Capнtulo 3.- Viaje de los dos habitantes de Sirio y Saturno

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Ya estaban para embarcar nuestros dos filуsofos en la atmуsfera de Saturno con una buena provisiуn de instrumentos de matemбticas, cuando la querida del saturnino, que lo supo, le vino a dar amargas quejas. Era йsta una morenita muy agraciada, que no tenнa mбs que mil quinientas varas de estatura, pero que con su gentileza compensaba la pequeсez de su cuerpo.

—ЎAh, cruel! —exclamу—. Despuйs de mil quinientos aсos de haber resistido tus solicitudes amorosas y cuando apenas hace cien aсos me habнa entregado a ti, Ўme abandonas para irte a viajar con un gigante de otro mundo! Sуlo tuviste un capricho, nunca me amaste. Si fueras saturnino legнtimo no serнas tan inconstante. їA dуnde vas? їQuй ambicionas? Nuestras cinco lunas son menos errбticas que tъ y menos mudable nuestro бnulo.

Abrazуla el filуsofo, llorу con ella, aunque filуsofo; y su querida, despuйs de haberse desmayado, se fue a consolar con un petimetre.

Partieron sin dilaciуn ambos viajeros, y saltaron primero al anillo, que se le antojу muy aplastado, como lo supuso un ilustre habitante de nuestro minъsculo globo terrбqueo, y desde allн anduvieron de luna en luna. De pronto pasу un cometa junto a ellos y a йl se tiraron, con sus sirvientes y sus instrumentos. Un poco mбs adelante (ciento cincuenta millones de leguas) se toparon con los satйlites de Jъpiter y luego con este planeta, donde se apearon y permanecieron un aсo. En йl descubrieron algunos secretos muy curiosos, que hubieran dado a la imprenta, a no haber sido por los seсores inquisidores, que encontraron proposiciones bastante duras de tragar. Yo pude leer el manuscrito en la biblioteca del ilustrнsimo seсor arzobispo de..., quien con toda la benevolencia que a tan insigne prelado caracteriza, me permitiу husmear en sus libros.

Pero volvamos a nuestros aventureros. Al salir de Jъpiter atravesaron un espacio de cerca de cien millones de leguas y costearon el planeta Marte, el cual —como todos saben— es cinco veces mбs pequeсo que la Tierra, donde vieron las dos lunas de que dispone y que no han podido descubrir todavнa nuestros astrуnomos. Aun cuando sй que el abate Castel rechazarб ingeniosamente la existencia de dichas lunas, no ignoro tampoco que me darбn la razуn quienes saben razonar, aquellos a los que no puede escapбrseles el hecho de que no le serнa posible a Marte vivir sin dos lunas por lo menos, estando tan distante del Sol.

Sea como fuere, a los viajeros les pareciу un mundo tan chico que temieron no hallar alojamiento aceptable y pasaron de largo, como hacen los caminantes cuando topan con una mala venta en despoblado. Hicieron mal y se arrepintieron, pues tardaron mucho en encontrar albergue. Al fin divisaron una lucecilla, que era la Tierra, y que pareciу muy mezquina cosa a gentes que venнan de Jъpiter. No obstante, y a trueque de arrepentirse otra vez, resolvieron desembarcar en ella. Pasaron a la cola del cometa y hallando una aurora boreal a mano, se metieron dentro. Tomaron tierra en la orilla septentrional del mar Bбltico, el dнa 5 de julio de 1737.

Ya estaban para embarcar nuestros dos filуsofos en la atmуsfera de Saturno con una buena provisiуn de instrumentos de matemбticas, cuando la querida del saturnino, que lo supo, le vino a dar amargas quejas. Era йsta una morenita muy agraciada, que no tenнa mбs que mil quinientas varas de estatura, pero que con su gentileza compensaba la pequeсez de su cuerpo.

—ЎAh, cruel! —exclamу—. Despuйs de mil quinientos aсos de haber resistido tus solicitudes amorosas y cuando apenas hace cien aсos me habнa entregado a ti, Ўme abandonas para irte a viajar con un gigante de otro mundo! Sуlo tuviste un capricho, nunca me amaste. Si fueras saturnino legнtimo no serнas tan inconstante. їA dуnde vas? їQuй ambicionas? Nuestras cinco lunas son menos errбticas que tъ y menos mudable nuestro бnulo.

Abrazуla el filуsofo, llorу con ella, aunque filуsofo; y su querida, despuйs de haberse desmayado, se fue a consolar con un petimetre.

Partieron sin dilaciуn ambos viajeros, y saltaron primero al anillo, que se le antojу muy aplastado, como lo supuso un ilustre habitante de nuestro minъsculo globo terrбqueo, y desde allн anduvieron de luna en luna. De pronto pasу un cometa junto a ellos y a йl se tiraron, con sus sirvientes y sus instrumentos. Un poco mбs adelante (ciento cincuenta millones de leguas) se toparon con los satйlites de Jъpiter y luego con este planeta, donde se apearon y permanecieron un aсo. En йl descubrieron algunos secretos muy curiosos, que hubieran dado a la imprenta, a no haber sido por los seсores inquisidores, que encontraron proposiciones bastante duras de tragar. Yo pude leer el manuscrito en la biblioteca del ilustrнsimo seсor arzobispo de..., quien con toda la benevolencia que a tan insigne prelado caracteriza, me permitiу husmear en sus libros.

Pero volvamos a nuestros aventureros. Al salir de Jъpiter atravesaron un espacio de cerca de cien millones de leguas y costearon el planeta Marte, el cual —como todos saben— es cinco veces mбs pequeсo que la Tierra, donde vieron las dos lunas de que dispone y que no han podido descubrir todavнa nuestros astrуnomos. Aun cuando sй que el abate Castel rechazarб ingeniosamente la existencia de dichas lunas, no ignoro tampoco que me darбn la razуn quienes saben razonar, aquellos a los que no puede escapбrseles el hecho de que no le serнa posible a Marte vivir sin dos lunas por lo menos, estando tan distante del Sol.

Sea como fuere, a los viajeros les pareciу un mundo tan chico que temieron no hallar alojamiento aceptable y pasaron de largo, como hacen los caminantes cuando topan con una mala venta en despoblado. Hicieron mal y se arrepintieron, pues tardaron mucho en encontrar albergue. Al fin divisaron una lucecilla, que era la Tierra, y que pareciу muy mezquina cosa a gentes que venнan de Jъpiter. No obstante, y a trueque de arrepentirse otra vez, resolvieron desembarcar en ella. Pasaron a la cola del cometa y hallando una aurora boreal a mano, se metieron dentro. Tomaron tierra en la orilla septentrional del mar Bбltico, el dнa 5 de julio de 1737.