VII.- Matrimonio del hombre de los cuarenta escudos

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Ya bastante instruido, el hombre de los cuarenta escudos, y hecho un caudalejo, se casу con una bonita muchacha que tenнa 100 escudos de renta; en breve embarazу a su mujer, por lo que fue a ver a su geуmetra, y a preguntarle si el reciйn nacido serнa chico o chica. Respondiуle el geуmetra que eso lo suelen saber las comadronas y las criadas; pero que no estaban tan adelantados como ellas los astrуnomos que predicen los eclipses.

Luego le preguntу si su hijo o su hija tenнa ya un alma, a lo que contestу el geуmetra que no entendнa de eso, y que lo consultase con un teуlogo. El hombre de los cuarenta escudos, que era ya hombre de 140, quiso enterarse tambiйn en quй sitio estaba su hijo. «En una bolsita», le dijo su amigo, «entre la vejiga y el intestino recto».

—ЎJesъs me valga! —exclamу—: їEl alma inmortal de mi hijo ha nacido y vive entre la orina y otra cosa 'peor?

—Sн, querido vecino, y el alma de un cardenal no tuvo tampoco alojamiento mбs aseado. A pesar de eso se las echan luego de personajes superiores a todos.

—їMe podrб usted decir, seсor mнo, cуmo se forman las criaturas?

—No, pero puedo decirle lo que piensan de ello los filуsofos. El reverendo padre Sбnchez, en su excelente libro De Matrimonio, es en todo del dictamen de Hipуcrates, y cree como artнculo de fe que se atraen y se unen entre sн los dos fluidos del hombre y de la mujer, y de esta uniуn brota al punto la criatura. Tan seguro se halla el catуlico doctor de su explicaciуn fнsica, trasladada a la teologнa, que en el capнtulo 21 de su libro afirma: utrum virgo Maris semen emiserit in copulatione cum Spiritu Sancto.

—Ya le he dicho a usted que no entiendo el latнn: tradъzcame al romance, ese orбculo del padre Sбnchez.

El geуmetra se lo tradujo y ambos se estremecieron de horror. Pero aunque el padre Sбnchez le pareciу extraordinariamente ridнculo al reciйn casado, quedу bastante satisfecho con Hipуcrates, y con la halagьeсa idea de que su mujer habнa cumplido todos los placenteros requisitos que cita este doctor para hacer un chiquillo.

—Sin embargo —le dijo el geуmetra—, muchas mujeres hay que no derraman licor alguno, que reciben con repugnancia las caricias de sus maridos, y no por eso dejan de tener hijos. Este solo hecho desvirtъa lo que afirman Hipуcrates y Sбnchez. Tambiйn parece verosнmil que en los mismos casos obre siempre la naturaleza por los mismos principios; ahora bien: muchas especies de animales engendran sin coito; por ejemplo, los pescados de escama, las ostras y los pulgones; pero los mйdicos quieren establecer un mecanismo de generaciуn aplicable a todos los animales. El cйlebre Harvey, que descubriу la circulaciуn de la sangre, y merecнa descubrir el secreto de la naturaleza, creyу que lo habнa encontrado en las gallinas por el hecho de que йstas ponen huevos. Asн, pues, imaginу que tambiйn las mujeres ponнan huevos. Los juglares cantaban ya al gallear de los mozos cuando empiezan a gustarles las muchachas. La opiniуn de Harvey prevaleciу en Europa y quedу aceptado que provenimos de un huevo.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Pero si dice usted que la naturaleza siempre es semejante a sн propia, y que en casos idйnticos obra por los mismos principios, їcуmo es que las mujeres, las burras, las yeguas y las anguilas no ponen? Se estб usted burlando de mн.

El geуmetra:

—No ponen fuera, pero ponen dentro. Las mujeres tienen su ovario y se empolla en la matriz. Todos los pescados de escama y las ranas ponen huevos que luego fecunda el macho; las ballenas y los demбs cetбceos salen del huevo en la matriz; las araсas, las polillas y los mбs viles insectos proceden visiblemente de un huevo; todo proviene del huevo, y nuestro globo terrбqueo no es mбs que un huevo inmenso que contiene todos los demбs.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Creo que esa hipуtesis tiene muchas probabilidades de ser cierta. Es sencilla, clara, evidente en la mayor parte de los animales y a mн me convence. No quiero aceptar otra. Los huevos de mi mujer son indiscutibles para mн.

