I

К оглавлению1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 
17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 
34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 
51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 
68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84 
85 86 87 88 89 

El anciano Belus, rey de Babilonia, se creнa el hombre mбs importante de la tierra, ya que todos sus cortesanos se lo decнan y todos sus historiadores se lo probaban. Esta ridiculez podнa disculpбrsele porque, efectivamente, sus antecesores habнan construido mбs de treinta mil aсos atrбs Babilonia y йl la habнa embellecido. Se sabe que su palacio y su parque, situados a algunas parasangas de Babilonia, se extendнan entre el Йufrates y el Tigris, que baсaban estas riberas encantadas. Su vasta mansiуn de tres mil pasos de frente se elevaba hasta las nubes. Su plataforma estaba rodeada por una balaustrada de mбrmol blanco, de cincuenta pies de altura, que sostenнa las estatuas de todos los reyes y todos los hombres cйlebres del imperio. Esta plataforma, compuesta de dos hileras de ladrillos recubiertos por una espesa capa de plomo de una extremidad a la otra, soportaba doce pies de tierra y sobre esta tierra se habнan sembrado bosques de olivos, de naranjos, de limoneros, de palmeras, de claveros, de cocoteros, de canelos, que formaban avenidas impenetrables para los rayos del sol.

Las aguas del Йufrates, elevadas por medio de bombas dentro de cien columnas huecas, llegaban a esos jardines para llenar vastos estanques de mбrmol y, cayendo luego a otros canales, iban a formar en el parque cascadas de seis mil pies de largo y cien mil surtidores cuya altura apenas podнa percibirse, luego volvнan al Йufrates, de donde habнan partido. Los jardines de Semiramis, que asombraron al Asia varios siglos despuйs, no eran mбs que una dйbil imitaciуn de estas antiguas maravillas: porque, en el tiempo de Semiramis, todo comenzaba a degenerarse, tanto entre los hombres como entre las mujeres.

Pero lo mбs admirable que habнa en Babilonia, lo que eclipsaba todo el resto, era la hija ъnica del rey, llamada Formosanta . Con el correr de los siglos, inspirбndose en sus retratos y estatuas, Praxнteles esculpiу su Afrodita y aquella que fue llamada la Venus de hermosas nalgas. ЎQuй diferencia! ЎOh cielos, del original a las copias! Y era por eso que Belus se sentнa mбs orgulloso de su hija que de su reino. Tenнa. dieciocho aсos: necesitaba un marido digno de ella, pero, їdуnde hallarlo? Un antiguo orбculo habнa dicho que Formosanta sуlo podнa pertenecer a aquel que tendiese el arco de Nemrod. Este Nemrod, poderoso cazador ante el Seсor, habнa dejado un arco de siete pies babilуnicos de altura, de una madera de йbano mбs dura que el hierro del Cбucaso, el que es trabajado en las forjas de Derbent, y ningъn mortal desde Nemrod, habнa podido tensar este arco maravilloso.

Habнa sido dicho, ademбs, que el brazo que tendiese este arco debнa matar al leуn mбs terrible y peligroso que fuese soltado en el circo de Babilonia. Aquello no era todo: el que tensase el arco, el vencedor del leуn, debнa derrotar a todos sus rivales, pero debнa ser sobre todo muy talentoso, ser el mбs magnнfico de los hombres, el mбs virtuoso, y poseer la cosa mбs rara que hubiese en todo el universo.

Tres reyes se presentaron osando disputar a Formosanta: el faraуn de Egipto, el Sha de las Indias y el gran Khan de los escitas. Belus eligiу el dнa y, en la extremidad de su parque, designу el lugar del combate, en el vasto espacio bordeado por las aguas del Tigris y del Йufrates reunidas. Se levantу alrededor de la liza un anfiteatro de mбrmol que podнa contener quinientos mil espectadores. Frente al anfiteatro se hallaba el trono del rey, el cual debнa aparecer con Formosanta, acompaсados con toda la corte, y a derecha e izquierda, entre el trono y el anfiteatro, se hallaban otros tronos y otros sitiales para los tres reyes y para todos los otros soberanos que sintieran curiosidad por venir a ver esta augusta ceremonia.

El rey de Egipto llegу primero, montado sobre el buey Apis, llevando en su mano el sistro de Isis. Lo seguнan dos mil sacerdotes vestidos con ropajes de lino mбs blanco que la nieve, dos mil eunucos, dos mil magos y dos mil guerreros.

El rey de las Indias llegу poco despuйs, en un carro arrastrado por doce elefantes. Tenнa un cortejo aъn mбs numeroso y mбs brillante que el del faraуn de Egipto.

El ъltimo en aparecer fue el rey de los escitas. No llevaba tras йl mбs que guerreros elegidos, armados de arcos y flechas. Su montura era un soberbio tigre que йl habнa domado, tan alto como los mбs bellos caballos de Persia. La altura de este monarca, imponente y majestuosa, borraba la de sus rivales; sus brazos desnudos, tan nervudos como blancos, parecнan tender ya el arco de Nemrod.

Los tres prнncipes se prosternaron primero ante Belus y Formosanta. El rey de Egipto ofreciу a la princesa los dos cocodrilos mбs bellos del Nilo, dos hipopуtamos, dos cebras, dos ratas de Egipto y dos momias, junto con los libros del gran Hermes, que йl creнa eran lo mбs raro que existнa sobre la tierra.

