Capнtulo 7.-La conversaciуn que tuvieron

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—ЎOh бtomos inteligentes en quienes quiso el Eterno manifestar su arte y su poder! Decidme, amigo їno disfrutбis en vuestro globo terrбqueo purнsimos deleites? Apenas tenйis materia, sois todo espнritu, lo cual quiere decir que seguramente emplearйis vuestra vida en pensar y amar, que es la vida que corresponde a los espнritus. Yo que no he visto la felicidad en ninguna parte, creo ahora que estб entre vosotros.

Encogiйronse de hombros al oнr esto los filуsofos. Uno de ellos quiso hablar con sinceridad y manifestу que, exceptuando un nъmero reducidнsimo, a quienes para nada se tenнa en cuenta, todos los demбs eran una cбfila de locos, perversos y desdichados.

—Mбs materia tenemos —dijo— de la que es menester para obrar mal, si procede el mal de la materia, y mucha inteligencia, si proviene de la inteligencia. їSabйis por ejemplo que a estas horas, cien mil locos de nuestra especie, que llevan sombrero, estбn matando a otros cien mil animales que llevan turbante, o muriendo a sus manos? Tal es la norma en la tierra, desde que el hombre existe.

Horrorizуse el siriano y preguntу cuбl era el motivo de tan horribles contiendas entre animales tan ruines.

—Se disputan —dijo el filуsofo— unos trochos de tierra del tamaсo de vuestros pies; y se los disputan no porque ninguno de los hombres que pelean y mueren o matan quiera para sн un terrуn siquiera de aquel pedazo de tierra, sino por si йste ha de pertenecer a cierto individuo que llaman Sultбn o a otro que apellidan Zar. Ninguno de los dos ha visto, ni verб nunca, el minъsculo territorio en litigio, asн como tampoco ninguno de los animales que recнprocamente se asesinan han visto al animal por quien se asesinan.

—ЎDesventurados! —exclamу con indignaciуn el siriano—. їCуmo es posible tan absurdo frenesн? Deseos me dan de pisar a ese hormiguero ridнculo de asesinos.

—No hace falta que os tomйis ese trabajo. Ellos solos se bastan para destruirse. Dentro de cien aсos habrбn quedado reducidos a la dйcima parte. Aun sin guerras perecen de hambre, de fatiga, o de vicios. Pero no son ellos los que merecen castigo, sino quienes desde la tranquilidad de su gabinete y mientras hacen la digestiуn de una opнpara comida, ordenan el degьello de un millуn de hombres y dan luego gracias a Dios en solemnes funciones religiosas.

Sentнase el viajero movido a piedad hacia el ruin linaje humano en el cual tantas contradicciones descubrнa.

—Puesto que pertenecйis al corto nъmero de los sabios —dijo a sus interlocutores— os ruego me digбis cuбles son vuestras ocupaciones.

—Disecamos moscas —respondiу uno de los filуsofos—, medimos lнneas, coleccionamos nombres, coincidimos acerca de dos o tres puntos que entendemos y discrepamos sobre dos o tres mil que no entendemos.

El siriano y el saturnino se pusieron a hacerles preguntas para saber sobre quй estaban acordes.

—їQuй distancia hay —dijo el saturnino— desde la Canнcula hasta la mayor de Gйminis?

Respondiйronle todos a la vez:

—Treinta y dos grados y medio.

—їQuй distancia hay de aquн a la Luna?

—Setenta semidiбmetros de la Tierra.

—їCuбnto pesa vuestro aire?

No creнan que pudiesen responder a esta pregunta; pero todos le dijeron que pesaba novecientas veces menos que el mismo volumen del agua mбs ligera y diecinueve mil veces menos que el oro.

Atуnito el enanillo de Saturno ante la exactitud de las respuestas, estaba tentado a creer que eran magos aquellos mismos a quienes un cuarto de hora antes les habнa negado la inteligencia.

Por ъltimo hablу Micromegas:

—Ya que tan perfectamente sabйis lo de fuera de vuestro planeta, sin duda mejor sabrйis lo que hay dentro. Decidme, pues, їquй es vuestra alma y cуmo se forman vuestras ideas?

Los filуsofos hablaron todos a la par como antes, pero todos manifestaron distinto parecer.

Citу el mбs anciano a Aristуteles, otro pronunciу el nombre de Descartes, йste el de Malebranche, aquйl el de Leibnitz y el de Locke otro.

El viejo peripatйtico dijo con gran convicciуn:

—El alma es una entelequia, una razуn en virtud de la cual tiene el poder de ser lo que es; asн lo dice expresamente Aristуteles, pбgina 633 de la ediciуn del Louvre: ‘Ξντελεχεια εστι etc.

—No entiendo el griego —confesу el gigante.

—Ni yo tampoco —respondiу el filуsofo.

—Entonces їpor quй citбis a ese Aristуteles en griego?

—Porque lo que uno no entiende, lo ha de citar en una lengua que no sabe.

Tomу entonces la palabra el cartesiano y dijo:

—El alma es un espнritu puro, que en el vientre de la madre recibe todas las ideas metafнsicas y que, en cuanto sale de йl, tiene que ir a la escuela para aprender de nuevo lo que tan bien sabнa y que nunca volverб a saber.

El animal de ocho leguas opinу que importaba muy poco que el alma supiera mucho en el vientre de su madre si despuйs lo ignora todo.

—Pero decidme, їquй entendйis por espнritu?

—ЎValiente pregunta! —contestу el otro—. No tengo idea de йl. Dicen que es lo que no es materia.

—їY sabйis lo que es materia?

—Eso sн. Esa piedra, por ejemplo, es parda y de tal figura, tiene tres dimensiones y es pesada y divisible.

—Asн es —asintiу el siriano—; pero esa cosa que te parece divisible, pesada y parda їme dirбs quй es? Tъ sabes de algunos de sus atributos, pero el sostйn de esos atributos їlo conoces?

—No —dijo el otro.

—Luego no sabes quй cosa sea la materia. Dirigiйndose entonces el seсor Micromegas a otro sabio que encima de su dedo pulgar se posaba, le preguntу quй creнa que era su alma y de quй se ocupaba йl.

—No hago nada —respondiу el filуsofo malebranchista—; Dios es quien lo hace todo por mн; en El lo veo todo, en El lo hago todo y es El quien todo lo dispone sin cooperaciуn mнa.

—Eso es igual que no existir —respondiу el filуsofo de Sirio—.

Y tъ, amigo —le dijo a un leibnitziano que allн estaba—, їquй haces? їQuй es tu alma?

—Una aguja de reloj —dijo el leibnitziano— que seсala las horas mientras suenan musicalmente en mi cuerpo, o bien, si os parece mejor, el alma las suena mientras el cuerpo las seсala; o bien, mi alma es el espejo del universo y mi cuerpo el marco del espejo. La cosa no puede ser mбs clara.

Estбbalos oyendo un sectario de Locke, y cuando le tocу hablar dijo:

—Yo no sй cуmo pienso; lo que sй es que nunca he pensado como no sea por medio de mis sentidos. Que haya sustancias inmateriales e inteligentes, no lo pongo en duda; pero que no pueda Dios comunicar la inteligencia a la materia, eso no lo creo. Respeto al eterno poder, y sй que no me compete definirle; no afirmo nada y me inclino a creer que hay muchas mбs cosas posibles de lo que se piensa.

Sonriуse el animal de Sirio y le pareciу que no era йste el menos cuerdo. Si no hubiera sido por la enorme desproporciуn de sus tamaсos corpуreos, hubiese dado un abrazo, el enano de Saturno al discнpulo de Locke. Por desgracia, se encontraba tambiйn allн un bichejo tocado con un birrete, que, interrumpiendo el diбlogo, manifestу que йl estaba en posesiуn de la verdad que no era otra que la expuesta en la Summa de Santo Tomбs; y mirando de pies a cabeza a los dos viajeros celestes les dijo que sus personas, sus mundos, sus soles y sus estrellas, todo habнa sido creado para el hombre. Al oнr los otros tal sandez, se echaron a reнr estrepitosamente con aquella inextinguible risa que, segъn Homero, es atributo de los dioses.

Las convulsiones de tanta hilaridad hicieron caer al navнo de la uсa del siriano al bolsillo de los calzones del saturnino. Buscбronle ambos mucho tiempo; al cabo toparon con la tripulaciуn y la metieron en el barco lo mejor que pudieron.

Luego el siriano se despidiу amablemente de aquellos charlatanes, aunque le tenнa algo mohнno ver que unos seres tan infinitamente pequeсos, tuvieran una vanidad tan infinitamente grande. Prometiуles un libro de filosofнa escrito en letra muy menuda, para que pudieran leerle.

—En йl verйis —dijo— la razуn de todas las cosas.

En efecto, antes de irse les dio el libro prometido que llevaron a la Academia de Ciencias de Parнs. Cuando lo abriу el viejo secretario de la Academia, observу que todas las pбginas estaban en blanco.

—ЎAh! —dijo—. Ya me lo figuraba yo.

El blanco y el negro

Todo el mundo en la provincia de Candahar conoce la aventura del joven Rustбn. Era hijo ъnico de un mirza de la regiуn; como quien dice un marquйs en Francia o un barуn en Alemania. Su padre, el mirza, tenнa una fortuna considerable. El joven Rustбn debнa casarse con una doncella o mirzesa de su condiciуn. Las dos familias deseaban apasionadamente. El debнa ser el consuelo de sus padres, hacer feliz a su mujer y serlo con ella.

 Pero por desgracia habнa visto a la princesa de Cachemira en la feria de Kabul, que es la feria mбs importante del mundo, e incomparablemente mбs frecuentada que las de Basora y Astracбn; y he aquн por quй el anciano prнncipe de Cachemira habнa ido a la feria en uniуn de su hija.

Habнa perdido las dos piezas mбs raras de su tesoro: una era un diamante del tamaсo del dedo pulgar, en el cual se habнa grabado el retrato de su hija, gracias a un arte que entonces domi­naban los indios y que posteriormente se ha per­dido; la otra era un venablo que iba por sн mismo adonde uno deseaba; lo cual no es nada extraordinario entre nosotros, pero que lo era en Cachemira.

Un faquir de Su Alteza le robу esas dos jo­yas; las llevу a la princesa.

—Guardad cuidadosamente estos dos objetos —le dijo—; vuestro destino depende de ellos.

Luego partiу y nunca volviу a saberse de йl. El duque de Cachemira, sumido en la desespera­ciуn, decidiу ir a la feria de Kabul para ver si de todos los mercaderes que allн van de las cuatro partes del mundo, alguno de ellos tuviera su dia­mante y su arma. En todos sus viajes se hacнa acompaсar por su hija. Ella llevaba su diamante bien oculto en el cinturуn; y en cuanto al vena­blo, que no podнa ocultar tan fбcilmente, lo ha­bнa dejado cuidadosamente encerrado en Cachemira en su gran cofre de la China.

Rustбn y ella se vieron en Kabul; se amaron con toda la sinceridad de su edad y todo el fuego de sus paнses. La princesa, en prenda de su amor, le dio su diamante, y Rustбn, antes de separarse, le prometiу que irнa a verla secretamente a Cachemira.

El joven mirza tenнa dos favoritos que le ser­vнan de secretarios, de escuderos, de mayordo­mos y de ayudas de cбmara. Uno se llamaba To­pacio: era apuesto, bien formado, blanco como una circasiana, dуcil y servicial como un arme­nio, juicioso como un guebro. El otro se llamaba Ebano: era un negro bastante bien parecido, mбs rбpido, mбs ingenioso que Topacio, y a quien ninguna empresa parecнa difнcil. El les comuni­cу el proyecto de su viaje. Topacio tratу de di­suadirle con el celo circunspecto de un servidor que no quiere contrariar a su amo; le hizo ver todo lo que arriesgaba. їCуmo dejar a dos fa­milias en la desesperaciуn? їCуmo hundir un pu­сal en el corazуn de sus padres? Rustбn vacilу; pero Ebano le confirmу en su idea y disipу todos sus escrъpulos.

El joven carecнa de dinero para emprender un viaje tan largo. El prudente Topacio le acon­sejaba que no lo tomara a prйstamo; Ebano se encargу de ello. Sustrajo hбbilmente el diaman­te a su amo, mandу hacer una imitaciуn en todo semejante a la joya verdadera, que devolviу a su lugar, y empeсу el diamante a un armenio por varios millares de rupias.

Cuando el marquйs tuvo sus rupias, todo estuvo a punto para la marcha. Su equipaje fue cargado a lomos de un elefante; ellos iban a caballo. Topacio dijo a su amo:

—Yo me tomй la libertad de poner objeciones a vuestra empresa; pero despuйs de hacer obje­ciones, hay que obedecer; soy vuestro, os amo, os seguirй hasta el fin del mundo: pero consul­temos por el camino al orбculo que estб a dos parasangas de aquн.

Rustбn consintiу. El orбculo respondiу: «Si vas hacia Oriente, estarбs en Occidente.» Rustбn no comprendiу nada de esta respuesta. Topacio afirmу que no presagiaba nada bueno. Ebano, siempre complaciente, le convenciу de que era muy favorable.

Aъn habнa otro orбculo en Kabul; y allн fueron. El orбculo de Kabul respondiу con estas palabras: «Si posees, no poseerбs: si vences, no vencerбs; si eres Rustбn, no lo serбs.» Este orбcu­lo pareciу todavнa mбs ininteligible que el otro.

—Tened mucho cuidado —decнa Topacio.

—No temбis nada —decнa Ebano.

Y este ъltimo, como ya puede imaginarse, te­nнa siempre razуn ante su amo, cuya pasiуn y cuya esperanza alentaba.

Al salir de Kabul atravesaron un gran bos­que, se sentaron en la hierba para comer y de­jaron pacer a los caballos. Cuando se disponнan a descargar al elefante que llevaba la comida y el servicio, se dieron cuenta de que Topacio y Ebano habнan desaparecido de la pequeсa caravana. Les llamaron; en el bosque resonaron los nom­bres de Ebano y de Topacio. Los criados les bus­caron por todas partes y llenaron el bosque con sus gritos; volvieron sin haber visto nada, sin que nadie hubiese respondido.

—Lo ъnico que hemos encontrado —dijeron a Rustбn— es un buitre que luchaba con un бguila y que le arrancaba todas sus plumas.

La descripciуn de este combate picу la Curiosidad de Rustбn; se dirigiу a pie hacia el lu­gar y allн no vio ni buitre ni бguila; pero vio a su elefante, aъn completamente cargado con su equipaje, que era atacado por un enorme ri­noceronte. El uno embestнa con el cuerno, el otro golpeaba con la trompa. El rinoceronte, al ver a Rustбn, abandonу la lucha; los criados se hicieron cargo del elefante, pero les fue impo­sible encontrar los caballos.

—ЎQuй cosas tan extraсas ocurren en los bos­ques cuando uno viaja! —exclamaba Rustбn.

Los criados estaban consternados, y el amo desesperado por haber perdido al mismo tiem­po sus caballos, a su querido negro y al juicioso Topacio, por quien seguнa sintiendo un gran afec­to, a pesar de que nunca fuera de su parecer.

La esperanza de estar muy pronto a los pies de la bella princesa de Cachemira le consolaba, cuando tropezу con un gran asno rayado al que un rъstico, vigoroso y terrible daba cien basto­nazos. Nada mбs hermoso, ni mбs raro, ni mбs ligero en la carrera que los asnos de esta especie. Aquйl respondнa a la lluvia de estacazos del villano con unas coces capaces de desarraigar un roble. El joven mirza tomу, como era justo, el partido del asno, que era un animal encantador. El rъstico huyу diciendo al asno:

—Me las pagarбs.

El asno dio las gracias a su libertador en su lenguaje, se acercу, se dejу acariciar y acariciу. Rustбn, despuйs de haber comido, montу en йl y tomу el camino de Cachemira con sus criados, que le seguнan, unos a pie y otros montados en el elefante.

Apenas se vio sobre el asno, cuando este ani­mal se dirige hacia Kabul en vez de seguir el camino de Cachemira. Aunque su amo tira de la brida, le da sacudidas, aprieta las rodillas, le clava las espuelas, arroja la brida, tira hacia sн, le azota a derecha y a izquierda, el terco animal sigue corriendo en direcciуn a Kabul.

Rustбn sudaba, se agitaba, se desesperaba, cuando encontrу a un mercader de camellos que le dijo:          .

—Seсor, vais montado en un asno muy la­dino que os lleva adonde no querйis ir; si que­rйis cedйrmelo, yo os darй a cambio cuatro de mis camellos que vos mismo elegirйis.

Rustбn dio gracias a la Providencia por ha­berle proporcionado un trato tan ventajoso.

