VI.- El ministro.

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Habiendo perdido el rey a su primer ministro, escogiу a Zadig para desempeсar este cargo. Todas las hermosas damas de Babilonia aplaudieron esta elecciуn, porque nunca habнa habido ministro tan mozo desde la fundaciуn del imperio: todos los palaciegos la sintieron; al envidioso le dio un vуmito de sangre, y se le hincharon extraordinariamente las narices. Dio Zadig las gracias al rey y a la reina, y fue luego a dбrselas al loro. Precioso pбjaro, le dijo, tъ has sido quien me has librado la vida, y quien me has hecho primer ministro. Mucho mal me habнan hecho la perra y el caballo de sus majestades, pero tъ me has hecho mucho bien. ЎEn quй cosas estriba la suerte de los humanos! Pero puede ser que mi dicha se desvanezca dentro de pocos instantes. El loro respondiу: antes. Dio golpe a Zadig esta palabra; puesto que a fuer de buen fнsico que no creнa que fuesen los loros profetas, se sosegу luego, y empezу a servir su cargo lo mejor que supo.

Hizo que a todo el mundo alcanzara el sagrado poder de las leyes, y que a ninguno abrumara el peso de su dignidad. No impidiу la libertad de votos en el divбn, y cada visir podнa, sin disgustarle, exponer su dictamen. Cuando fallaba de un asunto, la ley, no йl, era quien fallaba; pero cuando esta era muy severa, la suavizaba; y cuando faltaba ley, la hacia su equidad tal, que se hubiera podido atribuir a Zoroastro. El fue quien dejу vinculado en las naciones el gran principio de que vale mas libertar un reo, que condenar un inocente. Pensaba que era destino de las leyes no menos socorrer a los ciudadanos que amedrentarlos. Cifrбbase su principal habilidad en desenmaraсar la verdad que procuran todos obscurecer. Sirviуse de esta habilidad desde los primeros dнas de su administraciуn. Habнa muerto en las Indias un comerciante muy nombrado de Babilonia: y habiendo dejado su caudal por iguales partes a sus dos hijos, despuйs de dotar a su hija, dejaba ademбs un legado de treinta mil monedas de oro a aquel de sus hijos que se decidiese que le habнa querido mбs. El mayor le erigiу un sepulcro, y el menor dio a su hermana parte de su herencia en aumento de su dote. La gente decнa: El mayor querнa mбs a su padre, y el menor quiere mбs a su hermana: las treinta mil monedas se deben dar al mayor. Llamу Zadig sucesivamente a los dos, y le dijo al mayor: No ha muerto vuestro padre, que ha sanado de su ъltima enfermedad, y vuelve a Babilonia. Loado sea Dios, respondiу el mancebo; pero su sepulcro me habнa costado harto caro. Lo mismo dijo luego Zadig al menor. Loado sea Dios, respondiу, voy a restituir a mi padre todo cuanto tengo, pero quisiera que desase a mi hermana lo que le he dado. No restituirйis nada, dijo Zadig, y se os darбn las treinta mil monedas, que vos sois el que mas a vuestro padre querнais.

Habнa dado una doncella muy rica palabra de matrimonio a dos magos, y despuйs de haber recibido algunos meses instrucciones de ambos, se encontrу en cinta. Ambos querнan casarse con ella. La doncella dijo que seria su marido el que la habнa puesto en estado de dar un ciudadano al imperio. Uno decнa: Yo he sido quien he hecho esta buena obra; el otro: No, que soy yo quien he tenido tanta dicha. Estб bien, respondiу la doncella, reconozco por padre de la criatura el que le pueda dar mejor educaciуn. Pariу un chico, y quiso educarle uno y otro mago. Llevada la instancia ante Zadig, los llamу a entrambos, y dijo al primero: їQuй has de enseсar a tu alumno? Enseсarйle, respondiу el doctor, las ocho partes de la oraciуn, la dialйctica, la astrologнa, la demonologнa, quй cosa es la sustancia y el accidente, lo abstracto y lo concreto, las monadas y la armonнa preestablecida. Pues yo, dijo el segundo, procurarй hacerle justo y digno de tener amigos. Zadig fallу: Ora seas o no su padre, tъ te casarбs con su madre.

Todos los dнas venнan quejas a la corte contra el Itimadulet de Media, llamado Irak, gran potentado, que no era de perversa нndole, pero que la vanidad y el deleite le habнan estragado. Raras veces permitнa que le hablasen, y nunca que se atreviesen a contradecirle. No son tan vanos los pavones, ni mas voluptuosas las palomas, ni menos perezosos los galбpagos; solo respiraba vanagloria y deleites vanos.

