose obligado nuestro nuevo filуsofo a ir a Parнs a recoger la herencia de su pariente, que le disputaban los asentistas de rentas reales; pero tuvo la dicha de ganar el pleito, y la generosidad de dar a los pobres del lugar, que no tenнan su renta de cuarenta escudos, parte de los dineros del ricacho. Despuйs quiso satisfacer el deseo, que siempre habнa tenido, de poseer una biblioteca.
Por las maсanas leнa y por las tardes consultaba a los doctos para saber en quй lengua habнa hablado la serpiente a nuestra madre Eva; si reside el alma en el cuerpo calloso o en la glбndula pineal; si San Pedro habнa estado veinticinco aсos en Roma y por quй tienen los negros las narices aplastadas. No querнa mezclarse en polнtica ni escribir folletos contra las comedias nuevas. Llamбbanle el seсor Andrй, que era su nombre de pila; cuantos le conocнan elogiaban su modestia y sus buenas prendas naturales y adventicias. El seсor Andrй se mandу construir una casa en su antiguo predio de cinco fanegas; su hijo tendrб, muy en breve, edad para ir al colegio; pero su padre no quiere que vaya al de Mazarino, porque sabe que allн estб el profesor Cogй, que escribe libelos, y un profesor no debe escribir libelos.
En cuanto a la seсora Andrй dio a luz una muchacha muy linda, a la que andando el tiempo casarбn sus padres con un covachuelista de Hacienda, con tal que йste no adolezca del mal que quiere extirpar el cirujano mayor en toda Europa.
Vivнa el hombre de los cuarenta escudos en un pueblo pequeсo, donde desde hacнa ciento cincuenta aсos no habнan entrado militares, por lo que las costumbres eran tan puras como el aire que respiraba. Nadie sabнa que se podнa envenenar el amor en sus fuentes mismas, corromperse en su germen las generaciones, negбndose a sн propia la naturaleza, el afecto convertirse en odio y en suplicio el deleite. Pero entraron unas tropas en el pueblo y todo variу.
Dos tenientes, el capellбn del regimiento, un cabo y un recluta, que acababa de salir del seminario conciliar, bastaron para envenenar ese pueblo y otros doce en menos de tres meses. Dos primas del hombre de los cuarenta escudos se llenaron de costras de pies a cabeza; se les cayeron sus luengos y rubios cabellos; se les enronqueciу la voz; hinchбronse sus ojos y apenas podнan mover brazos y piernas, atenazados por el dolor; los huesos comenzaban a ser roнdos por una secreta carcoma, como los del бrabe Job, aunque nunca adoleciу Job de semejante achaque.
El cirujano mayor del regimiento, hombre de consumada experiencia, se vio obligado a pedir a la Corte que enviaran muchos mйdicos para curar a todas las mujeres del paнs, y como el ministro de la Guerra era protector declarado del bello sexo, le enviу una leva de practicantes, que con una mano echaban a perder lo que con la otra curaban.
Estaba entonces el hombre de los cuarenta escudos leyendo la historia filosуfica de Cбndido, del doctor Ralph, traducida del alemбn, en la cual se prueba que todo ocurre para bien de todos y que el mundo en que vivimos es el mejor de los mundos posibles. Asн pues, las bubas, la peste, la estrangurria, los lamparones y la Santa Inquisiciуn son encantos del universo creado ъnicamente para el hombre, rey de los animales a imagen y semejanza de Dios.
En la verнdica historia de Cбndido, leyу que debido a la enfermedad el doctor Pangloss habнa perdido un ojo y una oreja.
—ЎAh! ЎPobres primas mнas! —clamaba el hombre de los cuarenta escudos—. Se van a quedar tuertas y desorejadas.
—No, seсor —le dijo el mayor consolбndole—. Los alemanes son otra cosa. Nosotros sabemos curar y curaremos a esas muchachas pronto, sin grandes molestias y para siempre.