—Topacio se equivocaba por completo —dijo— cuando me anunciaba que mi viaje serнa des­graciado.

Montу en el mбs hermoso de los camellos y los otros tres le siguieron; y volviу a reunirse con su caravana, viйndose ya en el camino de su dicha.

Apenas habнan andado cuatro parasangas cuando les cortу el paso un torrente profundo, ancho e impetuoso que arrastraba grandes ro­cas blanqueadas de espuma. Las dos orillas eran horribles precipicios que deslumbraban los ojos y helaban el corazуn; ningъn medio de cruzar, ninguna manera de ir a la derecha o a la iz­quierda.

—Empiezo a temer —dijo Rustбn— que To­pacio estaba en lo cierto al desaconsejarme que hiciera este viaje, y que cometн un grave error al emprenderlo; si al menos le tuviese a mi lado, podrнa darme algъn buen consejo. Si tuviera a Ebano, йl me consolarнa y encontrarнa alguna soluciуn; pero todo me faltaba.

La consternaciуn que se habнa apoderado de sus criados aumentaba su turbaciуn; habнa os­curecido por completo y pasaron la noche lamen­tбndose. Por fin, la fatiga y el abatimiento ce­rraron los ojos al viajero enamorado. Se despertу al amanecer y vio un hermoso puente de mбr­mol que cruzaba el torrente uniendo ambas orillas.

Solamente se oнan exclamaciones, gritos de sorpresa y de jъbilo. «їEs posible? їEstamos so­сando? ЎQuй prodigio! ЎQuй encantamiento! їNos atreveremos a pasar?» Toda la expediciуn caнa de rodillas, se levantaba, iba hacia el puente, be­saba la tierra, contemplaba el cielo, extendнa las manos, apoyaba un pie tembloroso en el puen­te, iba y venнa, estaba en йxtasis; y Rustбn decнa:

—Por ahora el Cielo me favorece; Topacio no sabнa lo que se decнa; los orбculos me eran favorables; Ebano tenнa razуn; pero їpor quй no estб a mi lado?

Apenas todos los hombres hubieron cruzado a la otra orilla, cuando el puente se desplomу en el agua con un horrнsono estruendo.

—ЎTanto mejor, tanto mejor! —exclamу Rustбn—. ЎDios sea loado! ЎEl Cielo sea bendito! No quiere que vuelva a mi tierra, en la que no hu­biese sido mбs que un simple gentilhombre; quie­re que me case con mi amada. Serй prнncipe de Cachemira; y asн, al poseer a mi amada, no po­seerй mi pequeсo marquesado de Candahar. Serй Rustбn y no lo serй, puesto que me convertirй en un gran prнncipe; ya estб explicado claramente y en mi favor una gran parte del orбculo, el resto se explicarб semejantemente; soy supremamente fe­liz. Pero їpor quй Ebano no estб junto a mн? Le echo de menos mil veces mбs que a Topacio.

Recorriу unas cuantas parasangas mбs con la mayor alegrнa; pero, a la caнda de la tarde, una cadena de montaсas mбs empinadas que una contraescarpa y mбs altas de lo que hubiera sido la torre de Babel en caso de terminarse, cerrу por completo el paso a la caravana, dominada por el temor.

Todo el mundo exclamу:

—ЎDios quiere que perezcamos aquн! Si ha hecho que se desmoronase el puente ha sido tan sуlo para arrebatarnos toda esperanza de regre­so; si ha elevado la montaсa ha sido tan sуlo pa­ra privarnos de todo medio de seguir adelante. ЎOh, desventurado marquйs! Nunca llegaremos a ver Cachemira, nunca volveremos a la tierra de Candahar.

El mбs intenso dolor, el mayor de los abati­mientos sucedнan en el alma de Rustбn al inmo­derado jъbilo que habнa sentido, a las esperanzas con las que se habнa embriagado. Estaba muy lejos de interpretar las profecнas en favor suyo.

—ЎOh, Cielo! ЎOh, Dios paternal! їPor quй habrй perdido a mi amigo Topacio?

Mientras pronunciaba estas palabras emi­tiendo profundos suspiros y vertiendo lбgrimas en medio de sus desesperados servidores, vio abrirse la base de la montaсa y presentarse ante sus maravillados ojos una larga galerнa abo­vedada, iluminada por cien mil antorchas; ante lo cual Rustбn prorrumpiу en exclamaciones y sus criados cayeron de rodillas o se desplomaron de espaldas por la sorpresa, gritando «Ўmilagro!» y diciendo:

—Rustбn es el favorito de Visnъ, el bienamado de Brahma; serб el dueсo del mundo.

El propio Rustбn asн lo creнa, estaba fuera de sн, como enajenado.

—ЎAh, Ebano, mi querido Ebano! їDуnde es­tбs? ЎCuбnto me duele que no seas testigo de todas estas maravillas! їPor quй te habrй per­dido? Bella princesa de Cachemira, їcuбndo volverй a ver tus encantos?

Se adelanta con sus criados, su elefante, sus camellos, bajo la bуveda de la montaсa, al tйr­mino de la cual sale a una pradera esmaltada de flores y limitada por unos arroyuelos; y al final de la pradera empiezan unas avenidas de бrboles hasta perderse de vista; y al extremo de estas avenidas, un rнo, a lo largo del cual hay mil quin­tas de recreo, con jardines deliciosos. Oye por doquier conciertos de voces y de instrumentos; ve bailes; se apresura a cruzar uno de los puen­tes del rнo; pregunta al primer hombre al que encuentra cuбl es aquel hermoso paнs.

El hombre a quien se habнa dirigido le res­pondiу:

—Os encontrбis en la provincia de Cachemira; aquн veis a sus habitantes entregados al jъbilo y a los placeres; celebramos las bodas de nues­tra hermosa princesa, que va a casarse con el seсor Barbarъ, a quien su padre la ha prome­tido; Ўque Dios perpetъe su felicidad!

Al oнr estas palabras Rustбn cayу desvane­cido, y el seсor cachemiro creyу que era vнctima de la epilepsia; le hizo llevar a su casa, en la que estuvo largo rato sin conocimiento. Fueron a llamar a los dos mйdicos mбs hбbiles de la comarca; йstos tomaron el pulso al enfermo, quien, despuйs de haber recuperado el conocimiento, sollozaba, ponнa los ojos en blanco y exclamaba a cada momento:

—ЎTopacio, Topacio, quй razуn tenias!

Uno de los dos mйdicos dijo al seсor cachemiro:

—Veo por su acento que es un joven de Candahar, a quien el aire de este paнs no sienta bien; hay que devolverle a su tierra; veo en sus ojos que se ha vuelto loco; confiбdmelo, yo le devol­verй a su patria y le curarй.

El otro mйdico asegurу que sуlo estaba en­fermo de pesar, que habнa que llevarle a la boda de la princesa y hacerle bailar. Mientras ellos discutнan, el enfermo recobrу sus fuerzas; los dos mйdicos fueron despedidos y Rustбn se quedу a solas con su huйsped.

—Seсor —le dijo—, os pido perdуn por haberme desvanecido delante de vos, ya sй que esto es muy poco cortйs; os suplico que os dignйis aceptar mi elefante como muestra de mi gratitud por las bondades con que me habйis honrado.

Luego le contу todas sus aventuras, guardбn­dose mucho de hablarle del objeto de su viaje.

—Pero en nombre de Visnъ y de Brahma —le dijo—, decidme quiйn es este feliz Barbarъ que se casa con la princesa de Cachemira; por quй su padre le ha elegido como yerno y por quй la prin­cesa le ha aceptado como esposo.

—Seсor —le dijo el cachemiro—, la princesa estб muy lejos de haber aceptado a Barbarъ; por el contrario, estб deshecha en llanto, mientras toda la provincia celebra con jъbilo sus bodas; se ha encerrado en la torre de su palacio; no quiere ver ninguna de las fiestas que se celebran en su honor.

Rustбn, al oнr estas palabras, se sintiу rena­cer; el brillo de sus colores, que el dolor habнa apagado, reapareciу en su rostro.

—Decidme, os lo ruego —siguiу—, їpor quй el prнncipe de Cachemira se obstina en dar su hija a un Barbarъ que ella rechaza?

—He aquн lo ocurrido —respondiу el cachemiro—. їSabйis que nuestro augusto prнncipe ha­bнa perdido un gran diamante y un venablo por los que sentнa gran aprecio?

—ЎAh! Claro que lo sй —dijo Rustбn.

—Sabed, pues —dijo su huйsped—, que nues­tro prнncipe, desesperado al no tener noticias de sus dos joyas, despuйs de haberlas hecho buscar mucho tiempo por toda la tierra, prometiу su hija a quien le devolviera el uno o el otro. Y se presentу un tal seсor Barbarъ con el diamante, y maсana se casa con la princesa.

Rustбn palideciу, farfullу un cumplido, se despidiу de su huйsped y, despuйs de montar en su dromedario, se apresurу a dirigirse a la capital donde debнa celebrarse la ceremonia. Llegу al palacio del prнncipe; dijo que tenнa algo impor­tante que comunicarle; pidiу una audiencia; le respondieron que el prнncipe estaba ocupado con los preparativos de la boda.

—Precisamente es de eso de lo que quiero hablarle —dijo.

Tanto insistiу, que por fin le dejaron pasar.

—Excelencia —dijo—, Ўque Dios corone todos vuestros dнas de gloria y de magnificencia! Vues­tro yerno es un bribуn.

—їUn bribуn? їQuй osбis decirme? їEs asн como se habla a un duque de Cachemira del yer­no que йl ha elegido?

—Si., un bribуn —repitiу Rustбn—, y para demostrarlo a Vuestra Alteza, aquн tenйis vuestro diamante, que yo os traigo.

El duque, muy sorprendido, comparу los dos diamantes; y como йl no entendнa mucho en la materia, fue incapaz de decir cuбl era el ver­dadero.

—Ahora tengo dos diamantes —dijo—, pero sуlo tengo una hija; Ўquй situaciуn mбs singu­lar y embarazosa!

Mandу llamar a Barbarъ y le preguntу si no le habнa engaсado. Barbarъ jurу que habнa com­prado su diamante a un armenio; el otro no decнa de dуnde habнa sacado el suyo, pero propuso una soluciуn: rogу a Su Alteza que le per­mitiera combatir inmediatamente con su rival.

—No basta con que vuestro yerno dй un dia­mante —decнa—; tiene tambiйn que dar pruebas de valor; їno os parece justo que el que dй muerte al otro se case con la princesa?

—Me parece muy bien —respondiу el prнnci­pe—, serб un esplйndido espectбculo para la cor­te; batнos los dos inmediatamente; el vencedor tomarб las armas del vencido, segъn la costum­bre de Cachemira, y se casarб con mi hija.

Los dos pretendientes bajaron acto seguido al patio. En la escalera habнa una urraca y un cuer­vo. El cuervo gritaba: «Batнos, batнos; y la urra­ca: «No os batбis.» Esto hizo reнr al prнncipe; los dos rivales apenas le prestaron atenciуn: empe­zaron el combate; todos los cortesanos formaban un cнrculo en torno a ellos. La princesa, que seguнa voluntariamente encerrada en su to­rre, se negу a asistir a este espectбculo; estaba muy lejos de sospechar que su amado se en­contraba en Cachemira, y sentнa tanto horror por Barbarъ, que no querнa ver nada. El combate se desarrollу del mejor modo posible; Barbarъ cayу muerto en seguida, y al pueblo le pareciу de perlas, porque era feo y Rustбn era muy buen mozo: casi siempre es esto lo que decide el fa­vor pъblico.

El vencedor revistiу la cota de malla, la banda y el casco del vencido, y se dirigiу, seguido de toda la corte y al son de las charangas, hasta el pie de las ventanas de su amada. Todo el mun­do gritaba:

—Bella princesa, asomaos para ver a vuestro guapo marido que ha matado a su feo rival.

Sus doncellas le repitieron estas palabras. Por desgracia la princesa se asomу a la ventana, y, al ver la armadura de un hombre al que aborrecнa, corriу desesperada a su cofre de China, y sacу de йl el venablo fatal y lo lanzу, atravesando a su querido Rustбn, que no llevaba la coraza; йl pro­firiу un penetrante grito, y por este grito la prin­cesa creyу reconocer la voz de su desventurado amante.

Bajу desmelenada y con la angustia en los ojos y en el corazуn. Rustбn se habнa desplomado ensangrentado en los brazos de su padre. Ella le vio: Ўoh, quй momento, oh, quй visiуn, oh, quй reconocimiento, del que serнa imposible expresar ni el dolor, ni el amor, ni el horror! Se arrojу so­bre йl, besбndole:

—Ahora recibes —le dijo— los primeros y los ъltimos besos de tu amada y de tu asesina.

Retirу el venablo de la herida, se lo hundiу en el corazуn y muriу sobre el amante al que adoraba. El padre, horrorizado, enloquecido, dis­puesto a morir como ella, tratу en vano de devolverla a la vida; la joven ya no existнa; el prнncipe maldijo entonces aquel venablo fatal, lo rompiу en pedazos, arrojу a lo lejos sus dos dia­mantes funestos; y mientras preparaban los fune­rales de su hija, en lugar de su boda, hizo llevar a su palacio al ensangrentado Rustбn, que aъn conservaba un hбlito de vida.

Le depositaron sobre una cama. Lo primero que vio a ambos lados de este lecho mortuorio fue a Topacio y a Ebano. Su sorpresa le devolviу un poco de fuerzas.

—ЎAh, crueles! —dijo—. їPor quй me habйis abandonado? Tal vez la princesa aъn vivirнa si hubieseis permanecido junto al desventurado Rustбn.

—Yo no os he abandonado ni un momento —dijo Topacio.

Yo siempre he estado junto a vos —dijo Ebano.

—ЎAh! їQuй me decнs? їPor quй insultar mis ъltimos momentos? —respondiу Rustбn con voz desfalleciente.

—Bien podйis creerme —dijo Topacio—; ya sabйis que nunca he aprobado este fatal viaje cu­yas horribles consecuencias preveнa. Yo era el бguila que combatiу con el buitre y que fue desplu­mada por йl; yo era el elefante que se llevaba el equipaje para obligaros a volver a vuestra patria; yo era el asno rayado que os devolvнa a pesar vuestro a la casa de vuestro padre; fui yo quien perdн vuestros caballos; yo quien formу el to­rrente que os cortу el paso; yo quien elevу la montaсa que os impedнa continuar un camino tan funesto; yo era el mйdico que os aconseja­ba volver a respirar el aire natal; yo era la urra­ca que os gritaba que no combatieseis.

—Y yo —dijo Ebano— era el buitre que des­plumу al бguila; el rinoceronte que dio cien cor­nadas al elefante; el rъstico que apaleaba al asno rayado; el mercader que os proporcionaba came­llos para correr a vuestra perdiciуn; yo construн el puente por el que pasasteis; yo cavй la caverna que atravesasteis; yo era el mйdico que os alen­taba a andar; el cuervo que os gritaba que com­batieseis.

—ЎAy de mн!. Acuйrdate de los orбculos —dijo Topacio—: «Si vas hacia Oriente, estarбs en Occidente.»

—Si —dijo Ebano—, aquн sepultan a los muer­tos con la cara vuelta hacia Occidente: el orбcu­lo era claro, їcуmo no lo comprendiste? «Has poseнdo y no poseerбs»; porque tenias el diamante, pero era falso y tъ no lo sabнas. Vences y mue­res; eres Rustбn y dejas de serlo: todo se ha cum­plido.»

Mientras hablaba asн, cuatro alas blancas cu­brieron el cuerpo de Topacio y cuatro alas ne­gras el de Ebano.

—їQuй es lo que veo? —exclamу Rustбn. Topacio y Ebano respondieron a un tiempo:

—Ves a tus dos genios.

—Pero, vamos a ver, seсores —les dijo el desventurado Rustбn—, їpor quй tenнais que mezclaros en todo eso? їY por quй dos genios para un pobre hombre?

—Es la ley —dijo Topacio—; cada hombre tiene sus dos genios, Platуn fue el primero en decirlo y luego otros lo han repetido; ya ves que nada es mбs verdad. Yo que te estoy hablando soy tu genio bueno, y mi deber era velar por ti hasta el ъltimo momento de tu vida; he cumplido fielmente mi misiуn.

—Pero —dijo el moribundo— si tu misiуn era servirme, es que yo soy de una naturaleza muy superior a la tuya; їy cуmo te atreves a decirme que eres mi genio bueno cuando has dejado que me engaсase en todo lo que he emprendido, y me dejas morir, a mн y a mi amada, miserablemente?

—ЎAy! Tal era tu destino —dijo Topacio. —Si es el destino el que lo hace todo —dijo el moribundo—, їpara quй sirve un genio? Y tъ, Ebano, con tus cuatro alas negras, por lo visto te has erigido en mi genio malo.

