I.- Desgracias del hombre de los cuarenta escudos
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Quiero que sepa el universo que tengo una tierra que me valdrнa cuarenta escudos, si no fuese por los tributos que paga.
Segъn el preбmbulo de unos cuantos decretos lanzados por ciertas personas que gobiernan al Estado, los poderes legislativo y ejecutivo son, por derecho divino, copropietarios de mi tierra, y les debo la mitad, por lo menos, de cuanto como. No puedo menos de persignarme al considerar la capacidad estomacal de los poderes legislativo y ejecutivo. їPues quй serнa si esos poderes que presiden el orden esencial de las sociedades se llevan mi tierra toda entera? La cosa serнa mбs «divina» todavнa.
Su Excelencia, el seсor ministro de Hacienda, sabe muy bien que, contбndolo todo, no pagaba yo antes mбs de 44 reales, lo que ya era para mн una carga muy pesada, y que no hubiese podido sobrellevar si no me hubiere favorecido Dios con la habilidad de hacer cestos de mimbre, con lo cual ganaba para aliviar a mi pobreza. їPues cуmo he de poder dar de repente al rey 20 escudos?
En su preбmbulo decнan tambiйn los ministros que el campo es el ъnico que debe pagar; porque todo, hasta las lluvias, provienen de la tierra; y que, por consiguiente, de los frutos de la tierra deben salir los impuestos.
Durante la ъltima guerra vino un alguacil a mi casa, y me pidiу como contribuciуn tres fanegas de trigo y un costal de habas, valor en total de 20 escudos, para continuar la guerra que se estaba haciendo, sin que yo sepa por quй, y en la cual guerra, segъn decнan, no iba Francia a ganar nada y en cambio aventuraba perder mucho. Como a la sazуn yo no tenнa trigo, ni habas, ni un ochavo, el poder legislativo y el ejecutivo me metieron en la cбrcel y continuу la guerra como Dios quiso.
Al salir de la prisiуn, con sуlo el pellejo y los huesos, topй de manos a boca con un hombre gordo y colorado, que iba en un coche de seis caballos, con seis lacayos detrбs, a cada uno de los cuales le daba de salario doble de lo que yo tenнa; su mayordomo, que estaba de tan buen aspecto como йl, ganaba 2.000 francos al aсo, y robaba 20.000. La moza del hombre gordo y colorado no le costaba a йste mбs de 40.000 escudos cada medio aсo. Cuando le conocн en otro tiempo era mбs pobre que yo. Para consolarme me dijo que tenнa una renta de 400.000 libras.
—Segъn eso, paga usted doscientos mil al Estado —le dije—, para sostener la ventajosнsima guerra que estamos haciendo; porque yo que no tengo mбs que 40 escudos de renta pago la mitad.
—їContribuir yo a las cargas del Estado? —replicу—. Usted se burla, amigo mнo. Yo heredй a un tнo que habнa ganado ocho millones en Cбdiz y en Surate, y no poseo ni un celemнn de tierra. Toda mi fortuna estб invertida en crйditos sуlidos y buenas letras de cambio. De modo que nada debo al Estado. Usted que posee tierras sн debe pagar la mitad de lo que tiene. Todo procede de la tierra; la moneda y los libramientos no son mбs que instrumentos de cambio.
En vez de jugar a una carta en el faraуn 100 sacos de trigo, 100 vacas, 1.000 carneros y 200 fanegas de cebada, pongo yo un montуn de oro que representa todos esos miserables gйneros. Ademбs, si despuйs de haber pagado por ellos su propietario el impuesto correspondiente, me pidieran a mн mбs dinero, serнa arbitrario. Serнa pagar dos veces una misma cosa. Mi tнo vendiу en Cбdiz por valor de 2 millones de trigo de Francia, y otros dos millones de tejidos de lana hechos en nuestras fбbricas y en estas dos ventas ganу mбs de un 100 por 100. Como usted ve esta ganancia la hizo sobre tierras que habнa pagado ya: lo que mi tнo le compra a usted por 2, lo vendнa en Mйjico por 200. Deduciendo todo gasto ganу 8 millones. Hubiera sido una injusticia enorme cobrarle un solo franco de los 2 que a usted le habнa pagado. Si veinte sobrinos como yo, cuyos tнos en Mйjico, en Buenos Aires, en Lima, en Surate o en Pondichery, hubiesen ganado 8 millones, prestaran al Estado 200.000 francos cada uno en una urgencia de la patria, el tal emprйstito ascenderнa a 4 millones. ЎQuй horror! Pague usted pues, amigo mнo, ya que disfruta en paz de una renta de cuarenta escudos limpios de polvo y paja; sirva con celo a la patria y vйngase de cuando en cuando a comer con mis criados.
Tan plausible razonamiento me dio mucho que pensar, pero no logrу consolarme.
