I.- El tuerto.
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Reinando el rey Moabdar, vivнa en Babilonia un mozo llamado Zadig, de buena нndole, que con la educaciуn se habнa mejorado. Sabia enfrenar sus pasiones, aunque mozo y rico; ni gastaba afectaciуn, ni se empeсaba en que le dieran siempre la razуn, y respetaba la flaqueza humana. Pasmбbanse todos viendo que puesto que le sobraba agudeza, nunca se mofaba con chufletas de los desconciertos mal hilados, de las murmuraciones sin fundamento, de los disparatados fallos, de las burlas de juglares, que llamaban conversaciуn los Babilonios. En el libro primero de Zoroastro habнa visto que es el amor propio una pelota llena de viento, y que salen de ella borrascas asн, que la pican. No se alababa Zadig de que no hacia aprecio de las mujeres, y de que las dominaba. Era liberal, sin que le arredrase el temor de hacer bien a desagradecidos, cumpliendo con aquel gran mandamiento de Zoroastro, que dice: "Da de comer a los perros" cuando tъ comieres, aunque te muerdan "luego." Era sabio cuanto puede serlo el hombre, pues procuraba vivir en compaснa de los sabios: habнa aprendido las ciencias de los Caldeos, y estaba instruido en cuanto acerca de los principios fнsicos de la naturaleza en su tiempo se conocнa; y de metafнsica sabia todo cuanto en todos tiempos se ha sabido, que es decir muy poca cosa. Creнa firmнsimamente que un aсo tiene trescientos sesenta y cinco dнas y un cuarto, contra lo que enseсaba la moderna filosofнa de su tiempo, y que estaba el sol en el centro del mundo; y cuando los principales magos le decнan en tono de improperio, y mirбndole de reojo, que sustentaba principios sapientes haeresim, y que solo un enemigo de Dios y del estado podнa decir que giraba el sol sobre su eje, y que era el aсo de doce meses, se callaba Zadig, sin fruncir las cejas ni encogerse de hombros.
Opulento, y por tanto no faltбndole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado бnimo, creyу que podнa aspirar a ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesбbale Zadig un sincero y virtuoso cariсo, y Semira le amaba con pasiуn. Rayaba ya el venturoso dнa que a enlazarlos iba, cuando paseбndose ambos amantes fuera de las puertas de Babilonia, bajo unas palmas que daban sombra a las riberas del Eъfrates, vieron acercarse unos hombres armados con alfanjes y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tнo le habнan persuadido a que podнa hacer cuanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseнa; pero creнdo que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos celos, meros hijos de su vanidad, le hicieron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habнanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habнan herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habrнa amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ЎQuerido esposo, que me llevan de aquel a quien adoro! No la movнa el peligro en que se veнa, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendнala este con todo el denuedo del amor y la valentнa, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentу a los robadores, y se trajo a Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conociу а su libertador. ЎO Zadig! le dijo, os querнa como a mi esposo, y ahora os quiero como aquel a quien de vida y honra soy deudora. Nunca rebosу un pecho en mбs tiernos afectos que el de Semira, nunca tan linda boca pronunciу con tanta viveza de aquellas inflamadas expresiones que de la gratitud del mбs alto beneficio y de los mas tiernos raptos del cariсo mas legitimo son hijas. Era leve su herida, y sanу en breve. Zadig estaba herido de mбs peligro, porque una flecha le habнa hecho una honda llaga junto al ojo. Semira importunaba a los Dioses por la cura de su amante: dнa y noche baсados los ojos en llanto, aguardaba con impaciencia el instante que los de Zadig se pudieran gozar en mirarla; pero una apostema que se formу en el ojo herido causу el mayor temor. Enviaron a llamar a Menfis al cйlebre mйdico Hermes, que vino con una crecida comitiva; y habiendo visitado al enfermo declarу que irremediablemente perdнa el ojo, pronosticando hasta el dнa y la hora que habнa de suceder tan fatal desmбn. Si hubiera sido, dijo, el ojo derecho, yo le curarнa; pero las heridas del izquierdo no tienen cura. Toda Babilonia se doliу de la suerte de Zadig, al paso que quedу asombrada con la profunda ciencia de Hermes. Dos dнas despuйs reventу naturalmente la apostema, y sanу Zadig. Hermes escribiу un libro, probбndole que no debнa haber sanado, el cual Zadig no leyу; pero luego que pudo salir, fue a ver a aquella de quien esperaba su felicidad, y por quien ъnicamente querнa tener ojos, Hallбbase Semira en su quinta, tres dнas hacia, y supo Zadig en el camino, que despuйs de declarar resueltamente que tenia una invencible antipatнa a los tuertos, la hermosa dama se habнa casado con Orcan aquella misma noche. Desmayуse al oнr esta nueva, y estuvo en poco que su dolor le condujera al sepulcro; mas despuйs de una larga enfermedad pudo mas la razуn que el sentimiento, y fue no poca parte de su consuelo la misma atrocidad del agravio. Pues he sido vнctima, dijo, de tan cruel antojo de una mujer criada en palacio, me casarй con una hija de un honrado vecino. Escogiу pues por mujer a Azora, doncella muy cuerda y de la mejor нndole, en quien no notу mas defecto que alguna insustancialidad, y no poca inclinaciуn a creer que los mozos mas lindos eran siempre los mas cuerdos y virtuosos.
