XVIII. Lo que vieron en El Dorado
К оглавлению1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 1617 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33
34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50
51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67
68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84
85 86 87 88 89
Cacambo manifestу su curiosidad al huйsped, y йste le dijo: Yo soy un ignorante, y no me arrepiento de serlo; pero en el pueblo tenemos a un anciano retirado de la corte, que es el hombre mбs docto del reino, y el mбs comunicativo. Dicho esto, llevу a Cacambo a casa del anciano. Cбndido, desempeсando un papel secundario, acompaсaba a su criado. Entraron ambos en una casa sin pompa, porque las puertas no eran mбs que de plata y los techos de los aposentos de oro, pero estaban labrados con tan fino gusto, que los mбs ricos techos no eran superiores a ellos; la antesala sуlo estaba incrustada de rubнes y esmeraldas, pero el orden con que todo estaba arreglado reparaba esta excesiva simplicidad.
Recibiу el anciano a los dos extranjeros en un sofб de plumas de picaflor y les ofreciу varios licores en vasos de diamante; luego satisfizo su curiosidad en estos tйrminos: Yo tengo ciento sesenta y dos aсos, y mi difunto padre, caballerizo del rey, me contу las asombrosas revoluciones del Perъ que йl habнa presenciado. El reino donde estamos es la antigua patria de los Incas, que cometieron el disparate de abandonarla por ir a sojuzgar parte del mundo, y que al fin fueron destruidos por los espaсoles.
Mбs prudentes fueron los prнncipes de su familia que permanecieron en su patria y por consentimiento de la naciуn dispusieron que no saliera nunca ningъn habitante de nuestro pequeсo reino, por lo cual se ha mantenido intacta nuestra inocencia y felicidad. Los espaсoles han tenido una confusa idea de este paнs, que han llamado El Dorado , y un inglйs, el caballero Raleigh, llegу aquн hace unos cien aсos; pero como estamos rodeados de peсascos inabordables y de precipicios, siempre hemos vivido exentos de la rapacidad de los europeos, que aman con furor inconcebible los pedruscos y el lodo de nuestra tierra y que, para apoderarse de ellos hubieran acabado con todos nosotros sin dejar uno vivo.
Fue larga la conversaciуn, y se tratу en ella de la forma de gobierno, de las costumbres, de las mujeres, de los teatros y de las artes; finalmente, Cбndido, que era muy aficionado a la metafнsica, preguntу, por medio de Cacambo, si tenнan religiуn los moradores.
Sonrojуse un poco el anciano y respondiу: Pues їcуmo lo dudбis? їCreйis que tan ingratos somos? Preguntу Cacambo con mucha humildad quй religiуn era la de El Dorado. Otra vez se abochornу el anciano y le replicу: їAcaso puede haber dos religiones? Nuestra religiуn es la de todo el mundo: adoramos a Dios noche y dнa. їY no adorбis mбs que un solo Dios?, repuso Cacambo, sirviendo de intйrprete a las dudas de Cбndido. ЎComo si hubiera dos, o tres, o cuatro!, dijo el anciano. ЎVaya, que las personas de vuestro mundo hacen preguntas muy raras! No se hartaba Cбndido de preguntar al buen viejo, y querнa saber quй era lo que pedнan a Dios en El Dorado. No le pedimos nada, dijo el respetable y buen sabio, y nada tenemos que pedirle, pues nos ha dado todo cuanto necesitamos; pero le tributamos sin cesar acciуn de gracias. Cбndido tuvo curiosidad de ver a los sacerdotes y preguntу dуnde estaban; el venerable anciano le dijo sonriйndose: Amigo mнo, aquн todos somos sacerdotes; el rey y todos los jefes de familia cantan todas las maсanas solemnes cбnticos de acciуn de gracias, que acompaсan cinco o seis mъsicos. їNo tenйis frailes que enseсen, disputen, gobiernen, enreden y quemen a los que no son de su parecer? Menester serнa que estuviйramos locos, respondiу el anciano; aquн todos somos de un mismo parecer y no entendemos quй significan vuestros frailes. Estaba Cбndido como extбtico oyendo estas razones y decнa para sн: Muy distinto paнs es йste de Westfalia y del castillo del seсor barуn; si nuestro amigo Pangloss hubiera visto El Dorado, no dirнa que el castillo de Thunder-ten-tronckh era lo mejor que habнa en la tierra. Es necesario viajar.