Probуse Zadig a corregirle, y le enviу de parte del rey un maestro de mъsica, con doce cantores y veinte y cuatro violines, un mayordomo con seis cocineros y cuatro gentiles−hombres, que no le dejaban nunca. Decнa la orden del rey que se siguiese puntualнsimamente el siguiente ceremonial, como aquн se pone.

El dнa primero, asн que se despertу el voluptuoso Iras, entrу el maestro de mъsica acompaсado de los cantores y violines, y cantaron una cantata que durу dos horas, y de tres en tres minutos era el estribillo:

ЎCuanto merecimiento! ЎQuй gracia, quй nobleza! ЎQue ufano, que contento Debe estar de sн propio su grandeza!

Concluida la cantata, le recitу un gentil−hombre una arenga que durу tres cuartos de hora, pintбndole como un dechado perfecto de cuantas prendas le faltaban; y acabada, le llevaron a la mesa al toque de los instrumentos. Durу tres horas la comida; y asн que abrнa la boca para decir algo, exclamaba el gentil−hombre: Su Excelencia tendrб razуn. Apenas decнa cuatro palabras; interrumpнa el segundo gentil−hombre, diciendo: Su Excelencia tiene razуn. Los otros dos soltaban la carcajada en aplauso de los chistes que habнa dicho o debido decir Iras. Servidos que fueron los postres, se repitiу la cantata.

Pareciуle delicioso el primer dнa, y quedу persuadido de que le honraba el rey de reyes conforme a su mйrito. El segundo le fue algo menos grato; el tercero estuvo incomodado; el cuarto no le pudo aguantar; el quinto fue un tormento; finalmente, aburrido de oнr cantar sin cesar: Ўquй ufano, quй contento dйle estar de sн propio su grandeza! de que siempre le dijeran que tenia razуn, y de que le repitieran la misma arenga todos los dнas a la propia hora, escribiу a la corte suplicando al rey que fuese dignado de llamar a sus gentiles−hombres, sus mъsicos y su mayordomo, prometiendo tener mas aplicaciуn y menos vanidad. Luego gustу menos de aduladores, dio menos fiestas, y fue mбs feliz; porque, como dice el Sader, sin cesar placeres no son placeres.

Habiendo perdido el rey a su primer ministro, escogiу a Zadig para desempeсar este cargo. Todas las hermosas damas de Babilonia aplaudieron esta elecciуn, porque nunca habнa habido ministro tan mozo desde la fundaciуn del imperio: todos los palaciegos la sintieron; al envidioso le dio un vуmito de sangre, y se le hincharon extraordinariamente las narices. Dio Zadig las gracias al rey y a la reina, y fue luego a dбrselas al loro. Precioso pбjaro, le dijo, tъ has sido quien me has librado la vida, y quien me has hecho primer ministro. Mucho mal me habнan hecho la perra y el caballo de sus majestades, pero tъ me has hecho mucho bien. ЎEn quй cosas estriba la suerte de los humanos! Pero puede ser que mi dicha se desvanezca dentro de pocos instantes. El loro respondiу: antes. Dio golpe a Zadig esta palabra; puesto que a fuer de buen fнsico que no creнa que fuesen los loros profetas, se sosegу luego, y empezу a servir su cargo lo mejor que supo.

Hizo que a todo el mundo alcanzara el sagrado poder de las leyes, y que a ninguno abrumara el peso de su dignidad. No impidiу la libertad de votos en el divбn, y cada visir podнa, sin disgustarle, exponer su dictamen. Cuando fallaba de un asunto, la ley, no йl, era quien fallaba; pero cuando esta era muy severa, la suavizaba; y cuando faltaba ley, la hacia su equidad tal, que se hubiera podido atribuir a Zoroastro. El fue quien dejу vinculado en las naciones el gran principio de que vale mas libertar un reo, que condenar un inocente. Pensaba que era destino de las leyes no menos socorrer a los ciudadanos que amedrentarlos. Cifrбbase su principal habilidad en desenmaraсar la verdad que procuran todos obscurecer. Sirviуse de esta habilidad desde los primeros dнas de su administraciуn. Habнa muerto en las Indias un comerciante muy nombrado de Babilonia: y habiendo dejado su caudal por iguales partes a sus dos hijos, despuйs de dotar a su hija, dejaba ademбs un legado de treinta mil monedas de oro a aquel de sus hijos que se decidiese que le habнa querido mбs. El mayor le erigiу un sepulcro, y el menor dio a su hermana parte de su herencia en aumento de su dote. La gente decнa: El mayor querнa mбs a su padre, y el menor quiere mбs a su hermana: las treinta mil monedas se deben dar al mayor. Llamу Zadig sucesivamente a los dos, y le dijo al mayor: No ha muerto vuestro padre, que ha sanado de su ъltima enfermedad, y vuelve a Babilonia. Loado sea Dios, respondiу el mancebo; pero su sepulcro me habнa costado harto caro. Lo mismo dijo luego Zadig al menor. Loado sea Dios, respondiу, voy a restituir a mi padre todo cuanto tengo, pero quisiera que desase a mi hermana lo que le he dado. No restituirйis nada, dijo Zadig, y se os darбn las treinta mil monedas, que vos sois el que mas a vuestro padre querнais.

