IV.- El envidioso.
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Apelу Zadig a la amistad y a la filosofнa para consolarse de los males que le habнa hecho la fortuna. En un arrabal de Babilonia tenia una casa alhajada con mucho gusto, y allн reunнa las artes y las recreaciones dignas de un hombre fino. Por la maсana estaba su biblioteca abierta para todos los sabios, y por la tarde su mesa a personas de buena educaciуn. Pero muy presto echу de ver que era muy peligroso tratar con sabios. Suscitуse una fuerte disputa acerca de una ley de Zoroastro, que prohнbe comer grifo. їComo estб prohibido el grifo, decнan unos, si no hay tal animal? Fuerza es que le haya, decнan otros, cuando no quiere Zoroastro que le comamos. Zadig, por ponerlos conformes, les dijo: Pues no comamos grifo, si grifos hay; y si no los hay, menos los comeremos, y asн obedeceremos a Zoroastro.
Habнa un sabio escritor que habнa compuesto una obra en trece tomos en folio acerca de las propiedades de los grifos, gran teurgista, que a toda prisa se fue a presentar ante el archimago Drastanйs, el mбs necio, y a consecuencia el mбs fanбtico de los Caldeos de aquellos remotos tiempos. En honra y gloria del Sol, habrнa este mandado empalar a Zadig, y rezado luego el breviario de Zoroastro con mas devota compunciуn. Su amigo Cador (que un amigo vale mas que un ciento de clйrigos) fue a ver al viejo Drastanйs, y le dijo asн: Gloria al Sol y a los grifos; nadie toque al pelo a Zadig, que es un santo, y mantiene grifos en su corral, sin comйrselos: su acusador sн, que es hereje. їPues no ha sustentado que no son ni solнpedos ni inmundos los conejos? Bien, bien, dijo Drastanйs, meneando la temblona cabeza: a Zadig se le ha de empalar, porque tiene ideas errуneas sobre los glifos; y al otro, porque ha hablado sin miramiento de los conejos. Apaciguуlo Cador todo por medio de una moza de retrete de palacio, a quien habнa hecho un chiquillo, la cual tenia mucho influjo con el colegio de los magos, y no empalaron a nadie; cosa que la murmuraron muchos doctores, y por ello pronosticaron la prуxima decadencia de Babilonia. Decнa Zadig: їEn quй se cifra la felicidad? Todo me persigue en la tierra, hasta los seres imaginarios; y maldiciendo de los sabios, resolviу ceсirse a vivir con la gente fina.
Reunнanse en su casa los sujetos de mas fino trato de Babilonia, y las mas amables damas; servнanse exquisitas cenas, precedidas las mas veces de academias, y que animaban conversaciones amables, en que nadie aspiraba a echarlo de agudo, que es medio certнsimo de ser un majadero, y deslustrar la mas brillante tertulia. Los platos y los amigos no eran los que escogнa la vanagloria, que en todo preferнa a la apariencia la realidad, y asн se granjeaba una estimaciуn sуlida, por eso mismo que menos a ella aspiraba.
Vivнa en frente de su casa un tal Arimazo, sujeto que llevaba la perversidad de su бnimo en la fisonomнa grabada: corroнale la envidia, y reventaba de vanidad, desando aparte que era un presumido de saber fastidioso. Como las personas finas se burlaban de йl, йl se vengaba hablando mal de ellas. Con dificultad reunнa en su casa aduladores, puesto que era rico. Importunбbale el ruido de los coches que entraban de noche en casa de Zadig, pero mas le enfadaba el de las alabanzas que de йl oнa. Iba algunas veces a su casa, y se sentaba a la mesa sin que le convidaran, corrompiendo el jъbilo de la compaснa entera, como dicen que inficionan las arpнas los manjares que tocan. Sucediуle un dнa que quiso dar un banquete a una dama, que, en vez de admitirle, se fue a cenar con Zadig; y otra vez, estando ambos hablando en palacio, se llegу un ministro que convidу a Zadig a cenar, y no le dijo nada a Arimazo. En tan flacos cimientos estriban a veces las mбs crueles enemigas. Este hombre, que apellidaba Babilonia el envidioso, quiso dar al traste con Zadig, porque le llamaban el dichoso. Cien veces al dнa, dice Zoroastro, se halla ocasiуn para hacer daсo, y para hacer bien apenas una vez al aсo.