—Vos lo habйis dicho —respondiу Ebano. —Pero entonces, їeras tambiйn el genio malo de mi princesa?

—No, ella tenнa el suyo, y yo le he secundado perfectamente.

—ЎAh, maldito Ebano! Si tan malvado eres, no debes pertenecer al mismo amo que Topacio. їEs que los dos habйis sido formados por dos principios diferentes, uno de los cuales es bueno y el otro malo por su naturaleza?

—De una cosa no se deduce la otra —dijo Ebano—, йsta es una gran dificultad.

—No es posible —siguiу diciendo el agoni­zante— que un ser favorable haya hecho un ge­nio tan funesto.

—Posible o no posible —contestу Ebano—, la cosa es tal como te digo.

—ЎAy! —dijo Topacio—. Mi pobre amigo, їno ves que este granuja aъn tiene la malicia de hacerte discutir para encenderte la sangre y apre­surar la hora de tu muerte?

—Pues mira, yo no estoy mucho mбs con­tento de ti que de 61 —dijo el triste Rustбn—; al menos йl reconoce que ha querido perjudicarme; y tъ, que pretendнas defenderme, no me has servido de nada.

—Lo cual siento muchнsimo —dijo el buen genio.

—Y yo tambiйn —dijo el moribundo—; hay algo en el fondo de todo eso que no comprendo.

—Ni yo tampoco —dijo el pobre genio bueno.

—Dentro de un momento lo sabrй —dijo Rustбn.

—Esto es lo que vamos a ver —dijo Topa­cio.

Entonces todo desapareciу. Rustбn se encon­trу en la casa de su padre, de la que no habнa salido, y en su cama, en la que habнa dormido una hora.

Se despertу con sobresalto, baсado en sudor, asustado; se palpу el cuerpo, llamу, gritу, agitу la campanilla. Su ayuda de cбmara, Topacio, acu­diу con su gorro de dormir, y bostezando.

—їEstoy muerto, o vivo? —exclamу Rustбn—. їSe salvarб la bella princesa de Cachemira?

—їHa soсado el seсor? —respondiу frнamente Topacio.

—ЎAh! —exclamу Rustбn—. їQuй se ha hecho de ese bбrbaro de Ebano con sus cuatro alas ne­gras? El es quien me hace morir de una muerte tan cruel.

—Seсor, le he dejado arriba, estб roncando; їquerйis que le haga bajar?

—ЎEl malvado! Hace seis meses enteros que me persigue; йl es quien me llevу a aquella fe­ria fatal de Kabul; fue йl quien me sustrajo el diamante que me habнa dado la princesa; йl fue la ъnica causa de mi viaje, de la muerte de la princesa y de la herida de venablo de la que muero en la flor de la edad.

—Tranquilizaos —dijo Topacio—; vos nunca habйis estado en Kabul; en Cachemira no hay nin­guna princesa; su padre sуlo ha tenido dos varo­nes que actualmente estбn en el colegio. Vos nunca habйis tenido un diamante; la princesa no pue­de haber muerto, puesto que nunca naciу; y vos os encontrбis en perfecto estado de salud.

—Pero їcуmo? їNo es verdad que tъ me asis­tнas en la hora de mi muerte, en la cama del prнn­cipe de Cachemira? їNo has confesado que para protegerme de tantas desdichas habнas sido бguila, elefante, asno rayado, mйdico y urraca?

—El seсor ha debido de soсar todo eso: cuando dormimos, nuestras ideas ya no dependen de nosotros como en la vigilia. Dios ha querido que esta sarta de ideas os haya pasado por la cabeza probablemente para daros alguna instruc­ciуn que os serб provechosa.

—Te estбs burlando de mн —le contestу Rustбn—. їCuбnto tiempo he estado durmiendo?

—Seсor, habйis dormido menos de una hora.

—Pues bien, maldito disputador, їcуmo quie­res que en una hora haya ido a la feria de Kabul hace seis meses, que haya regresado, que haya hecho el viaje a Cachemira, y que estemos muer­tos Barbarъ, la princesa y yo?

—Seсor, nada mбs fбcil ni mбs ordinario, e igualmente hubierais podido dar la vuelta al mun­do y correr muchas mбs aventuras en mucho menos tiempo. їNo es cierto que podйis leer en una hora el compendio de la historia de los persas, escrita por Zoroastro? Y sin embargo, este com­pendio abarca ochocientos mil aсos. Todos estos acontecimientos desfilan ante vuestros ojos uno tras otro en una hora; ahora bien, tendrйis que convenir conmigo en que a Brahma le es tan fбcil meterlos todos en el espacio de una hora como extenderlos en el espacio de ochocientos mil aсos; esto es exactamente la misma cosa. Figuraos que el tiempo gira sobre una rueda cuyo diбmetro es infinito. Bajo esta rueda inmensa hay una multitud innumerable de ruedas, unas dentro de otras; la del centro es imperceptible y da un nъmero infinito de vueltas exactamente en el mis­mo tiempo que invierte la rueda grande en dar una sola vuelta. Es evidente que todos los hechos, desde el comienzo del mundo hasta su fin, pue­den ocurrir sucesivamente en mucho menos tiem­po de una cienmilйsima parte de segundo; e in­cluso puede decirse que la cosa es asн.

—No comprendo nada —dijo Rustбn.

—Si me lo permitнs —dijo Topacio—, tengo un loro que os lo harб comprender fбcilmente. Naciу poco tiempo antes del diluvio y estuvo en el arca de Noй; ha visto muchas cosas; y no obs­tante solamente tiene un aсo y medio; йl os con­tarб su historia, que es muy interesante.

—Id en seguida a buscar vuestro loro —dijo Rustбn—; йl me distraerб hasta que pueda volver a conciliar el sueсo.

—Lo tiene mi hermana la religiosa dijo To­pacio—: voy a buscarlo, estoy seguro de que quedarйis contento; su memoria es fiel, cuenta las cosas con toda sencillez, sin aspirar a lucir su ingenio en todo momento, y sin hacer grandes fra­ses.

—Miel sobre hojuelas —dijo Rustбn—, asн es como me gustan los cuentos.

Le llevaron el loro, el cual hablу del modo siguiente:

 

N. B. La seсorita Catherine Vadй hasta ahora no ha podido encontrar la historia del loro en el cartapacio de su difunto primo Antoine Vadй, autor de este cuento. Es una verdadera lбstima, dado el tiempo en que habнa vivido el tal loro.

El mundo tal como va

Visiуn de Babuc, escrita por el mismo

Entre las deidades que presiden los imperios del mundo, Ituriel es considerada como una de las de rango mбs elevado y tiene a su cargo todo el territorio de la alta Asia. Una maсana descendiу hasta la residencia del escita Babuc, situada en la orilla del Oxus, diciйndole:

—Babuc, las locuras y los excesos de los persas nos han hecho montar en cуlera. Ayer nos reunimos en asamblea todos los genios de la alta Asia para dictaminar si se destruirнa Persйpolis o se castigarнa a sus habitantes. Vete rбpidamente a esa ciudad, examнnalo todo; cuando vuelvas, me darбs cuenta exacta de todo.

"Entonces decidirй, segъn sea tu informe, lo que he de hacer para enmendar la poblaciуn, o bien destruirй la ciudad.

—Pero, seсor —dijo Babuc, con humildad—, nunca he estado en Persia. Ademбs, no conozco a nadie de allн.

—Tanto mejor— dijo el бngel—. Asн no pecarбs de parcialidad; has recibido del cielo la agudeza del discernimiento y yo aсado el don de inspirar confianza; vete, mira y escucha, observa y no temas nada; en todas partes serбs bien recibido.

Babuc montу en su camello y partiу acompaсado de servidumbre. Al cabo de algunos dнas se encontrу en las llanuras de Senaar con el ejйrcito persa, que iba a combatir contra el ejйrcito indio. Entonces se dirigiу a un soldado persa que hallу separado de sus compaсeros y le preguntу el motivo de la guerra.

—Por todos los dioses —dijo el soldado— que no sй nada de ello. No es asunto mнo; mi oficio consiste en matar o dejarme matar para ganarme la vida; es indiferente que lo haga a favor de los unos o de los otros. Podrнa muy bien ser que maсana me pasase al campo de los indios, pues me han dicho que dan mбs de media dracma de jornal a sus soldados, mucho mбs de lo que recibimos permaneciendo en este cochino servicio de los persas. Si os interesa saber el porquй nos batimos, hablad con nuestro capitбn.

Babuc, despuйs de ofrecer un pequeсo obsequio al soldado, entrу en el campamento. Bien pronto pudo entablar diбlogo con el capitбn, al cual preguntу la causa de la guerra.

—їCуmo querйis que yo lo sepa? —dijo el capitбn—. Ademбs, їquй me importa ese detalle? Habito a doscientas leguas de Persйpolis; oigo decir que se ha declarado la guerra; entonces, abandono rбpidamente a mi familia, y, segъn nuestra costumbre, voy a buscar la fortuna o la muerte, teniendo presente que no hago otro trabajo.

—Pero, їvuestros compaсeros no estarбn un poco mбs informados que vos? —inquiriу Babuc.

—No —dijo el oficial—. El porquй nos degollamos sуlo nuestros sбtrapas lo sabrбn con precisiуn.

Babuc, asombrado, se introdujo en las tiendas de los generales, para entablar conversaciуn con ellos. Finalmente, uno de йstos le pudo relatar el motivo de la lucha.

—La causa de esta guerra, que devasta el Asia hace veinte aсos, originariamente proviene de una querella entre un eunuco de una mujer del gran rey de Persia y un empleado de una oficina del gran rey de la India. Se trataba de un recargo que importaba aproximadamente la trigйsima parte de un darico. El primer ministro de la India y el nuestro sostuvieron con dignidad los derechos de sus dueсos respectivos. La querella se enardeciу. Cada parte contrincante puso en campaсa un ejйrcito compuesto por un millуn de soldados. Este ejйrcito tuvo que reclutar anualmente mбs de cuatrocientos mil hombres. Los asesinatos, incendios, ruinas y devastaciones se multiplicaron; sufrieron los dos lados y aъn continъa el encarnizamiento. Nuestro primer ministro y el de la India no paran de manifestar que todo se hace en beneficio del gйnero humano, y despuйs de cada manifestaciуn, siempre resulta alguna ciudad destruida y varias provincias saqueadas.

Al dнa siguiente, despuйs de correr el rumor de que se iba a concertar la paz, el general persa y el general indio se apresuraron a entablar batalla; fue una lucha sangrienta. Babuc pudo observar todas las peripecias y todas las abominaciones; fue testigo de las maniobras de los principales sбtrapas, que hicieron lo imposible a fin de que su propio jefe fuese derrotado. Vio oficiales muertos por sus mismas tropas; contemplу soldados que remataban, arrancбndoles jirones de carne sangrienta, a sus propios compaсeros moribundos, desgarrados y cubiertos de fango. Entrу en hospitales adonde se transportaban los heridos, que expiraban por la negligencia inhumana de los mismos que el rey de Persia pagaba con creces para socorrer: "їEs que son hombres o bestias feroces? —se decнa Babuc—. ЎAh! Ya veo bien que Persйpolis serб destruida".

Ocupado con este pensamiento, se personу en el campamento de los indios, donde fue tan bien recibido como lo habнa sido en el de los persas, segъn le predijera la deidad; pero tambiйn pudo comprobar los mismos excesos que le habнan llenado de horror.

"ЎOh, oh! —se dijo a sн mismo—. Si el бngel Ituriel quiere exterminar a los persas, es necesario que la deidad de los indios destruya, al mismo tiempo, a sus creyentes."

Despuйs de haberse informado con mбs detalle de lo que habнa ocurrido en los dos ejйrcitos rivales, pudo comprobar, con asombro y admiraciуn, que se habнan realizado acciones de generosidad, de grandeza de alma y de espнritu humanitario.

—Inexplicables seres humanos —exclamaba—. їCуmo podйis reunir tanta bajeza y tanta magnanimidad, tantas virtudes y tantos crнmenes?

A pesar de todo, se concertу la paz. Los jefes de los dos ejйrcitos, ninguno de los cuales habнa obtenido la victoria, aunque sн hecho verter la sangre de tantos hombres sуlo para su propio interйs, se fueron a intrigar para obtener recompensas en sus respectivas cortes.

Con motivo de celebrarse la paz, se anunciу en los escritos pъblicos que ya volverнa a reinar la virtud y la felicidad sobre la tierra.

"ЎAlabado sea Dios! —se dijo Babuc—. Persйpolis serб la morada de la inocencia purificada; ya no serб destruida, como querнan esos genios perversos; vamos, sin falta, a esa capital asiбtica."

Llegу a la inmensa ciudad y pasу por la entrada mбs antigua, que era grosera y tosca, rusticidad que ofendнa la vista de todos los que ambulaban por allн. Toda aquella parte de la ciudad se resentнa de los defectos de la йpoca en que se habнa edificado, pues, a pesar de la testarudez de la gente en alabar lo antiguo a expensas de lo moderno, debemos convenir que en todas las obras los primeros ensayos resultan groseros.

Babuc se metiу entre un gentнo compuesto por lo mбs sucio y feo de los dos sexos. Aquella multitud se precipitaba con aire atontado hacia un vasto lugar cercado y sombrнo. Por el murmullo que escuchaba, por el movimiento y por el dinero que vio que daban unas personas a otras para poder sentarse, creyу encontrarse dentro de un mercado donde vendнan sillas de paja; pero al observar que muchas mujeres se arrodillaban, mirando con fijeza enfrente de ellas, y ver los rostros de hombres que tenнa a su lado, pronto se dio cuenta de que estaba en un templo. Voces бsperas, roncas, salvajes y discordantes hacнan resonar la bуveda con sonidos mal articulados, que daban una impresiуn parecida a los rebuznos de los asnos silvestres cuando responden, en las llanuras de los pictavos, a la corneta que los llama. Se obturу los oнdos, luego tuvo que cerrar los ojos y taparse la nariz con presteza, cuando vio entrar en el templo a unos obreros con palancas y palas. Estos obreros removieron una gran piedra y echaron, a su derecha y a su izquierda, una tierra que exhalaba un hedor espantoso; luego se colocу un cadбver en aquella abertura, a la que otra vez cubrieron con la piedra.

"ЎVamos! —exclamу para sн Babuc—. ЎEsta gente entierra a sus muertos en el mismo lugar que adora a la Divinidad! ЎVaya! ЎSus templos estбn cubiertos de cadбveres! Ya no me asombra que Persйpolis se halle tan a menudo asolada por enfermedades pestilentes... La podredumbre de los muertos y la de tantos vivos reunidos y apretados en el mismo sitio es capaz de emponzoсar a todo el globo terrestre. ЎAh, la despreciable ciudad de Persйpolis! Parece que los бngeles la quieren destruir para reconstruirla mбs bella y poblarla de habitantes mбs limpios y que canten con voz mбs afinada. Puede que la Providencia tenga sus razones para ello; dejemos que actъe a su manera."

El sol ya se hallaba a la mitad de su carrera. Babuc tenнa que ir a comer en la casa de una dama, donde iba recomendado con una carta del marido, un oficial del ejйrcito. Antes de presentarse, dio algunas vueltas por Persйpolis; pudo contemplar otros templos mejor construidos y adornados con mбs gusto, llenos de personas elegantes y en los que resonaba una mъsica armoniosa; observу algunas fuentes pъblicas, mal situadas, aunque atraнan las miradas por su belleza; unas plazas donde parecнa que los mejores reyes de Persia respiraban en sus figuras de bronce, y otras plazas donde el pueblo gritaba:

—їCuбndo veremos aquн la estatua del soberano que tanto amamos?

Admirу los magnнficos puentes que cruzaban el rнo, los muelles soberbios y cуmodos, los palacios construidos a derecha e izquierda, un inmenso edificio donde millares de viejos soldados, heridos y vencedores, daban todos los dнas gracias al Dios de los ejйrcitos. Finalmente, entrу en la casa de la dama, que estaba esperбndole para comer en compaснa de gente decente. La casa estaba limpia y arreglada con gusto; la comida era deliciosa; la dama, joven, bella, espiritual y atractiva; los comensales, dignos de ella. Y Babuc se decнa continuamente: "El бngel Ituriel se estб burlando de todo el mundo cuando dice querer destruir a una ciudad tan encantadora".

