IV.- Audiencia del ministro de Hacienda
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Fuнme con mi medio escudo a presentar un memorial al seсor ministro de Hacienda, que aquel dнa daba audiencia. La antecбmara estaba llena de toda clase de gentes, y notй que habнa muchos semblantes rubicundos, barrigas obesas y rostros altivos. No me atrevнa a arrimarme a estos personajes; los veнa y no me veнan.
Un fraile encargado de cobrar los diezmos explotaba a unos ciudadanos que calificaba de vasallos suyos. Recibнa el fraile mбs dinero del que tenнan la mitad de sus feligreses juntos, y era con eso seсor de vasallos. Pretendнa que habiendo йstos, despuйs de rudas faenas, convertido en viсas unos matorrales, le eran deudores de la dйcima parte de su vino; lo cual, teniendo en cuenta el coste del trabajo, de los rodrigones, de las cubas y de las atarazanas, ascendнa a mбs de la cuarta parte del valor de la cosecha.
—Mas como son los diezmos —decнa el fraile— de derecho divino solicito, en nombre de Dios, la cuarta parte del producto del trabajo de mis vasallos.
Dijуle el ministro:
—Veo que es usted un hombre caritativo...
Un asentista general, sujeto muy versado en materia de rentas provinciales, dijo entonces:
—Excelentнsimo seсor: sus vasallos no pueden dar nada a este fraile, porque habiйndoles yo hecho pagar el aсo pasado 32 impuestos por el vino que habнan cosechado, carecen en absoluto de recursos. Les he vendido sus animales de labranza y sus aperos, y aъn asн no han podido acabarme de pagar. Me opongo, pues, a la solicitud del reverendo.
El ministro le replicу:
—Evidentemente es usted digno competidor suyo; los dos dan iguales pruebas de amor al prуjimo, y me tienen, por igual, conmovido por su proceder.
El tercero, que era seсor de vasallos, de los que en Francia llaman manos muertas, y tambiйn fraile, esperaba una sentencia del Consejo Real, por la que se le adjudicasen los bienes de un pobre parisiense, que habнa vivido un aсo y un dнa en una casa situada en los dominios del eclesiбstico. Como el parisiense falleciу en ella, el fraile, fundбndose en el derecho divino, reclamaba todos los bienes del difunto. Al ministro le pareciу que este fraile tenнa un corazуn tan piadoso y tan noble como los dos primeros.
El cuarto, que era contador de bienes de la Corona, presentу una exposiciуn de derecho, justificбndose en ella de haber arruinado a veinte familias, gentes que al heredar bienes de sus tнos o tнas, hermanos o primos, tuvieron que presentarse a pagar los correspondientes derechos. El contador les advirtiу lealmente que no habнan valorado en lo justo sus bienes, y que eran mucho mбs ricos de lo que creнan. Por tanto, les impuso una multa triple del importe del impuesto, y ademбs les condenу a costas. Despuйs de arruinarlos hizo encarcelar a varios de aquellos padres de familia que tuvieron que vender su hacienda. Asн habнa adquirido el contador sus grandes posesiones, sin que le costasen un ochavo.
Dнjole el ministro, esta vez con un tono despectivo:
—Euge, contador bone et fidelis; quia super pauca fuisti fidelis, intendentem de provincia te constituam.
Y volviйndose a uno de sus empleados, que junto a йl estaba, murmurу entre dientes:
—Hay que hacerles vomitar a todas estas sanguijuelas sagradas y profanas la sangre que han chupado. Ya es tiempo de dar algъn alivio al pueblo. Si no fuera por nuestro espнritu de justicia y nuestros desvelos, el pueblo no tendrнa con quй vivir, como no fuera en el otro mundo.
Presentбronse luego unos cuantos arbitristas: uno habнa imaginado crear un tributo sobre el ingenio. Todo el mundo, decнa, se darб prisa a pagarle, porque nadie quiere pasar plaza de tonto.
—Usted estarнa exento de pagar esa contribuciуn —le dijo el ministro.
Un digno y discreto ciudadano prometнa proporcionar al rey tres veces mбs rentas que las que recibнa, y que la naciуn pagase tres veces menos tributos. El ministro le enviу a la escuela para que aprendiese a contar.
Otro querнa probar su adhesiуn al monarca, aumentando sus ingresos por impuestos de 300.000.000 de reales a 900.000.000.
—Nos harб usted un gran favor —replicу el ministro—, pero antes tendremos que pagar las deudas del Estado.
Llegу, en fin, el agente de ese tratadista que quiere convertir al Estado en copropietario de todas nuestras tierras de derecho divino, para que entren 4.400.000.000 de reales al aсo en las arcas de S. M. Conocн en йl al hombre que me habнa metido en la cбrcel por no haber pagado mis escudos, y me echй a los pies del ministro para pedirle justicia. Su Excelencia prorrumpiу en una gran carcajada y me dijo que todo aquello fue una broma. Ordenу que se me entregasen cien escudos en resarcimiento de daсo y me eximiу de todo pago de impuestos por todo lo que me reste de vida.
—Dios se lo pague a Su Excelencia —le dije, y me despedн de йl.