Habнa dado una doncella muy rica palabra de matrimonio a dos magos, y despuйs de haber recibido algunos meses instrucciones de ambos, se encontrу en cinta. Ambos querнan casarse con ella. La doncella dijo que seria su marido el que la habнa puesto en estado de dar un ciudadano al imperio. Uno decнa: Yo he sido quien he hecho esta buena obra; el otro: No, que soy yo quien he tenido tanta dicha. Estб bien, respondiу la doncella, reconozco por padre de la criatura el que le pueda dar mejor educaciуn. Pariу un chico, y quiso educarle uno y otro mago. Llevada la instancia ante Zadig, los llamу a entrambos, y dijo al primero: їQuй has de enseсar a tu alumno? Enseсarйle, respondiу el doctor, las ocho partes de la oraciуn, la dialйctica, la astrologнa, la demonologнa, quй cosa es la sustancia y el accidente, lo abstracto y lo concreto, las monadas y la armonнa preestablecida. Pues yo, dijo el segundo, procurarй hacerle justo y digno de tener amigos. Zadig fallу: Ora seas o no su padre, tъ te casarбs con su madre.

Todos los dнas venнan quejas a la corte contra el Itimadulet de Media, llamado Irak, gran potentado, que no era de perversa нndole, pero que la vanidad y el deleite le habнan estragado. Raras veces permitнa que le hablasen, y nunca que se atreviesen a contradecirle. No son tan vanos los pavones, ni mas voluptuosas las palomas, ni menos perezosos los galбpagos; solo respiraba vanagloria y deleites vanos.

Probуse Zadig a corregirle, y le enviу de parte del rey un maestro de mъsica, con doce cantores y veinte y cuatro violines, un mayordomo con seis cocineros y cuatro gentiles−hombres, que no le dejaban nunca. Decнa la orden del rey que se siguiese puntualнsimamente el siguiente ceremonial, como aquн se pone.

El dнa primero, asн que se despertу el voluptuoso Iras, entrу el maestro de mъsica acompaсado de los cantores y violines, y cantaron una cantata que durу dos horas, y de tres en tres minutos era el estribillo:

ЎCuanto merecimiento! ЎQuй gracia, quй nobleza! ЎQue ufano, que contento Debe estar de sн propio su grandeza!

Concluida la cantata, le recitу un gentil−hombre una arenga que durу tres cuartos de hora, pintбndole como un dechado perfecto de cuantas prendas le faltaban; y acabada, le llevaron a la mesa al toque de los instrumentos. Durу tres horas la comida; y asн que abrнa la boca para decir algo, exclamaba el gentil−hombre: Su Excelencia tendrб razуn. Apenas decнa cuatro palabras; interrumpнa el segundo gentil−hombre, diciendo: Su Excelencia tiene razуn. Los otros dos soltaban la carcajada en aplauso de los chistes que habнa dicho o debido decir Iras. Servidos que fueron los postres, se repitiу la cantata.

Pareciуle delicioso el primer dнa, y quedу persuadido de que le honraba el rey de reyes conforme a su mйrito. El segundo le fue algo menos grato; el tercero estuvo incomodado; el cuarto no le pudo aguantar; el quinto fue un tormento; finalmente, aburrido de oнr cantar sin cesar: Ўquй ufano, quй contento dйle estar de sн propio su grandeza! de que siempre le dijeran que tenia razуn, y de que le repitieran la misma arenga todos los dнas a la propia hora, escribiу a la corte suplicando al rey que fuese dignado de llamar a sus gentiles−hombres, sus mъsicos y su mayordomo, prometiendo tener mas aplicaciуn y menos vanidad. Luego gustу menos de aduladores, dio menos fiestas, y fue mбs feliz; porque, como dice el Sader, sin cesar placeres no son placeres.