No obstante, llegу a percibir que la dama, la cual habнa empezado solicitбndole con ternura noticias de su marido, al final de la comida hablaba muy tiernamente a un joven mago. Vio que un magistrado acosaba vivamente a una viuda en presencia de su esposa, y que la tal viuda, indulgente, tenнa una mano puesta en el torno del cuello del magistrado, en tanto mantenнa la otra alrededor del cuello de un ciudadano mбs joven, muy bien parecido y muy modesto. La mujer del magistrado fue la primera que se levantу para ir a una habitaciуn contigua a conversar con su director espiritual, el cual, a pesar de ser esperado para la comida, habнa llegado demasiado tarde; el director, que era hombre elocuente, le hablу a la dama con tanta vehemencia y unciуn, que йsta, cuando volviу al comedor, tenнa los ojos hъmedos, las mejillas encendidas, el paso inseguro y la palabra temblorosa.

Entonces, Babuc empezу a temer que el genio Ituriel tuviera razуn. El talento que habнa recibido para poder atraer la confianza del prуjimo le facilitу conocer los secretos de la esposa del oficial; йsta le confiу su cariсo hacia el joven mago, y le asegurу que en todas las casas de Persйpolis hallarнa la equivalencia de lo que habнa observado en la suya. Babuc llegу a la conclusiуn de que una sociedad asн no podнa subsistir; que los celos, la discordia y la venganza debнan desolar a todas las familias; que todos los dнas debнan verterse muchas lбgrimas y mucha sangre; que, con certeza, los maridos matarнan a los galanes de sus esposas o serнan muertos por ellos; y que, finalmente, Ituriel hacнa muy bien en querer destruir de golpe a una ciudad librada a tan continuo desorden.

Cuando se hallaba mбs absorto con aquellas ideas funestas, se presentу a la puerta un hombre severo, con capa negra, que pidiу humildemente permiso para hablar al joven magistrado. Este, sin levantarse ni dignarse mirarle, le entregу frнamente y con aire distraнdo algunos papeles y lo despidiу. Babuc preguntу quiйn era aquel hombre. La dueсa de casa le dijo en voz baja:

—Es uno de los mejores abogados de la ciudad; hace cincuenta aсos que estudia leyes. El seсor magistrado, que sуlo tiene veinticinco aсos y que desde hace un par de dнas es sбtrapa en leyes, le ha encargado hacer el extracto de un proceso que йl aъn no ha examinado y que debe juzgar.

—Este joven aturdido obra sabiamente —dijo Babuc— pidiendo consejo a un viejo. Pero..., їpor quй no es este viejo quien hace de juez?

—Estбis de broma —le contestaron—. No pueden llegar nunca a tales dignidades los que han envejecido en empleos laboriosos y subalternos. Este joven ocupa un cargo importante porque su padre es rico, y aquн el derecho de hacer justicia se compra como si se tratase de una finca.

—ЎOh, quй costumbre! ЎQuй desgraciada ciudad! —exclamу Babuc—. He ahн el colmo del desorden; no cabe duda de que, habiendo comprado el derecho de juzgar, venderбn sus sentencias. Con este sistema sуlo pueden resultar iniquidades.

Mientras manifestaba de esta forma su sorpresa y su pesar, un joven guerrero, que habнa vuelto del ejйrcito aquel mismo dнa, le dijo:

—їPor quй no os parece bien que se compren los empleos de la toga? Yo he comprado el mнo, que consiste en el derecho de enfrentarme con la muerte al frente de dos mil hombres, a los cuales dirijo; este aсo me ha costado cuarenta mil daricos de oro, para dormir treinta noches seguidas en el duro suelo, vestido de rojo, y, ademбs, para recibir dos flechazos, que aъn me duelen. Si me arruino sirviendo al emperador persa, al cual no he visto nunca, el seсor sбtrapa togado puede muy bien pagar algo para tener el placer de dar audiencia a los abogados.

Babuc se indignу. No pudo por menos que condenar desde el fondo del corazуn a un paнs donde las dignidades de la paz y de la guerra se venden en pъblica subasta; con rapidez llegу a la conclusiуn de que eran absolutamente ignoradas la guerra y las leyes, y que, aunque Ituriel no exterminase aquellos pueblos, perecerнan por su detestable administraciуn.

Aъn aumentу mбs su mala opiniуn cuando vio que llegaba un hombre gordo, el cual, despuйs de saludar con gran familiaridad a todos los presentes, se acercу al joven oficial para decirle:

—Sуlo puedo prestaros cincuenta mil daricos de oro, ya que este aсo las aduanas del imperio solamente me han proporcionado trescientos mil.

Babuc se informу de quiйn era aquel hombre que se quejaba de ganar tan poco, entonces se enterу de que en Persйpolis habнa cuarenta reyes plebeyos que tenнan en arriendo el imperio persa, y que daban algo de ello al monarca.

Despuйs de la comida del mediodнa se fue a uno de los mбs soberbios templos de la ciudad y se sentу entre una muchedumbre de personajes de ambos sexos que estaban allн para pasar el rato. Compareciу un mago, que permaneciу de pie en un sitio elevado y que hablу durante mucho rato del vicio y de la virtud. Aquel mago dividiу en muchas partes lo que no habнa necesidad de dividir; probу metуdicamente todo lo que ya estaba bien claro; enseсу todo lo que ya se sabнa. Se apasionу frнamente y se marchу sudando y jadeando. Todos los reunidos se desvelaron, creyendo haber asistido a un sumario. Babuc se dijo:

"He aquн a un hombre que ha hecho todo lo posible para aburrir a doscientos o trescientos de sus conciudadanos, pero la intenciуn ha sido buena, y por tal motivo no debe destruirse a Persйpolis."

Al salir de aquel templo, fue llevado a una fiesta pъblica que se celebraba todos los dнas del aсo; tenнa lugar en una especie de basнlica, en el fondo de la cual se divisaba un palacio. Las mбs hermosas ciudadanas de Persйpolis y los sбtrapas de mбs categorнa, alineados con orden, formaban un espectбculo tan bello, que Babuc creyу que toda la fiesta consistнa en eso. Dos o tres personas, que parecнan reyes y reinas, aparecieron en el vestнbulo de dicho palacio, hablando de manera distinta al lenguaje del pueble. Se expresaban en forma mesurada, armoniosa y sublime. Nadie se dormнa, se les escuchaba con profundo silencio, que sуlo se interrumpнa para dar lugar a los testimonios de sensibilidad y de admiraciуn pъblicas. El deber de los reyes, el amor a la virtud, los peligros de las pasiones, se expresaban de manera tan viva y sensible, que Babuc no pudo por menos que derramar lбgrimas. Ni por un momento dudу de que aquellos hйroes y heroнnas, aquellos reyes y reinas a los que acababa de escuchar serнan los predicadores del imperio; y se propuso incitar a Ituriel para que fuera a escucharles, seguro de que tal espectбculo le reconciliarнa con la ciudad.

Cuando se acabу la fiesta, quiso ver a la reina principal, que en aquel hermoso palacio habнa demostrado una moral tan noble y tan pura; se hizo introducir en casa de Su Majestad; se le condujo por una estrecha escalera hasta el segundo piso, a una habitaciуn mal amueblada, donde hallу a una mujer mal vestida que le dijo con aire noble y patйtico:

—Esta profesiуn no me da para vivir; uno de los prнncipes que habйis visto me ha hecho un bebй; dentro de poco darй a luz. Me falta dinero, y sin йl no se puede tener un buen parto.

Babuc le entregу cien daricos de oro, diciйndole:

—Si sуlo se tratase de estos casos en la ciudad, Ituriel harнa mal en enfadarse tanto.

Despuйs se fue a pasar la velada en casa de unos comerciantes que vendнan magnнficas inutilidades. Un hombre inteligente con quien habнa trabado conocimiento lo llevу allн; comprу lo que le pareciу, que fue vendido con mucha cortesнa, y por lo que abonу mucho mбs de lo que valнa. De vuelta en su casa, el amigo le demostrу que lo habнan engaсado. Babuc puso el nombre del comerciante en sus tablillas, para que Ituriel supiera de quiйn se trataba en el dнa del castigo de la ciudad. Cuando lo estaba escribiendo, llamaron a la puerta; era el mercader en persona, que llegaba para devolver la bolsa que Babuc se habнa descuidado encima del mostrador.

—їA quй serб debido que seбis tan fiel y tan generoso, despuйs de tener la osadнa de venderme estas baratijas cuatro veces mбs caras de lo que valen? —exclamу Babuc.

—No hay ningъn comerciante que sea algo conocido en esta ciudad que no hubiese venido a devolveros la bolsa —le respondiу el vendedor— Pero os han mentido al decir que os habнa vendido lo que habйis comprado en mi casa cuatro veces mбs caro de lo que vale: os lo he vendido diez veces mбs caro, y esto lo podrйis comprobar si dentro de un mes lo querйis revender. Por ello no os pagarбn ni la dйcima parte de lo que habйis invertido. Pero eso es justo; es la fantasнa de la gente quien pone precio a esas cosas tan frнvolas; es esa fantasнa quien da trabajo a los cien obreros que tengo empleados; es ella la que me ha permitido construir una hermosa casa, tener un carruaje cуmodo y caballos; es ella la que hace funcionar la industria y mantiene el gusto, la circulaciуn y la abundancia. A los paнses vecinos les vendo las mismas bagatelas mucho mбs caras que a vos, y de esa manera soy de utilidad para el imperio.

Despuйs de reflexionarlo bien, Babuc se dispuso a borrar de sus tablillas el nombre del comerciante.

Babuc, que se habнa quedado muy dubitativo sobre lo que debнa pensar de Persйpolis, se decidiу a ver magos y literatos, pues los unos estudian la religiуn y los otros la sabidurнa. Se hizo la ilusiуn de que por la conducta de йstos podrнa obtener la gracia para el resto de la poblaciуn. Al dнa siguiente por la maсana se dirigiу a un colegio de magos. El archimandrita le confesу que disfrutaba de cien mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que ejercнa un imperio muy extendido en virtud de su voto de humildad; despuйs se retirу y dejу a Babuc al cuidado de un pequeсo fraile que le hizo los honores.

Mientras el fraile le mostraba las magnificencias de aquella casa de penitencia, se extendiу el rumor de que habнa llegado para reformar todas aquellas instituciones. En el acto recibiу las memorias de todas ellas. Cada una decнa en concreto: "Conservadnos y destruid las otras". Segъn manifestaban, todas aquellas instituciones eran indispensables; de acuerdo con sus acusaciones recнprocas, todas merecнan ser aniquiladas. Le admirу ver que todas, en su deseo de edificar el universo, querнan dominarlo por completo. Entonces se le presentу un hombrecito que era medio mago y dijo:

—Veo perfectamente que se va a cumplir la obra, pues Zerdust ha vuelto a la tierra; las muchachitas profetizan haciйndose dar pellizcos por delante y latigazos por detrбs. Asн, pues, os pedimos vuestra protecciуn contra el gran lama.

—ЎCуmo! —dijo Babuc—. їContra ese pontнfice que reside en el Tibet?

—Contra el mismo.

—їEs que le hacйis la guerra y habйis reclutado tropas para luchar contra йl?

—No, pero ha dicho que el hombre es libre y nosotros no lo creemos; escribimos pequeсos libros contra йl, que personalmente no lee. Apenas ha oнdo hablar de nosotros; sуlo nos ha hecho condenar, como un amo ordenarнa que descopasen los бrboles de sus jardines.

Babuc se maravillу de la locura de aquellos hombres que hacen profesiуn de sabidurнa, de las intrigas de los que han renunciado al mundo, de la ambiciуn y codicia orgullosa de los que enseсan la humanidad y el desinterйs; concluyу creyendo que Ituriel tenнa sus buenas razones para querer destruir a toda aquella estirpe.

Una vez en su casa, Babuc enviу a buscar nuevos libros para distraer su mal humor, y convidу a algunos literatos a comer para regocijarse un poco. Comparecieron el doble de los que habнa invitado, como las avispas atraнdas por la miel. Aquellos parбsitos se apresuraron a comer y a hablar; alababan dos clases de personas: los difuntos y ellos mismos; y nadie mencionaba a los contemporбneos, excepto al dueсo de la casa. Si alguno de ellos decнa palabras lisonjeras, los otros bajaban los ojos y se mordнan los labios por el dolor de no haberlas dicho antes. Sabнan disimular menos que los magos, porque carecнan de grandes ambiciones. Cada uno de ellos intrigaba para obtener un empleo de lacayo y la reputaciуn de hombre famoso; se decнan frases insultantes a la cara, creyendo demostrar un ingenio irуnico. Estaban algo enterados de la misiуn de Babuc. Uno de ellos le rogу, en voz baja, que exterminase a su autor, que no le habнa alabado suficientemente hacнa cinco aсos; otro le pidiу la pйrdida de un ciudadano que no habнa reнdo nunca al contemplar sus comedias; un tercero le exigiу la extinciуn de la Academia, porque no habнa sido admitido en ella. Una vez acabada la comida, cada uno se marchу solo, pues de todos los reunidos no habнa dos personas que pudieran verse ni hablarse, salvo en casa de los ricos donde eran invitados a comer. Babuc creyу que no se perderнa gran cosa cuando aquella gentuza pereciera en la destrucciуn general.

Una vez que se hubo librado de ellos, empezу a leer algunos de los libros nuevos. En ellos reconociу la manera de obrar de sus convidados. Vio con indignaciуn las gacetas de murmuraciуn, los archivos del mal gusto que la envidia, la bajeza y el hambre dan a la publicidad; las cobardes sбtiras donde se ensalza al buitre y se desgarra a la paloma; las novelas faltas de imaginaciуn, donde se leen tantos retratos de mujeres que al autor no ha conocido nunca.

Echу al fuego todos aquellos detestables escritos y saliу por la noche a dar un paseo. Fue presentado a un viejo literato que no habнa participado en la comida de sus invitados del mediodнa. Dicho literato siempre se apartaba de la multitud, conocнa a los hombres y usaba de ellos comportбndose con discreciуn. Babuc le contу con pena lo que habнa leнdo y lo que habнa visto.

—Habйis visto cosas muy despreciables —le dijo el sabio literato—, pero tened presente que en todas las йpocas, en todos los paнses y en todos los gйneros domina lo malo, y lo bueno es rarнsimo. Habйis recibido en vuestra casa a la chusma de la pedanterнa, porque en todas las profesiones, los mбs indignos suelen ser los que se presentan con mбs impudencia. Los verdaderos sabios viven retirados entre ellos, muy tranquilos; y entre nosotros aъn se pueden hallar buenas personas y buenos libros, dignos de vuestra atenciуn.

Mientras le hablaba de esta forma, se les reuniу otro literato. Dio unas explicaciones tan agradables e instructivas, tan por encima de los prejuicios y tan conformes a la virtud, que Babuc se confesу no haber oнdo nunca algo semejante.

"He aquн a unos hombres a quienes Ituriel no se atreverнa a tocar, y si lo hace serб muy lamentable", se dijo en voz baja.

De acuerdo con aquellos dos literatos, se sentнa furioso contra el resto del paнs.

—Como sois extranjero —le dijo el hombre juicioso que le habнa hablado antes—, todos los abusos se os presentan de golpe, y el bien, por hallarse oculto y por ser a veces el producto de esos mismos abusos, se os escapa.

Entonces se enterу de que habнa algunos literatos que no eran envidiosos, y que tambiйn existнan magos virtuosos. Finalmente se formу el concepto de que aquellas grandes oposiciones, que chocando mutuamente parecнan preparar su propia ruina, en el fondo resultaban saludables; que cada sociedad de magos frenaba a sus rivales; que si bien dichos йmulos diferнan en algunas opiniones, todos enseсaban la misma moral. Que instruнan al pueblo, que vivнan sujetos a una leyes parecidas a los preceptores que velan al hijo de la casa, mientras el dueсo los vigila a ellos. Que йste tambiйn practica algunas de dichas leyes y que donde menos se espera se encuentran almas nobles. Aprendiу que entre los locos que pretendнan hacer la guerra al gran lama habнa habido hombres geniales. Sospechу que las costumbres de Persйpolis serнan como sus edificios, que los unos le habнan parecido dignos de lбstima y los otros le habнan arrebatado de admiraciуn.

—Sй muy bien que los magos que yo habнa creнdo tan peligrosos —dijo Babuc al literato— resultan, en efecto, muy ъtiles, sobre todo cuando un gobierno juicioso les impide hacerse demasiado necesarios; pero al menos estarйis de acuerdo conmigo en que vuestros jуvenes magistrados, que compran un cargo de juez tan pronto saben montar a caballo, deben desenvolverse en los tribunales con impertinente ridiculez y con iniquidad perversa; que sin duda valdrнa mбs ceder estos puestos gratuitamente a los viejos jurisconsultos que han pasado toda la vida sopesando el pro y el contra de las cosas.