Fuйse el envidioso a casa de Zadig, el cual se estaba paseando por sus jardines con dos amigos, y una seсora a quien decнa algunas flores, sin otro бnimo que decirlas. Tratбbase de una guerra que acababa de concluir con felicidad el rey contra el prнncipe de Hircania, feudatario suyo. Zadig que en esta corta guerra habнa dado repetidas pruebas de valor, hacia muchos elogios del rey, y mбs todavнa de la dama. Cogiу su libro de memoria, y escribiу en йl cuatro versos de repente, que dio a leer a su hermosa huйsped; pero aunque sus amigos le suplicaron que se los leyese, por modestia, o acaso por un amor propio muy discreto, no quiso hacerlo: que bien sabia que los versos de repente hechos solo son buenos para aquella para quien se hacen. Rasgу pues en dos la hoja del librillo de memoria en que los habнa escrito, y tirу los dos pedazos a una enramada de rosales, donde fue en balde buscarlos. Empezу en breve a lloviznar, y se volvieron todos a los salones; pero el envidioso que se habнa quedado en el jardнn, tanto registrу que dio con una mitad de la hoja, la cual de tal manera estaba rasgada, que la mitad de cada verso que llenaba un renglуn formaba sentido, y aun un verso corto; y lo mas extraсo es que, por un acaso todavнa mas extraordinario, el sentido que formaban los tales versos cortos era una atroz infectiva contra el rey. Leнase en ellos:
Un monstruo detestable Hoy rige la Caldea; Su trono incontrastable El poder mismo afea,
Por la vez primera de su vida se creyу feliz el envidioso, teniendo con que perder a un hombre de bien y amable. Embriagado en tan horrible jъbilo, dirigiу al mismo rey esta sбtira escrita de pluma de Zadig, el cual, con sus dos amigos y la dama, fue llevado a la cбrcel, y se le formу causa, sin que se dignaran de oнrle. Pъsose el envidioso, cuando le hubieron sentenciado, en el camino por donde habнa de pasar, y le dijo que no valнan nada sus versos. No lo echaba Zadig de poeta; sentнa empero en el alma verse condenado como reo de lesa majestad, y dejar dos amigos y una hermosa dama en la cбrcel por un delito que no habнa cometido. No lo permitieron alegar nada en su defensa, porque el libro de memoria estaba claro, y que asн era estilo en Babilonia. Caminaba pues al cadalso, atravesando inmensas filas de gentes curiosas; ninguno se atrevнa a condolerse de йl, pero sн se agolpaban para examinar quй cara ponнa, y si iba a morir con aliento. Sus parientes eran los ъnicos afligidos, porque no heredaban, habiйndose confiscado las tres cuartas partes de su caudal a beneficio del erario, y la restante al del envidioso.
Mientras que se estaba disponiendo a morir, se volу del balcуn el loro del rey, y fue a posarse en los rosales del jardнn de Zadig. Habнa derribado el viento un melocotуn de un бrbol inmediato, que habнa caнdo sobre un pedazo de un librillo de memoria escrito, y se le habнa pegado. Agarrу el loro el melocotуn con lo escrito, y se lo llevу todo a las rodillas del rey. Curioso esta leyу unas palabras que no significaban nada, y parecнan fines de verso. Como era aficionado a la poesнa, y que siempre se puede sacar algo con los prнncipes que gustan de coplas, le dio en que pensar la aventura del papagayo. Acordбndose entonces la reina de lo que habнa en el trozo del libro de memoria de Zadig, mandу que se le trajesen, y confrontando ambos trozos se vio que venia uno con otro; y los versos de Zadig, leнdos como йl los habнa escrito, eran los siguientes:
Un monstruo detestable es la sangrienta guerra; Hoy rige la Caldea en paz el rey sin sustos: Su trono incontrastable amor tiene en la tierra; El poder mismo afea quien no goza sus gustos.
Al punto mandу el rey que trajeran a Zadig a su presencia, y que sacaran de la cбrcel a sus dos amigos y la hermosa dama. Postrуse el rostro por el suelo Zadig a las plantas del rey y la reina; pidiуles rendidamente perdуn por los malos versos que habнa compuesto, y hablу con tal donaire, tino y agudeza, que los monarcas quisieron volver a verle: volviу, y gustу mбs. Le adjudicaron los bienes del envidioso que injustamente le habнa acusado: Zadig se los restituyу todos, y el ъnico afecto del corazуn de su acusador fue el gozo de no perder lo que tenia. De dнa en dнa se aumentaba el aprecio que el rey de Zadig hacia: convidбbale a todas sus recreaciones, y le consultaba en todos asuntos. Desde entonces la reina empezу a mirarle con una complacencia que podнa acarrear graves peligros a ella, a su augusto esposo, a Zadig y al reino entero, y Zadig a creer que no es cosa tan dificultosa vivir feliz.