El geуmetra:

—Pero al fin, los sabios se han cansado de esta teorнa y ahora quieren que los chicos se hagan de otra manera.

El hombre de los cuarenta escudos:

—їY por quй, siendo esa tan natural?

El geуmetra:

—Porque prefieren que las mujeres no tengan ovario, sino unas glбndulas.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Seguramente eso lo dicen algunos teуricos que quieren imponer sus doctrinas y desacreditar la de los huevos.

El geуmetra:

—Bien puede ser. Dos holandeses, al examinar al microscopio el licor seminal del hombre y de otros animales, observaron minъsculos seres ya formados que corrнan con increнble velocidad. Estos seres los descubrieron hasta en el licor seminal del gallo. De esto deducen que en la procreaciуn todo lo hacen los machos y nada las hembras, las cuales sуlo sirvieron de depositarнas del tesoro que en ellas coloca el macho.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Cosa muy rara es esa. Yo dudo mucho que todos esos animalillos minъsculos se muevan tanto en un licor y luego permanezcan inmуviles en los huevos de los pбjaros, y no menos quietos por espacio de nueve meses en el vientre de una mujer. No me parece posible ni acorde con los procedimientos de la naturaleza. Dнgame usted, їcуmo son esos enanillos que nadan con tanta maestrнa en el licor que me dice?

El geуmetra:

—Son como gusanos. Un mйdico llamado Andry creнa que todo consistнa en los gusanos; era enemigo de Harvey y sus doctrinas, y de buena gana hubiera suprimido la circulaciуn de la sangre, porque la habнa descubierto otro. Este Andry con los otros dos holandeses, despuйs de cometer el pecado de Onan, y mirar el producto con el microscopio, redujeron al nombre a la condiciуn de oruga. Primero somos gusanos como йstas, luego como ellas en nuestro capullo nos convertimos por espacio de nueve meses en crisбlidas, y al fin, lo mismo que cuando la oruga llega a ser mariposa, nosotros pasamos a hombres; tal es nuestra metamorfosis.

El hombre de los cuarenta escudos:

—їY todo para aquн, o ha habido otra moda nueva?

El geуmetra:

—Se aburrieron de tanta oruga. Un filуsofo muy gracioso, llamado Maupertuis, ha descubierto que los chicos se hacen por atracciуn. Vea usted cуmo: asн que cae el esperma en la matriz, el ojo derecho atrae al izquierdo, el cual en cuanto ojo quiere unirse a йl; pero se lo estorban las narices, que encuentra en el camino, y que le obliga a mantenerse a la izquierda; lo mismo sucede con los brazos, los muslos y las piernas que estбn pegadas a los muslos. Segъn tal hipуtesis no es fбcil explicar la situaciуn de las mamas y las nalgas. No admite este gran filуsofo otro plan en el Supremo Creador, ni cree que el corazуn fue hecho para recibir y reverter la sangre, ni el estуmago para digerir, ni los ojos para ver, ni para oнr los oнdos; todo esto es una vulgaridad; no hay mбs que una funciуn: la atracciуn.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Pero ese hombre es un loco rematado y nadie habrб que adopte tan extravagantes ideas.

El geуmetra:

—Dieron mucho que reнr, pero el loco, parecido a los teуlogos, que persiguen a quienes bromean con sus ocurrencias, no dejу en paz a sus contradictores. Otros filуsofos sustentan otras diversas teorнas, pero no han hecho prosйlitos. Ya no es el brazo el que corre tras el brazo, ni el muslo tras el muslo; son molйculas orgбnicas, partнculas de brazos y piernas las que juegan entre sн. Al cabo nos veremos obligados a recurrir otra vez a los huevos, despuйs de haber perdido mucho tiempo.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Creo que es lo mбs sensato. їY en quй han terminado todas esas contiendas?