—Ya habйis visto nuestro ejйrcito antes de llegar a Persйpolis —le replicу el literato—. Sabйis, por tanto, que nuestros jуvenes oficiales se baten muy bien, aunque hayan comprado sus cargos. Quizб podбis ver que nuestros jуvenes magistrados no juzgan tan mal, aunque hayan pagado para hacerlo.

A la maсana siguiente, el literato llevу a Babuc al Gran Tribunal, donde se debнa dictar una sentencia importante. La causa era conocida de todo el mundo... Todos los viejos abogados que tomaban parte en la discusiуn se mantenнan fluctuantes en sus opiniones; citaban infinidad de leyes, ninguna de las cuales era aplicable al caso que dirimнan; se miraba el asunto por cien lados diferentes, sin relaciуn con el proceso. Los jуvenes abogados se decidieron con mбs rapidez que los abogados ancianos. Su sentencia fue casi unбnime y juzgaron bien, porque siguieron los dictados de la razуn. Los otros habнan opinado mal, porque sуlo habнan consultado sus libros.

Babuc sacу la conclusiуn de que a menudo habнa algo bueno en los abusos. Vio que las riquezas de los financieros, que tanto le habнan exasperado, podнan hacer un gran bien, pues hallбndose el emperador falto de dinero, en una hora podнa disponer de йste gracias a ellos, en tanto que por las vнas normales hubiera tardado seis meses para obtenerlo. Vio que aquellas nubes tan densas, hinchadas con el rocнo de la tierra, convertнan en lluvia todo lo que habнan tomado. Por otra parte, los hijos de aquellos hombres nuevos, a menudo mejor educados que los de las familias mбs antiguas, valнan mucho mбs, pues nada impide llegar a ser un buen juez, un bravo guerrero o un hбbil hombre de Estado, cuando se tiene un padre que cuida de sus hijos.

Insensiblemente, Babuc dispensaba la avidez del financiero, que en el fondo no lo es mбs que los otros hombres y resulta necesario. Excusaba la locura de arruinarse para poder juzgar o batirse, locura que produce grandes magistrados y hйroes. Perdonaba la envidia de los literatos, entre los cuales habнa hombres que ilustraban al mundo; se reconciliaba con los magos ambiciosos e intrigantes, en casa de los cuales dominaban mбs las grandes virtudes que los pequeсos vicios; pero le quedaban muchas cosas por las que no podнa transigir; sobre todo, las galanterнas de las damas y los perjuicios que de йstas podнan derivarse le llenaban de inquietud y de espanto.

Con objeto de hacerse cargo de las distintas condiciones humanas, se hizo conducir a casa de un ministro; pero por el camino temblaba al pensar que alguna mujer pudiera ser asesinada por su marido. Cuando hubo llegado a casa del hombre de Estado, tuvo que hacer antecбmara durante dos horas sin ser anunciado, y dos horas mбs despuйs de serlo. Durante aquel intervalo de tiempo, no cesaba de pensar que recomendarнa el ministro y sus insolentes ujieres al бngel Ituriel. La antecбmara estaba llena de damas de todas las alcurnias, de magos de todos los colores, de jueces, de comerciantes, de oficiales y de pedantes; todos se quejaban del ministro.

El avaro y el usurero decнan:

—No cabe duda de que este hombre roba de todas las provincias.

Los caprichosos le echaban en cara sus extravagancias. Los voluntarios decнan:

—Solamente vive para sus placeres.

El intrigante se complacнa esperando verle pronto hundido por alguna cбbala; las mujeres aguardaban poder tratar con un ministro mбs joven.

Babuc, que escuchaba todos estos comentarios, no pudo por menos que decir:

—He aquн a un hombre de suerte. Tiene la antecбmara llena de enemigos. Con su poder aplasta a los que le envidian y contempla a sus pies a todos los que lo detestan.

Por fin pudo entrar. Entonces vio a un hombre viejo, pequeсo y encorvado por el peso de los aсos y de los asuntos del Ministerio, pero vivaracho e inteligente.

Al ministro le gustу Babuc, y a Babuc le pareciу que aquйl era hombre de estima. La conversaciуn se hizo interesante. El ministro le confesу que era muy desgraciado; que pasaba por rico y era pobre; que se le creнa poderoso y se veнa siempre impugnado; que estaba rodeado de ingratos y que, en un continuado trabajo de cuarenta aсos, apenas habнa tenido un momento de consuelo. Babuc se sintiу conmovido y pensу que si aquel hombre habнa cometido faltas, y si el бngel Ituriel lo querнa castigar, no era preciso exterminarle, puesto que dejarlo en el cargo ya era suficiente.

Mientras estaba hablando con el ministro, entrу bruscamente la bella dama en casa de la cual Babuc habнa comido; en sus ojos y sobre la frente se notaban los sнntomas del dolor y de la cуlera. Se deshizo en reproches contra el hombre de Estado, vertiendo abundantes lбgrimas; se quejу con amargura de que se hubiese rehusado dar un empleo a su marido, que esperaba obtener por su alcurnia, y que se merecнa por sus servicios y sus heridas. Se expresу con tanta energнa, se quejу con tanta gracia, anulaba las objeciones con tanta habilidad, hizo valer sus razones con tanta elocuencia, que no saliу de la habitaciуn hasta haber logrado la fortuna de su marido.

—їEs posible, seсora, que os hayбis tomado tanto trabajo para complacer a un hombre al cual no amбis y del que podйis temerlo todo? —le preguntу Babuc, dбndole la mano.

—ЎUn hombre que no amo! —exclamу ella—. Debйis saber que mi esposo es el mejor amigo que tengo en el mundo, que soy capaz de sacrificarlo todo por йl, excepto a mi amante; que йl lo harб todo por mн, salvo abandonar a su querida. Os la harй conocer; es una mujer encantadora, muy inteligente y con el mejor carбcter del mundo. Hoy cenaremos juntas con mi esposo y mi pequeсo mago. Venid para compartir nuestra alegrнa.

La dama se fue acompaсada de Babuc. El marido, que habнa llegado hundido por el dolor, al ver a su esposa la recibiу con grandes muestras de alegrнa y de reconocimiento. Abrazу uno tras otro a su mujer, a su querida, al pequeсo mago y a Babuc. La uniуn, el placer, el ingenio y la ternura fueron las caracterнsticas de aquella cena.

—Fijaos bien —le dijo a Babuc la bella dama en casa de la cual cenaba— que las mujeres, a las que a veces se las llama deshonestas, casi siempre cuentan con un marido muy honesto, y para convenceros, venid maсana a comer conmigo en casa de la bella Teona. Hay algunas viejas vestales que la denigran, pero ella practica mбs el bien que todas sus detractoras juntas. Es incapaz de cometer la mбs leve injusticia. A su amante sуlo le da consejos generosos y ъnicamente se ocupa en aumentarle el prestigio. El hombre se sonroja delante de ella si ha dejado perder alguna ocasiуn de hacer el bien, pues nada estimula tanto a practicar acciones virtuosas como el tener una querida de la cual se desea merecer estimaciуn.

Babuc no faltу a la invitaciуn. Vio una mansiуn donde reinaban todos los placeres. Teona hacнa de reina. Sabнa tratar a todos a gusto de cada uno. Su ingenuo natural facilitaba que brillase el de los otros. Complacнa casi sin pretenderlo. Era tan amable como bienhechora, y, ademбs, era bella, lo que aumentaba el valor de todas sus cualidades.

Babuc, a pesar de ser un escita y enviado de una deidad, se dio cuenta de que si permanecнa por mбs tiempo en Persйpolis, olvidarнa a Ituriel, pensando en Teona. Tomaba cariсo a la ciudad, ya que la gente era cortйs, dulce y bienhechora, aunque ligera de cascos, murmuradora y cargada de vanidad. Temнa que Persйpolis serнa condenada, como tambiйn temнa el informe que iba a presentar.

Ahora veremos cуmo se las ingeniу para dar cuenta de su misiуn. Hizo fundir, por el mejor fundidor de la ciudad, una estatuilla compuesta por todos los metales, tierras y piedras mбs preciosas y mбs viles, y la llevу a Ituriel, a quien dijo:

—їVais a destruir esta hermosa estatua porque no estб hecha exclusivamente de oro y de diamantes?

Ituriel entendiу el significado de la pregunta y decidiу no pensar mбs en el mundo tal como va y dijo:

—Pues si todo no estб bien por lo menos es pasadero.

Se dejу subsistir a Persйpolis, y Babuc se guardу muy bien de quejarse, al contrario de Jonбs, que se enfadу porque no se destruнa Nнnive. Pero cuando se ha permanecido tres dнas en el cuerpo de una ballena, no se estб de tan buen humor como cuando se ha pasado el tiempo en la уpera, en la comedia y cenando con buena compaснa.

1748

—ЎOh бtomos inteligentes en quienes quiso el Eterno manifestar su arte y su poder! Decidme, amigo їno disfrutбis en vuestro globo terrбqueo purнsimos deleites? Apenas tenйis materia, sois todo espнritu, lo cual quiere decir que seguramente emplearйis vuestra vida en pensar y amar, que es la vida que corresponde a los espнritus. Yo que no he visto la felicidad en ninguna parte, creo ahora que estб entre vosotros.

Encogiйronse de hombros al oнr esto los filуsofos. Uno de ellos quiso hablar con sinceridad y manifestу que, exceptuando un nъmero reducidнsimo, a quienes para nada se tenнa en cuenta, todos los demбs eran una cбfila de locos, perversos y desdichados.

—Mбs materia tenemos —dijo— de la que es menester para obrar mal, si procede el mal de la materia, y mucha inteligencia, si proviene de la inteligencia. їSabйis por ejemplo que a estas horas, cien mil locos de nuestra especie, que llevan sombrero, estбn matando a otros cien mil animales que llevan turbante, o muriendo a sus manos? Tal es la norma en la tierra, desde que el hombre existe.

Horrorizуse el siriano y preguntу cuбl era el motivo de tan horribles contiendas entre animales tan ruines.

—Se disputan —dijo el filуsofo— unos trochos de tierra del tamaсo de vuestros pies; y se los disputan no porque ninguno de los hombres que pelean y mueren o matan quiera para sн un terrуn siquiera de aquel pedazo de tierra, sino por si йste ha de pertenecer a cierto individuo que llaman Sultбn o a otro que apellidan Zar. Ninguno de los dos ha visto, ni verб nunca, el minъsculo territorio en litigio, asн como tampoco ninguno de los animales que recнprocamente se asesinan han visto al animal por quien se asesinan.

—ЎDesventurados! —exclamу con indignaciуn el siriano—. їCуmo es posible tan absurdo frenesн? Deseos me dan de pisar a ese hormiguero ridнculo de asesinos.

—No hace falta que os tomйis ese trabajo. Ellos solos se bastan para destruirse. Dentro de cien aсos habrбn quedado reducidos a la dйcima parte. Aun sin guerras perecen de hambre, de fatiga, o de vicios. Pero no son ellos los que merecen castigo, sino quienes desde la tranquilidad de su gabinete y mientras hacen la digestiуn de una opнpara comida, ordenan el degьello de un millуn de hombres y dan luego gracias a Dios en solemnes funciones religiosas.

Sentнase el viajero movido a piedad hacia el ruin linaje humano en el cual tantas contradicciones descubrнa.

—Puesto que pertenecйis al corto nъmero de los sabios —dijo a sus interlocutores— os ruego me digбis cuбles son vuestras ocupaciones.

—Disecamos moscas —respondiу uno de los filуsofos—, medimos lнneas, coleccionamos nombres, coincidimos acerca de dos o tres puntos que entendemos y discrepamos sobre dos o tres mil que no entendemos.

El siriano y el saturnino se pusieron a hacerles preguntas para saber sobre quй estaban acordes.

—їQuй distancia hay —dijo el saturnino— desde la Canнcula hasta la mayor de Gйminis?

Respondiйronle todos a la vez:

—Treinta y dos grados y medio.

—їQuй distancia hay de aquн a la Luna?

—Setenta semidiбmetros de la Tierra.

—їCuбnto pesa vuestro aire?

No creнan que pudiesen responder a esta pregunta; pero todos le dijeron que pesaba novecientas veces menos que el mismo volumen del agua mбs ligera y diecinueve mil veces menos que el oro.

Atуnito el enanillo de Saturno ante la exactitud de las respuestas, estaba tentado a creer que eran magos aquellos mismos a quienes un cuarto de hora antes les habнa negado la inteligencia.

Por ъltimo hablу Micromegas:

—Ya que tan perfectamente sabйis lo de fuera de vuestro planeta, sin duda mejor sabrйis lo que hay dentro. Decidme, pues, їquй es vuestra alma y cуmo se forman vuestras ideas?

Los filуsofos hablaron todos a la par como antes, pero todos manifestaron distinto parecer.

Citу el mбs anciano a Aristуteles, otro pronunciу el nombre de Descartes, йste el de Malebranche, aquйl el de Leibnitz y el de Locke otro.

El viejo peripatйtico dijo con gran convicciуn:

—El alma es una entelequia, una razуn en virtud de la cual tiene el poder de ser lo que es; asн lo dice expresamente Aristуteles, pбgina 633 de la ediciуn del Louvre: ‘Ξντελεχεια εστι etc.

—No entiendo el griego —confesу el gigante.

—Ni yo tampoco —respondiу el filуsofo.

—Entonces їpor quй citбis a ese Aristуteles en griego?

—Porque lo que uno no entiende, lo ha de citar en una lengua que no sabe.

Tomу entonces la palabra el cartesiano y dijo:

—El alma es un espнritu puro, que en el vientre de la madre recibe todas las ideas metafнsicas y que, en cuanto sale de йl, tiene que ir a la escuela para aprender de nuevo lo que tan bien sabнa y que nunca volverб a saber.

El animal de ocho leguas opinу que importaba muy poco que el alma supiera mucho en el vientre de su madre si despuйs lo ignora todo.

—Pero decidme, їquй entendйis por espнritu?

—ЎValiente pregunta! —contestу el otro—. No tengo idea de йl. Dicen que es lo que no es materia.

—їY sabйis lo que es materia?

—Eso sн. Esa piedra, por ejemplo, es parda y de tal figura, tiene tres dimensiones y es pesada y divisible.

—Asн es —asintiу el siriano—; pero esa cosa que te parece divisible, pesada y parda їme dirбs quй es? Tъ sabes de algunos de sus atributos, pero el sostйn de esos atributos їlo conoces?

—No —dijo el otro.

—Luego no sabes quй cosa sea la materia. Dirigiйndose entonces el seсor Micromegas a otro sabio que encima de su dedo pulgar se posaba, le preguntу quй creнa que era su alma y de quй se ocupaba йl.

—No hago nada —respondiу el filуsofo malebranchista—; Dios es quien lo hace todo por mн; en El lo veo todo, en El lo hago todo y es El quien todo lo dispone sin cooperaciуn mнa.

—Eso es igual que no existir —respondiу el filуsofo de Sirio—.

Y tъ, amigo —le dijo a un leibnitziano que allн estaba—, їquй haces? їQuй es tu alma?

—Una aguja de reloj —dijo el leibnitziano— que seсala las horas mientras suenan musicalmente en mi cuerpo, o bien, si os parece mejor, el alma las suena mientras el cuerpo las seсala; o bien, mi alma es el espejo del universo y mi cuerpo el marco del espejo. La cosa no puede ser mбs clara.

Estбbalos oyendo un sectario de Locke, y cuando le tocу hablar dijo:

—Yo no sй cуmo pienso; lo que sй es que nunca he pensado como no sea por medio de mis sentidos. Que haya sustancias inmateriales e inteligentes, no lo pongo en duda; pero que no pueda Dios comunicar la inteligencia a la materia, eso no lo creo. Respeto al eterno poder, y sй que no me compete definirle; no afirmo nada y me inclino a creer que hay muchas mбs cosas posibles de lo que se piensa.

Sonriуse el animal de Sirio y le pareciу que no era йste el menos cuerdo. Si no hubiera sido por la enorme desproporciуn de sus tamaсos corpуreos, hubiese dado un abrazo, el enano de Saturno al discнpulo de Locke. Por desgracia, se encontraba tambiйn allн un bichejo tocado con un birrete, que, interrumpiendo el diбlogo, manifestу que йl estaba en posesiуn de la verdad que no era otra que la expuesta en la Summa de Santo Tomбs; y mirando de pies a cabeza a los dos viajeros celestes les dijo que sus personas, sus mundos, sus soles y sus estrellas, todo habнa sido creado para el hombre. Al oнr los otros tal sandez, se echaron a reнr estrepitosamente con aquella inextinguible risa que, segъn Homero, es atributo de los dioses.

Las convulsiones de tanta hilaridad hicieron caer al navнo de la uсa del siriano al bolsillo de los calzones del saturnino. Buscбronle ambos mucho tiempo; al cabo toparon con la tripulaciуn y la metieron en el barco lo mejor que pudieron.

