XV.- Los ojos azules.
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Mi cuerpo y mi corazуn, dijo el rey a Zadig... Oyendo estas palabras no pudo menos el Babilonio de interrumpir a su majestad, y de decirle: ЎCuanto celebro que no hayбis dicho mi alma y mi corazуn!, porque no oнmos mas voces que estas en las conversaciones de Babilonia, ni leemos libros que no traten del corazуn y el alma, escritos por autores que ni uno ni otra tienen; pero perdonadme, Seсor, y proseguid. Nabuzan continuу: Mi cuerpo y mi corazуn son propensos al amor; a la primera de estas dos potencias le sobran satisfacciones, que tengo cien mujeres a mi disposiciуn, hermosas todas, complacientes, obsequiosas, y voluptuosas, o fingiendo que lo son conmigo. No es empero mi corazуn tan afortunado, porque tengo sobrada experiencia de que el halagado es el rey de Serendib, y que hacen poquнsimo aprecio de Nabuzan. No por eso digo que sean infieles mis mujeres, puesto que quisiera encontrar una que me quisiera por mн propio, y diera por ella las cien beldades que poseo. Decidme si en mis cien sultanas hay una que de veras me quiera.
Respondiуle Zadig lo mismo que acerca del ministro de hacienda. Seсor, dejadlo a mi cargo; pero permitidme primero que disponga de todas las riquezas que se expusieron en la galerнa de la tentaciуn, y no dudйis de que os darй buena cuenta de ellas, y no perderйis un ardite. Diуle el rey amplнas facultades, y escogiу Zadig treinta y tres jorobados de los mбs feos de Serendib, treinta y tres pajes de los mбs lindos, y treinta y tres de los mбs elocuentes y forzudos bonzos. Dejуles a todos facultad de introducirse en los retretes de las sultanas; dio a cada jorobado cuatro mil monedas de oro que regalar, y el primer dнa fueron todos felices. Los pajes que no tenнan otra dбdiva que hacer que la de su persona, tardaron dos o tres dнas en conseguir lo que solicitaban; y tuvieron mas dificultad en salir non la suya los bonzos; pero al cabo se les rindieron treinta y tres devotas. Presenciу el rey todas estas pruebas por unas celosнas que daban en los aposentos de las sultanas, y se quedу atуnito, que de sus cien mujeres las noventa y nueve se rindieron a su presencia. Quedaba una muy joven y muy novicia, a la cual nunca habнa tocado su majestad: arrimбronse a ella uno, dos y tres jorobados, ofreciйndole hasta veinte mil monedas; pero se mantuvo incorruptible, riйndose de la idea de los jorobados que creнan que su dinero los hacia mas bonitos. Presentбronse los dos mas lindos pajes, y les dijo que le parecнa el rey mas lindo. Acometiуla luego el bonzo mбs elocuente, y despuйs el mбs intrйpido: al primero le tratу de parlanchнn, y no pudo entender cual fuese el mйrito del segundo. Todo se cifra en el corazуn, dijo: yo no he de ceder ni al oro de un jorobado, ni a la hermosura de un paje, ni a las artes de un bonzo; ni he de querer a nadie mas que a Nabuzan; hijo de Nuzanab, esperando a que йl me corresponda. Quedу el rey embargado en jъbilo, cariсo y admiraciуn. Volviу a tomar todo el dinero con que habнan comprado los jorobados su buena ventura, y se le regalу a la hermosa Falida, que asн se llamaba esta beldad. Dile con йl su corazуn, que merecнa de sobra, porque nunca se vio juventud mбs brillante y mбs florida que la suya, nunca hermosura que mas digna de prendar fuese. Verdad es que no calla la historia que hacia mal una cortesнa; pero confiesa que bailaba como las hadas, cantaba como las sirenas, y hablaba como las Gracias, y estaba colmada de habilidades y virtud.
