IX.- De las contribuciones que se pagan al extranjero
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Un mes hace —dice el geуmetra— que me vino a ver el hombre de los cuarenta escudos; entrу reventando de risa y de tan buena gana reнa, que sin saber por quй me echй yo tambiйn a reнr; que asн de imitador ha nacido el hombre y tanto nos domina el instinto y tan contagiosos son los grandes movimientos del бnimo.
Rнen con el que rнe los humanos;
con el que llora, lloran.
Cuando se hubo reнdo muy a su sabor, me dijo que acababa de dar con un hombre que se decнa protonotario de la Santa Sede, y que enviaba el tal una gran cantidad de dinero a un italiano que residнa a 600 leguas de Parнs, en nombre de un francйs a quien habнa concedido el rey un pequeсo feudo, y que nunca podrнa disfrutar, el tal francйs, de su propiedad si no le daba al italiano el primer aсo de renta.
—Es muy cierto —le dije—, pero no es cosa de risa. En derechos de esta especie, paga Francia mбs de millуn y medio de escudos al aсo, y en los dos siglos y medio de que data esa costumbre, hemos entregado a Italia mбs de 365.000.000 de escudos.
—ЎDios de mi alma! —exclamу—. ЎCuбntas veces 40 escudos! їDe modo que ese italiano nos sojuzgу hace dos siglos y medio y nos impuso ese tributo?
—Exacto —le respondн—. Y antes nos imponнa otros mбs gravosos, porque el de ahora es una friolera en comparaciуn de lo que por espacio de muchos siglos sacaba de nuestra pobre naciуn y de las otras pobres naciones de Europa.
Contйle entonces de quй modo se habнan establecido estas santas usurpaciones, y como sabe algo de historia y tiene buen sentido, vio claro que habнamos sido galeotes y que todavнa llevбbamos arrastrando un trozo de nuestra cadena. Hablу con energнa y largamente contra estos abusos. ЎPero quй respeto profesaba a la religiуn! ЎQuй reverencia a los obispos! ЎCуmo deseaba que tuviesen muchos miles de escudos para gastarlos en sus diуcesis en obras de caridad! Tambiйn querнa que todos los curas de pueblo ganasen 40 escudos, para que pudiesen vivir con holgura.
—Es lamentable —afirmaba— que un cura se vea obligado a pleitear con un feligrйs suyo por medio celemнn de trigo y que no le pague lo suficiente el Estado; siempre estбn litigando con los municipios. Estas contiendas eternas, por imaginarios derechos y por los diezmos, quebrantan el respeto que se les debe. El infeliz labrador que ya ha pagado al rey el diezmo, las primicias y el rescate de alojamiento de tropa, sin que le eximan de alojar tropa, etc., etc.; este desventurado, digo, que ve que el cura viene despuйs a llevarse el diezmo de lo que le queda, ya no le mira como a su pastor, sino como a un carnicero que le acaba de desollar el poco pellejo que le resta; si la cosecha de diez celemines, le ha costado el valor de nueve y el derecho divino le lleva lo que vale el otro celemнn їquй le queda para sн y para su familia? Llanto, hambre, desesperaciуn y morir de fatiga y miseria. Si el Estado pagara bien al cura, consolarнa al labrador y nadie mirarнa al cura como a un enemigo pъblico.
El buen hombre se emocionaba al decir estas cosas porque amaba a su patria y ansiaba verla bien gobernada.
—ЎQuй naciуn la francesa, si quisiera! —decнa con frecuencia.
Fuimos a ver a su hijo, a quien la madre, estaba dando el pecho, un seno muy blanco y turgente. La criatura era preciosa.
—ЎAh! —murmurу su padre—. ЎNo vivirб mбs que veintitrйs aсos, ni tendrб mбs capital que cuarenta escudos!
Un mes hace —dice el geуmetra— que me vino a ver el hombre de los cuarenta escudos; entrу reventando de risa y de tan buena gana reнa, que sin saber por quй me echй yo tambiйn a reнr; que asн de imitador ha nacido el hombre y tanto nos domina el instinto y tan contagiosos son los grandes movimientos del бnimo.
Rнen con el que rнe los humanos;
con el que llora, lloran.
Cuando se hubo reнdo muy a su sabor, me dijo que acababa de dar con un hombre que se decнa protonotario de la Santa Sede, y que enviaba el tal una gran cantidad de dinero a un italiano que residнa a 600 leguas de Parнs, en nombre de un francйs a quien habнa concedido el rey un pequeсo feudo, y que nunca podrнa disfrutar, el tal francйs, de su propiedad si no le daba al italiano el primer aсo de renta.
—Es muy cierto —le dije—, pero no es cosa de risa. En derechos de esta especie, paga Francia mбs de millуn y medio de escudos al aсo, y en los dos siglos y medio de que data esa costumbre, hemos entregado a Italia mбs de 365.000.000 de escudos.
—ЎDios de mi alma! —exclamу—. ЎCuбntas veces 40 escudos! їDe modo que ese italiano nos sojuzgу hace dos siglos y medio y nos impuso ese tributo?
—Exacto —le respondн—. Y antes nos imponнa otros mбs gravosos, porque el de ahora es una friolera en comparaciуn de lo que por espacio de muchos siglos sacaba de nuestra pobre naciуn y de las otras pobres naciones de Europa.
Contйle entonces de quй modo se habнan establecido estas santas usurpaciones, y como sabe algo de historia y tiene buen sentido, vio claro que habнamos sido galeotes y que todavнa llevбbamos arrastrando un trozo de nuestra cadena. Hablу con energнa y largamente contra estos abusos. ЎPero quй respeto profesaba a la religiуn! ЎQuй reverencia a los obispos! ЎCуmo deseaba que tuviesen muchos miles de escudos para gastarlos en sus diуcesis en obras de caridad! Tambiйn querнa que todos los curas de pueblo ganasen 40 escudos, para que pudiesen vivir con holgura.
—Es lamentable —afirmaba— que un cura se vea obligado a pleitear con un feligrйs suyo por medio celemнn de trigo y que no le pague lo suficiente el Estado; siempre estбn litigando con los municipios. Estas contiendas eternas, por imaginarios derechos y por los diezmos, quebrantan el respeto que se les debe. El infeliz labrador que ya ha pagado al rey el diezmo, las primicias y el rescate de alojamiento de tropa, sin que le eximan de alojar tropa, etc., etc.; este desventurado, digo, que ve que el cura viene despuйs a llevarse el diezmo de lo que le queda, ya no le mira como a su pastor, sino como a un carnicero que le acaba de desollar el poco pellejo que le resta; si la cosecha de diez celemines, le ha costado el valor de nueve y el derecho divino le lleva lo que vale el otro celemнn їquй le queda para sн y para su familia? Llanto, hambre, desesperaciуn y morir de fatiga y miseria. Si el Estado pagara bien al cura, consolarнa al labrador y nadie mirarнa al cura como a un enemigo pъblico.
El buen hombre se emocionaba al decir estas cosas porque amaba a su patria y ansiaba verla bien gobernada.
—ЎQuй naciуn la francesa, si quisiera! —decнa con frecuencia.
Fuimos a ver a su hijo, a quien la madre, estaba dando el pecho, un seno muy blanco y turgente. La criatura era preciosa.
—ЎAh! —murmurу su padre—. ЎNo vivirб mбs que veintitrйs aсos, ni tendrб mбs capital que cuarenta escudos!