El rey de las Indias le ofreciу cien elefantes que llevaban cada uno una torre de madera dorada y puso a sus pies el veda, escrito por la mano del mismo Xaca.

El rey de los escitas, que no sabнa leer ni escribir, presentу cien caballos de batalla cubiertos por gualdrapas de pieles de zorros negros.

La princesa bajу los ojos ante sus pretendientes y se inclinу con una gracia tan modesta como noble. Belus hizo conducir a estos monarcas a los tronos que les habнan sido preparados.

-ЎOjalб hubiese tres hijas! -les dijo-, asн harнa felices hoy a seis personas.

Luego hizo echar a suerte quiйn ensayarнa primero el arco de Nemrod. Se colocaron en un casco de oro los nombres de los tres pretendientes. El del rey de Egipto saliу primero, luego apareciу el nombre del rey de las Indias. El rey escita, mirando el arco y a sus rivales, no lamentу en absoluto ser el tercero.

Mientras se preparaban estas brillantes pruebas, veinte mil pajes y veinte mil doncellas distribuyeron, sin confusiуn, refrescos a los espectadores entre las filas de asientos. Todo el mundo confesaba que los dioses sуlo habнan creado a los reyes para que ofreciesen fiestas todos los dнas, siempre que йstas fuesen diversas; que la vida es demasiado breve para utilizarla de otra manera, que los procesos, las intrigas, la guerra, las querellas entre los sacerdotes, que consumen la vida humana, son cosas absurdas y horribles, que el hombre no ha nacido sino para la alegrнa, que no le gustarнan tan apasionada y continuamente los placeres si no hubiese sido ya conformado para ellos, que la esencia de la naturaleza humana es el goce y que todo el resto es locura. Esta excelente moral jamбs ha sido desmentida, a no ser por los hechos.

Cuando iban a comenzar aquellas pruebas que decidirнan la suerte de Formosanta, un joven desconocido montado sobre un unicornio, acompaсado de su valet que iba montado de la misma manera y llevaba sobre su puсo un gran pбjaro, se presenta ante la barrera. Los guardias se asombraron de ver en semejante compaснa a una figura que parecнa una divinidad. Era, como despuйs se dijo, el rostro de Adonis sobre el cuerpo de Hйrcules; era la majestad junto con la gracia. Sus cejas negras y sus rubios cabellos, mezcla de belleza desconocida en Babilonia, encantaron a toda la asamblea: todo el anfiteatro se puso de pie para admirarlo mejor; todas las mujeres de la corte fijaron sobre йl miradas asombradas. La misma Formosanta, que siempre bajaba los ojos, los levantу y enrojeciу; los tres reyes palidecieron; todos los espectadores comparando a Formosanta con el desconocido exclamaban:

-ЎEn todo el mundo sуlo este joven es tan bello como la princesa!

Los ujieres, asombrados, le preguntaron si era rey. El extranjero repuso que no tenнa ese honor, pero que por curiosidad habнa venido desde muy lejos para ver si existнan reyes que fueran dignos de Formosanta. Se lo ubicу en la primera fila del anfiteatro, a йl, a su valet, a sus dos unicornios y a su pбjaro. Saludу profundamente a Belus, a su hija, a los tres reyes y a la asamblea. Luego ocupу su lugar sonrojбndose, sus dos unicornios se acostaron a sus pies, su pбjaro se posу sobre su espalda, y su criado, que llevaba una pequeсa bolsa, se sentу a su lado.

Comenzaron las pruebas. Sacaron de su estuche el arco de Nemrod. El gran maestro de ceremonias, seguido de cincuenta pajes y precedido de veinte trompetas, lo presentу al rey de Egipto. Йste lo hizo bendecir por sus sacerdotes, y, posбndose sobre la cabeza del buey Apis, no duda sobre que la primera victoria sea suya. Desciende al medio de la arena, lo intenta, agota sus fuerzas, hace contorsiones que excitan la risa del anfiteatro y que hacen sonreнr hasta a la misma Formosanta.

Su capellбn mayor se le acerca:

-Que su Majestad-le dice-renuncie a este vano honor, que sуlo pertenece a los mъsculos y los nervios; triunfarйis en todo el resto. Vencerйis al leуn, puesto que tenйis el sable de Osiris. La princesa de Babilonia debe pertenecer al prнncipe que tenga mayor talento, y vos habйis adivinado los enigmas. Ella debe desposar al mбs virtuoso, vos lo sois, puesto que habйis sido educados por los sacerdotes de Egipto. El mбs generoso serб quien triunfe, y vos le habйis regalado los mбs hermosos cocodrilos y las mбs hermosas ratas que se hallen en el Delta. Vos poseйis el buey Apis y los libros de Hermes, que son la cosa mбs rara del universo. Nadie puede disputaros a Formosanta.

-Tenйis razуn-dijo el rey de Egipto y volviу a ubicarse sobre el trono.

Se colocу luego el arco en las manos del rey de las Indias, quien a causa de eso, tuvo luego ampollas en las manos durante quince dнas. Y se consolу suponiendo que el rey de los escitas no tendrнa mбs suerte que йl.

Llegando su turno, el escita manipulу a su vez el arco. Unнa la fuerza a la destreza; el arco pareciу adquirir cierta elasticidad en sus manos, consiguiу doblarlo un poco, pero nunca llegу a tensarlo. El anfiteatro, a quien el buen aspecto de este prнncipe inspiraba inclinaciones favorables gimiу ante su falta de йxito, y juzgу que la bella princesa no se casarнa jamбs.