Acabada esta larga conversaciуn, hizo el buen anciano preparar un coche tirado por seis carneros, y dio a los dos caminantes doce de sus criados para que los llevaran a la corte. Perdonad, les dijo, si me priva mi edad de la honra de acompaсaros; pero el rey os agasajarб de modo que quedйis gustosos, y sin duda disculparйis las costumbres del paнs, si alguna de ellas os desagrada.
Montaron en coche Cбndido y Cacambo; los seis carneros iban volando, y en menos de cuatro horas llegaron al palacio del rey, situado en un extremo de la capital. La puerta principal tenнa doscientos veinte pies de alto y cien de ancho, y no es dable decir de quй materia era; harto se ve quй superioridad prodigiosa necesitaba tener sobre esos pedruscos y esa arena que nosotros llamamos oro y piedras preciosas.
Al apearse Cбndido y Cacambo del coche, fueron recibidos por veinte hermosas doncellas de la guardia real, que los llevaron al baсo y los vistieron con un ropaje de plumуn de picaflor; luego los principales oficiales y oficialas de palacio los condujeron al aposento de Su Majestad, entre dos filas de mil mъsicos cada una. Cuando estuvieron cerca de la sala del trono, preguntу Cacambo a uno de los oficiales principales cуmo habнan de saludar a Su Majestad, si hincados de rodillas o arrastrбndose por el suelo; si habнan de poner las manos en la cabeza o en el trasero; si habнan de lamer el polvo de la sala; en resumen: cuбles eran las ceremonias. La prбctica, dijo el oficial, es dar un abrazo al rey y besarle en ambas mejillas. Abalanzбronse, pues, Cбndido y Cacambo al cuello de Su Majestad, el cual correspondiу con la mayor afabilidad, y los convidу cortйsmente a cenar. Entre tanto les enseсaron la ciudad, los edificios pъblicos que escalaban las nubes, las plazas del mercado, ornadas de mil columnas, las fuentes de agua clara, las de agua rosada, las de licores de caсa, que sin parar corrнan en vastas plazas empedradas con una especie de piedras preciosas que esparcнan un olor parecido al del clavo y la canela. Quiso Cбndido ver la sala del crimen y el tribunal, y le dijeron que no los habнa, porque ninguno litigaba; se informу si habнa cбrcel y le fue dicho que no; pero lo que mбs sorpresa y satisfacciуn le causу fue el palacio de las Ciencias, donde vio una galerнa de dos mil pasos, llena toda de instrumentos de fнsica y matemбticas.
Habiendo recorrido aquella tarde como la milйsima parte de la ciudad, los trajeron de vuelta a palacio. Cбndido se sentу a la mesa entre Su Majestad, su criado Cacambo y muchas seсoras, y no se puede ponderar la delicadeza de los manjares, ni los dichos agudos que de boca del monarca se oнan. Cacambo le explicaba a Cбndido las frases ingeniosas del rey, y, aunque traducidas, parecнan siempre ingeniosas; de todo cuanto asombraba a Cбndido, no fue esto lo que menos lo asombrу.
Un mes estuvieron en este hospicio, Cбndido decнa continuamente a Cacambo: Es cierto, amigo mнo, que el castillo donde nacн no puede compararse con el paнs donde estamos; pero la seсorita Cunegunda no habita en йl, y sin duda que a ti tampoco te falta en Europa una mujer que quieras. Si nos quedamos aquн seremos uno de tantos, pero si volvemos a nuestro mundo con sуlo una docena de carneros cargados de piedras de El Dorado, seremos mбs ricos que todos los monarcas juntos, no tendremos que temer a los inquisidores, y con facilidad podremos recobrar a la seсorita Cunegunda.
Este razonamiento placiу a Cacambo: tal es la manнa de correr mundo, de ser considerado entre los suyos, de hacer alarde de lo que ha visto uno en sus viajes, que los dos afortunados resolvieron dejar de serlo, y se despidieron de Su Majestad.