Adorбbala el amado Nabuzan; pero tenia Falida ojos azules, lo cual causу las mas funestas desgracias. Estaba prohibido por una antigua ley de Serendib, que se enamoraran de una de las mujeres que llamaron luego los Griegos BOOPES; y hacia mas de cinco mil aсos que habнa promulgado esta ley el sumo bonzo, por apropiarse para sн la dama del primer rey de la isla de Serendib; de suerte que el anatema de los ojos azules se habнa hecho ley fundamental del estado. Todas las clases del estado hicieron enйrgicas representaciones a Nabuzan; y pъblicamente se decнa que era llegada la fatal catбstrofe del reino, que estaba colmada la medida de la abominaciуn, que un siniestro suceso amenazaba la naturaleza; en una palabra, que Nabuzan, hijo de Nuzanab, estaba enamorado de dos ojos azules rasgados. Los jorobados, los bonzos, los asentistas, y las ojinegras inficionaron de malcontentos el reino entero.
El descontento universal animу a los pueblos salvajes que viven al norte de Serendib a invadir los estados del buen Nabuzan. Pidiу subsidios a sus vasallos, y los bonzos que eran dueсos de la mitad de las rentas del estado, se contentaron con levantar las manos al cielo, y se negaron a llevar su dinero al erario para sacar de ahogo al rey. Cantaron lindas oraciones en mъsica, y dejaron que los bбrbaros asolaran el estado.
Querido Zadig, їme sacarбs de este horrible apuro? le dijo en lastimoso tono Nabuzan. Con mucho gusto, respondiу Zadig; los bonzos os darбn cuanto dinero querбis. Abandonad las tierras donde tienen levantados sus palacios, y no defendбis mas que las vuestras. Hнzolo asн Nabuzan; y cuando vinieron los bonzos a echarse a sus plantas, implorando su asistencia, les respondiу el rey con una soberbia mъsica cuya letra eran oraciones al cielo, rogando por la conservaciуn de sus tierras. Entonces los bonzos dieron dinero, y se concluyу con felicidad la guerra. De esta suerte por sus prudentes y dichosos consejos, y por los mas seсalados servicios, se habнa acarreado Zadig la irreconciliable enemiga de los mas poderosos del estado: juraron su pйrdida los bonzos y las ojinegras, desacreditбronle jorobados y asentistas, y le hicieron sospechoso al buen Nabuzan. Los servicios que el hombre hace se quedan en la antesala, y las sospechas penetran al gabinete, segъn dice Zoroastro. Todos los dнas eran acusaciones nuevas; la primera se repele, la segunda hace mella, la tercera hiere, y la cuarta mata.
Asustado Zadig, que habнa puesto en auge los asuntos de su amigo, y enviбdole su dinero, no pensу mбs que en partirse de la isla, y en ir a saber en persona noticias de Astarte; porque si permanezco en Serendib, decнa, me harбn empalar los bonzos. їPero adonde irй? en Egipto serй esclavo, en Arabia segъn las apariencias quemado, y ahorcado en Babilonia. Con todo menester es saber quй ha sido de Astarte: partбmonos, y apuremos lo que me destina mi suerte fatal.
Al llegar a las fronteras que separan la Arabia pйtrea de la Siria, y al pasar por junto a un fuerte castillo, salieron de йl unos Бrabes armados. Viуse rodeado de hombres que le gritaban: Rнndete; todo cuanto traes es nuestro, y tu persona pertenece a nuestro amo. En respuesta sacу Zadig la espada; lo mismo hizo su criado que era valiente, y dejaron sin vida a los primeros Бrabes que los habнan embestido: doblу el nъmero de enemigos, mas ellos no se desalentaron, y se resolvieron a morir en la pelea. Veнanse dos hombres que se defendнan contra una muchedumbre; tan desigual contienda poco podнa durar. Viendo desde una ventana el dueсo del castillo, que se llamaba Arbogad, los portentos de valor que hacia Zadig, le cobrу estimaciуn. Bajу por tanto, y vino en persona a contener a los suyos, y librar a los dos caminantes. Cuanto por mis tierras pasa es mнo, dijo, no menos que lo que en tierras ajenas encuentro; pero me parecйis tan valeroso, que os eximo de la comъn ley. Hнzole entrar en el castillo, mandando a su tropa que le tratase bien; y aquella noche quiso cenar con Zadig.