El geуmetra:

—En seguir dudando. Si se hubiera controvertido la cuestiуn entre teуlogos, hubiera habido excomuniones y derramamientos de sangre, pero los fнsicos hacen pronto las paces; cada uno se acuesta con su mujer, sin importarles nada su ovario, ni sus trompas de Falopio; y las mujeres se quedan preсadas sin que siquiera traten de averiguar cуmo se efectъa tal misterio, del mismo modo que el sembrador siembra el trigo sin preocuparse de cуmo germina йste en la tierra.

El hombre de los cuarenta escudos:

—ЎOh! Eso sн que me lo enseсaron desde hace mucho tiempo. Brota porque se pudre. Claro que a veces me tienta la risa con esa explicaciуn.

El geуmetra:

—Esa tentaciуn revela a un hombre de juicio. Aconsejуle a usted que dude de todo, como no sea de que los tres бngulos del triбngulo son iguales a dos rectos; de que los triбngulos que tienen la misma base y la misma altura son iguales, y de otras proposiciones semejantes, por ejemplo, de que tres y dos son cinco.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Sн, seсor, bien creo que de sabios es dudar, pero siento en mн mucha curiosidad desde que tengo algo de dinero y no trabajo tanto. Cuando mi voluntad mueve mi brazo o mi pierna, quisiera yo saber con quй muelle los mueve, porque es cierto que algъn muelle hay. Algunas veces me sorprende el poder alzar y bajar los ojos y no poder alzar las orejas. Yo pienso, y desearнa saber... lo que hay aquн... tocar con la mano mi pensamiento. Querrнa saber si pienso por mн mismo, si Dios me da las ideas, cуmo vino mi alma a mi cuerpo cuando tenнa йste seis semanas o cuando tenнa un dнa; cуmo se halla esa alma aposentada en mi cerebro. Me devano los sesos imaginando cуmo influye un cuerpo sobre otro; no menos me maravillan mis sensaciones, y encuentro en ellas un algo divino, sobre todo en el goce. Algunas veces hago infinitos esfuerzos para entender cуmo podrнa ser un nuevo sentido, y jamбs lo he conseguido. Los geуmetras saben perfectamente todas estas cosas. Hбgame usted el favor de informarme sobre ellas.

El geуmetra:

—ЎAh! Tan ignorantes de ellas somos como usted. Acuda a los teуlogos de la Sorbona.

Ya bastante instruido, el hombre de los cuarenta escudos, y hecho un caudalejo, se casу con una bonita muchacha que tenнa 100 escudos de renta; en breve embarazу a su mujer, por lo que fue a ver a su geуmetra, y a preguntarle si el reciйn nacido serнa chico o chica. Respondiуle el geуmetra que eso lo suelen saber las comadronas y las criadas; pero que no estaban tan adelantados como ellas los astrуnomos que predicen los eclipses.

Luego le preguntу si su hijo o su hija tenнa ya un alma, a lo que contestу el geуmetra que no entendнa de eso, y que lo consultase con un teуlogo. El hombre de los cuarenta escudos, que era ya hombre de 140, quiso enterarse tambiйn en quй sitio estaba su hijo. «En una bolsita», le dijo su amigo, «entre la vejiga y el intestino recto».

—ЎJesъs me valga! —exclamу—: їEl alma inmortal de mi hijo ha nacido y vive entre la orina y otra cosa 'peor?

—Sн, querido vecino, y el alma de un cardenal no tuvo tampoco alojamiento mбs aseado. A pesar de eso se las echan luego de personajes superiores a todos.

—їMe podrб usted decir, seсor mнo, cуmo se forman las criaturas?

—No, pero puedo decirle lo que piensan de ello los filуsofos. El reverendo padre Sбnchez, en su excelente libro De Matrimonio, es en todo del dictamen de Hipуcrates, y cree como artнculo de fe que se atraen y se unen entre sн los dos fluidos del hombre y de la mujer, y de esta uniуn brota al punto la criatura. Tan seguro se halla el catуlico doctor de su explicaciуn fнsica, trasladada a la teologнa, que en el capнtulo 21 de su libro afirma: utrum virgo Maris semen emiserit in copulatione cum Spiritu Sancto.

—Ya le he dicho a usted que no entiendo el latнn: tradъzcame al romance, ese orбculo del padre Sбnchez.