Apelу Zadig a la amistad y a la filosofнa para consolarse de los males que le habнa hecho la fortuna. En un arrabal de Babilonia tenia una casa alhajada con mucho gusto, y allн reunнa las artes y las recreaciones dignas de un hombre fino. Por la maсana estaba su biblioteca abierta para todos los sabios, y por la tarde su mesa a personas de buena educaciуn. Pero muy presto echу de ver que era muy peligroso tratar con sabios. Suscitуse una fuerte disputa acerca de una ley de Zoroastro, que prohнbe comer grifo. їComo estб prohibido el grifo, decнan unos, si no hay tal animal? Fuerza es que le haya, decнan otros, cuando no quiere Zoroastro que le comamos. Zadig, por ponerlos conformes, les dijo: Pues no comamos grifo, si grifos hay; y si no los hay, menos los comeremos, y asн obedeceremos a Zoroastro.
Habнa un sabio escritor que habнa compuesto una obra en trece tomos en folio acerca de las propiedades de los grifos, gran teurgista, que a toda prisa se fue a presentar ante el archimago Drastanйs, el mбs necio, y a consecuencia el mбs fanбtico de los Caldeos de aquellos remotos tiempos. En honra y gloria del Sol, habrнa este mandado empalar a Zadig, y rezado luego el breviario de Zoroastro con mas devota compunciуn. Su amigo Cador (que un amigo vale mas que un ciento de clйrigos) fue a ver al viejo Drastanйs, y le dijo asн: Gloria al Sol y a los grifos; nadie toque al pelo a Zadig, que es un santo, y mantiene grifos en su corral, sin comйrselos: su acusador sн, que es hereje. їPues no ha sustentado que no son ni solнpedos ni inmundos los conejos? Bien, bien, dijo Drastanйs, meneando la temblona cabeza: a Zadig se le ha de empalar, porque tiene ideas errуneas sobre los glifos; y al otro, porque ha hablado sin miramiento de los conejos. Apaciguуlo Cador todo por medio de una moza de retrete de palacio, a quien habнa hecho un chiquillo, la cual tenia mucho influjo con el colegio de los magos, y no empalaron a nadie; cosa que la murmuraron muchos doctores, y por ello pronosticaron la prуxima decadencia de Babilonia. Decнa Zadig: їEn quй se cifra la felicidad? Todo me persigue en la tierra, hasta los seres imaginarios; y maldiciendo de los sabios, resolviу ceсirse a vivir con la gente fina.
Reunнanse en su casa los sujetos de mas fino trato de Babilonia, y las mas amables damas; servнanse exquisitas cenas, precedidas las mas veces de academias, y que animaban conversaciones amables, en que nadie aspiraba a echarlo de agudo, que es medio certнsimo de ser un majadero, y deslustrar la mas brillante tertulia. Los platos y los amigos no eran los que escogнa la vanagloria, que en todo preferнa a la apariencia la realidad, y asн se granjeaba una estimaciуn sуlida, por eso mismo que menos a ella aspiraba.
Vivнa en frente de su casa un tal Arimazo, sujeto que llevaba la perversidad de su бnimo en la fisonomнa grabada: corroнale la envidia, y reventaba de vanidad, desando aparte que era un presumido de saber fastidioso. Como las personas finas se burlaban de йl, йl se vengaba hablando mal de ellas. Con dificultad reunнa en su casa aduladores, puesto que era rico. Importunбbale el ruido de los coches que entraban de noche en casa de Zadig, pero mas le enfadaba el de las alabanzas que de йl oнa. Iba algunas veces a su casa, y se sentaba a la mesa sin que le convidaran, corrompiendo el jъbilo de la compaснa entera, como dicen que inficionan las arpнas los manjares que tocan. Sucediуle un dнa que quiso dar un banquete a una dama, que, en vez de admitirle, se fue a cenar con Zadig; y otra vez, estando ambos hablando en palacio, se llegу un ministro que convidу a Zadig a cenar, y no le dijo nada a Arimazo. En tan flacos cimientos estriban a veces las mбs crueles enemigas. Este hombre, que apellidaba Babilonia el envidioso, quiso dar al traste con Zadig, porque le llamaban el dichoso. Cien veces al dнa, dice Zoroastro, se halla ocasiуn para hacer daсo, y para hacer bien apenas una vez al aсo.
