XXI.- Las adivinanzas.

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Fuera de sн Zadig, como uno que ha visto caer junto a sн un rayo, caminaba desatentado. Llegу a Babilonia el dнa que para acertar las adivinanzas, y responder a las preguntas del sumo mago, estaban ya reunidos en el principal atrio del palacio todos cuantos habнan combatido en el palenque; y habнan llegado todos los mantenedores de la justa, menos el de las armas verdes. Luego que entrу Zadig en la ciudad, se agolpу en torno de йl la gente, sin que se cansaran sus ojos de mirarle, su lengua de darle bendiciones, ni su corazуn de desear que se ciсese la corona. El envidioso que le vio pasar se esquivу despechado, y le llevу en volandas la muchedumbre al sitio de la asamblea. La reina, a quien informaron de su arribo, vacilaba agitada de temor y esperanza; y llena de desasosiego no podнa entender porque venia Zadig desarmado, o como llevaba Itobad las armas blancas. Alzуse un confuso murmullo asн que columbraron a Zadig: todos estaban pasmados y llenos de alborozo de verle; pero solamente los caballeros que habнan peleado tenнan derecho a presentarse en la asamblea.−−Yo tambiйn he peleado, dijo, pero otro ha usurpado mis armas; y hasta que tenga la honra de acreditarlo, pido licencia para presentarme a acertar los enigmas. Votaron; y estaba tan grabada aun en todos los бnimos la reputaciуn de su probidad, que unбnimemente fue admitido.

La primera cuestiуn que propuso el sumo mago fue: їcual es la mas larga y mas corta de todas las cosas del mundo, la mas breve y mas lenta, la mas divisible y mas extensa, la que mas se desperdicia y mas se llora haber perdido, sin la que nada se puede hacer, que se traga todo lo mezquino, y da vida a todo lo grande? Tocaba a Itobad responder, y dijo que йl no entendнa de adivinanzas, y que le bastaba haber sido vencedor lanza en ristre. Unos dijeron que era la fortuna, otros que la tierra, y otros que la luz. Zadig dijo que era el tiempo. No hay cosa mas larga, aсadiу, pues mide la eternidad; ni mas corta, pues falta para todos nuestros planes: ni mas lenta para el que espera, ni mas veloz para el que disfruta; se extiende a lo infinitamente grande, y se divide hasta lo infinitamente pequeсo; ninguno hace aprecio de йl, y todos lloran su pйrdida; sin йl nada se hace; sepulta en el olvido cuanto es indigno de la posteridad, y hace inmortales las glandes acciones. La asamblea confesу que tenнa razуn Zadig.

Preguntaron luego: їQuй es lo que recibimos sin agradecerlo, disfrutamos sin saber cуmo, damos a otros sin saber donde estamos, y perdemos sin echarlo de ver? Cada uno dijo su cosa; solo Zadig adivinу que era la vida, y con la misma facilidad acertу los demбs enigmas. Itobad decнa al fin que no habнa cosa mбs fбcil, y que con la mayor facilidad habrнa йl dado con ello, si hubiera querido tomarse el trabajo. Propusiйronse luego cuestiones acerca de la justicia, del sumo bien, del arte de reinar; y las respuestas de Zadig se reputaron por las mбs sуlidas. Lбstima es, decнan todos, que sujeto de tanto talento sea tan mal jinete.

Ilustres seсores, dijo en fin Zadig, yo he tenido la honra de vencer en el palenque, que soy el que tenia las armas blancas. El seсor Itobad se revistiу de ellas mientras que yo estaba durmiendo, creyendo que sin duda le sentarнan mбs bien que las verdes. Le reto para probarle delante de todos vosotros, con mi bata y mi espada, contra toda su luciente armadura blanca que me ha quitado, que fui yo quien tuve la honra de vencer al valiente Otames.