Cometйis un disparate, les dijo el rey. Bien sй que mi paнs vale poco; mas cuando se halla uno medianamente bien en un lugar debe quedarse en йl. Yo no tengo, por cierto, derecho para detener a los extranjeros, tiranнa tan opuesta a nuestra prбctica como a nuestras leyes. Todo hombre es libre, y os podйis ir cuando querбis; pero es muy ardua empresa salir de este paнs: no es posible subir al raudo rнo por el cual habйis llegado milagrosamente, y que corre bajo bуvedas de peсascos: las montaсas que cercan mis dominios tienen cuatro mil varas de altura, y son derechas como torres; su anchura abarca un espacio de diez leguas, y no es posible bajarlas como no sea despeсбndose. Pero si estбis resueltos a iros, voy a dar orden a los intendentes de mбquinas para que hagan una que os transporte con comodidad; y cuando os hayan conducido al otro lado de las montaсas, nadie os podrб acompaсar, porque tienen hecho voto mis vasallos de no pasar nunca su recinto, y no son tan imprudentes que lo quebranten: en cuanto a lo demбs, pedidme lo que mбs os acomode. No pedimos que Vuestra Majestad nos dй otra cosa, dijo Cacambo, que algunos carneros cargados de vнveres, de piedras y barro del paнs. Riуse el rey, y dijo: No sй quй pasiуn sienten los europeos por nuestro barro amarillo; pero llevaos todo el que podбis, y buen provecho os haga.
Inmediatamente dio orden a sus ingenieros de que hicieran una mбquina para izar fuera del reino a estos dos hombres extraordinarios: tres mil buenos fнsicos trabajaron en ella, y se concluyу al cabo de quince dнas, sin costar arriba de cien millones de duros, moneda del paнs. Metieron en la mбquina a Cбndido y a Cacambo: dos carneros grandes encarnados tenнan puesta la silla y el freno para que montasen en ellos asн que hubiesen pasado los montes, y los seguнan otros veinte cargados de vнveres, treinta con preseas de las cosas mбs curiosas que en el paнs habнa y cincuenta con oro, diamantes y otras piedras preciosas. El rey dio un cariсoso abrazo a los dos vagabundos. Fue cosa de ver su partida, y el ingenioso modo con que los izaron a ellos y a sus carneros hasta la cumbre de las montaсas. Habiйndolos dejado en paraje seguro, se despidieron de ellos los fнsicos, y Cбndido no tuvo otro deseo ni otra idea que ir a presentar sus carneros a la seсorita Cunegunda. Llevamos, decнa, con quй pagar al gobernador de Buenos Aires, si es dable poner precio a mi Cunegunda; vamos a la isla de Cayena, embarquйmonos y en seguida veremos quй reino podremos comprar.
Cacambo manifestу su curiosidad al huйsped, y йste le dijo: Yo soy un ignorante, y no me arrepiento de serlo; pero en el pueblo tenemos a un anciano retirado de la corte, que es el hombre mбs docto del reino, y el mбs comunicativo. Dicho esto, llevу a Cacambo a casa del anciano. Cбndido, desempeсando un papel secundario, acompaсaba a su criado. Entraron ambos en una casa sin pompa, porque las puertas no eran mбs que de plata y los techos de los aposentos de oro, pero estaban labrados con tan fino gusto, que los mбs ricos techos no eran superiores a ellos; la antesala sуlo estaba incrustada de rubнes y esmeraldas, pero el orden con que todo estaba arreglado reparaba esta excesiva simplicidad.
Recibiу el anciano a los dos extranjeros en un sofб de plumas de picaflor y les ofreciу varios licores en vasos de diamante; luego satisfizo su curiosidad en estos tйrminos: Yo tengo ciento sesenta y dos aсos, y mi difunto padre, caballerizo del rey, me contу las asombrosas revoluciones del Perъ que йl habнa presenciado. El reino donde estamos es la antigua patria de los Incas, que cometieron el disparate de abandonarla por ir a sojuzgar parte del mundo, y que al fin fueron destruidos por los espaсoles.
Mбs prudentes fueron los prнncipes de su familia que permanecieron en su patria y por consentimiento de la naciуn dispusieron que no saliera nunca ningъn habitante de nuestro pequeсo reino, por lo cual se ha mantenido intacta nuestra inocencia y felicidad. Los espaсoles han tenido una confusa idea de este paнs, que han llamado El Dorado , y un inglйs, el caballero Raleigh, llegу aquн hace unos cien aсos; pero como estamos rodeados de peсascos inabordables y de precipicios, siempre hemos vivido exentos de la rapacidad de los europeos, que aman con furor inconcebible los pedruscos y el lodo de nuestra tierra y que, para apoderarse de ellos hubieran acabado con todos nosotros sin dejar uno vivo.