Era el amo de este castillo uno de aquellos Бrabes que llaman ladrones, el cual entre mil atrocidades solнa hacer alguna acciуn buena; robaba con una furiosa rapacidad, y daba con prodigalidad: intrйpido en una acciуn, de buen genio en el trato de la vida, bebedor en la mesa, de buen humor cuando habнa bebido, y sobretodo sin solapa ninguna. Gustуle mucho Zadig, y con la conversaciуn que se animу durу mucho el banquete. Dнjole en fin Arbogad: Aconsejoos que tomйis partido conmigo, no podйis hacer cosa mejor; no es tan malo el oficio, y un dнa podйis llegar a ser lo que yo soy. їSe puede saber, respondiу Zadig, desde cuando ejercitбis tan hidalga profesiуn? Desde niсo, replicу el seсor. Era criado de un Бrabe muy hбbil, y no podнa acostumbrarme a mi estado, desesperado de ver que perteneciendo igualmente la tierra a todos, no me hubiera cabido a mн la porciуn correspondiente. Fiйle mi pena a un Бrabe viejo, el cual me dijo: Hijo mнo, no te desesperes; sбbete que en tiempos antiguos habнa un grano de arena que se dolнa de ser un бtomo desconocido en un desierto; andando aсos, se convirtiу en diamante, y es hoy el mas precioso joyel de la corona del rey de las Indias. Diуme tanto golpe esta respuesta, que siendo grano de arena me determinй a volverme diamante. Robй primero dos caballos, me juntй con otros compaсeros, pъseme en breve en estado de robar caravanas poco crecidas; y asн fue disminuyйndose la desproporciуn que de mн a los demбs habнa. Participй de los bienes de este mundo, v me resarcн con usura: tuviйronme en mucho, lleguй a ser seсor bandolero, y ganй este castillo tomбndole por fuerza. Quiso quitбrmele el sбtrapa de Siria, pero era ya tan rico que nada tenia que temer: di dinero al sбtrapa, y conservй asн el castillo, y agrandй mis tierras, aсadiendo a ellas el cargo que me confiriу el sбtrapa de tesorero de los tributos que pagaba la Arabia pйtrea al rey de reyes. Yo hice las cobranzas, y me exime de hacer pagos.
Enviу aquн el gran Desterham de Babilonia, en nombre del rey Moabdar, a un satrapilla para mandarme ahorcar. Cuando йl llegу con la orden, estaba yo informado de todo; hice ahorcar en su presencia las cuatro personas que traнa consigo para apretarme el lazo al cuello, y le preguntй luego cuanto le podнa valer la comisiуn de ahorcarme. Respondiуme que podrнa su gratificaciуn subir a trescientas monedas de oro, y yo le hice ver con evidencia que ganarнa mas conmigo: le creй bandolero inferior, y hoy es uno de los mejores y mas ricos oficiales que tengo; y si me querйis creer, harйis vos lo mismo. Nunca ha corrido tiempo mejor para robar, desde que ha sido muerto Moabdar, y que anda en Babilonia todo alborotado. ЎMoabdar ha sido muerto! dijo Zadig: їy que se ha hecho la reina Astarte? Yo no lo sй, replicу Arbogad; lo que sн sй, es que Moabdar se volviу loco, que fue muerto, que Babilonia esta hecha una cueva de ladrones, todo el imperio en la desolaciуn, que se pueden dar buenos golpes, y que yo por mi parte he dado algunos ballantes. Pero la reina, dijo Zadig, їpor vida vuestra nada sabйis de la suerte de la reina? De un prнncipe de Hircania me han hablado, replicу; es de presumir que sea una de sus concubinas, a menos que en el alboroto la hayan muerto; pero a mн lo que me importa es averiguar donde hay que robar, y no noticias. Muchas mujeres he cogido en mis correrнas, pero a ninguna conservo; cuando son bonitas, las vendo caras, sin informarme de lo que son, porque nadie compra la dignidad, y para una reina fea no se encuentra despacho. Posible es que haya yo vendido a la reina Astarte, y posible es que haya muerto; poco me importa, y me parece que tampoco debe de importaros mucho a vos. Diciendo esto bebнa con tanto aliento, y de tal manera confundнa las ideas todas, que no pudo Zadig sacar de йl cosa ninguna mas.