Luego el siriano se despidiу amablemente de aquellos charlatanes, aunque le tenнa algo mohнno ver que unos seres tan infinitamente pequeсos, tuvieran una vanidad tan infinitamente grande. Prometiуles un libro de filosofнa escrito en letra muy menuda, para que pudieran leerle.

—En йl verйis —dijo— la razуn de todas las cosas.

En efecto, antes de irse les dio el libro prometido que llevaron a la Academia de Ciencias de Parнs. Cuando lo abriу el viejo secretario de la Academia, observу que todas las pбginas estaban en blanco.

—ЎAh! —dijo—. Ya me lo figuraba yo.

El blanco y el negro

Todo el mundo en la provincia de Candahar conoce la aventura del joven Rustбn. Era hijo ъnico de un mirza de la regiуn; como quien dice un marquйs en Francia o un barуn en Alemania. Su padre, el mirza, tenнa una fortuna considerable. El joven Rustбn debнa casarse con una doncella o mirzesa de su condiciуn. Las dos familias deseaban apasionadamente. El debнa ser el consuelo de sus padres, hacer feliz a su mujer y serlo con ella.

 Pero por desgracia habнa visto a la princesa de Cachemira en la feria de Kabul, que es la feria mбs importante del mundo, e incomparablemente mбs frecuentada que las de Basora y Astracбn; y he aquн por quй el anciano prнncipe de Cachemira habнa ido a la feria en uniуn de su hija.

Habнa perdido las dos piezas mбs raras de su tesoro: una era un diamante del tamaсo del dedo pulgar, en el cual se habнa grabado el retrato de su hija, gracias a un arte que entonces domi­naban los indios y que posteriormente se ha per­dido; la otra era un venablo que iba por sн mismo adonde uno deseaba; lo cual no es nada extraordinario entre nosotros, pero que lo era en Cachemira.

Un faquir de Su Alteza le robу esas dos jo­yas; las llevу a la princesa.

—Guardad cuidadosamente estos dos objetos —le dijo—; vuestro destino depende de ellos.

Luego partiу y nunca volviу a saberse de йl. El duque de Cachemira, sumido en la desespera­ciуn, decidiу ir a la feria de Kabul para ver si de todos los mercaderes que allн van de las cuatro partes del mundo, alguno de ellos tuviera su dia­mante y su arma. En todos sus viajes se hacнa acompaсar por su hija. Ella llevaba su diamante bien oculto en el cinturуn; y en cuanto al vena­blo, que no podнa ocultar tan fбcilmente, lo ha­bнa dejado cuidadosamente encerrado en Cachemira en su gran cofre de la China.

Rustбn y ella se vieron en Kabul; se amaron con toda la sinceridad de su edad y todo el fuego de sus paнses. La princesa, en prenda de su amor, le dio su diamante, y Rustбn, antes de separarse, le prometiу que irнa a verla secretamente a Cachemira.

El joven mirza tenнa dos favoritos que le ser­vнan de secretarios, de escuderos, de mayordo­mos y de ayudas de cбmara. Uno se llamaba To­pacio: era apuesto, bien formado, blanco como una circasiana, dуcil y servicial como un arme­nio, juicioso como un guebro. El otro se llamaba Ebano: era un negro bastante bien parecido, mбs rбpido, mбs ingenioso que Topacio, y a quien ninguna empresa parecнa difнcil. El les comuni­cу el proyecto de su viaje. Topacio tratу de di­suadirle con el celo circunspecto de un servidor que no quiere contrariar a su amo; le hizo ver todo lo que arriesgaba. їCуmo dejar a dos fa­milias en la desesperaciуn? їCуmo hundir un pu­сal en el corazуn de sus padres? Rustбn vacilу; pero Ebano le confirmу en su idea y disipу todos sus escrъpulos.

El joven carecнa de dinero para emprender un viaje tan largo. El prudente Topacio le acon­sejaba que no lo tomara a prйstamo; Ebano se encargу de ello. Sustrajo hбbilmente el diaman­te a su amo, mandу hacer una imitaciуn en todo semejante a la joya verdadera, que devolviу a su lugar, y empeсу el diamante a un armenio por varios millares de rupias.

Cuando el marquйs tuvo sus rupias, todo estuvo a punto para la marcha. Su equipaje fue cargado a lomos de un elefante; ellos iban a caballo. Topacio dijo a su amo:

—Yo me tomй la libertad de poner objeciones a vuestra empresa; pero despuйs de hacer obje­ciones, hay que obedecer; soy vuestro, os amo, os seguirй hasta el fin del mundo: pero consul­temos por el camino al orбculo que estб a dos parasangas de aquн.

Rustбn consintiу. El orбculo respondiу: «Si vas hacia Oriente, estarбs en Occidente.» Rustбn no comprendiу nada de esta respuesta. Topacio afirmу que no presagiaba nada bueno. Ebano, siempre complaciente, le convenciу de que era muy favorable.

Aъn habнa otro orбculo en Kabul; y allн fueron. El orбculo de Kabul respondiу con estas palabras: «Si posees, no poseerбs: si vences, no vencerбs; si eres Rustбn, no lo serбs.» Este orбcu­lo pareciу todavнa mбs ininteligible que el otro.

—Tened mucho cuidado —decнa Topacio.

—No temбis nada —decнa Ebano.

Y este ъltimo, como ya puede imaginarse, te­nнa siempre razуn ante su amo, cuya pasiуn y cuya esperanza alentaba.

Al salir de Kabul atravesaron un gran bos­que, se sentaron en la hierba para comer y de­jaron pacer a los caballos. Cuando se disponнan a descargar al elefante que llevaba la comida y el servicio, se dieron cuenta de que Topacio y Ebano habнan desaparecido de la pequeсa caravana. Les llamaron; en el bosque resonaron los nom­bres de Ebano y de Topacio. Los criados les bus­caron por todas partes y llenaron el bosque con sus gritos; volvieron sin haber visto nada, sin que nadie hubiese respondido.

—Lo ъnico que hemos encontrado —dijeron a Rustбn— es un buitre que luchaba con un бguila y que le arrancaba todas sus plumas.

La descripciуn de este combate picу la Curiosidad de Rustбn; se dirigiу a pie hacia el lu­gar y allн no vio ni buitre ni бguila; pero vio a su elefante, aъn completamente cargado con su equipaje, que era atacado por un enorme ri­noceronte. El uno embestнa con el cuerno, el otro golpeaba con la trompa. El rinoceronte, al ver a Rustбn, abandonу la lucha; los criados se hicieron cargo del elefante, pero les fue impo­sible encontrar los caballos.

—ЎQuй cosas tan extraсas ocurren en los bos­ques cuando uno viaja! —exclamaba Rustбn.

Los criados estaban consternados, y el amo desesperado por haber perdido al mismo tiem­po sus caballos, a su querido negro y al juicioso Topacio, por quien seguнa sintiendo un gran afec­to, a pesar de que nunca fuera de su parecer.

La esperanza de estar muy pronto a los pies de la bella princesa de Cachemira le consolaba, cuando tropezу con un gran asno rayado al que un rъstico, vigoroso y terrible daba cien basto­nazos. Nada mбs hermoso, ni mбs raro, ni mбs ligero en la carrera que los asnos de esta especie. Aquйl respondнa a la lluvia de estacazos del villano con unas coces capaces de desarraigar un roble. El joven mirza tomу, como era justo, el partido del asno, que era un animal encantador. El rъstico huyу diciendo al asno:

—Me las pagarбs.

El asno dio las gracias a su libertador en su lenguaje, se acercу, se dejу acariciar y acariciу. Rustбn, despuйs de haber comido, montу en йl y tomу el camino de Cachemira con sus criados, que le seguнan, unos a pie y otros montados en el elefante.

Apenas se vio sobre el asno, cuando este ani­mal se dirige hacia Kabul en vez de seguir el camino de Cachemira. Aunque su amo tira de la brida, le da sacudidas, aprieta las rodillas, le clava las espuelas, arroja la brida, tira hacia sн, le azota a derecha y a izquierda, el terco animal sigue corriendo en direcciуn a Kabul.

Rustбn sudaba, se agitaba, se desesperaba, cuando encontrу a un mercader de camellos que le dijo:          .

—Seсor, vais montado en un asno muy la­dino que os lleva adonde no querйis ir; si que­rйis cedйrmelo, yo os darй a cambio cuatro de mis camellos que vos mismo elegirйis.

Rustбn dio gracias a la Providencia por ha­berle proporcionado un trato tan ventajoso.

—Topacio se equivocaba por completo —dijo— cuando me anunciaba que mi viaje serнa des­graciado.

Montу en el mбs hermoso de los camellos y los otros tres le siguieron; y volviу a reunirse con su caravana, viйndose ya en el camino de su dicha.

Apenas habнan andado cuatro parasangas cuando les cortу el paso un torrente profundo, ancho e impetuoso que arrastraba grandes ro­cas blanqueadas de espuma. Las dos orillas eran horribles precipicios que deslumbraban los ojos y helaban el corazуn; ningъn medio de cruzar, ninguna manera de ir a la derecha o a la iz­quierda.

—Empiezo a temer —dijo Rustбn— que To­pacio estaba en lo cierto al desaconsejarme que hiciera este viaje, y que cometн un grave error al emprenderlo; si al menos le tuviese a mi lado, podrнa darme algъn buen consejo. Si tuviera a Ebano, йl me consolarнa y encontrarнa alguna soluciуn; pero todo me faltaba.

La consternaciуn que se habнa apoderado de sus criados aumentaba su turbaciуn; habнa os­curecido por completo y pasaron la noche lamen­tбndose. Por fin, la fatiga y el abatimiento ce­rraron los ojos al viajero enamorado. Se despertу al amanecer y vio un hermoso puente de mбr­mol que cruzaba el torrente uniendo ambas orillas.

Solamente se oнan exclamaciones, gritos de sorpresa y de jъbilo. «їEs posible? їEstamos so­сando? ЎQuй prodigio! ЎQuй encantamiento! їNos atreveremos a pasar?» Toda la expediciуn caнa de rodillas, se levantaba, iba hacia el puente, be­saba la tierra, contemplaba el cielo, extendнa las manos, apoyaba un pie tembloroso en el puen­te, iba y venнa, estaba en йxtasis; y Rustбn decнa:

—Por ahora el Cielo me favorece; Topacio no sabнa lo que se decнa; los orбculos me eran favorables; Ebano tenнa razуn; pero їpor quй no estб a mi lado?

Apenas todos los hombres hubieron cruzado a la otra orilla, cuando el puente se desplomу en el agua con un horrнsono estruendo.

—ЎTanto mejor, tanto mejor! —exclamу Rustбn—. ЎDios sea loado! ЎEl Cielo sea bendito! No quiere que vuelva a mi tierra, en la que no hu­biese sido mбs que un simple gentilhombre; quie­re que me case con mi amada. Serй prнncipe de Cachemira; y asн, al poseer a mi amada, no po­seerй mi pequeсo marquesado de Candahar. Serй Rustбn y no lo serй, puesto que me convertirй en un gran prнncipe; ya estб explicado claramente y en mi favor una gran parte del orбculo, el resto se explicarб semejantemente; soy supremamente fe­liz. Pero їpor quй Ebano no estб junto a mн? Le echo de menos mil veces mбs que a Topacio.

Recorriу unas cuantas parasangas mбs con la mayor alegrнa; pero, a la caнda de la tarde, una cadena de montaсas mбs empinadas que una contraescarpa y mбs altas de lo que hubiera sido la torre de Babel en caso de terminarse, cerrу por completo el paso a la caravana, dominada por el temor.

Todo el mundo exclamу:

—ЎDios quiere que perezcamos aquн! Si ha hecho que se desmoronase el puente ha sido tan sуlo para arrebatarnos toda esperanza de regre­so; si ha elevado la montaсa ha sido tan sуlo pa­ra privarnos de todo medio de seguir adelante. ЎOh, desventurado marquйs! Nunca llegaremos a ver Cachemira, nunca volveremos a la tierra de Candahar.

El mбs intenso dolor, el mayor de los abati­mientos sucedнan en el alma de Rustбn al inmo­derado jъbilo que habнa sentido, a las esperanzas con las que se habнa embriagado. Estaba muy lejos de interpretar las profecнas en favor suyo.

—ЎOh, Cielo! ЎOh, Dios paternal! їPor quй habrй perdido a mi amigo Topacio?

Mientras pronunciaba estas palabras emi­tiendo profundos suspiros y vertiendo lбgrimas en medio de sus desesperados servidores, vio abrirse la base de la montaсa y presentarse ante sus maravillados ojos una larga galerнa abo­vedada, iluminada por cien mil antorchas; ante lo cual Rustбn prorrumpiу en exclamaciones y sus criados cayeron de rodillas o se desplomaron de espaldas por la sorpresa, gritando «Ўmilagro!» y diciendo:

—Rustбn es el favorito de Visnъ, el bienamado de Brahma; serб el dueсo del mundo.

El propio Rustбn asн lo creнa, estaba fuera de sн, como enajenado.

—ЎAh, Ebano, mi querido Ebano! їDуnde es­tбs? ЎCuбnto me duele que no seas testigo de todas estas maravillas! їPor quй te habrй per­dido? Bella princesa de Cachemira, їcuбndo volverй a ver tus encantos?

Se adelanta con sus criados, su elefante, sus camellos, bajo la bуveda de la montaсa, al tйr­mino de la cual sale a una pradera esmaltada de flores y limitada por unos arroyuelos; y al final de la pradera empiezan unas avenidas de бrboles hasta perderse de vista; y al extremo de estas avenidas, un rнo, a lo largo del cual hay mil quin­tas de recreo, con jardines deliciosos. Oye por doquier conciertos de voces y de instrumentos; ve bailes; se apresura a cruzar uno de los puen­tes del rнo; pregunta al primer hombre al que encuentra cuбl es aquel hermoso paнs.

El hombre a quien se habнa dirigido le res­pondiу:

—Os encontrбis en la provincia de Cachemira; aquн veis a sus habitantes entregados al jъbilo y a los placeres; celebramos las bodas de nues­tra hermosa princesa, que va a casarse con el seсor Barbarъ, a quien su padre la ha prome­tido; Ўque Dios perpetъe su felicidad!

Al oнr estas palabras Rustбn cayу desvane­cido, y el seсor cachemiro creyу que era vнctima de la epilepsia; le hizo llevar a su casa, en la que estuvo largo rato sin conocimiento. Fueron a llamar a los dos mйdicos mбs hбbiles de la comarca; йstos tomaron el pulso al enfermo, quien, despuйs de haber recuperado el conocimiento, sollozaba, ponнa los ojos en blanco y exclamaba a cada momento:

—ЎTopacio, Topacio, quй razуn tenias!

Uno de los dos mйdicos dijo al seсor cachemiro:

—Veo por su acento que es un joven de Candahar, a quien el aire de este paнs no sienta bien; hay que devolverle a su tierra; veo en sus ojos que se ha vuelto loco; confiбdmelo, yo le devol­verй a su patria y le curarй.

El otro mйdico asegurу que sуlo estaba en­fermo de pesar, que habнa que llevarle a la boda de la princesa y hacerle bailar. Mientras ellos discutнan, el enfermo recobrу sus fuerzas; los dos mйdicos fueron despedidos y Rustбn se quedу a solas con su huйsped.

—Seсor —le dijo—, os pido perdуn por haberme desvanecido delante de vos, ya sй que esto es muy poco cortйs; os suplico que os dignйis aceptar mi elefante como muestra de mi gratitud por las bondades con que me habйis honrado.

Luego le contу todas sus aventuras, guardбn­dose mucho de hablarle del objeto de su viaje.

—Pero en nombre de Visnъ y de Brahma —le dijo—, decidme quiйn es este feliz Barbarъ que se casa con la princesa de Cachemira; por quй su padre le ha elegido como yerno y por quй la prin­cesa le ha aceptado como esposo.

—Seсor —le dijo el cachemiro—, la princesa estб muy lejos de haber aceptado a Barbarъ; por el contrario, estб deshecha en llanto, mientras toda la provincia celebra con jъbilo sus bodas; se ha encerrado en la torre de su palacio; no quiere ver ninguna de las fiestas que se celebran en su honor.

Rustбn, al oнr estas palabras, se sintiу rena­cer; el brillo de sus colores, que el dolor habнa apagado, reapareciу en su rostro.

—Decidme, os lo ruego —siguiу—, їpor quй el prнncipe de Cachemira se obstina en dar su hija a un Barbarъ que ella rechaza?

—He aquн lo ocurrido —respondiу el cachemiro—. їSabйis que nuestro augusto prнncipe ha­bнa perdido un gran diamante y un venablo por los que sentнa gran aprecio?