El geуmetra se lo tradujo y ambos se estremecieron de horror. Pero aunque el padre Sбnchez le pareciу extraordinariamente ridнculo al reciйn casado, quedу bastante satisfecho con Hipуcrates, y con la halagьeсa idea de que su mujer habнa cumplido todos los placenteros requisitos que cita este doctor para hacer un chiquillo.

—Sin embargo —le dijo el geуmetra—, muchas mujeres hay que no derraman licor alguno, que reciben con repugnancia las caricias de sus maridos, y no por eso dejan de tener hijos. Este solo hecho desvirtъa lo que afirman Hipуcrates y Sбnchez. Tambiйn parece verosнmil que en los mismos casos obre siempre la naturaleza por los mismos principios; ahora bien: muchas especies de animales engendran sin coito; por ejemplo, los pescados de escama, las ostras y los pulgones; pero los mйdicos quieren establecer un mecanismo de generaciуn aplicable a todos los animales. El cйlebre Harvey, que descubriу la circulaciуn de la sangre, y merecнa descubrir el secreto de la naturaleza, creyу que lo habнa encontrado en las gallinas por el hecho de que йstas ponen huevos. Asн, pues, imaginу que tambiйn las mujeres ponнan huevos. Los juglares cantaban ya al gallear de los mozos cuando empiezan a gustarles las muchachas. La opiniуn de Harvey prevaleciу en Europa y quedу aceptado que provenimos de un huevo.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Pero si dice usted que la naturaleza siempre es semejante a sн propia, y que en casos idйnticos obra por los mismos principios, їcуmo es que las mujeres, las burras, las yeguas y las anguilas no ponen? Se estб usted burlando de mн.

El geуmetra:

—No ponen fuera, pero ponen dentro. Las mujeres tienen su ovario y se empolla en la matriz. Todos los pescados de escama y las ranas ponen huevos que luego fecunda el macho; las ballenas y los demбs cetбceos salen del huevo en la matriz; las araсas, las polillas y los mбs viles insectos proceden visiblemente de un huevo; todo proviene del huevo, y nuestro globo terrбqueo no es mбs que un huevo inmenso que contiene todos los demбs.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Creo que esa hipуtesis tiene muchas probabilidades de ser cierta. Es sencilla, clara, evidente en la mayor parte de los animales y a mн me convence. No quiero aceptar otra. Los huevos de mi mujer son indiscutibles para mн.

El geуmetra:

—Pero al fin, los sabios se han cansado de esta teorнa y ahora quieren que los chicos se hagan de otra manera.

El hombre de los cuarenta escudos:

—їY por quй, siendo esa tan natural?

El geуmetra:

—Porque prefieren que las mujeres no tengan ovario, sino unas glбndulas.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Seguramente eso lo dicen algunos teуricos que quieren imponer sus doctrinas y desacreditar la de los huevos.

El geуmetra:

—Bien puede ser. Dos holandeses, al examinar al microscopio el licor seminal del hombre y de otros animales, observaron minъsculos seres ya formados que corrнan con increнble velocidad. Estos seres los descubrieron hasta en el licor seminal del gallo. De esto deducen que en la procreaciуn todo lo hacen los machos y nada las hembras, las cuales sуlo sirvieron de depositarнas del tesoro que en ellas coloca el macho.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Cosa muy rara es esa. Yo dudo mucho que todos esos animalillos minъsculos se muevan tanto en un licor y luego permanezcan inmуviles en los huevos de los pбjaros, y no menos quietos por espacio de nueve meses en el vientre de una mujer. No me parece posible ni acorde con los procedimientos de la naturaleza. Dнgame usted, їcуmo son esos enanillos que nadan con tanta maestrнa en el licor que me dice?

El geуmetra:

—Son como gusanos. Un mйdico llamado Andry creнa que todo consistнa en los gusanos; era enemigo de Harvey y sus doctrinas, y de buena gana hubiera suprimido la circulaciуn de la sangre, porque la habнa descubierto otro. Este Andry con los otros dos holandeses, despuйs de cometer el pecado de Onan, y mirar el producto con el microscopio, redujeron al nombre a la condiciуn de oruga. Primero somos gusanos como йstas, luego como ellas en nuestro capullo nos convertimos por espacio de nueve meses en crisбlidas, y al fin, lo mismo que cuando la oruga llega a ser mariposa, nosotros pasamos a hombres; tal es nuestra metamorfosis.