Entonces el joven desconocido descendiу de un salto a la arena y dirigiйndose al rey de los escitas dijo:

-Que su majestad no se sienta asombrado por no haber logrado un йxito absoluto. Estos arcos de йbano se hacen en mi paнs; existe una manera determinada de encararlos. Vos tenйis mucho mayor mйrito por haber logrado doblarlo que el que puedo tener yo en tensarlo.

Inmediatamente tomу una flecha, la ajustу sobre la cuerda, tendiу el arco de Nemrod e hizo volar la flecha mucho mбs allб de las barreras. Un millуn de manos aplaudieron este prodigio. Babilonia resonу con las exclamaciones y las mujeres decнan:

-ЎQue fortuna que un mancebo tan hermoso tenga tanta fuerza!

Luego sacу de su bolsillo una plaquita de marfil, escribiу sobre esta placa con una aguja de oro, atу la placa de marfil al arco, y presentу todo a la princesa con una gracia que encantaba a todos los asistentes. Luego fue modestamente a ubicarse en su lugar, entre su pбjaro y su valet. Babilonia entera se sentнa sorprendida, los tres reyes estaban confundidos pero el desconocido no pareciу darse cuenta de ello.

Formosanta se sintiу aun mбs sorprendida al leer sobre la plaqueta de marfil atada al arco estos breves versos escritos en lenguaje caldeo:

Si el arco de Nemrod lanza la guerra

Aviva el de Amor la suave dicha.

Vos lo tenйis. Por vos ese dios brilla

Y vence Y torna en dueсo de la tierra.

Tres reyes poderosos, rivales hoy a muerte

Pretenden alto honor: el de agradaros.

No sй cuбl preferнs; mбs ese bravo

El Universo envidiarб la suerte.

Este breve madrigal no disgustу a la princesa. Fue criticado por algunos seсores de la vieja corte, que dijeron que otrora, en los buenos tiempos, se hubiese comparado a Belus con el sol y a Formosanta con la luna, su cuello con una torre, y su pecho con un celemнn de harina. Dijeron que el extranjero no tenнa imaginaciуn, que se apartaba de las reglas de la verdadera poesнa, pero todas las damas juzgaron que estos versos eran muy galantes. Se sorprendieron de que un hombre que tendнa tan bien el arco tuviese tanto ingenio. La dama de honor de la princesa le dijo:

-Seсora he aquн mucho talento desperdiciado. їPara quй le servirбn a este mancebo su ingenio y el arco de Belus?

-Para ser admirado -repuso Formosanta. -ЎAh! -se dijo entre dientes la dama de lionor-, un madrigal mбs y podrнa ser amado. Mientras tanto Belus, luego de haber consultado a sus magos, declarу que, si bien ninguno de los tres reyes habнa podido tender el arco de Nemrod, no era йsta razуn suficiente para que su hija no se casara, y que ella pertenecerнa a aquel que lograrse abatir al gran leуn que expresamente criaba en su casa de fieras. El rey de Egipto, que habнa sido educado en la sabidurнa de su paнs, hallу muy ridнculo que un rey se expusiera a las fieras para poder cazarlo. Reconocнa que la posesiуn de Formosanta era algo muy valioso, pero pensaba que si el leуn lo mataba no podrнa jamбs desposar a esta hermosa babilуnica. El rey de las Indias compartiу el sentimiento del egipcio. Ambos llegaron a la conclusiуn de que el rey de Babilonia se burlaba de ellos, que debнan llamar a sus ejйrcitos para castigarlo, que tenнan bastantes sъbditos que se sentirнan muy honrados de morir al servicio de sus seсores, sin que esto costara un cabello de sus sacrosantas cabezas, que destronarнan con facilidad al rey de Babilonia y luego echarнan a suerte a la hermosa Formosanta.

Habiendo llegado a este acuerdo, los dos reyes enviaron cada uno a su paнs una orden expresa de reunir un ejйrcito de trescientos mil hombres para raptar a Formosanta.

Mientras tanto el rey de los escitas descendiу solo a la arena cimitarra en mano. No se sentнa perdidamente enamorado de los encantos de Formosanta: la gloria habнa sido hasta ese momento su ъnica pasiуn, ella habнa sido quien lo habнa conducido hasta Babilonia. Querнa que se viera que si los reyes de India y de Egipto eran lo bastante prudentes como para no comprometerse con los leones, йl era lo suficientemente valeroso como para no desdeсar este combate, y que repararнa el honor de la corona. Su raro valor no le permite siquiera servirse de la ayuda de su tigre. Se adelanta sуlo, livianamente armado, cubierto con un casco de acero guarnecido de oro y sombreado por tres penachos de crines blancas como la nieve.

Lanzan el leуn mбs enorme que se haya criado jamбs en las montaсas del Antilнbano contra йl. Sus terribles garras parecнan capaces de desgarrar a los tres reyes a la vez, y sus enormes fauces, de devorarlos. Sus horribles rugidos hacнan vibrar el anfiteatro. Los dos fieros campeones se precipitan uno contra otro en rбpida carrera. El valiente escita hunde su espada en las fauces del leуn, pero la punta, chocando contra uno de esos dientes durнsimos que nada puede perforar, se quiebra en astillas, y el monstruo de las selvas, furioso por su herida, imprime ya la marca de sus uсas sangrientas en los flancos del monarca.