Fue larga la conversaciуn, y se tratу en ella de la forma de gobierno, de las costumbres, de las mujeres, de los teatros y de las artes; finalmente, Cбndido, que era muy aficionado a la metafнsica, preguntу, por medio de Cacambo, si tenнan religiуn los moradores.
Sonrojуse un poco el anciano y respondiу: Pues їcуmo lo dudбis? їCreйis que tan ingratos somos? Preguntу Cacambo con mucha humildad quй religiуn era la de El Dorado. Otra vez se abochornу el anciano y le replicу: їAcaso puede haber dos religiones? Nuestra religiуn es la de todo el mundo: adoramos a Dios noche y dнa. їY no adorбis mбs que un solo Dios?, repuso Cacambo, sirviendo de intйrprete a las dudas de Cбndido. ЎComo si hubiera dos, o tres, o cuatro!, dijo el anciano. ЎVaya, que las personas de vuestro mundo hacen preguntas muy raras! No se hartaba Cбndido de preguntar al buen viejo, y querнa saber quй era lo que pedнan a Dios en El Dorado. No le pedimos nada, dijo el respetable y buen sabio, y nada tenemos que pedirle, pues nos ha dado todo cuanto necesitamos; pero le tributamos sin cesar acciуn de gracias. Cбndido tuvo curiosidad de ver a los sacerdotes y preguntу dуnde estaban; el venerable anciano le dijo sonriйndose: Amigo mнo, aquн todos somos sacerdotes; el rey y todos los jefes de familia cantan todas las maсanas solemnes cбnticos de acciуn de gracias, que acompaсan cinco o seis mъsicos. їNo tenйis frailes que enseсen, disputen, gobiernen, enreden y quemen a los que no son de su parecer? Menester serнa que estuviйramos locos, respondiу el anciano; aquн todos somos de un mismo parecer y no entendemos quй significan vuestros frailes. Estaba Cбndido como extбtico oyendo estas razones y decнa para sн: Muy distinto paнs es йste de Westfalia y del castillo del seсor barуn; si nuestro amigo Pangloss hubiera visto El Dorado, no dirнa que el castillo de Thunder-ten-tronckh era lo mejor que habнa en la tierra. Es necesario viajar.
Acabada esta larga conversaciуn, hizo el buen anciano preparar un coche tirado por seis carneros, y dio a los dos caminantes doce de sus criados para que los llevaran a la corte. Perdonad, les dijo, si me priva mi edad de la honra de acompaсaros; pero el rey os agasajarб de modo que quedйis gustosos, y sin duda disculparйis las costumbres del paнs, si alguna de ellas os desagrada.
Montaron en coche Cбndido y Cacambo; los seis carneros iban volando, y en menos de cuatro horas llegaron al palacio del rey, situado en un extremo de la capital. La puerta principal tenнa doscientos veinte pies de alto y cien de ancho, y no es dable decir de quй materia era; harto se ve quй superioridad prodigiosa necesitaba tener sobre esos pedruscos y esa arena que nosotros llamamos oro y piedras preciosas.
Al apearse Cбndido y Cacambo del coche, fueron recibidos por veinte hermosas doncellas de la guardia real, que los llevaron al baсo y los vistieron con un ropaje de plumуn de picaflor; luego los principales oficiales y oficialas de palacio los condujeron al aposento de Su Majestad, entre dos filas de mil mъsicos cada una. Cuando estuvieron cerca de la sala del trono, preguntу Cacambo a uno de los oficiales principales cуmo habнan de saludar a Su Majestad, si hincados de rodillas o arrastrбndose por el suelo; si habнan de poner las manos en la cabeza o en el trasero; si habнan de lamer el polvo de la sala; en resumen: cuбles eran las ceremonias. La prбctica, dijo el oficial, es dar un abrazo al rey y besarle en ambas mejillas. Abalanzбronse, pues, Cбndido y Cacambo al cuello de Su Majestad, el cual correspondiу con la mayor afabilidad, y los convidу cortйsmente a cenar. Entre tanto les enseсaron la ciudad, los edificios pъblicos que escalaban las nubes, las plazas del mercado, ornadas de mil columnas, las fuentes de agua clara, las de agua rosada, las de licores de caсa, que sin parar corrнan en vastas plazas empedradas con una especie de piedras preciosas que esparcнan un olor parecido al del clavo y la canela. Quiso Cбndido ver la sala del crimen y el tribunal, y le dijeron que no los habнa, porque ninguno litigaba; se informу si habнa cбrcel y le fue dicho que no; pero lo que mбs sorpresa y satisfacciуn le causу fue el palacio de las Ciencias, donde vio una galerнa de dos mil pasos, llena toda de instrumentos de fнsica y matemбticas.
