XI.- La hoguera.

К оглавлению1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 
17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 
34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 
51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 
68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84 
85 86 87 88 89 

Embelesado Setoc hizo de su esclavo su mбs нntimo amigo, y no podнa vivir sin йl, como habнa sucedido al rey de Babilonia: fue la fortuna de Zadig que Setoc no era casado. Descubriу este en su amo excelente нndole, mucha rectitud y una sana razуn, y sentнa ver que adorase el ejйrcito celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, como era costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba a veces de este culto, aunque con mucha reserva. Un dнa por fin le dijo que eran unos cuerpos como los demбs, y no mбs acreedores a su veneraciуn que un бrbol o un peсasco. Sн tal, replicу Setoc, que son seres eternos que nos hacen mil bienes, animan la naturaleza, arreglan las estaciones; aparte de que distan tanto de nosotros que no es posible menos de reverenciarlos. Mas provecho sacбis, respondiу Zadig, de las ondas del mar Rojo, que conduce vuestros gйneros a la India: їy por quй no ha de ser tan antiguo como las estrellas? Si adorбis lo que dista de vos, tambiйn habйis de adorar la tierra de los Gangaridas, que estб al cabo del mundo. No, decнa Setoc; mas el brillo de las estrellas es tanto, que es menester adorarlas. Aquella noche encendiу Zadig muchas hachas en la tienda donde cenaba con Setoc; y luego que se presentу su amo, se hincу de rodillas ante los cirios que ardнan, diciйndoles: Eternas y brillantes lumbreras, sedme propicias. Pronunciadas estas palabras, se sentу a la mesa sin mirar a Setoc. їQuй hacйis? le dijo este admirado. Lo que vos, respondiу Zadig; adoro esas luces, y no hago caso de su amo y mнo. Setoc entendiу lo profundo del apуlogo, albergу en su alma la sabidurнa de su esclavo, dejу de tributar homenaje a las criaturas, y adorу el Ser eterno que las ha formado.

Reinaba entonces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo origen venia de la Escitia, y establecido luego en las Indias a influjo de los bracmanes, amenazaba todo el Oriente. Cuando morнa un casado, y querнa ser santa su cara esposa, se quemaba pъblicamente sobre el cadбver de su marido, en una solemne fiesta, que llamaban la hoguera de la viudez; y la tribu mбs estimada era aquella en que mбs mujeres se quemaban. Muriу un бrabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombre Almona, persona muy devota, anunciу el dнa y la hora que se habнa do tirar al fuego, al son da tambores y trompetas. Representу Zadig a Setoc cuan opuesto era tan horrible estilo al bien del humano linaje; que cada dнa dejaban quemar a viudas mozas que podнan dar hijos al estado, o criar a lo menos los que tenнan; y convino Setoc en que era preciso hacer cuanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible. Pero aсadiу luego: Mas de mil aсos ha que estбn las mujeres en posesiуn de quemarse vivas. їQuiйn se ha de atrever a mudar una ley consagrada por el tiempo? їNi quй cosa hay mбs respetable que un abuso antiguo? Mas antigua es todavнa la razуn, replicу Zadig; hablad vos con los caudillos de las tribus, mientras yo voy a verme con la viuda moza.

Presentуse a ella; y despuйs de hacerse buen lugar encareciendo su hermosura, y de haberle dicho cuan lastimosa cosa era que tantas perfecciones fuesen pasto de las llamas, tambiйn exaltу su constancia y su esfuerzo. їTanto querнais a vuestro marido? le dijo. їQuererle? no por cierto, respondiу la dama бrabe: si era un zafio, un celoso, hombre inaguantable; pero tongo hecho propуsito firme de tirarme a su hoguera. Sin duda, dijo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto de quemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dijo la dama, pero no tiene remedio. Soy devota, y perderнa la reputaciуn que por tal he granjeado, y todos se reirнan de mн si no me quemara. Habiйndola hecho confesar Zadig que se quemaba por el que dirбn y por mera vanidad, conversу largo rato con ella, de modo que le inspirу algъn apego a la vida, y cierta buena voluntad a quien con ella razonaba, їQuй hicierais, le dijo en fin, si no estuvierais poseнda de la vanidad de quemaros? Ha, dijo la dama, creo que os brindarнa con mi mano. Lleno Zadig de la idea de Astarte, no respondiу a esta declaraciуn, pero fue al punto a ver a los caudillos de las tribus, y les contу lo sucedido, aconsejбndoles que promulgaran una ley por la cual no seria permitido a ninguna viuda quemarse antes de haber hablado a solas con un mancebo por espacio de una hora entera; y desde entonces ninguna dama se quemу en toda Arabia, debiйndose asн a Zadig la obligaciуn de ver abolido en solo un dнa estilo tan cruel, que reinaba tantos siglos habнa: por donde merece ser nombrado el bienhechor de la Arabia.