El joven desconocido, conmovido por el peligro que corre un prнncipe tan valiente, se lanza a la arena mбs rбpido que un rayo, corta la cabeza del leуn con la misma destreza de que luego hicieron gala en nuestras calesitas los jуvenes caballeros, diestros en arrancar cabezas de moros, o sortijas.

Luego, sacando una cajita, la presenta al rey escita, diciйndole:

-Su Majestad hallarб en esta cajita un bбlsamo verdadero que crece en mi paнs. Vuestras gloriosas heridas se curarбn en un instante. Sуlo el azar os ha impedido triunfar sobre el leуn, vuestro valor no es por ellos menos admirable.

El rey escita, mбs inclinado al reconocimiento que a la envidia, agradeciу a su liberador y, luego de haberlo abrazado afectuosamente, volviу a su tienda para aplicar el bбlsamo sobre sus heridas.

El desconocido entregу la cabeza del leуn a su criado, y йste, luego de haberla lavado en la gran fuente que estaba bajo el anfiteatro, y haber dejado que manara toda la sangre, tomando un hierro de su bolsita, arrancу los cuarenta dientes del leуn y colocу en su lugar cuarenta diamantes de igual tamaсo.

Su seсor con su habitual modestia volviу a colocarse en su lugar y entregу la cabeza del leуn a su pбjaro:

-Hermoso pбjaro -dijo-, ve a llevar a los pies de Formosanta este humilde homenaje.

El pбjaro parte, llevando en una de sus garras el terrible trofeo; lo presenta a la princesa inclinando humildemente el cuello y prosternбndose ante ella. Los cuarenta brillantes deslumbraron todos los ojos. Aъn no se conocнa esta magnificencia en la soberbia Babilonia: la esmeralda, el topacio, el zafiro y el granate eran considerados como los mбs bellos aderezos; Belus y su corte se sentнan llenos de admiraciуn. El pбjaro que entregaba este homenaje los sorprendiу mбs aъn. Era del tamaсo de un бguila, pero sus ojos eran tan dulces y tiernos como fieros y amenazadores son los del бguila. Su pico era de color rosa y parecнa asemejarse en algo a la boca de Formosanta. Su cuello reunнa todos los colores del arco iris, pero mбs vivos y brillantes. El oro en sus mil matices chispeaba en su plumaje. Sus patas parecнan una mezcla de plata y pъrpura, y la cola de los hermosos pбjaros que luego se uncieron al carro de Juno no era tan hermosa como la suya.

La atenciуn, la curiosidad, el asombro, el йxtasis de toda la corte se dividнan entre los cuarenta diamantes y el pбjaro. Se habнa posado sobre la balaustrada, entre Belus y su hija Formosanta; ella lo acariciaba, lo halagaba, lo besaba. Йl parecнa recibir sus caricias con un placer mezclado con respeto. Cuando la princesa le daba besos se los devolvнa y luego la miraba con ojos enternecidos. Recibнa de ella bizcochos y pistachos que tomaba con su pata purpъrea y plateada, llevбndolos a su pico con gracia inexpresable.

Belus, que habнa examinado con atenciуn los diamantes, juzgaba que una de sus provincias apenas podrнa pagar un presente tan rico. Ordenу que se prepararan para el desconocido presente aъn mбs magnнficos que los que habнan destinado a los tres monarcas.

-Este mancebo -decнa- es sin duda el hijo del rey de la China, o de esa parte del mundo llamada Europa, de la que he oнdo hablar, o del Бfrica, que es, segъn se dice, vecina del reino de Egipto.

Enviу de inmediato a su gran escudero para que llevase sus parabienes al desconocido y para que le preguntase si era soberano de alguno de estos imperios, y por quй, poseyendo tan inmensos tesoros, habнa venido solo con un escudero y un bolso tan pequeсo. Mientras que el escudero se adelantaba hacia el anfiteatro para cumplir su cometido, llegу otro valet sobre un unicornio. Este criado dirigiendo la palabra al mancebo, le dijo:

-Ormar, vuestro padre llega al final de sus dнas, he venido a advertiros.

El desconocido elevу sus ojos al cielo, derramу algunas lбgrimas y sуlo respondiу con esta palabra: -Partamos.

El gran escudero, luego de haber dado los parabienes de Belus al vencedor del leуn, al donador de los cuarenta diamantes, al dueсo del hermoso pбjaro, preguntу al criado de quй reino era soberano el padre de este joven hйroe. El valet respondiу:

-Su padre es un viejo pastor muy amado en su regiуn.

Durante esta breve conversaciуn el joven ya habнa montado sobre el unicornio. Dijo al gran escudero:

-ЎSeсor, dignaos ponerme a los pies de Belus y de su hija! Oso suplicarle tener gran cuidado del pбjaro que le dejo; es tan ъnico como ella.

Diciendo estas palabras partiу como un rayo; sus dos valets lo siguieron y se perdiу de vista. Formosanta no pudo evitar lanzar un fuerte grito. El pбjaro volviйndose hacia el anfiteatro donde su amigo estaba sentado, pareciу muy afligido de no volver a verlo. Luego mirando fijamente a la princesa, y frotando suavemente su hermosa mano con su pico, pareciу consagrarse a su servicio.

Belus, mбs asombrado que nunca, al saber que este joven tan extraordinario era hijo de un pastor, no pudo creerlo. Ordenу que corriesen tras йl, pero pronto regresaron diciйndole que los unicornios sobre los cuales los hombres montaban no podнan ser alcanzados, y que, con el galope que llevaban debнan hacer cien leguas por dнa.