Admitiу Itobad el duelo con mucha confianza, no dudando de que con su yelmo, su coraza y sus brazaletes, acabarнa fбcilmente con un campeуn que se presentaba en bata y con su gorro de dormir. Desnudу Zadig su espada despuйs de hacer una cortesнa a la reina, que agitada de temor y alborozo le miraba; Itobad desenvainу la suya sin saludar a nadie, y acometiу a Zadig como quien nada tenia que temer. Ibale a hender la cabeza de una estocada, cuando parу Zadig el golpe, haciendo que la espada de su contrario pegase en falso, y se hiciese pedazos. Abrazбndose entonces con su enemigo le derribу al suelo, y poniйndole la punta de la espada por entre la coraza y el espaldar: dejaos desarmar, le dijo, si no querйis perder la vida. Pasmado Itobad, como era su costumbre, de las desgracias que a un hombre como йl sucedнan, no hizo resistencia a Zadig, que muy a su sabor le quitу su magnнfico yelmo, su soberbia coraza, sus hermosos brazaletes, sus lucidas escarcelas, y asн armado fue a postrarse a las plantas de Astarte. Sin dificultad probу Cador que pertenecнan estas armas a Zadig, el cual por consentimiento unбnime fue alzado por rey, con sumo beneplбcito de Astarte, que despuйs de tantas desventuras disfrutaba la satisfacciуn de contemplar a su amante digno de ser su esposo a vista del universo. Fuйse Itobad a su casa a que le llamaran Su Excelencia. Zadig fue rey y feliz, no olvidбndose de cuanto le habнa enseсado el бngel Jesrad, y acordбndose del grano de arena convertido en diamante: y йl y la reina adoraron la Providencia. dejу Zadig correr por el mundo a la bella antojadiza Misuf; enviу a llamar al bandolero Arbogad, a quien dio un honroso puesto en el ejйrcito, prometiйndole que le adelantarнa hasta las primeras dignidades militares si se portaba como valiente militar, y que le mandarнa ahorcar si hacia el oficio de ladrуn. Setoc, llamado de lo interior de la Arabia, vino con la hermosa Almona, y fue nombrado superintendente del comercio de Babilonia. Cador, colocado y estimado como merecнan sus servicios, fue amigo del rey, y este ha sido el ъnico monarca en la tierra que haya tenido un amigo. No se olvidу Zadig del mudo, ni del pescador, a quien dio una casa muy hermosa. Orcan fue condenado a pagarle una fuerte cantidad de dinero, y a restituirle su mujer; pero el pescador, que se habнa hecho hombre cuerdo, no quiso mбs que el dinero.

La hermosa Semira no se podнa consolar de haberse persuadido a que hubiese quedado Zadig tuerto, ni se hartaba Azora de llorar por haber querido cortarle las narices. Calmу el rey su dolor con dбdivas; pero el envidioso se cayу muerto de pesar y vergьenza. Disfrutу el imperio la paz, la gloria y la abundancia; y este fue el mбs floreciente siglo del mundo, gobernado por el amor y la justicia. Todos bendecнan a Zadig, y Zadig bendecнa el cielo.

 

(Nota.) Aquн se concluye el manuscrito que de la historia de Zadig hemos hallado. Sabemos que le sucedieron luego otras muchas aventuras que se conservan en los anales contemporбneos, y suplicamos a los eruditos intйrpretes de lenguas orientales, que nos las comuniquen si a su noticia llegaren.

El hombre de los cuarenta escudos

Un apacible viejo, que siempre se queja del tiempo presente y alaba el pasado, me decнa en una ocasiуn:

—Amigo, Francia no es tan rica como lo era en tiempo de Enrique IV. їY por quй? Porque no estбn los campos bien cultivados, porque faltan brazos para la labranza; porque al encarecer los jornales, dejan muchos colonos sus tierras sin labrar.

—їDe dуnde procede esa escasez de labriegos?

—De que todo aquel que es inteligente toma el oficio de bordador, de grabador, de relojero, de tejedor de seda, de procurador o teуlogo. De que la revocaciуn del edicto de Nantes ha dejado un inmenso vacнo en el reino. De que se han multiplicado las monjas y los pordioseros, y en fin, de que cada uno esquiva, en cuanto puede, las penosas faenas de la tierra, para las que Dios nos ha creado, y que tenemos por indignas, de puro lуgicos que somos.