—ЎAh! Claro que lo sй —dijo Rustбn.

—Sabed, pues —dijo su huйsped—, que nues­tro prнncipe, desesperado al no tener noticias de sus dos joyas, despuйs de haberlas hecho buscar mucho tiempo por toda la tierra, prometiу su hija a quien le devolviera el uno o el otro. Y se presentу un tal seсor Barbarъ con el diamante, y maсana se casa con la princesa.

Rustбn palideciу, farfullу un cumplido, se despidiу de su huйsped y, despuйs de montar en su dromedario, se apresurу a dirigirse a la capital donde debнa celebrarse la ceremonia. Llegу al palacio del prнncipe; dijo que tenнa algo impor­tante que comunicarle; pidiу una audiencia; le respondieron que el prнncipe estaba ocupado con los preparativos de la boda.

—Precisamente es de eso de lo que quiero hablarle —dijo.

Tanto insistiу, que por fin le dejaron pasar.

—Excelencia —dijo—, Ўque Dios corone todos vuestros dнas de gloria y de magnificencia! Vues­tro yerno es un bribуn.

—їUn bribуn? їQuй osбis decirme? їEs asн como se habla a un duque de Cachemira del yer­no que йl ha elegido?

—Si., un bribуn —repitiу Rustбn—, y para demostrarlo a Vuestra Alteza, aquн tenйis vuestro diamante, que yo os traigo.

El duque, muy sorprendido, comparу los dos diamantes; y como йl no entendнa mucho en la materia, fue incapaz de decir cuбl era el ver­dadero.

—Ahora tengo dos diamantes —dijo—, pero sуlo tengo una hija; Ўquй situaciуn mбs singu­lar y embarazosa!

Mandу llamar a Barbarъ y le preguntу si no le habнa engaсado. Barbarъ jurу que habнa com­prado su diamante a un armenio; el otro no decнa de dуnde habнa sacado el suyo, pero propuso una soluciуn: rogу a Su Alteza que le per­mitiera combatir inmediatamente con su rival.

—No basta con que vuestro yerno dй un dia­mante —decнa—; tiene tambiйn que dar pruebas de valor; їno os parece justo que el que dй muerte al otro se case con la princesa?

—Me parece muy bien —respondiу el prнnci­pe—, serб un esplйndido espectбculo para la cor­te; batнos los dos inmediatamente; el vencedor tomarб las armas del vencido, segъn la costum­bre de Cachemira, y se casarб con mi hija.

Los dos pretendientes bajaron acto seguido al patio. En la escalera habнa una urraca y un cuer­vo. El cuervo gritaba: «Batнos, batнos; y la urra­ca: «No os batбis.» Esto hizo reнr al prнncipe; los dos rivales apenas le prestaron atenciуn: empe­zaron el combate; todos los cortesanos formaban un cнrculo en torno a ellos. La princesa, que seguнa voluntariamente encerrada en su to­rre, se negу a asistir a este espectбculo; estaba muy lejos de sospechar que su amado se en­contraba en Cachemira, y sentнa tanto horror por Barbarъ, que no querнa ver nada. El combate se desarrollу del mejor modo posible; Barbarъ cayу muerto en seguida, y al pueblo le pareciу de perlas, porque era feo y Rustбn era muy buen mozo: casi siempre es esto lo que decide el fa­vor pъblico.

El vencedor revistiу la cota de malla, la banda y el casco del vencido, y se dirigiу, seguido de toda la corte y al son de las charangas, hasta el pie de las ventanas de su amada. Todo el mun­do gritaba:

—Bella princesa, asomaos para ver a vuestro guapo marido que ha matado a su feo rival.

Sus doncellas le repitieron estas palabras. Por desgracia la princesa se asomу a la ventana, y, al ver la armadura de un hombre al que aborrecнa, corriу desesperada a su cofre de China, y sacу de йl el venablo fatal y lo lanzу, atravesando a su querido Rustбn, que no llevaba la coraza; йl pro­firiу un penetrante grito, y por este grito la prin­cesa creyу reconocer la voz de su desventurado amante.

Bajу desmelenada y con la angustia en los ojos y en el corazуn. Rustбn se habнa desplomado ensangrentado en los brazos de su padre. Ella le vio: Ўoh, quй momento, oh, quй visiуn, oh, quй reconocimiento, del que serнa imposible expresar ni el dolor, ni el amor, ni el horror! Se arrojу so­bre йl, besбndole:

—Ahora recibes —le dijo— los primeros y los ъltimos besos de tu amada y de tu asesina.

Retirу el venablo de la herida, se lo hundiу en el corazуn y muriу sobre el amante al que adoraba. El padre, horrorizado, enloquecido, dis­puesto a morir como ella, tratу en vano de devolverla a la vida; la joven ya no existнa; el prнncipe maldijo entonces aquel venablo fatal, lo rompiу en pedazos, arrojу a lo lejos sus dos dia­mantes funestos; y mientras preparaban los fune­rales de su hija, en lugar de su boda, hizo llevar a su palacio al ensangrentado Rustбn, que aъn conservaba un hбlito de vida.

Le depositaron sobre una cama. Lo primero que vio a ambos lados de este lecho mortuorio fue a Topacio y a Ebano. Su sorpresa le devolviу un poco de fuerzas.

—ЎAh, crueles! —dijo—. їPor quй me habйis abandonado? Tal vez la princesa aъn vivirнa si hubieseis permanecido junto al desventurado Rustбn.

—Yo no os he abandonado ni un momento —dijo Topacio.

Yo siempre he estado junto a vos —dijo Ebano.

—ЎAh! їQuй me decнs? їPor quй insultar mis ъltimos momentos? —respondiу Rustбn con voz desfalleciente.

—Bien podйis creerme —dijo Topacio—; ya sabйis que nunca he aprobado este fatal viaje cu­yas horribles consecuencias preveнa. Yo era el бguila que combatiу con el buitre y que fue desplu­mada por йl; yo era el elefante que se llevaba el equipaje para obligaros a volver a vuestra patria; yo era el asno rayado que os devolvнa a pesar vuestro a la casa de vuestro padre; fui yo quien perdн vuestros caballos; yo quien formу el to­rrente que os cortу el paso; yo quien elevу la montaсa que os impedнa continuar un camino tan funesto; yo era el mйdico que os aconseja­ba volver a respirar el aire natal; yo era la urra­ca que os gritaba que no combatieseis.

—Y yo —dijo Ebano— era el buitre que des­plumу al бguila; el rinoceronte que dio cien cor­nadas al elefante; el rъstico que apaleaba al asno rayado; el mercader que os proporcionaba came­llos para correr a vuestra perdiciуn; yo construн el puente por el que pasasteis; yo cavй la caverna que atravesasteis; yo era el mйdico que os alen­taba a andar; el cuervo que os gritaba que com­batieseis.

—ЎAy de mн!. Acuйrdate de los orбculos —dijo Topacio—: «Si vas hacia Oriente, estarбs en Occidente.»

—Si —dijo Ebano—, aquн sepultan a los muer­tos con la cara vuelta hacia Occidente: el orбcu­lo era claro, їcуmo no lo comprendiste? «Has poseнdo y no poseerбs»; porque tenias el diamante, pero era falso y tъ no lo sabнas. Vences y mue­res; eres Rustбn y dejas de serlo: todo se ha cum­plido.»

Mientras hablaba asн, cuatro alas blancas cu­brieron el cuerpo de Topacio y cuatro alas ne­gras el de Ebano.

—їQuй es lo que veo? —exclamу Rustбn. Topacio y Ebano respondieron a un tiempo:

—Ves a tus dos genios.

—Pero, vamos a ver, seсores —les dijo el desventurado Rustбn—, їpor quй tenнais que mezclaros en todo eso? їY por quй dos genios para un pobre hombre?

—Es la ley —dijo Topacio—; cada hombre tiene sus dos genios, Platуn fue el primero en decirlo y luego otros lo han repetido; ya ves que nada es mбs verdad. Yo que te estoy hablando soy tu genio bueno, y mi deber era velar por ti hasta el ъltimo momento de tu vida; he cumplido fielmente mi misiуn.

—Pero —dijo el moribundo— si tu misiуn era servirme, es que yo soy de una naturaleza muy superior a la tuya; їy cуmo te atreves a decirme que eres mi genio bueno cuando has dejado que me engaсase en todo lo que he emprendido, y me dejas morir, a mн y a mi amada, miserablemente?

—ЎAy! Tal era tu destino —dijo Topacio. —Si es el destino el que lo hace todo —dijo el moribundo—, їpara quй sirve un genio? Y tъ, Ebano, con tus cuatro alas negras, por lo visto te has erigido en mi genio malo.

—Vos lo habйis dicho —respondiу Ebano. —Pero entonces, їeras tambiйn el genio malo de mi princesa?

—No, ella tenнa el suyo, y yo le he secundado perfectamente.

—ЎAh, maldito Ebano! Si tan malvado eres, no debes pertenecer al mismo amo que Topacio. їEs que los dos habйis sido formados por dos principios diferentes, uno de los cuales es bueno y el otro malo por su naturaleza?

—De una cosa no se deduce la otra —dijo Ebano—, йsta es una gran dificultad.

—No es posible —siguiу diciendo el agoni­zante— que un ser favorable haya hecho un ge­nio tan funesto.

—Posible o no posible —contestу Ebano—, la cosa es tal como te digo.

—ЎAy! —dijo Topacio—. Mi pobre amigo, їno ves que este granuja aъn tiene la malicia de hacerte discutir para encenderte la sangre y apre­surar la hora de tu muerte?

—Pues mira, yo no estoy mucho mбs con­tento de ti que de 61 —dijo el triste Rustбn—; al menos йl reconoce que ha querido perjudicarme; y tъ, que pretendнas defenderme, no me has servido de nada.

—Lo cual siento muchнsimo —dijo el buen genio.

—Y yo tambiйn —dijo el moribundo—; hay algo en el fondo de todo eso que no comprendo.

—Ni yo tampoco —dijo el pobre genio bueno.

—Dentro de un momento lo sabrй —dijo Rustбn.

—Esto es lo que vamos a ver —dijo Topa­cio.

Entonces todo desapareciу. Rustбn se encon­trу en la casa de su padre, de la que no habнa salido, y en su cama, en la que habнa dormido una hora.

Se despertу con sobresalto, baсado en sudor, asustado; se palpу el cuerpo, llamу, gritу, agitу la campanilla. Su ayuda de cбmara, Topacio, acu­diу con su gorro de dormir, y bostezando.

—їEstoy muerto, o vivo? —exclamу Rustбn—. їSe salvarб la bella princesa de Cachemira?

—їHa soсado el seсor? —respondiу frнamente Topacio.

—ЎAh! —exclamу Rustбn—. їQuй se ha hecho de ese bбrbaro de Ebano con sus cuatro alas ne­gras? El es quien me hace morir de una muerte tan cruel.

—Seсor, le he dejado arriba, estб roncando; їquerйis que le haga bajar?

—ЎEl malvado! Hace seis meses enteros que me persigue; йl es quien me llevу a aquella fe­ria fatal de Kabul; fue йl quien me sustrajo el diamante que me habнa dado la princesa; йl fue la ъnica causa de mi viaje, de la muerte de la princesa y de la herida de venablo de la que muero en la flor de la edad.

—Tranquilizaos —dijo Topacio—; vos nunca habйis estado en Kabul; en Cachemira no hay nin­guna princesa; su padre sуlo ha tenido dos varo­nes que actualmente estбn en el colegio. Vos nunca habйis tenido un diamante; la princesa no pue­de haber muerto, puesto que nunca naciу; y vos os encontrбis en perfecto estado de salud.

—Pero їcуmo? їNo es verdad que tъ me asis­tнas en la hora de mi muerte, en la cama del prнn­cipe de Cachemira? їNo has confesado que para protegerme de tantas desdichas habнas sido бguila, elefante, asno rayado, mйdico y urraca?

—El seсor ha debido de soсar todo eso: cuando dormimos, nuestras ideas ya no dependen de nosotros como en la vigilia. Dios ha querido que esta sarta de ideas os haya pasado por la cabeza probablemente para daros alguna instruc­ciуn que os serб provechosa.

—Te estбs burlando de mн —le contestу Rustбn—. їCuбnto tiempo he estado durmiendo?

—Seсor, habйis dormido menos de una hora.

—Pues bien, maldito disputador, їcуmo quie­res que en una hora haya ido a la feria de Kabul hace seis meses, que haya regresado, que haya hecho el viaje a Cachemira, y que estemos muer­tos Barbarъ, la princesa y yo?

—Seсor, nada mбs fбcil ni mбs ordinario, e igualmente hubierais podido dar la vuelta al mun­do y correr muchas mбs aventuras en mucho menos tiempo. їNo es cierto que podйis leer en una hora el compendio de la historia de los persas, escrita por Zoroastro? Y sin embargo, este com­pendio abarca ochocientos mil aсos. Todos estos acontecimientos desfilan ante vuestros ojos uno tras otro en una hora; ahora bien, tendrйis que convenir conmigo en que a Brahma le es tan fбcil meterlos todos en el espacio de una hora como extenderlos en el espacio de ochocientos mil aсos; esto es exactamente la misma cosa. Figuraos que el tiempo gira sobre una rueda cuyo diбmetro es infinito. Bajo esta rueda inmensa hay una multitud innumerable de ruedas, unas dentro de otras; la del centro es imperceptible y da un nъmero infinito de vueltas exactamente en el mis­mo tiempo que invierte la rueda grande en dar una sola vuelta. Es evidente que todos los hechos, desde el comienzo del mundo hasta su fin, pue­den ocurrir sucesivamente en mucho menos tiem­po de una cienmilйsima parte de segundo; e in­cluso puede decirse que la cosa es asн.

—No comprendo nada —dijo Rustбn.

—Si me lo permitнs —dijo Topacio—, tengo un loro que os lo harб comprender fбcilmente. Naciу poco tiempo antes del diluvio y estuvo en el arca de Noй; ha visto muchas cosas; y no obs­tante solamente tiene un aсo y medio; йl os con­tarб su historia, que es muy interesante.

—Id en seguida a buscar vuestro loro —dijo Rustбn—; йl me distraerб hasta que pueda volver a conciliar el sueсo.

—Lo tiene mi hermana la religiosa dijo To­pacio—: voy a buscarlo, estoy seguro de que quedarйis contento; su memoria es fiel, cuenta las cosas con toda sencillez, sin aspirar a lucir su ingenio en todo momento, y sin hacer grandes fra­ses.

—Miel sobre hojuelas —dijo Rustбn—, asн es como me gustan los cuentos.

Le llevaron el loro, el cual hablу del modo siguiente:

 

N. B. La seсorita Catherine Vadй hasta ahora no ha podido encontrar la historia del loro en el cartapacio de su difunto primo Antoine Vadй, autor de este cuento. Es una verdadera lбstima, dado el tiempo en que habнa vivido el tal loro.

El mundo tal como va

Visiуn de Babuc, escrita por el mismo

Entre las deidades que presiden los imperios del mundo, Ituriel es considerada como una de las de rango mбs elevado y tiene a su cargo todo el territorio de la alta Asia. Una maсana descendiу hasta la residencia del escita Babuc, situada en la orilla del Oxus, diciйndole:

—Babuc, las locuras y los excesos de los persas nos han hecho montar en cуlera. Ayer nos reunimos en asamblea todos los genios de la alta Asia para dictaminar si se destruirнa Persйpolis o se castigarнa a sus habitantes. Vete rбpidamente a esa ciudad, examнnalo todo; cuando vuelvas, me darбs cuenta exacta de todo.

"Entonces decidirй, segъn sea tu informe, lo que he de hacer para enmendar la poblaciуn, o bien destruirй la ciudad.

—Pero, seсor —dijo Babuc, con humildad—, nunca he estado en Persia. Ademбs, no conozco a nadie de allн.

—Tanto mejor— dijo el бngel—. Asн no pecarбs de parcialidad; has recibido del cielo la agudeza del discernimiento y yo aсado el don de inspirar confianza; vete, mira y escucha, observa y no temas nada; en todas partes serбs bien recibido.

Babuc montу en su camello y partiу acompaсado de servidumbre. Al cabo de algunos dнas se encontrу en las llanuras de Senaar con el ejйrcito persa, que iba a combatir contra el ejйrcito indio. Entonces se dirigiу a un soldado persa que hallу separado de sus compaсeros y le preguntу el motivo de la guerra.

—Por todos los dioses —dijo el soldado— que no sй nada de ello. No es asunto mнo; mi oficio consiste en matar o dejarme matar para ganarme la vida; es indiferente que lo haga a favor de los unos o de los otros. Podrнa muy bien ser que maсana me pasase al campo de los indios, pues me han dicho que dan mбs de media dracma de jornal a sus soldados, mucho mбs de lo que recibimos permaneciendo en este cochino servicio de los persas. Si os interesa saber el porquй nos batimos, hablad con nuestro capitбn.