El anciano Belus, rey de Babilonia, se creнa el hombre mбs importante de la tierra, ya que todos sus cortesanos se lo decнan y todos sus historiadores se lo probaban. Esta ridiculez podнa disculpбrsele porque, efectivamente, sus antecesores habнan construido mбs de treinta mil aсos atrбs Babilonia y йl la habнa embellecido. Se sabe que su palacio y su parque, situados a algunas parasangas de Babilonia, se extendнan entre el Йufrates y el Tigris, que baсaban estas riberas encantadas. Su vasta mansiуn de tres mil pasos de frente se elevaba hasta las nubes. Su plataforma estaba rodeada por una balaustrada de mбrmol blanco, de cincuenta pies de altura, que sostenнa las estatuas de todos los reyes y todos los hombres cйlebres del imperio. Esta plataforma, compuesta de dos hileras de ladrillos recubiertos por una espesa capa de plomo de una extremidad a la otra, soportaba doce pies de tierra y sobre esta tierra se habнan sembrado bosques de olivos, de naranjos, de limoneros, de palmeras, de claveros, de cocoteros, de canelos, que formaban avenidas impenetrables para los rayos del sol.

Las aguas del Йufrates, elevadas por medio de bombas dentro de cien columnas huecas, llegaban a esos jardines para llenar vastos estanques de mбrmol y, cayendo luego a otros canales, iban a formar en el parque cascadas de seis mil pies de largo y cien mil surtidores cuya altura apenas podнa percibirse, luego volvнan al Йufrates, de donde habнan partido. Los jardines de Semiramis, que asombraron al Asia varios siglos despuйs, no eran mбs que una dйbil imitaciуn de estas antiguas maravillas: porque, en el tiempo de Semiramis, todo comenzaba a degenerarse, tanto entre los hombres como entre las mujeres.

Pero lo mбs admirable que habнa en Babilonia, lo que eclipsaba todo el resto, era la hija ъnica del rey, llamada Formosanta . Con el correr de los siglos, inspirбndose en sus retratos y estatuas, Praxнteles esculpiу su Afrodita y aquella que fue llamada la Venus de hermosas nalgas. ЎQuй diferencia! ЎOh cielos, del original a las copias! Y era por eso que Belus se sentнa mбs orgulloso de su hija que de su reino. Tenнa. dieciocho aсos: necesitaba un marido digno de ella, pero, їdуnde hallarlo? Un antiguo orбculo habнa dicho que Formosanta sуlo podнa pertenecer a aquel que tendiese el arco de Nemrod. Este Nemrod, poderoso cazador ante el Seсor, habнa dejado un arco de siete pies babilуnicos de altura, de una madera de йbano mбs dura que el hierro del Cбucaso, el que es trabajado en las forjas de Derbent, y ningъn mortal desde Nemrod, habнa podido tensar este arco maravilloso.

Habнa sido dicho, ademбs, que el brazo que tendiese este arco debнa matar al leуn mбs terrible y peligroso que fuese soltado en el circo de Babilonia. Aquello no era todo: el que tensase el arco, el vencedor del leуn, debнa derrotar a todos sus rivales, pero debнa ser sobre todo muy talentoso, ser el mбs magnнfico de los hombres, el mбs virtuoso, y poseer la cosa mбs rara que hubiese en todo el universo.

Tres reyes se presentaron osando disputar a Formosanta: el faraуn de Egipto, el Sha de las Indias y el gran Khan de los escitas. Belus eligiу el dнa y, en la extremidad de su parque, designу el lugar del combate, en el vasto espacio bordeado por las aguas del Tigris y del Йufrates reunidas. Se levantу alrededor de la liza un anfiteatro de mбrmol que podнa contener quinientos mil espectadores. Frente al anfiteatro se hallaba el trono del rey, el cual debнa aparecer con Formosanta, acompaсados con toda la corte, y a derecha e izquierda, entre el trono y el anfiteatro, se hallaban otros tronos y otros sitiales para los tres reyes y para todos los otros soberanos que sintieran curiosidad por venir a ver esta augusta ceremonia.

El rey de Egipto llegу primero, montado sobre el buey Apis, llevando en su mano el sistro de Isis. Lo seguнan dos mil sacerdotes vestidos con ropajes de lino mбs blanco que la nieve, dos mil eunucos, dos mil magos y dos mil guerreros.

El rey de las Indias llegу poco despuйs, en un carro arrastrado por doce elefantes. Tenнa un cortejo aъn mбs numeroso y mбs brillante que el del faraуn de Egipto.

El ъltimo en aparecer fue el rey de los escitas. No llevaba tras йl mбs que guerreros elegidos, armados de arcos y flechas. Su montura era un soberbio tigre que йl habнa domado, tan alto como los mбs bellos caballos de Persia. La altura de este monarca, imponente y majestuosa, borraba la de sus rivales; sus brazos desnudos, tan nervudos como blancos, parecнan tender ya el arco de Nemrod.

Los tres prнncipes se prosternaron primero ante Belus y Formosanta. El rey de Egipto ofreciу a la princesa los dos cocodrilos mбs bellos del Nilo, dos hipopуtamos, dos cebras, dos ratas de Egipto y dos momias, junto con los libros del gran Hermes, que йl creнa eran lo mбs raro que existнa sobre la tierra.

El rey de las Indias le ofreciу cien elefantes que llevaban cada uno una torre de madera dorada y puso a sus pies el veda, escrito por la mano del mismo Xaca.