Estaba confuso, pensativo y sin movimiento, mientras que bebнa Arbogad y contaba mil historietas, repitiendo sin cesar que era el mбs venturoso de los hombres, y exhortando a Zadig a que fuera tan dichoso como йl era. Finalmente embargados los sentidos con los vapores del vino, se fue a dormir un sosegado sueсo. Zadig pasу aquella noche en la mбs violenta zozobra. ЎCon que se ha vuelto loco el rey, y ha sido muerto! decнa; no puedo menos de compadecerle. ЎEstб despedazado el imperio, y este bandolero es feliz! ЎO fortuna, o destino! ЎUn bandolero feliz, y la mбs amable producciуn de la naturaleza ha muerto acaso de un modo horrible, o vive en peor condiciуn que la misma muerte! ЎO Astarte! їQuй te has hecho?
Desde que amaneciу el dнa, hizo preguntas a todos cuantos habнa en el castillo, pero estaban todos ocupados, y nadie le respondiу: aquella noche habнan hecho nuevas conquistas, y se estaban repartiendo los despojos. Cuanto en esta tumultuaria confusiуn pudo conseguir, fue licencia para irse, que aprovechу sin tardanza, mбs sumido que nunca en sus tristes pensamientos.
Caminaba Zadig inquieto y agitado, preocupado su бnimo con la malhadada Astarte, con el rey de Babilonia, can su fiel Cador, con el dichoso bandolero Arbogad, con aquella tan antojadiza mujer que habнan robado unos Babilonios en la frontera de Egipto, finalmente con todos los contratiempos y azares que habнa sufrido.
Mi cuerpo y mi corazуn, dijo el rey a Zadig... Oyendo estas palabras no pudo menos el Babilonio de interrumpir a su majestad, y de decirle: ЎCuanto celebro que no hayбis dicho mi alma y mi corazуn!, porque no oнmos mas voces que estas en las conversaciones de Babilonia, ni leemos libros que no traten del corazуn y el alma, escritos por autores que ni uno ni otra tienen; pero perdonadme, Seсor, y proseguid. Nabuzan continuу: Mi cuerpo y mi corazуn son propensos al amor; a la primera de estas dos potencias le sobran satisfacciones, que tengo cien mujeres a mi disposiciуn, hermosas todas, complacientes, obsequiosas, y voluptuosas, o fingiendo que lo son conmigo. No es empero mi corazуn tan afortunado, porque tengo sobrada experiencia de que el halagado es el rey de Serendib, y que hacen poquнsimo aprecio de Nabuzan. No por eso digo que sean infieles mis mujeres, puesto que quisiera encontrar una que me quisiera por mн propio, y diera por ella las cien beldades que poseo. Decidme si en mis cien sultanas hay una que de veras me quiera.