Otra causa de nuestra pobreza es la muchedumbre de necesidades nuevas: pagamos a nuestros vecinos 15.000.000 por este artнculo, 20 у 30 por aquйl. Metemos en las narices un polvo hediondo que viene de Amйrica, y tomar cafй, tй, chocolate y obtener la grana, el aсil, y las especias nos cuesta mбs de 200.000.000 de reales al aсo. Nada de esto era conocido en tiempo de Enrique IV como no fuesen las especias, que se consumнan mucho menos. Gastamos cien veces mбs cera, y mбs de la mitad nos viene de paнs extranjero, porque no cuidamos de aumentar nuestras colmenas. Las mujeres de Parнs y demбs grandes ciudades llevan hoy al cuello, en las manos y en las orejas mбs diamantes que todas las damas de palacio en tiempos de Enrique IV, sin exceptuar la reina. Casi todas estas superfluidades las tenemos que pagar en dinero contante.

Pagamos mбs de 60.000.000 de rйditos a los extranjeros. Cuando subiу Enrique IV al trono, encontrу una deuda de 2.000.000 que reembolsу en gran parte, para aliviar de esta carga al Estado. Nuestras contiendas civiles, trajeron a Francia los tesoros de Mйjico, cuando don Felipe el Prudente quiso comprar el reino; pero despuйs las guerras en paнses extranjeros nos han aligerado de la mitad de nuestro dinero.

Estas son, en parte, las causas de nuestra pobreza, que escondemos bajo hermosos artesonados y entre el primor de nuestras modas; aunque tenemos buen gusto, somos pobres. Asentistas, empresarios y comerciantes hay riquнsimos, y muy ricos son sus hijos y sus yernos, pero la naciуn, en general, es pobre.

Los argumentos, buenos o malos, de este viejo me hicieron mucha impresiуn, porque el cura de mi parroquia, que siempre me quiso bien, me enseсу algo de historia y geometrнa, y sй discurrir, cosa muy rara en mi tierra. No sabrй decir si llevaba razуn; pero como soy muy pobre, no me fue difнcil creer que habнa muchos como yo.

Fuera de sн Zadig, como uno que ha visto caer junto a sн un rayo, caminaba desatentado. Llegу a Babilonia el dнa que para acertar las adivinanzas, y responder a las preguntas del sumo mago, estaban ya reunidos en el principal atrio del palacio todos cuantos habнan combatido en el palenque; y habнan llegado todos los mantenedores de la justa, menos el de las armas verdes. Luego que entrу Zadig en la ciudad, se agolpу en torno de йl la gente, sin que se cansaran sus ojos de mirarle, su lengua de darle bendiciones, ni su corazуn de desear que se ciсese la corona. El envidioso que le vio pasar se esquivу despechado, y le llevу en volandas la muchedumbre al sitio de la asamblea. La reina, a quien informaron de su arribo, vacilaba agitada de temor y esperanza; y llena de desasosiego no podнa entender porque venia Zadig desarmado, o como llevaba Itobad las armas blancas. Alzуse un confuso murmullo asн que columbraron a Zadig: todos estaban pasmados y llenos de alborozo de verle; pero solamente los caballeros que habнan peleado tenнan derecho a presentarse en la asamblea.−−Yo tambiйn he peleado, dijo, pero otro ha usurpado mis armas; y hasta que tenga la honra de acreditarlo, pido licencia para presentarme a acertar los enigmas. Votaron; y estaba tan grabada aun en todos los бnimos la reputaciуn de su probidad, que unбnimemente fue admitido.

La primera cuestiуn que propuso el sumo mago fue: їcual es la mas larga y mas corta de todas las cosas del mundo, la mas breve y mas lenta, la mas divisible y mas extensa, la que mas se desperdicia y mas se llora haber perdido, sin la que nada se puede hacer, que se traga todo lo mezquino, y da vida a todo lo grande? Tocaba a Itobad responder, y dijo que йl no entendнa de adivinanzas, y que le bastaba haber sido vencedor lanza en ristre. Unos dijeron que era la fortuna, otros que la tierra, y otros que la luz. Zadig dijo que era el tiempo. No hay cosa mas larga, aсadiу, pues mide la eternidad; ni mas corta, pues falta para todos nuestros planes: ni mas lenta para el que espera, ni mas veloz para el que disfruta; se extiende a lo infinitamente grande, y se divide hasta lo infinitamente pequeсo; ninguno hace aprecio de йl, y todos lloran su pйrdida; sin йl nada se hace; sepulta en el olvido cuanto es indigno de la posteridad, y hace inmortales las glandes acciones. La asamblea confesу que tenнa razуn Zadig.