Efectivamente, sus dos lindas primas no sintieron mбs molestias que la cabeza hinchada como una tinaja durante seis semanas, escupir la mitad de los dientes y muelas con un palmo de lengua fuera, y morirse tнsicas al cabo de seis meses. Mientras se trataba de curar a las muchachas, tuvieron el cirujano y el primo la conversaciуn siguiente:
El hombre de los cuarenta escudos:
—їEs posible, seсor, que la naturaleza rodee de tales tormentos un placer tan necesario, de tantos duelos tan suaves glorias, y que sea cosa mбs peligrosa hacer un chiquillo que matar a un hombre? їEs cierto, a lo menos, para nuestro consuelo, que disminuye algo esta plaga en la tierra y cada dнa es menos peligrosa?
El cirujano mayor:
—Todo lo contrario. Cada dнa cunde mбs en toda la Europa cristiana y ya se extiende hasta Siberia. Mбs de 50 personas he conocido que de ella han muerto, entre otras un bizarro general y un sagaz hombre de Estado. Las personas dйbiles no resisten la enfermedad ni el remedio. Las bubas y las viruelas se han conjurado, todavнa mбs que los frailes, para acabar con el gйnero humano.
El hombre de los cuarenta escudos:
—He aquн otro motivo para acabar con los frailes o para que, volviendo a su condiciуn de hombres, reparen en algo el daсo que causan esas dos enfermedades. Le ruego que me diga si tienen bubas los animales.
El cirujano:
—Ni bubas, ni viruelas, ni frailes.
El hombre de los cuarenta escudos:
—Pues confesemos que son mбs felices y mбs cuerdos que nosotros en este inmejorable mundo.
El cirujano:
—Nunca lo he dudado. Adolecen de menos achaques que nosotros; su instinto es menos falible que nuestra razуn, y nunca los atormenta ni el tiempo pasado ni el venidero.
El hombre de los cuarenta escudos:
—Usted ha sido cirujano de un embajador de Francia en Turquнa. Dнgame, їhay muchas bubas en Constantinopla?
El cirujano:
—Los franceses las llevaron al arrabal de Pera, donde ellos viven. Allн conocн a un capuchino que estaba roнdo de bubas como Pangloss; pero no han invadido el interior de la ciudad. Casi nunca duermen los franceses en ella, y apenas hay rameras en esta inmensa capital. Todos los turcos ricos tienen mujeres esclavas de la Circasia, guardadas y vigiladas siempre, y cuya hermosura no puede ser peligrosa. A las bubas las llaman los turcos el mal cristiano, y eso contribuye no poco a aumentar el desprecio profundo que sienten por nuestra teologнa. Para desquitarse disfrutan de la peste, enfermedad de Egipto, de la cual no hacen caso, y que no se toman el trabajo de precaver.
El hombre de los cuarenta escudos:
—їY en quй tiempo cree usted que empezу esta plaga en Europa?
El cirujano:
—A la vuelta del primer viaje de Cristуbal Colуn a pueblos inocentes que ni la avaricia ni la guerra conocнan, el aсo de 1494. Desde tiempo inmemorial padecнan este achaque aquellas buenas gentes, asн como existнa la lepra en la Arabia y la Judea, y la peste en Egipto. El primer fruto que sacaron los espaсoles de la conquista del Nuevo Mundo fueron las bubas, que se esparcieron con mucha mбs prontitud que la plata de Mйjico, la cual no circulу en Europa hasta mucho tiempo despuйs. En todos los paнses existнan entonces magnнficos establecimientos, llamados mancebнas, autorizados por los soberanos para preservar el honor de las damas. Los espaсoles envenenaron estas casas privilegiadas, de donde extraнan los prнncipes y los obispos las mozas que necesitaban. En Constanza habнa 718 para abasto del clero que con tanta devociуn mandу quemar a Juan Hus y a Jerуnimo de Praga, y ya se supondrб con cuбnta rapidez cundiу la enfermedad en todo el paнs. El primer magnate muerto por ella fue el ilustrнsimo y reverendнsimo obispo virrey de Hungrнa, en 1499, a quien no pudo curar Bartolomй Montanagua, cйlebre mйdico de Padua. Gualtieri afirma que Bertoldo de Henneberg, arzobispo de Maguncia, acometido de las bubas, entregу su alma a Dios en 1504. Sabido es que nuestro rey Francisco I muriу de ellas; Enrique III se contagiу en Venecia, pero Jacobo Clemente, fraile dominico, anticipу el efecto del mal.