Respondiуle Zadig lo mismo que acerca del ministro de hacienda. Seсor, dejadlo a mi cargo; pero permitidme primero que disponga de todas las riquezas que se expusieron en la galerнa de la tentaciуn, y no dudйis de que os darй buena cuenta de ellas, y no perderйis un ardite. Diуle el rey amplнas facultades, y escogiу Zadig treinta y tres jorobados de los mбs feos de Serendib, treinta y tres pajes de los mбs lindos, y treinta y tres de los mбs elocuentes y forzudos bonzos. Dejуles a todos facultad de introducirse en los retretes de las sultanas; dio a cada jorobado cuatro mil monedas de oro que regalar, y el primer dнa fueron todos felices. Los pajes que no tenнan otra dбdiva que hacer que la de su persona, tardaron dos o tres dнas en conseguir lo que solicitaban; y tuvieron mas dificultad en salir non la suya los bonzos; pero al cabo se les rindieron treinta y tres devotas. Presenciу el rey todas estas pruebas por unas celosнas que daban en los aposentos de las sultanas, y se quedу atуnito, que de sus cien mujeres las noventa y nueve se rindieron a su presencia. Quedaba una muy joven y muy novicia, a la cual nunca habнa tocado su majestad: arrimбronse a ella uno, dos y tres jorobados, ofreciйndole hasta veinte mil monedas; pero se mantuvo incorruptible, riйndose de la idea de los jorobados que creнan que su dinero los hacia mas bonitos. Presentбronse los dos mas lindos pajes, y les dijo que le parecнa el rey mas lindo. Acometiуla luego el bonzo mбs elocuente, y despuйs el mбs intrйpido: al primero le tratу de parlanchнn, y no pudo entender cual fuese el mйrito del segundo. Todo se cifra en el corazуn, dijo: yo no he de ceder ni al oro de un jorobado, ni a la hermosura de un paje, ni a las artes de un bonzo; ni he de querer a nadie mas que a Nabuzan; hijo de Nuzanab, esperando a que йl me corresponda. Quedу el rey embargado en jъbilo, cariсo y admiraciуn. Volviу a tomar todo el dinero con que habнan comprado los jorobados su buena ventura, y se le regalу a la hermosa Falida, que asн se llamaba esta beldad. Dile con йl su corazуn, que merecнa de sobra, porque nunca se vio juventud mбs brillante y mбs florida que la suya, nunca hermosura que mas digna de prendar fuese. Verdad es que no calla la historia que hacia mal una cortesнa; pero confiesa que bailaba como las hadas, cantaba como las sirenas, y hablaba como las Gracias, y estaba colmada de habilidades y virtud.
Adorбbala el amado Nabuzan; pero tenia Falida ojos azules, lo cual causу las mas funestas desgracias. Estaba prohibido por una antigua ley de Serendib, que se enamoraran de una de las mujeres que llamaron luego los Griegos BOOPES; y hacia mas de cinco mil aсos que habнa promulgado esta ley el sumo bonzo, por apropiarse para sн la dama del primer rey de la isla de Serendib; de suerte que el anatema de los ojos azules se habнa hecho ley fundamental del estado. Todas las clases del estado hicieron enйrgicas representaciones a Nabuzan; y pъblicamente se decнa que era llegada la fatal catбstrofe del reino, que estaba colmada la medida de la abominaciуn, que un siniestro suceso amenazaba la naturaleza; en una palabra, que Nabuzan, hijo de Nuzanab, estaba enamorado de dos ojos azules rasgados. Los jorobados, los bonzos, los asentistas, y las ojinegras inficionaron de malcontentos el reino entero.
El descontento universal animу a los pueblos salvajes que viven al norte de Serendib a invadir los estados del buen Nabuzan. Pidiу subsidios a sus vasallos, y los bonzos que eran dueсos de la mitad de las rentas del estado, se contentaron con levantar las manos al cielo, y se negaron a llevar su dinero al erario para sacar de ahogo al rey. Cantaron lindas oraciones en mъsica, y dejaron que los bбrbaros asolaran el estado.
Querido Zadig, їme sacarбs de este horrible apuro? le dijo en lastimoso tono Nabuzan. Con mucho gusto, respondiу Zadig; los bonzos os darбn cuanto dinero querбis. Abandonad las tierras donde tienen levantados sus palacios, y no defendбis mas que las vuestras. Hнzolo asн Nabuzan; y cuando vinieron los bonzos a echarse a sus plantas, implorando su asistencia, les respondiу el rey con una soberbia mъsica cuya letra eran oraciones al cielo, rogando por la conservaciуn de sus tierras. Entonces los bonzos dieron dinero, y se concluyу con felicidad la guerra. De esta suerte por sus prudentes y dichosos consejos, y por los mas seсalados servicios, se habнa acarreado Zadig la irreconciliable enemiga de los mas poderosos del estado: juraron su pйrdida los bonzos y las ojinegras, desacreditбronle jorobados y asentistas, y le hicieron sospechoso al buen Nabuzan. Los servicios que el hombre hace se quedan en la antesala, y las sospechas penetran al gabinete, segъn dice Zoroastro. Todos los dнas eran acusaciones nuevas; la primera se repele, la segunda hace mella, la tercera hiere, y la cuarta mata.