El rey de los escitas, que no sabнa leer ni escribir, presentу cien caballos de batalla cubiertos por gualdrapas de pieles de zorros negros.

La princesa bajу los ojos ante sus pretendientes y se inclinу con una gracia tan modesta como noble. Belus hizo conducir a estos monarcas a los tronos que les habнan sido preparados.

-ЎOjalб hubiese tres hijas! -les dijo-, asн harнa felices hoy a seis personas.

Luego hizo echar a suerte quiйn ensayarнa primero el arco de Nemrod. Se colocaron en un casco de oro los nombres de los tres pretendientes. El del rey de Egipto saliу primero, luego apareciу el nombre del rey de las Indias. El rey escita, mirando el arco y a sus rivales, no lamentу en absoluto ser el tercero.

Mientras se preparaban estas brillantes pruebas, veinte mil pajes y veinte mil doncellas distribuyeron, sin confusiуn, refrescos a los espectadores entre las filas de asientos. Todo el mundo confesaba que los dioses sуlo habнan creado a los reyes para que ofreciesen fiestas todos los dнas, siempre que йstas fuesen diversas; que la vida es demasiado breve para utilizarla de otra manera, que los procesos, las intrigas, la guerra, las querellas entre los sacerdotes, que consumen la vida humana, son cosas absurdas y horribles, que el hombre no ha nacido sino para la alegrнa, que no le gustarнan tan apasionada y continuamente los placeres si no hubiese sido ya conformado para ellos, que la esencia de la naturaleza humana es el goce y que todo el resto es locura. Esta excelente moral jamбs ha sido desmentida, a no ser por los hechos.

Cuando iban a comenzar aquellas pruebas que decidirнan la suerte de Formosanta, un joven desconocido montado sobre un unicornio, acompaсado de su valet que iba montado de la misma manera y llevaba sobre su puсo un gran pбjaro, se presenta ante la barrera. Los guardias se asombraron de ver en semejante compaснa a una figura que parecнa una divinidad. Era, como despuйs se dijo, el rostro de Adonis sobre el cuerpo de Hйrcules; era la majestad junto con la gracia. Sus cejas negras y sus rubios cabellos, mezcla de belleza desconocida en Babilonia, encantaron a toda la asamblea: todo el anfiteatro se puso de pie para admirarlo mejor; todas las mujeres de la corte fijaron sobre йl miradas asombradas. La misma Formosanta, que siempre bajaba los ojos, los levantу y enrojeciу; los tres reyes palidecieron; todos los espectadores comparando a Formosanta con el desconocido exclamaban:

-ЎEn todo el mundo sуlo este joven es tan bello como la princesa!

Los ujieres, asombrados, le preguntaron si era rey. El extranjero repuso que no tenнa ese honor, pero que por curiosidad habнa venido desde muy lejos para ver si existнan reyes que fueran dignos de Formosanta. Se lo ubicу en la primera fila del anfiteatro, a йl, a su valet, a sus dos unicornios y a su pбjaro. Saludу profundamente a Belus, a su hija, a los tres reyes y a la asamblea. Luego ocupу su lugar sonrojбndose, sus dos unicornios se acostaron a sus pies, su pбjaro se posу sobre su espalda, y su criado, que llevaba una pequeсa bolsa, se sentу a su lado.

Comenzaron las pruebas. Sacaron de su estuche el arco de Nemrod. El gran maestro de ceremonias, seguido de cincuenta pajes y precedido de veinte trompetas, lo presentу al rey de Egipto. Йste lo hizo bendecir por sus sacerdotes, y, posбndose sobre la cabeza del buey Apis, no duda sobre que la primera victoria sea suya. Desciende al medio de la arena, lo intenta, agota sus fuerzas, hace contorsiones que excitan la risa del anfiteatro y que hacen sonreнr hasta a la misma Formosanta.

Su capellбn mayor se le acerca:

-Que su Majestad-le dice-renuncie a este vano honor, que sуlo pertenece a los mъsculos y los nervios; triunfarйis en todo el resto. Vencerйis al leуn, puesto que tenйis el sable de Osiris. La princesa de Babilonia debe pertenecer al prнncipe que tenga mayor talento, y vos habйis adivinado los enigmas. Ella debe desposar al mбs virtuoso, vos lo sois, puesto que habйis sido educados por los sacerdotes de Egipto. El mбs generoso serб quien triunfe, y vos le habйis regalado los mбs hermosos cocodrilos y las mбs hermosas ratas que se hallen en el Delta. Vos poseйis el buey Apis y los libros de Hermes, que son la cosa mбs rara del universo. Nadie puede disputaros a Formosanta.

-Tenйis razуn-dijo el rey de Egipto y volviу a ubicarse sobre el trono.

Se colocу luego el arco en las manos del rey de las Indias, quien a causa de eso, tuvo luego ampollas en las manos durante quince dнas. Y se consolу suponiendo que el rey de los escitas no tendrнa mбs suerte que йl.

Llegando su turno, el escita manipulу a su vez el arco. Unнa la fuerza a la destreza; el arco pareciу adquirir cierta elasticidad en sus manos, consiguiу doblarlo un poco, pero nunca llegу a tensarlo. El anfiteatro, a quien el buen aspecto de este prнncipe inspiraba inclinaciones favorables gimiу ante su falta de йxito, y juzgу que la bella princesa no se casarнa jamбs.