El hombre de los cuarenta escudos:

—їY todo para aquн, o ha habido otra moda nueva?

El geуmetra:

—Se aburrieron de tanta oruga. Un filуsofo muy gracioso, llamado Maupertuis, ha descubierto que los chicos se hacen por atracciуn. Vea usted cуmo: asн que cae el esperma en la matriz, el ojo derecho atrae al izquierdo, el cual en cuanto ojo quiere unirse a йl; pero se lo estorban las narices, que encuentra en el camino, y que le obliga a mantenerse a la izquierda; lo mismo sucede con los brazos, los muslos y las piernas que estбn pegadas a los muslos. Segъn tal hipуtesis no es fбcil explicar la situaciуn de las mamas y las nalgas. No admite este gran filуsofo otro plan en el Supremo Creador, ni cree que el corazуn fue hecho para recibir y reverter la sangre, ni el estуmago para digerir, ni los ojos para ver, ni para oнr los oнdos; todo esto es una vulgaridad; no hay mбs que una funciуn: la atracciуn.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Pero ese hombre es un loco rematado y nadie habrб que adopte tan extravagantes ideas.

El geуmetra:

—Dieron mucho que reнr, pero el loco, parecido a los teуlogos, que persiguen a quienes bromean con sus ocurrencias, no dejу en paz a sus contradictores. Otros filуsofos sustentan otras diversas teorнas, pero no han hecho prosйlitos. Ya no es el brazo el que corre tras el brazo, ni el muslo tras el muslo; son molйculas orgбnicas, partнculas de brazos y piernas las que juegan entre sн. Al cabo nos veremos obligados a recurrir otra vez a los huevos, despuйs de haber perdido mucho tiempo.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Creo que es lo mбs sensato. їY en quй han terminado todas esas contiendas?

El geуmetra:

—En seguir dudando. Si se hubiera controvertido la cuestiуn entre teуlogos, hubiera habido excomuniones y derramamientos de sangre, pero los fнsicos hacen pronto las paces; cada uno se acuesta con su mujer, sin importarles nada su ovario, ni sus trompas de Falopio; y las mujeres se quedan preсadas sin que siquiera traten de averiguar cуmo se efectъa tal misterio, del mismo modo que el sembrador siembra el trigo sin preocuparse de cуmo germina йste en la tierra.

El hombre de los cuarenta escudos:

—ЎOh! Eso sн que me lo enseсaron desde hace mucho tiempo. Brota porque se pudre. Claro que a veces me tienta la risa con esa explicaciуn.

El geуmetra:

—Esa tentaciуn revela a un hombre de juicio. Aconsejуle a usted que dude de todo, como no sea de que los tres бngulos del triбngulo son iguales a dos rectos; de que los triбngulos que tienen la misma base y la misma altura son iguales, y de otras proposiciones semejantes, por ejemplo, de que tres y dos son cinco.

El hombre de los cuarenta escudos:

—Sн, seсor, bien creo que de sabios es dudar, pero siento en mн mucha curiosidad desde que tengo algo de dinero y no trabajo tanto. Cuando mi voluntad mueve mi brazo o mi pierna, quisiera yo saber con quй muelle los mueve, porque es cierto que algъn muelle hay. Algunas veces me sorprende el poder alzar y bajar los ojos y no poder alzar las orejas. Yo pienso, y desearнa saber... lo que hay aquн... tocar con la mano mi pensamiento. Querrнa saber si pienso por mн mismo, si Dios me da las ideas, cуmo vino mi alma a mi cuerpo cuando tenнa йste seis semanas o cuando tenнa un dнa; cуmo se halla esa alma aposentada en mi cerebro. Me devano los sesos imaginando cуmo influye un cuerpo sobre otro; no menos me maravillan mis sensaciones, y encuentro en ellas un algo divino, sobre todo en el goce. Algunas veces hago infinitos esfuerzos para entender cуmo podrнa ser un nuevo sentido, y jamбs lo he conseguido. Los geуmetras saben perfectamente todas estas cosas. Hбgame usted el favor de informarme sobre ellas.

El geуmetra:

—ЎAh! Tan ignorantes de ellas somos como usted. Acuda a los teуlogos de la Sorbona.