Asustado Zadig, que habнa puesto en auge los asuntos de su amigo, y enviбdole su dinero, no pensу mбs que en partirse de la isla, y en ir a saber en persona noticias de Astarte; porque si permanezco en Serendib, decнa, me harбn empalar los bonzos. їPero adonde irй? en Egipto serй esclavo, en Arabia segъn las apariencias quemado, y ahorcado en Babilonia. Con todo menester es saber quй ha sido de Astarte: partбmonos, y apuremos lo que me destina mi suerte fatal.
Al llegar a las fronteras que separan la Arabia pйtrea de la Siria, y al pasar por junto a un fuerte castillo, salieron de йl unos Бrabes armados. Viуse rodeado de hombres que le gritaban: Rнndete; todo cuanto traes es nuestro, y tu persona pertenece a nuestro amo. En respuesta sacу Zadig la espada; lo mismo hizo su criado que era valiente, y dejaron sin vida a los primeros Бrabes que los habнan embestido: doblу el nъmero de enemigos, mas ellos no se desalentaron, y se resolvieron a morir en la pelea. Veнanse dos hombres que se defendнan contra una muchedumbre; tan desigual contienda poco podнa durar. Viendo desde una ventana el dueсo del castillo, que se llamaba Arbogad, los portentos de valor que hacia Zadig, le cobrу estimaciуn. Bajу por tanto, y vino en persona a contener a los suyos, y librar a los dos caminantes. Cuanto por mis tierras pasa es mнo, dijo, no menos que lo que en tierras ajenas encuentro; pero me parecйis tan valeroso, que os eximo de la comъn ley. Hнzole entrar en el castillo, mandando a su tropa que le tratase bien; y aquella noche quiso cenar con Zadig.
Era el amo de este castillo uno de aquellos Бrabes que llaman ladrones, el cual entre mil atrocidades solнa hacer alguna acciуn buena; robaba con una furiosa rapacidad, y daba con prodigalidad: intrйpido en una acciуn, de buen genio en el trato de la vida, bebedor en la mesa, de buen humor cuando habнa bebido, y sobretodo sin solapa ninguna. Gustуle mucho Zadig, y con la conversaciуn que se animу durу mucho el banquete. Dнjole en fin Arbogad: Aconsejoos que tomйis partido conmigo, no podйis hacer cosa mejor; no es tan malo el oficio, y un dнa podйis llegar a ser lo que yo soy. їSe puede saber, respondiу Zadig, desde cuando ejercitбis tan hidalga profesiуn? Desde niсo, replicу el seсor. Era criado de un Бrabe muy hбbil, y no podнa acostumbrarme a mi estado, desesperado de ver que perteneciendo igualmente la tierra a todos, no me hubiera cabido a mн la porciуn correspondiente. Fiйle mi pena a un Бrabe viejo, el cual me dijo: Hijo mнo, no te desesperes; sбbete que en tiempos antiguos habнa un grano de arena que se dolнa de ser un бtomo desconocido en un desierto; andando aсos, se convirtiу en diamante, y es hoy el mas precioso joyel de la corona del rey de las Indias. Diуme tanto golpe esta respuesta, que siendo grano de arena me determinй a volverme diamante. Robй primero dos caballos, me juntй con otros compaсeros, pъseme en breve en estado de robar caravanas poco crecidas; y asн fue disminuyйndose la desproporciуn que de mн a los demбs habнa. Participй de los bienes de este mundo, v me resarcн con usura: tuviйronme en mucho, lleguй a ser seсor bandolero, y ganй este castillo tomбndole por fuerza. Quiso quitбrmele el sбtrapa de Siria, pero era ya tan rico que nada tenia que temer: di dinero al sбtrapa, y conservй asн el castillo, y agrandй mis tierras, aсadiendo a ellas el cargo que me confiriу el sбtrapa de tesorero de los tributos que pagaba la Arabia pйtrea al rey de reyes. Yo hice las cobranzas, y me exime de hacer pagos.