Entonces el joven desconocido descendiу de un salto a la arena y dirigiйndose al rey de los escitas dijo:

-Que su majestad no se sienta asombrado por no haber logrado un йxito absoluto. Estos arcos de йbano se hacen en mi paнs; existe una manera determinada de encararlos. Vos tenйis mucho mayor mйrito por haber logrado doblarlo que el que puedo tener yo en tensarlo.

Inmediatamente tomу una flecha, la ajustу sobre la cuerda, tendiу el arco de Nemrod e hizo volar la flecha mucho mбs allб de las barreras. Un millуn de manos aplaudieron este prodigio. Babilonia resonу con las exclamaciones y las mujeres decнan:

-ЎQue fortuna que un mancebo tan hermoso tenga tanta fuerza!

Luego sacу de su bolsillo una plaquita de marfil, escribiу sobre esta placa con una aguja de oro, atу la placa de marfil al arco, y presentу todo a la princesa con una gracia que encantaba a todos los asistentes. Luego fue modestamente a ubicarse en su lugar, entre su pбjaro y su valet. Babilonia entera se sentнa sorprendida, los tres reyes estaban confundidos pero el desconocido no pareciу darse cuenta de ello.

Formosanta se sintiу aun mбs sorprendida al leer sobre la plaqueta de marfil atada al arco estos breves versos escritos en lenguaje caldeo:

Si el arco de Nemrod lanza la guerra

Aviva el de Amor la suave dicha.

Vos lo tenйis. Por vos ese dios brilla

Y vence Y torna en dueсo de la tierra.

Tres reyes poderosos, rivales hoy a muerte

Pretenden alto honor: el de agradaros.

No sй cuбl preferнs; mбs ese bravo

El Universo envidiarб la suerte.

Este breve madrigal no disgustу a la princesa. Fue criticado por algunos seсores de la vieja corte, que dijeron que otrora, en los buenos tiempos, se hubiese comparado a Belus con el sol y a Formosanta con la luna, su cuello con una torre, y su pecho con un celemнn de harina. Dijeron que el extranjero no tenнa imaginaciуn, que se apartaba de las reglas de la verdadera poesнa, pero todas las damas juzgaron que estos versos eran muy galantes. Se sorprendieron de que un hombre que tendнa tan bien el arco tuviese tanto ingenio. La dama de honor de la princesa le dijo:

-Seсora he aquн mucho talento desperdiciado. їPara quй le servirбn a este mancebo su ingenio y el arco de Belus?

-Para ser admirado -repuso Formosanta. -ЎAh! -se dijo entre dientes la dama de lionor-, un madrigal mбs y podrнa ser amado. Mientras tanto Belus, luego de haber consultado a sus magos, declarу que, si bien ninguno de los tres reyes habнa podido tender el arco de Nemrod, no era йsta razуn suficiente para que su hija no se casara, y que ella pertenecerнa a aquel que lograrse abatir al gran leуn que expresamente criaba en su casa de fieras. El rey de Egipto, que habнa sido educado en la sabidurнa de su paнs, hallу muy ridнculo que un rey se expusiera a las fieras para poder cazarlo. Reconocнa que la posesiуn de Formosanta era algo muy valioso, pero pensaba que si el leуn lo mataba no podrнa jamбs desposar a esta hermosa babilуnica. El rey de las Indias compartiу el sentimiento del egipcio. Ambos llegaron a la conclusiуn de que el rey de Babilonia se burlaba de ellos, que debнan llamar a sus ejйrcitos para castigarlo, que tenнan bastantes sъbditos que se sentirнan muy honrados de morir al servicio de sus seсores, sin que esto costara un cabello de sus sacrosantas cabezas, que destronarнan con facilidad al rey de Babilonia y luego echarнan a suerte a la hermosa Formosanta.

Habiendo llegado a este acuerdo, los dos reyes enviaron cada uno a su paнs una orden expresa de reunir un ejйrcito de trescientos mil hombres para raptar a Formosanta.

Mientras tanto el rey de los escitas descendiу solo a la arena cimitarra en mano. No se sentнa perdidamente enamorado de los encantos de Formosanta: la gloria habнa sido hasta ese momento su ъnica pasiуn, ella habнa sido quien lo habнa conducido hasta Babilonia. Querнa que se viera que si los reyes de India y de Egipto eran lo bastante prudentes como para no comprometerse con los leones, йl era lo suficientemente valeroso como para no desdeсar este combate, y que repararнa el honor de la corona. Su raro valor no le permite siquiera servirse de la ayuda de su tigre. Se adelanta sуlo, livianamente armado, cubierto con un casco de acero guarnecido de oro y sombreado por tres penachos de crines blancas como la nieve.

Lanzan el leуn mбs enorme que se haya criado jamбs en las montaсas del Antilнbano contra йl. Sus terribles garras parecнan capaces de desgarrar a los tres reyes a la vez, y sus enormes fauces, de devorarlos. Sus horribles rugidos hacнan vibrar el anfiteatro. Los dos fieros campeones se precipitan uno contra otro en rбpida carrera. El valiente escita hunde su espada en las fauces del leуn, pero la punta, chocando contra uno de esos dientes durнsimos que nada puede perforar, se quiebra en astillas, y el monstruo de las selvas, furioso por su herida, imprime ya la marca de sus uсas sangrientas en los flancos del monarca.