Fuнme con mi medio escudo a presentar un memorial al seсor ministro de Hacienda, que aquel dнa daba audiencia. La antecбmara estaba llena de toda clase de gentes, y notй que habнa muchos semblantes rubicundos, barrigas obesas y rostros altivos. No me atrevнa a arrimarme a estos personajes; los veнa y no me veнan.
Un fraile encargado de cobrar los diezmos explotaba a unos ciudadanos que calificaba de vasallos suyos. Recibнa el fraile mбs dinero del que tenнan la mitad de sus feligreses juntos, y era con eso seсor de vasallos. Pretendнa que habiendo йstos, despuйs de rudas faenas, convertido en viсas unos matorrales, le eran deudores de la dйcima parte de su vino; lo cual, teniendo en cuenta el coste del trabajo, de los rodrigones, de las cubas y de las atarazanas, ascendнa a mбs de la cuarta parte del valor de la cosecha.
—Mas como son los diezmos —decнa el fraile— de derecho divino solicito, en nombre de Dios, la cuarta parte del producto del trabajo de mis vasallos.
Dijуle el ministro:
—Veo que es usted un hombre caritativo...
Un asentista general, sujeto muy versado en materia de rentas provinciales, dijo entonces:
—Excelentнsimo seсor: sus vasallos no pueden dar nada a este fraile, porque habiйndoles yo hecho pagar el aсo pasado 32 impuestos por el vino que habнan cosechado, carecen en absoluto de recursos. Les he vendido sus animales de labranza y sus aperos, y aъn asн no han podido acabarme de pagar. Me opongo, pues, a la solicitud del reverendo.
El ministro le replicу:
—Evidentemente es usted digno competidor suyo; los dos dan iguales pruebas de amor al prуjimo, y me tienen, por igual, conmovido por su proceder.
El tercero, que era seсor de vasallos, de los que en Francia llaman manos muertas, y tambiйn fraile, esperaba una sentencia del Consejo Real, por la que se le adjudicasen los bienes de un pobre parisiense, que habнa vivido un aсo y un dнa en una casa situada en los dominios del eclesiбstico. Como el parisiense falleciу en ella, el fraile, fundбndose en el derecho divino, reclamaba todos los bienes del difunto. Al ministro le pareciу que este fraile tenнa un corazуn tan piadoso y tan noble como los dos primeros.
El cuarto, que era contador de bienes de la Corona, presentу una exposiciуn de derecho, justificбndose en ella de haber arruinado a veinte familias, gentes que al heredar bienes de sus tнos o tнas, hermanos o primos, tuvieron que presentarse a pagar los correspondientes derechos. El contador les advirtiу lealmente que no habнan valorado en lo justo sus bienes, y que eran mucho mбs ricos de lo que creнan. Por tanto, les impuso una multa triple del importe del impuesto, y ademбs les condenу a costas. Despuйs de arruinarlos hizo encarcelar a varios de aquellos padres de familia que tuvieron que vender su hacienda. Asн habнa adquirido el contador sus grandes posesiones, sin que le costasen un ochavo.
Dнjole el ministro, esta vez con un tono despectivo:
—Euge, contador bone et fidelis; quia super pauca fuisti fidelis, intendentem de provincia te constituam.
Y volviйndose a uno de sus empleados, que junto a йl estaba, murmurу entre dientes:
—Hay que hacerles vomitar a todas estas sanguijuelas sagradas y profanas la sangre que han chupado. Ya es tiempo de dar algъn alivio al pueblo. Si no fuera por nuestro espнritu de justicia y nuestros desvelos, el pueblo no tendrнa con quй vivir, como no fuera en el otro mundo.
Presentбronse luego unos cuantos arbitristas: uno habнa imaginado crear un tributo sobre el ingenio. Todo el mundo, decнa, se darб prisa a pagarle, porque nadie quiere pasar plaza de tonto.
—Usted estarнa exento de pagar esa contribuciуn —le dijo el ministro.
Un digno y discreto ciudadano prometнa proporcionar al rey tres veces mбs rentas que las que recibнa, y que la naciуn pagase tres veces menos tributos. El ministro le enviу a la escuela para que aprendiese a contar.
Otro querнa probar su adhesiуn al monarca, aumentando sus ingresos por impuestos de 300.000.000 de reales a 900.000.000.
—Nos harб usted un gran favor —replicу el ministro—, pero antes tendremos que pagar las deudas del Estado.
Llegу, en fin, el agente de ese tratadista que quiere convertir al Estado en copropietario de todas nuestras tierras de derecho divino, para que entren 4.400.000.000 de reales al aсo en las arcas de S. M. Conocн en йl al hombre que me habнa metido en la cбrcel por no haber pagado mis escudos, y me echй a los pies del ministro para pedirle justicia. Su Excelencia prorrumpiу en una gran carcajada y me dijo que todo aquello fue una broma. Ordenу que se me entregasen cien escudos en resarcimiento de daсo y me eximiу de todo pago de impuestos por todo lo que me reste de vida.
—Dios se lo pague a Su Excelencia —le dije, y me despedн de йl.