Fuйse el envidioso a casa de Zadig, el cual se estaba paseando por sus jardines con dos amigos, y una seсora a quien decнa algunas flores, sin otro бnimo que decirlas. Tratбbase de una guerra que acababa de concluir con felicidad el rey contra el prнncipe de Hircania, feudatario suyo. Zadig que en esta corta guerra habнa dado repetidas pruebas de valor, hacia muchos elogios del rey, y mбs todavнa de la dama. Cogiу su libro de memoria, y escribiу en йl cuatro versos de repente, que dio a leer a su hermosa huйsped; pero aunque sus amigos le suplicaron que se los leyese, por modestia, o acaso por un amor propio muy discreto, no quiso hacerlo: que bien sabia que los versos de repente hechos solo son buenos para aquella para quien se hacen. Rasgу pues en dos la hoja del librillo de memoria en que los habнa escrito, y tirу los dos pedazos a una enramada de rosales, donde fue en balde buscarlos. Empezу en breve a lloviznar, y se volvieron todos a los salones; pero el envidioso que se habнa quedado en el jardнn, tanto registrу que dio con una mitad de la hoja, la cual de tal manera estaba rasgada, que la mitad de cada verso que llenaba un renglуn formaba sentido, y aun un verso corto; y lo mas extraсo es que, por un acaso todavнa mas extraordinario, el sentido que formaban los tales versos cortos era una atroz infectiva contra el rey. Leнase en ellos:
Un monstruo detestable Hoy rige la Caldea; Su trono incontrastable El poder mismo afea,
Por la vez primera de su vida se creyу feliz el envidioso, teniendo con que perder a un hombre de bien y amable. Embriagado en tan horrible jъbilo, dirigiу al mismo rey esta sбtira escrita de pluma de Zadig, el cual, con sus dos amigos y la dama, fue llevado a la cбrcel, y se le formу causa, sin que se dignaran de oнrle. Pъsose el envidioso, cuando le hubieron sentenciado, en el camino por donde habнa de pasar, y le dijo que no valнan nada sus versos. No lo echaba Zadig de poeta; sentнa empero en el alma verse condenado como reo de lesa majestad, y dejar dos amigos y una hermosa dama en la cбrcel por un delito que no habнa cometido. No lo permitieron alegar nada en su defensa, porque el libro de memoria estaba claro, y que asн era estilo en Babilonia. Caminaba pues al cadalso, atravesando inmensas filas de gentes curiosas; ninguno se atrevнa a condolerse de йl, pero sн se agolpaban para examinar quй cara ponнa, y si iba a morir con aliento. Sus parientes eran los ъnicos afligidos, porque no heredaban, habiйndose confiscado las tres cuartas partes de su caudal a beneficio del erario, y la restante al del envidioso.
Mientras que se estaba disponiendo a morir, se volу del balcуn el loro del rey, y fue a posarse en los rosales del jardнn de Zadig. Habнa derribado el viento un melocotуn de un бrbol inmediato, que habнa caнdo sobre un pedazo de un librillo de memoria escrito, y se le habнa pegado. Agarrу el loro el melocotуn con lo escrito, y se lo llevу todo a las rodillas del rey. Curioso esta leyу unas palabras que no significaban nada, y parecнan fines de verso. Como era aficionado a la poesнa, y que siempre se puede sacar algo con los prнncipes que gustan de coplas, le dio en que pensar la aventura del papagayo. Acordбndose entonces la reina de lo que habнa en el trozo del libro de memoria de Zadig, mandу que se le trajesen, y confrontando ambos trozos se vio que venia uno con otro; y los versos de Zadig, leнdos como йl los habнa escrito, eran los siguientes:
Un monstruo detestable es la sangrienta guerra; Hoy rige la Caldea en paz el rey sin sustos: Su trono incontrastable amor tiene en la tierra; El poder mismo afea quien no goza sus gustos.
Al punto mandу el rey que trajeran a Zadig a su presencia, y que sacaran de la cбrcel a sus dos amigos y la hermosa dama. Postrуse el rostro por el suelo Zadig a las plantas del rey y la reina; pidiуles rendidamente perdуn por los malos versos que habнa compuesto, y hablу con tal donaire, tino y agudeza, que los monarcas quisieron volver a verle: volviу, y gustу mбs. Le adjudicaron los bienes del envidioso que injustamente le habнa acusado: Zadig se los restituyу todos, y el ъnico afecto del corazуn de su acusador fue el gozo de no perder lo que tenia. De dнa en dнa se aumentaba el aprecio que el rey de Zadig hacia: convidбbale a todas sus recreaciones, y le consultaba en todos asuntos. Desde entonces la reina empezу a mirarle con una complacencia que podнa acarrear graves peligros a ella, a su augusto esposo, a Zadig y al reino entero, y Zadig a creer que no es cosa tan dificultosa vivir feliz.