Siempre celoso del bien pъblico el Parlamento de Parнs dictу severas medidas contra las bubas, prohibiendo, en 1497 a todos los bubosos vivir en Parнs so pena de horca; mas como no era fбcil probar el delito, la disposiciуn no fue mбs eficaz que la que posteriormente tomу contra el emйtico; y contra la voluntad del Parlamento de Parнs fue aumentando sin cesar el nъmero de reos. Verdad es que, si en vez de mandarlos ahorcar los hubieran exorcizado ninguno andarнa hoy por el mundo, pero quiso la mala ventura que no pensaran en ello.
El hombre de los cuarenta escudos:
—їEs cierto lo que en Cбndido he leнdo que cuando marchan en orden de batalla dos ejйrcitos de treinta mil hombres cada uno, puede apostarse que hay veinte mil bubosos de cada parte?
El cirujano:
—Certнsimo; y lo mismo sucede con los cursantes de teologнa de la Sorbona. їQuй quiere usted que hagan unos estudiantes mozos, en quien la naturaleza se explica con mбs vigor y voz mбs alta que la teologнa? Puedo jurar a usted que en proporciуn, mбs clйrigos jуvenes curamos mis colegas y yo que militares.
El hombre de los cuarenta escudos:
—їNo habrб medio para extirpar ese morbo contagioso que destroza a Europa? Ahora que el veneno de las viruelas se atenъa їno podrнa contrarrestarse el otro veneno?
El cirujano:
—Un solo remedio habrнa, y es que se alнen, para ello, todos los prнncipes de Europa, como hicieron en tiempo de Godofredo de Bouillon. Cierto que una cruzada contra las bubas serнa mбs razonable que las que antiguamente se hicieron contra Melecsala, Saladino y los albigenses, y que tan funestas fueron. Mбs valiera concertarse para exterminar al enemigo del linaje humano que no hacerlo para asolar paнses y cubrir los campos de cadбveres. Hablo aquн contra mis intereses, porque la guerra y las bubas aumentan mis ingresos; pero antes de ser cirujano mayor soy hombre.
De este modo fue aprendiendo el de los cuarenta escudos a discurrir, y a sentir. No sуlo heredу a sus dos primas, que murieron en espacio de seis meses, sino tambiйn a un pariente lejano que fue abastecedor de los hospitales militares y se hizo rico a costa del hambre de los soldados heridos. Era soltero, tenнa un harйn, nunca hizo caso de su familia, viviу siempre en plena crбpula y muriу de un hartazgo. Como se ve, era un ciudadano ъtil a su patria...
Viose obligado nuestro nuevo filуsofo a ir a Parнs a recoger la herencia de su pariente, que le disputaban los asentistas de rentas reales; pero tuvo la dicha de ganar el pleito, y la generosidad de dar a los pobres del lugar, que no tenнan su renta de cuarenta escudos, parte de los dineros del ricacho. Despuйs quiso satisfacer el deseo, que siempre habнa tenido, de poseer una biblioteca.
Por las maсanas leнa y por las tardes consultaba a los doctos para saber en quй lengua habнa hablado la serpiente a nuestra madre Eva; si reside el alma en el cuerpo calloso o en la glбndula pineal; si San Pedro habнa estado veinticinco aсos en Roma y por quй tienen los negros las narices aplastadas. No querнa mezclarse en polнtica ni escribir folletos contra las comedias nuevas. Llamбbanle el seсor Andrй, que era su nombre de pila; cuantos le conocнan elogiaban su modestia y sus buenas prendas naturales y adventicias. El seсor Andrй se mandу construir una casa en su antiguo predio de cinco fanegas; su hijo tendrб, muy en breve, edad para ir al colegio; pero su padre no quiere que vaya al de Mazarino, porque sabe que allн estб el profesor Cogй, que escribe libelos, y un profesor no debe escribir libelos.
En cuanto a la seсora Andrй dio a luz una muchacha muy linda, a la que andando el tiempo casarбn sus padres con un covachuelista de Hacienda, con tal que йste no adolezca del mal que quiere extirpar el cirujano mayor en toda Europa.