Habiendo recorrido aquella tarde como la milйsima parte de la ciudad, los trajeron de vuelta a palacio. Cбndido se sentу a la mesa entre Su Majestad, su criado Cacambo y muchas seсoras, y no se puede ponderar la delicadeza de los manjares, ni los dichos agudos que de boca del monarca se oнan. Cacambo le explicaba a Cбndido las frases ingeniosas del rey, y, aunque traducidas, parecнan siempre ingeniosas; de todo cuanto asombraba a Cбndido, no fue esto lo que menos lo asombrу.
Un mes estuvieron en este hospicio, Cбndido decнa continuamente a Cacambo: Es cierto, amigo mнo, que el castillo donde nacн no puede compararse con el paнs donde estamos; pero la seсorita Cunegunda no habita en йl, y sin duda que a ti tampoco te falta en Europa una mujer que quieras. Si nos quedamos aquн seremos uno de tantos, pero si volvemos a nuestro mundo con sуlo una docena de carneros cargados de piedras de El Dorado, seremos mбs ricos que todos los monarcas juntos, no tendremos que temer a los inquisidores, y con facilidad podremos recobrar a la seсorita Cunegunda.
Este razonamiento placiу a Cacambo: tal es la manнa de correr mundo, de ser considerado entre los suyos, de hacer alarde de lo que ha visto uno en sus viajes, que los dos afortunados resolvieron dejar de serlo, y se despidieron de Su Majestad.
Cometйis un disparate, les dijo el rey. Bien sй que mi paнs vale poco; mas cuando se halla uno medianamente bien en un lugar debe quedarse en йl. Yo no tengo, por cierto, derecho para detener a los extranjeros, tiranнa tan opuesta a nuestra prбctica como a nuestras leyes. Todo hombre es libre, y os podйis ir cuando querбis; pero es muy ardua empresa salir de este paнs: no es posible subir al raudo rнo por el cual habйis llegado milagrosamente, y que corre bajo bуvedas de peсascos: las montaсas que cercan mis dominios tienen cuatro mil varas de altura, y son derechas como torres; su anchura abarca un espacio de diez leguas, y no es posible bajarlas como no sea despeсбndose. Pero si estбis resueltos a iros, voy a dar orden a los intendentes de mбquinas para que hagan una que os transporte con comodidad; y cuando os hayan conducido al otro lado de las montaсas, nadie os podrб acompaсar, porque tienen hecho voto mis vasallos de no pasar nunca su recinto, y no son tan imprudentes que lo quebranten: en cuanto a lo demбs, pedidme lo que mбs os acomode. No pedimos que Vuestra Majestad nos dй otra cosa, dijo Cacambo, que algunos carneros cargados de vнveres, de piedras y barro del paнs. Riуse el rey, y dijo: No sй quй pasiуn sienten los europeos por nuestro barro amarillo; pero llevaos todo el que podбis, y buen provecho os haga.
Inmediatamente dio orden a sus ingenieros de que hicieran una mбquina para izar fuera del reino a estos dos hombres extraordinarios: tres mil buenos fнsicos trabajaron en ella, y se concluyу al cabo de quince dнas, sin costar arriba de cien millones de duros, moneda del paнs. Metieron en la mбquina a Cбndido y a Cacambo: dos carneros grandes encarnados tenнan puesta la silla y el freno para que montasen en ellos asн que hubiesen pasado los montes, y los seguнan otros veinte cargados de vнveres, treinta con preseas de las cosas mбs curiosas que en el paнs habнa y cincuenta con oro, diamantes y otras piedras preciosas. El rey dio un cariсoso abrazo a los dos vagabundos. Fue cosa de ver su partida, y el ingenioso modo con que los izaron a ellos y a sus carneros hasta la cumbre de las montaсas. Habiйndolos dejado en paraje seguro, se despidieron de ellos los fнsicos, y Cбndido no tuvo otro deseo ni otra idea que ir a presentar sus carneros a la seсorita Cunegunda. Llevamos, decнa, con quй pagar al gobernador de Buenos Aires, si es dable poner precio a mi Cunegunda; vamos a la isla de Cayena, embarquйmonos y en seguida veremos quй reino podremos comprar.