Reinando el rey Moabdar, vivнa en Babilonia un mozo llamado Zadig, de buena нndole, que con la educaciуn se habнa mejorado. Sabia enfrenar sus pasiones, aunque mozo y rico; ni gastaba afectaciуn, ni se empeсaba en que le dieran siempre la razуn, y respetaba la flaqueza humana. Pasmбbanse todos viendo que puesto que le sobraba agudeza, nunca se mofaba con chufletas de los desconciertos mal hilados, de las murmuraciones sin fundamento, de los disparatados fallos, de las burlas de juglares, que llamaban conversaciуn los Babilonios. En el libro primero de Zoroastro habнa visto que es el amor propio una pelota llena de viento, y que salen de ella borrascas asн, que la pican. No se alababa Zadig de que no hacia aprecio de las mujeres, y de que las dominaba. Era liberal, sin que le arredrase el temor de hacer bien a desagradecidos, cumpliendo con aquel gran mandamiento de Zoroastro, que dice: "Da de comer a los perros" cuando tъ comieres, aunque te muerdan "luego." Era sabio cuanto puede serlo el hombre, pues procuraba vivir en compaснa de los sabios: habнa aprendido las ciencias de los Caldeos, y estaba instruido en cuanto acerca de los principios fнsicos de la naturaleza en su tiempo se conocнa; y de metafнsica sabia todo cuanto en todos tiempos se ha sabido, que es decir muy poca cosa. Creнa firmнsimamente que un aсo tiene trescientos sesenta y cinco dнas y un cuarto, contra lo que enseсaba la moderna filosofнa de su tiempo, y que estaba el sol en el centro del mundo; y cuando los principales magos le decнan en tono de improperio, y mirбndole de reojo, que sustentaba principios sapientes haeresim, y que solo un enemigo de Dios y del estado podнa decir que giraba el sol sobre su eje, y que era el aсo de doce meses, se callaba Zadig, sin fruncir las cejas ni encogerse de hombros.
Opulento, y por tanto no faltбndole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado бnimo, creyу que podнa aspirar a ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesбbale Zadig un sincero y virtuoso cariсo, y Semira le amaba con pasiуn. Rayaba ya el venturoso dнa que a enlazarlos iba, cuando paseбndose ambos amantes fuera de las puertas de Babilonia, bajo unas palmas que daban sombra a las riberas del Eъfrates, vieron acercarse unos hombres armados con alfanjes y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tнo le habнan persuadido a que podнa hacer cuanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseнa; pero creнdo que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos celos, meros hijos de su vanidad, le hicieron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habнanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habнan herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habrнa amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ЎQuerido esposo, que me llevan de aquel a quien adoro! No la movнa el peligro en que se veнa, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendнala este con todo el denuedo del amor y la valentнa, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentу a los robadores, y se trajo a Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conociу а su libertador. ЎO Zadig! le dijo, os querнa como a mi esposo, y ahora os quiero como aquel a quien de vida y honra soy deudora. Nunca rebosу un pecho en mбs tiernos afectos que el de Semira, nunca tan linda boca pronunciу con tanta viveza de aquellas inflamadas expresiones que de la gratitud del mбs alto beneficio y de los mas tiernos raptos del cariсo mas legitimo son hijas. Era leve su herida, y sanу en breve. Zadig estaba herido de mбs peligro, porque una flecha le habнa hecho una honda llaga junto al ojo. Semira importunaba a los Dioses por la cura de su amante: dнa y noche baсados los ojos en llanto, aguardaba con impaciencia el instante que los de Zadig se pudieran gozar en mirarla; pero una apostema que se formу en el ojo herido causу el mayor temor. Enviaron a llamar a Menfis al cйlebre mйdico Hermes, que vino con una crecida comitiva; y habiendo visitado al enfermo declarу que irremediablemente perdнa el ojo, pronosticando hasta el dнa y la hora que habнa de suceder tan fatal desmбn. Si hubiera sido, dijo, el ojo derecho, yo le curarнa; pero las heridas del izquierdo no tienen cura. Toda Babilonia se doliу de la suerte de Zadig, al paso que quedу asombrada con la profunda ciencia de Hermes. Dos dнas despuйs reventу naturalmente la apostema, y sanу Zadig. Hermes escribiу un libro, probбndole que no debнa haber sanado, el cual Zadig no leyу; pero luego que pudo salir, fue a ver a aquella de quien esperaba su felicidad, y por quien ъnicamente querнa tener ojos, Hallбbase Semira en su quinta, tres dнas hacia, y supo Zadig en el camino, que despuйs de declarar resueltamente que tenia una invencible antipatнa a los tuertos, la hermosa dama se habнa casado con Orcan aquella misma noche. Desmayуse al oнr esta nueva, y estuvo en poco que su dolor le condujera al sepulcro; mas despuйs de una larga enfermedad pudo mas la razуn que el sentimiento, y fue no poca parte de su consuelo la misma atrocidad del agravio. Pues he sido vнctima, dijo, de tan cruel antojo de una mujer criada en palacio, me casarй con una hija de un honrado vecino. Escogiу pues por mujer a Azora, doncella muy cuerda y de la mejor нndole, en quien no notу mas defecto que alguna insustancialidad, y no poca inclinaciуn a creer que los mozos mas lindos eran siempre los mas cuerdos y virtuosos.