Preguntaron luego: їQuй es lo que recibimos sin agradecerlo, disfrutamos sin saber cуmo, damos a otros sin saber donde estamos, y perdemos sin echarlo de ver? Cada uno dijo su cosa; solo Zadig adivinу que era la vida, y con la misma facilidad acertу los demбs enigmas. Itobad decнa al fin que no habнa cosa mбs fбcil, y que con la mayor facilidad habrнa йl dado con ello, si hubiera querido tomarse el trabajo. Propusiйronse luego cuestiones acerca de la justicia, del sumo bien, del arte de reinar; y las respuestas de Zadig se reputaron por las mбs sуlidas. Lбstima es, decнan todos, que sujeto de tanto talento sea tan mal jinete.

Ilustres seсores, dijo en fin Zadig, yo he tenido la honra de vencer en el palenque, que soy el que tenia las armas blancas. El seсor Itobad se revistiу de ellas mientras que yo estaba durmiendo, creyendo que sin duda le sentarнan mбs bien que las verdes. Le reto para probarle delante de todos vosotros, con mi bata y mi espada, contra toda su luciente armadura blanca que me ha quitado, que fui yo quien tuve la honra de vencer al valiente Otames.

Admitiу Itobad el duelo con mucha confianza, no dudando de que con su yelmo, su coraza y sus brazaletes, acabarнa fбcilmente con un campeуn que se presentaba en bata y con su gorro de dormir. Desnudу Zadig su espada despuйs de hacer una cortesнa a la reina, que agitada de temor y alborozo le miraba; Itobad desenvainу la suya sin saludar a nadie, y acometiу a Zadig como quien nada tenia que temer. Ibale a hender la cabeza de una estocada, cuando parу Zadig el golpe, haciendo que la espada de su contrario pegase en falso, y se hiciese pedazos. Abrazбndose entonces con su enemigo le derribу al suelo, y poniйndole la punta de la espada por entre la coraza y el espaldar: dejaos desarmar, le dijo, si no querйis perder la vida. Pasmado Itobad, como era su costumbre, de las desgracias que a un hombre como йl sucedнan, no hizo resistencia a Zadig, que muy a su sabor le quitу su magnнfico yelmo, su soberbia coraza, sus hermosos brazaletes, sus lucidas escarcelas, y asн armado fue a postrarse a las plantas de Astarte. Sin dificultad probу Cador que pertenecнan estas armas a Zadig, el cual por consentimiento unбnime fue alzado por rey, con sumo beneplбcito de Astarte, que despuйs de tantas desventuras disfrutaba la satisfacciуn de contemplar a su amante digno de ser su esposo a vista del universo. Fuйse Itobad a su casa a que le llamaran Su Excelencia. Zadig fue rey y feliz, no olvidбndose de cuanto le habнa enseсado el бngel Jesrad, y acordбndose del grano de arena convertido en diamante: y йl y la reina adoraron la Providencia. dejу Zadig correr por el mundo a la bella antojadiza Misuf; enviу a llamar al bandolero Arbogad, a quien dio un honroso puesto en el ejйrcito, prometiйndole que le adelantarнa hasta las primeras dignidades militares si se portaba como valiente militar, y que le mandarнa ahorcar si hacia el oficio de ladrуn. Setoc, llamado de lo interior de la Arabia, vino con la hermosa Almona, y fue nombrado superintendente del comercio de Babilonia. Cador, colocado y estimado como merecнan sus servicios, fue amigo del rey, y este ha sido el ъnico monarca en la tierra que haya tenido un amigo. No se olvidу Zadig del mudo, ni del pescador, a quien dio una casa muy hermosa. Orcan fue condenado a pagarle una fuerte cantidad de dinero, y a restituirle su mujer; pero el pescador, que se habнa hecho hombre cuerdo, no quiso mбs que el dinero.