Quiero que sepa el universo que tengo una tierra que me valdrнa cuarenta escudos, si no fuese por los tributos que paga.
Segъn el preбmbulo de unos cuantos decretos lanzados por ciertas personas que gobiernan al Estado, los poderes legislativo y ejecutivo son, por derecho divino, copropietarios de mi tierra, y les debo la mitad, por lo menos, de cuanto como. No puedo menos de persignarme al considerar la capacidad estomacal de los poderes legislativo y ejecutivo. їPues quй serнa si esos poderes que presiden el orden esencial de las sociedades se llevan mi tierra toda entera? La cosa serнa mбs «divina» todavнa.
Su Excelencia, el seсor ministro de Hacienda, sabe muy bien que, contбndolo todo, no pagaba yo antes mбs de 44 reales, lo que ya era para mн una carga muy pesada, y que no hubiese podido sobrellevar si no me hubiere favorecido Dios con la habilidad de hacer cestos de mimbre, con lo cual ganaba para aliviar a mi pobreza. їPues cуmo he de poder dar de repente al rey 20 escudos?
En su preбmbulo decнan tambiйn los ministros que el campo es el ъnico que debe pagar; porque todo, hasta las lluvias, provienen de la tierra; y que, por consiguiente, de los frutos de la tierra deben salir los impuestos.
Durante la ъltima guerra vino un alguacil a mi casa, y me pidiу como contribuciуn tres fanegas de trigo y un costal de habas, valor en total de 20 escudos, para continuar la guerra que se estaba haciendo, sin que yo sepa por quй, y en la cual guerra, segъn decнan, no iba Francia a ganar nada y en cambio aventuraba perder mucho. Como a la sazуn yo no tenнa trigo, ni habas, ni un ochavo, el poder legislativo y el ejecutivo me metieron en la cбrcel y continuу la guerra como Dios quiso.
Al salir de la prisiуn, con sуlo el pellejo y los huesos, topй de manos a boca con un hombre gordo y colorado, que iba en un coche de seis caballos, con seis lacayos detrбs, a cada uno de los cuales le daba de salario doble de lo que yo tenнa; su mayordomo, que estaba de tan buen aspecto como йl, ganaba 2.000 francos al aсo, y robaba 20.000. La moza del hombre gordo y colorado no le costaba a йste mбs de 40.000 escudos cada medio aсo. Cuando le conocн en otro tiempo era mбs pobre que yo. Para consolarme me dijo que tenнa una renta de 400.000 libras.
—Segъn eso, paga usted doscientos mil al Estado —le dije—, para sostener la ventajosнsima guerra que estamos haciendo; porque yo que no tengo mбs que 40 escudos de renta pago la mitad.
—їContribuir yo a las cargas del Estado? —replicу—. Usted se burla, amigo mнo. Yo heredй a un tнo que habнa ganado ocho millones en Cбdiz y en Surate, y no poseo ni un celemнn de tierra. Toda mi fortuna estб invertida en crйditos sуlidos y buenas letras de cambio. De modo que nada debo al Estado. Usted que posee tierras sн debe pagar la mitad de lo que tiene. Todo procede de la tierra; la moneda y los libramientos no son mбs que instrumentos de cambio.
En vez de jugar a una carta en el faraуn 100 sacos de trigo, 100 vacas, 1.000 carneros y 200 fanegas de cebada, pongo yo un montуn de oro que representa todos esos miserables gйneros. Ademбs, si despuйs de haber pagado por ellos su propietario el impuesto correspondiente, me pidieran a mн mбs dinero, serнa arbitrario. Serнa pagar dos veces una misma cosa. Mi tнo vendiу en Cбdiz por valor de 2 millones de trigo de Francia, y otros dos millones de tejidos de lana hechos en nuestras fбbricas y en estas dos ventas ganу mбs de un 100 por 100. Como usted ve esta ganancia la hizo sobre tierras que habнa pagado ya: lo que mi tнo le compra a usted por 2, lo vendнa en Mйjico por 200. Deduciendo todo gasto ganу 8 millones. Hubiera sido una injusticia enorme cobrarle un solo franco de los 2 que a usted le habнa pagado. Si veinte sobrinos como yo, cuyos tнos en Mйjico, en Buenos Aires, en Lima, en Surate o en Pondichery, hubiesen ganado 8 millones, prestaran al Estado 200.000 francos cada uno en una urgencia de la patria, el tal emprйstito ascenderнa a 4 millones. ЎQuй horror! Pague usted pues, amigo mнo, ya que disfruta en paz de una renta de cuarenta escudos limpios de polvo y paja; sirva con celo a la patria y vйngase de cuando en cuando a comer con mis criados.
Tan plausible razonamiento me dio mucho que pensar, pero no logrу consolarme.