El joven desconocido, conmovido por el peligro que corre un prнncipe tan valiente, se lanza a la arena mбs rбpido que un rayo, corta la cabeza del leуn con la misma destreza de que luego hicieron gala en nuestras calesitas los jуvenes caballeros, diestros en arrancar cabezas de moros, o sortijas.

Luego, sacando una cajita, la presenta al rey escita, diciйndole:

-Su Majestad hallarб en esta cajita un bбlsamo verdadero que crece en mi paнs. Vuestras gloriosas heridas se curarбn en un instante. Sуlo el azar os ha impedido triunfar sobre el leуn, vuestro valor no es por ellos menos admirable.

El rey escita, mбs inclinado al reconocimiento que a la envidia, agradeciу a su liberador y, luego de haberlo abrazado afectuosamente, volviу a su tienda para aplicar el bбlsamo sobre sus heridas.

El desconocido entregу la cabeza del leуn a su criado, y йste, luego de haberla lavado en la gran fuente que estaba bajo el anfiteatro, y haber dejado que manara toda la sangre, tomando un hierro de su bolsita, arrancу los cuarenta dientes del leуn y colocу en su lugar cuarenta diamantes de igual tamaсo.

Su seсor con su habitual modestia volviу a colocarse en su lugar y entregу la cabeza del leуn a su pбjaro:

-Hermoso pбjaro -dijo-, ve a llevar a los pies de Formosanta este humilde homenaje.

El pбjaro parte, llevando en una de sus garras el terrible trofeo; lo presenta a la princesa inclinando humildemente el cuello y prosternбndose ante ella. Los cuarenta brillantes deslumbraron todos los ojos. Aъn no se conocнa esta magnificencia en la soberbia Babilonia: la esmeralda, el topacio, el zafiro y el granate eran considerados como los mбs bellos aderezos; Belus y su corte se sentнan llenos de admiraciуn. El pбjaro que entregaba este homenaje los sorprendiу mбs aъn. Era del tamaсo de un бguila, pero sus ojos eran tan dulces y tiernos como fieros y amenazadores son los del бguila. Su pico era de color rosa y parecнa asemejarse en algo a la boca de Formosanta. Su cuello reunнa todos los colores del arco iris, pero mбs vivos y brillantes. El oro en sus mil matices chispeaba en su plumaje. Sus patas parecнan una mezcla de plata y pъrpura, y la cola de los hermosos pбjaros que luego se uncieron al carro de Juno no era tan hermosa como la suya.

La atenciуn, la curiosidad, el asombro, el йxtasis de toda la corte se dividнan entre los cuarenta diamantes y el pбjaro. Se habнa posado sobre la balaustrada, entre Belus y su hija Formosanta; ella lo acariciaba, lo halagaba, lo besaba. Йl parecнa recibir sus caricias con un placer mezclado con respeto. Cuando la princesa le daba besos se los devolvнa y luego la miraba con ojos enternecidos. Recibнa de ella bizcochos y pistachos que tomaba con su pata purpъrea y plateada, llevбndolos a su pico con gracia inexpresable.

Belus, que habнa examinado con atenciуn los diamantes, juzgaba que una de sus provincias apenas podrнa pagar un presente tan rico. Ordenу que se prepararan para el desconocido presente aъn mбs magnнficos que los que habнan destinado a los tres monarcas.

-Este mancebo -decнa- es sin duda el hijo del rey de la China, o de esa parte del mundo llamada Europa, de la que he oнdo hablar, o del Бfrica, que es, segъn se dice, vecina del reino de Egipto.

Enviу de inmediato a su gran escudero para que llevase sus parabienes al desconocido y para que le preguntase si era soberano de alguno de estos imperios, y por quй, poseyendo tan inmensos tesoros, habнa venido solo con un escudero y un bolso tan pequeсo. Mientras que el escudero se adelantaba hacia el anfiteatro para cumplir su cometido, llegу otro valet sobre un unicornio. Este criado dirigiendo la palabra al mancebo, le dijo:

-Ormar, vuestro padre llega al final de sus dнas, he venido a advertiros.

El desconocido elevу sus ojos al cielo, derramу algunas lбgrimas y sуlo respondiу con esta palabra: -Partamos.

El gran escudero, luego de haber dado los parabienes de Belus al vencedor del leуn, al donador de los cuarenta diamantes, al dueсo del hermoso pбjaro, preguntу al criado de quй reino era soberano el padre de este joven hйroe. El valet respondiу:

-Su padre es un viejo pastor muy amado en su regiуn.

Durante esta breve conversaciуn el joven ya habнa montado sobre el unicornio. Dijo al gran escudero:

-ЎSeсor, dignaos ponerme a los pies de Belus y de su hija! Oso suplicarle tener gran cuidado del pбjaro que le dejo; es tan ъnico como ella.

Diciendo estas palabras partiу como un rayo; sus dos valets lo siguieron y se perdiу de vista. Formosanta no pudo evitar lanzar un fuerte grito. El pбjaro volviйndose hacia el anfiteatro donde su amigo estaba sentado, pareciу muy afligido de no volver a verlo. Luego mirando fijamente a la princesa, y frotando suavemente su hermosa mano con su pico, pareciу consagrarse a su servicio.

Belus, mбs asombrado que nunca, al saber que este joven tan extraordinario era hijo de un pastor, no pudo creerlo. Ordenу que corriesen tras йl, pero pronto regresaron diciйndole que los unicornios sobre los cuales los hombres montaban no podнan ser alcanzados, y que, con el galope que llevaban debнan hacer cien leguas por dнa.