Embelesado Setoc hizo de su esclavo su mбs нntimo amigo, y no podнa vivir sin йl, como habнa sucedido al rey de Babilonia: fue la fortuna de Zadig que Setoc no era casado. Descubriу este en su amo excelente нndole, mucha rectitud y una sana razуn, y sentнa ver que adorase el ejйrcito celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, como era costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba a veces de este culto, aunque con mucha reserva. Un dнa por fin le dijo que eran unos cuerpos como los demбs, y no mбs acreedores a su veneraciуn que un бrbol o un peсasco. Sн tal, replicу Setoc, que son seres eternos que nos hacen mil bienes, animan la naturaleza, arreglan las estaciones; aparte de que distan tanto de nosotros que no es posible menos de reverenciarlos. Mas provecho sacбis, respondiу Zadig, de las ondas del mar Rojo, que conduce vuestros gйneros a la India: їy por quй no ha de ser tan antiguo como las estrellas? Si adorбis lo que dista de vos, tambiйn habйis de adorar la tierra de los Gangaridas, que estб al cabo del mundo. No, decнa Setoc; mas el brillo de las estrellas es tanto, que es menester adorarlas. Aquella noche encendiу Zadig muchas hachas en la tienda donde cenaba con Setoc; y luego que se presentу su amo, se hincу de rodillas ante los cirios que ardнan, diciйndoles: Eternas y brillantes lumbreras, sedme propicias. Pronunciadas estas palabras, se sentу a la mesa sin mirar a Setoc. їQuй hacйis? le dijo este admirado. Lo que vos, respondiу Zadig; adoro esas luces, y no hago caso de su amo y mнo. Setoc entendiу lo profundo del apуlogo, albergу en su alma la sabidurнa de su esclavo, dejу de tributar homenaje a las criaturas, y adorу el Ser eterno que las ha formado.

Reinaba entonces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo origen venia de la Escitia, y establecido luego en las Indias a influjo de los bracmanes, amenazaba todo el Oriente. Cuando morнa un casado, y querнa ser santa su cara esposa, se quemaba pъblicamente sobre el cadбver de su marido, en una solemne fiesta, que llamaban la hoguera de la viudez; y la tribu mбs estimada era aquella en que mбs mujeres se quemaban. Muriу un бrabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombre Almona, persona muy devota, anunciу el dнa y la hora que se habнa do tirar al fuego, al son da tambores y trompetas. Representу Zadig a Setoc cuan opuesto era tan horrible estilo al bien del humano linaje; que cada dнa dejaban quemar a viudas mozas que podнan dar hijos al estado, o criar a lo menos los que tenнan; y convino Setoc en que era preciso hacer cuanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible. Pero aсadiу luego: Mas de mil aсos ha que estбn las mujeres en posesiуn de quemarse vivas. їQuiйn se ha de atrever a mudar una ley consagrada por el tiempo? їNi quй cosa hay mбs respetable que un abuso antiguo? Mas antigua es todavнa la razуn, replicу Zadig; hablad vos con los caudillos de las tribus, mientras yo voy a verme con la viuda moza.

Presentуse a ella; y despuйs de hacerse buen lugar encareciendo su hermosura, y de haberle dicho cuan lastimosa cosa era que tantas perfecciones fuesen pasto de las llamas, tambiйn exaltу su constancia y su esfuerzo. їTanto querнais a vuestro marido? le dijo. їQuererle? no por cierto, respondiу la dama бrabe: si era un zafio, un celoso, hombre inaguantable; pero tongo hecho propуsito firme de tirarme a su hoguera. Sin duda, dijo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto de quemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dijo la dama, pero no tiene remedio. Soy devota, y perderнa la reputaciуn que por tal he granjeado, y todos se reirнan de mн si no me quemara. Habiйndola hecho confesar Zadig que se quemaba por el que dirбn y por mera vanidad, conversу largo rato con ella, de modo que le inspirу algъn apego a la vida, y cierta buena voluntad a quien con ella razonaba, їQuй hicierais, le dijo en fin, si no estuvierais poseнda de la vanidad de quemaros? Ha, dijo la dama, creo que os brindarнa con mi mano. Lleno Zadig de la idea de Astarte, no respondiу a esta declaraciуn, pero fue al punto a ver a los caudillos de las tribus, y les contу lo sucedido, aconsejбndoles que promulgaran una ley por la cual no seria permitido a ninguna viuda quemarse antes de haber hablado a solas con un mancebo por espacio de una hora entera; y desde entonces ninguna dama se quemу en toda Arabia, debiйndose asн a Zadig la obligaciуn de ver abolido en solo un dнa estilo tan cruel, que reinaba tantos siglos habнa: por donde merece ser nombrado el bienhechor de la Arabia.