Enviу aquн el gran Desterham de Babilonia, en nombre del rey Moabdar, a un satrapilla para mandarme ahorcar. Cuando йl llegу con la orden, estaba yo informado de todo; hice ahorcar en su presencia las cuatro personas que traнa consigo para apretarme el lazo al cuello, y le preguntй luego cuanto le podнa valer la comisiуn de ahorcarme. Respondiуme que podrнa su gratificaciуn subir a trescientas monedas de oro, y yo le hice ver con evidencia que ganarнa mas conmigo: le creй bandolero inferior, y hoy es uno de los mejores y mas ricos oficiales que tengo; y si me querйis creer, harйis vos lo mismo. Nunca ha corrido tiempo mejor para robar, desde que ha sido muerto Moabdar, y que anda en Babilonia todo alborotado. ЎMoabdar ha sido muerto! dijo Zadig: їy que se ha hecho la reina Astarte? Yo no lo sй, replicу Arbogad; lo que sн sй, es que Moabdar se volviу loco, que fue muerto, que Babilonia esta hecha una cueva de ladrones, todo el imperio en la desolaciуn, que se pueden dar buenos golpes, y que yo por mi parte he dado algunos ballantes. Pero la reina, dijo Zadig, їpor vida vuestra nada sabйis de la suerte de la reina? De un prнncipe de Hircania me han hablado, replicу; es de presumir que sea una de sus concubinas, a menos que en el alboroto la hayan muerto; pero a mн lo que me importa es averiguar donde hay que robar, y no noticias. Muchas mujeres he cogido en mis correrнas, pero a ninguna conservo; cuando son bonitas, las vendo caras, sin informarme de lo que son, porque nadie compra la dignidad, y para una reina fea no se encuentra despacho. Posible es que haya yo vendido a la reina Astarte, y posible es que haya muerto; poco me importa, y me parece que tampoco debe de importaros mucho a vos. Diciendo esto bebнa con tanto aliento, y de tal manera confundнa las ideas todas, que no pudo Zadig sacar de йl cosa ninguna mas.
Estaba confuso, pensativo y sin movimiento, mientras que bebнa Arbogad y contaba mil historietas, repitiendo sin cesar que era el mбs venturoso de los hombres, y exhortando a Zadig a que fuera tan dichoso como йl era. Finalmente embargados los sentidos con los vapores del vino, se fue a dormir un sosegado sueсo. Zadig pasу aquella noche en la mбs violenta zozobra. ЎCon que se ha vuelto loco el rey, y ha sido muerto! decнa; no puedo menos de compadecerle. ЎEstб despedazado el imperio, y este bandolero es feliz! ЎO fortuna, o destino! ЎUn bandolero feliz, y la mбs amable producciуn de la naturaleza ha muerto acaso de un modo horrible, o vive en peor condiciуn que la misma muerte! ЎO Astarte! їQuй te has hecho?
Desde que amaneciу el dнa, hizo preguntas a todos cuantos habнa en el castillo, pero estaban todos ocupados, y nadie le respondiу: aquella noche habнan hecho nuevas conquistas, y se estaban repartiendo los despojos. Cuanto en esta tumultuaria confusiуn pudo conseguir, fue licencia para irse, que aprovechу sin tardanza, mбs sumido que nunca en sus tristes pensamientos.
Caminaba Zadig inquieto y agitado, preocupado su бnimo con la malhadada Astarte, con el rey de Babilonia, can su fiel Cador, con el dichoso bandolero Arbogad, con aquella tan antojadiza mujer que habнan robado unos Babilonios en la frontera de Egipto, finalmente con todos los contratiempos y azares que habнa sufrido.