La hermosa Semira no se podнa consolar de haberse persuadido a que hubiese quedado Zadig tuerto, ni se hartaba Azora de llorar por haber querido cortarle las narices. Calmу el rey su dolor con dбdivas; pero el envidioso se cayу muerto de pesar y vergьenza. Disfrutу el imperio la paz, la gloria y la abundancia; y este fue el mбs floreciente siglo del mundo, gobernado por el amor y la justicia. Todos bendecнan a Zadig, y Zadig bendecнa el cielo.

 

(Nota.) Aquн se concluye el manuscrito que de la historia de Zadig hemos hallado. Sabemos que le sucedieron luego otras muchas aventuras que se conservan en los anales contemporбneos, y suplicamos a los eruditos intйrpretes de lenguas orientales, que nos las comuniquen si a su noticia llegaren.

El hombre de los cuarenta escudos

Un apacible viejo, que siempre se queja del tiempo presente y alaba el pasado, me decнa en una ocasiуn:

—Amigo, Francia no es tan rica como lo era en tiempo de Enrique IV. їY por quй? Porque no estбn los campos bien cultivados, porque faltan brazos para la labranza; porque al encarecer los jornales, dejan muchos colonos sus tierras sin labrar.

—їDe dуnde procede esa escasez de labriegos?

—De que todo aquel que es inteligente toma el oficio de bordador, de grabador, de relojero, de tejedor de seda, de procurador o teуlogo. De que la revocaciуn del edicto de Nantes ha dejado un inmenso vacнo en el reino. De que se han multiplicado las monjas y los pordioseros, y en fin, de que cada uno esquiva, en cuanto puede, las penosas faenas de la tierra, para las que Dios nos ha creado, y que tenemos por indignas, de puro lуgicos que somos.

Otra causa de nuestra pobreza es la muchedumbre de necesidades nuevas: pagamos a nuestros vecinos 15.000.000 por este artнculo, 20 у 30 por aquйl. Metemos en las narices un polvo hediondo que viene de Amйrica, y tomar cafй, tй, chocolate y obtener la grana, el aсil, y las especias nos cuesta mбs de 200.000.000 de reales al aсo. Nada de esto era conocido en tiempo de Enrique IV como no fuesen las especias, que se consumнan mucho menos. Gastamos cien veces mбs cera, y mбs de la mitad nos viene de paнs extranjero, porque no cuidamos de aumentar nuestras colmenas. Las mujeres de Parнs y demбs grandes ciudades llevan hoy al cuello, en las manos y en las orejas mбs diamantes que todas las damas de palacio en tiempos de Enrique IV, sin exceptuar la reina. Casi todas estas superfluidades las tenemos que pagar en dinero contante.

Pagamos mбs de 60.000.000 de rйditos a los extranjeros. Cuando subiу Enrique IV al trono, encontrу una deuda de 2.000.000 que reembolsу en gran parte, para aliviar de esta carga al Estado. Nuestras contiendas civiles, trajeron a Francia los tesoros de Mйjico, cuando don Felipe el Prudente quiso comprar el reino; pero despuйs las guerras en paнses extranjeros nos han aligerado de la mitad de nuestro dinero.

Estas son, en parte, las causas de nuestra pobreza, que escondemos bajo hermosos artesonados y entre el primor de nuestras modas; aunque tenemos buen gusto, somos pobres. Asentistas, empresarios y comerciantes hay riquнsimos, y muy ricos son sus hijos y sus yernos, pero la naciуn, en general, es pobre.

Los argumentos, buenos o malos, de este viejo me hicieron mucha impresiуn, porque el cura de mi parroquia, que siempre me quiso bien, me enseсу algo de historia y geometrнa, y sй discurrir, cosa muy rara en mi tierra. No sabrй decir si llevaba razуn; pero como soy muy pobre, no me fue difнcil creer que habнa muchos como yo.