Babuc, despuйs de ofrecer un pequeсo obsequio al soldado, entrу en el campamento. Bien pronto pudo entablar diбlogo con el capitбn, al cual preguntу la causa de la guerra.

—їCуmo querйis que yo lo sepa? —dijo el capitбn—. Ademбs, їquй me importa ese detalle? Habito a doscientas leguas de Persйpolis; oigo decir que se ha declarado la guerra; entonces, abandono rбpidamente a mi familia, y, segъn nuestra costumbre, voy a buscar la fortuna o la muerte, teniendo presente que no hago otro trabajo.

—Pero, їvuestros compaсeros no estarбn un poco mбs informados que vos? —inquiriу Babuc.

—No —dijo el oficial—. El porquй nos degollamos sуlo nuestros sбtrapas lo sabrбn con precisiуn.

Babuc, asombrado, se introdujo en las tiendas de los generales, para entablar conversaciуn con ellos. Finalmente, uno de йstos le pudo relatar el motivo de la lucha.

—La causa de esta guerra, que devasta el Asia hace veinte aсos, originariamente proviene de una querella entre un eunuco de una mujer del gran rey de Persia y un empleado de una oficina del gran rey de la India. Se trataba de un recargo que importaba aproximadamente la trigйsima parte de un darico. El primer ministro de la India y el nuestro sostuvieron con dignidad los derechos de sus dueсos respectivos. La querella se enardeciу. Cada parte contrincante puso en campaсa un ejйrcito compuesto por un millуn de soldados. Este ejйrcito tuvo que reclutar anualmente mбs de cuatrocientos mil hombres. Los asesinatos, incendios, ruinas y devastaciones se multiplicaron; sufrieron los dos lados y aъn continъa el encarnizamiento. Nuestro primer ministro y el de la India no paran de manifestar que todo se hace en beneficio del gйnero humano, y despuйs de cada manifestaciуn, siempre resulta alguna ciudad destruida y varias provincias saqueadas.

Al dнa siguiente, despuйs de correr el rumor de que se iba a concertar la paz, el general persa y el general indio se apresuraron a entablar batalla; fue una lucha sangrienta. Babuc pudo observar todas las peripecias y todas las abominaciones; fue testigo de las maniobras de los principales sбtrapas, que hicieron lo imposible a fin de que su propio jefe fuese derrotado. Vio oficiales muertos por sus mismas tropas; contemplу soldados que remataban, arrancбndoles jirones de carne sangrienta, a sus propios compaсeros moribundos, desgarrados y cubiertos de fango. Entrу en hospitales adonde se transportaban los heridos, que expiraban por la negligencia inhumana de los mismos que el rey de Persia pagaba con creces para socorrer: "їEs que son hombres o bestias feroces? —se decнa Babuc—. ЎAh! Ya veo bien que Persйpolis serб destruida".

Ocupado con este pensamiento, se personу en el campamento de los indios, donde fue tan bien recibido como lo habнa sido en el de los persas, segъn le predijera la deidad; pero tambiйn pudo comprobar los mismos excesos que le habнan llenado de horror.

"ЎOh, oh! —se dijo a sн mismo—. Si el бngel Ituriel quiere exterminar a los persas, es necesario que la deidad de los indios destruya, al mismo tiempo, a sus creyentes."

Despuйs de haberse informado con mбs detalle de lo que habнa ocurrido en los dos ejйrcitos rivales, pudo comprobar, con asombro y admiraciуn, que se habнan realizado acciones de generosidad, de grandeza de alma y de espнritu humanitario.

—Inexplicables seres humanos —exclamaba—. їCуmo podйis reunir tanta bajeza y tanta magnanimidad, tantas virtudes y tantos crнmenes?

A pesar de todo, se concertу la paz. Los jefes de los dos ejйrcitos, ninguno de los cuales habнa obtenido la victoria, aunque sн hecho verter la sangre de tantos hombres sуlo para su propio interйs, se fueron a intrigar para obtener recompensas en sus respectivas cortes.

Con motivo de celebrarse la paz, se anunciу en los escritos pъblicos que ya volverнa a reinar la virtud y la felicidad sobre la tierra.

"ЎAlabado sea Dios! —se dijo Babuc—. Persйpolis serб la morada de la inocencia purificada; ya no serб destruida, como querнan esos genios perversos; vamos, sin falta, a esa capital asiбtica."

Llegу a la inmensa ciudad y pasу por la entrada mбs antigua, que era grosera y tosca, rusticidad que ofendнa la vista de todos los que ambulaban por allн. Toda aquella parte de la ciudad se resentнa de los defectos de la йpoca en que se habнa edificado, pues, a pesar de la testarudez de la gente en alabar lo antiguo a expensas de lo moderno, debemos convenir que en todas las obras los primeros ensayos resultan groseros.

Babuc se metiу entre un gentнo compuesto por lo mбs sucio y feo de los dos sexos. Aquella multitud se precipitaba con aire atontado hacia un vasto lugar cercado y sombrнo. Por el murmullo que escuchaba, por el movimiento y por el dinero que vio que daban unas personas a otras para poder sentarse, creyу encontrarse dentro de un mercado donde vendнan sillas de paja; pero al observar que muchas mujeres se arrodillaban, mirando con fijeza enfrente de ellas, y ver los rostros de hombres que tenнa a su lado, pronto se dio cuenta de que estaba en un templo. Voces бsperas, roncas, salvajes y discordantes hacнan resonar la bуveda con sonidos mal articulados, que daban una impresiуn parecida a los rebuznos de los asnos silvestres cuando responden, en las llanuras de los pictavos, a la corneta que los llama. Se obturу los oнdos, luego tuvo que cerrar los ojos y taparse la nariz con presteza, cuando vio entrar en el templo a unos obreros con palancas y palas. Estos obreros removieron una gran piedra y echaron, a su derecha y a su izquierda, una tierra que exhalaba un hedor espantoso; luego se colocу un cadбver en aquella abertura, a la que otra vez cubrieron con la piedra.

"ЎVamos! —exclamу para sн Babuc—. ЎEsta gente entierra a sus muertos en el mismo lugar que adora a la Divinidad! ЎVaya! ЎSus templos estбn cubiertos de cadбveres! Ya no me asombra que Persйpolis se halle tan a menudo asolada por enfermedades pestilentes... La podredumbre de los muertos y la de tantos vivos reunidos y apretados en el mismo sitio es capaz de emponzoсar a todo el globo terrestre. ЎAh, la despreciable ciudad de Persйpolis! Parece que los бngeles la quieren destruir para reconstruirla mбs bella y poblarla de habitantes mбs limpios y que canten con voz mбs afinada. Puede que la Providencia tenga sus razones para ello; dejemos que actъe a su manera."

El sol ya se hallaba a la mitad de su carrera. Babuc tenнa que ir a comer en la casa de una dama, donde iba recomendado con una carta del marido, un oficial del ejйrcito. Antes de presentarse, dio algunas vueltas por Persйpolis; pudo contemplar otros templos mejor construidos y adornados con mбs gusto, llenos de personas elegantes y en los que resonaba una mъsica armoniosa; observу algunas fuentes pъblicas, mal situadas, aunque atraнan las miradas por su belleza; unas plazas donde parecнa que los mejores reyes de Persia respiraban en sus figuras de bronce, y otras plazas donde el pueblo gritaba:

—їCuбndo veremos aquн la estatua del soberano que tanto amamos?

Admirу los magnнficos puentes que cruzaban el rнo, los muelles soberbios y cуmodos, los palacios construidos a derecha e izquierda, un inmenso edificio donde millares de viejos soldados, heridos y vencedores, daban todos los dнas gracias al Dios de los ejйrcitos. Finalmente, entrу en la casa de la dama, que estaba esperбndole para comer en compaснa de gente decente. La casa estaba limpia y arreglada con gusto; la comida era deliciosa; la dama, joven, bella, espiritual y atractiva; los comensales, dignos de ella. Y Babuc se decнa continuamente: "El бngel Ituriel se estб burlando de todo el mundo cuando dice querer destruir a una ciudad tan encantadora".

No obstante, llegу a percibir que la dama, la cual habнa empezado solicitбndole con ternura noticias de su marido, al final de la comida hablaba muy tiernamente a un joven mago. Vio que un magistrado acosaba vivamente a una viuda en presencia de su esposa, y que la tal viuda, indulgente, tenнa una mano puesta en el torno del cuello del magistrado, en tanto mantenнa la otra alrededor del cuello de un ciudadano mбs joven, muy bien parecido y muy modesto. La mujer del magistrado fue la primera que se levantу para ir a una habitaciуn contigua a conversar con su director espiritual, el cual, a pesar de ser esperado para la comida, habнa llegado demasiado tarde; el director, que era hombre elocuente, le hablу a la dama con tanta vehemencia y unciуn, que йsta, cuando volviу al comedor, tenнa los ojos hъmedos, las mejillas encendidas, el paso inseguro y la palabra temblorosa.

Entonces, Babuc empezу a temer que el genio Ituriel tuviera razуn. El talento que habнa recibido para poder atraer la confianza del prуjimo le facilitу conocer los secretos de la esposa del oficial; йsta le confiу su cariсo hacia el joven mago, y le asegurу que en todas las casas de Persйpolis hallarнa la equivalencia de lo que habнa observado en la suya. Babuc llegу a la conclusiуn de que una sociedad asн no podнa subsistir; que los celos, la discordia y la venganza debнan desolar a todas las familias; que todos los dнas debнan verterse muchas lбgrimas y mucha sangre; que, con certeza, los maridos matarнan a los galanes de sus esposas o serнan muertos por ellos; y que, finalmente, Ituriel hacнa muy bien en querer destruir de golpe a una ciudad librada a tan continuo desorden.

Cuando se hallaba mбs absorto con aquellas ideas funestas, se presentу a la puerta un hombre severo, con capa negra, que pidiу humildemente permiso para hablar al joven magistrado. Este, sin levantarse ni dignarse mirarle, le entregу frнamente y con aire distraнdo algunos papeles y lo despidiу. Babuc preguntу quiйn era aquel hombre. La dueсa de casa le dijo en voz baja:

—Es uno de los mejores abogados de la ciudad; hace cincuenta aсos que estudia leyes. El seсor magistrado, que sуlo tiene veinticinco aсos y que desde hace un par de dнas es sбtrapa en leyes, le ha encargado hacer el extracto de un proceso que йl aъn no ha examinado y que debe juzgar.

—Este joven aturdido obra sabiamente —dijo Babuc— pidiendo consejo a un viejo. Pero..., їpor quй no es este viejo quien hace de juez?

—Estбis de broma —le contestaron—. No pueden llegar nunca a tales dignidades los que han envejecido en empleos laboriosos y subalternos. Este joven ocupa un cargo importante porque su padre es rico, y aquн el derecho de hacer justicia se compra como si se tratase de una finca.

—ЎOh, quй costumbre! ЎQuй desgraciada ciudad! —exclamу Babuc—. He ahн el colmo del desorden; no cabe duda de que, habiendo comprado el derecho de juzgar, venderбn sus sentencias. Con este sistema sуlo pueden resultar iniquidades.

Mientras manifestaba de esta forma su sorpresa y su pesar, un joven guerrero, que habнa vuelto del ejйrcito aquel mismo dнa, le dijo:

—їPor quй no os parece bien que se compren los empleos de la toga? Yo he comprado el mнo, que consiste en el derecho de enfrentarme con la muerte al frente de dos mil hombres, a los cuales dirijo; este aсo me ha costado cuarenta mil daricos de oro, para dormir treinta noches seguidas en el duro suelo, vestido de rojo, y, ademбs, para recibir dos flechazos, que aъn me duelen. Si me arruino sirviendo al emperador persa, al cual no he visto nunca, el seсor sбtrapa togado puede muy bien pagar algo para tener el placer de dar audiencia a los abogados.

Babuc se indignу. No pudo por menos que condenar desde el fondo del corazуn a un paнs donde las dignidades de la paz y de la guerra se venden en pъblica subasta; con rapidez llegу a la conclusiуn de que eran absolutamente ignoradas la guerra y las leyes, y que, aunque Ituriel no exterminase aquellos pueblos, perecerнan por su detestable administraciуn.

Aъn aumentу mбs su mala opiniуn cuando vio que llegaba un hombre gordo, el cual, despuйs de saludar con gran familiaridad a todos los presentes, se acercу al joven oficial para decirle:

—Sуlo puedo prestaros cincuenta mil daricos de oro, ya que este aсo las aduanas del imperio solamente me han proporcionado trescientos mil.

Babuc se informу de quiйn era aquel hombre que se quejaba de ganar tan poco, entonces se enterу de que en Persйpolis habнa cuarenta reyes plebeyos que tenнan en arriendo el imperio persa, y que daban algo de ello al monarca.

Despuйs de la comida del mediodнa se fue a uno de los mбs soberbios templos de la ciudad y se sentу entre una muchedumbre de personajes de ambos sexos que estaban allн para pasar el rato. Compareciу un mago, que permaneciу de pie en un sitio elevado y que hablу durante mucho rato del vicio y de la virtud. Aquel mago dividiу en muchas partes lo que no habнa necesidad de dividir; probу metуdicamente todo lo que ya estaba bien claro; enseсу todo lo que ya se sabнa. Se apasionу frнamente y se marchу sudando y jadeando. Todos los reunidos se desvelaron, creyendo haber asistido a un sumario. Babuc se dijo:

"He aquн a un hombre que ha hecho todo lo posible para aburrir a doscientos o trescientos de sus conciudadanos, pero la intenciуn ha sido buena, y por tal motivo no debe destruirse a Persйpolis."

Al salir de aquel templo, fue llevado a una fiesta pъblica que se celebraba todos los dнas del aсo; tenнa lugar en una especie de basнlica, en el fondo de la cual se divisaba un palacio. Las mбs hermosas ciudadanas de Persйpolis y los sбtrapas de mбs categorнa, alineados con orden, formaban un espectбculo tan bello, que Babuc creyу que toda la fiesta consistнa en eso. Dos o tres personas, que parecнan reyes y reinas, aparecieron en el vestнbulo de dicho palacio, hablando de manera distinta al lenguaje del pueble. Se expresaban en forma mesurada, armoniosa y sublime. Nadie se dormнa, se les escuchaba con profundo silencio, que sуlo se interrumpнa para dar lugar a los testimonios de sensibilidad y de admiraciуn pъblicas. El deber de los reyes, el amor a la virtud, los peligros de las pasiones, se expresaban de manera tan viva y sensible, que Babuc no pudo por menos que derramar lбgrimas. Ni por un momento dudу de que aquellos hйroes y heroнnas, aquellos reyes y reinas a los que acababa de escuchar serнan los predicadores del imperio; y se propuso incitar a Ituriel para que fuera a escucharles, seguro de que tal espectбculo le reconciliarнa con la ciudad.

Cuando se acabу la fiesta, quiso ver a la reina principal, que en aquel hermoso palacio habнa demostrado una moral tan noble y tan pura; se hizo introducir en casa de Su Majestad; se le condujo por una estrecha escalera hasta el segundo piso, a una habitaciуn mal amueblada, donde hallу a una mujer mal vestida que le dijo con aire noble y patйtico:

—Esta profesiуn no me da para vivir; uno de los prнncipes que habйis visto me ha hecho un bebй; dentro de poco darй a luz. Me falta dinero, y sin йl no se puede tener un buen parto.

Babuc le entregу cien daricos de oro, diciйndole:

—Si sуlo se tratase de estos casos en la ciudad, Ituriel harнa mal en enfadarse tanto.

Despuйs se fue a pasar la velada en casa de unos comerciantes que vendнan magnнficas inutilidades. Un hombre inteligente con quien habнa trabado conocimiento lo llevу allн; comprу lo que le pareciу, que fue vendido con mucha cortesнa, y por lo que abonу mucho mбs de lo que valнa. De vuelta en su casa, el amigo le demostrу que lo habнan engaсado. Babuc puso el nombre del comerciante en sus tablillas, para que Ituriel supiera de quiйn se trataba en el dнa del castigo de la ciudad. Cuando lo estaba escribiendo, llamaron a la puerta; era el mercader en persona, que llegaba para devolver la bolsa que Babuc se habнa descuidado encima del mostrador.

—їA quй serб debido que seбis tan fiel y tan generoso, despuйs de tener la osadнa de venderme estas baratijas cuatro veces mбs caras de lo que valen? —exclamу Babuc.

—No hay ningъn comerciante que sea algo conocido en esta ciudad que no hubiese venido a devolveros la bolsa —le respondiу el vendedor— Pero os han mentido al decir que os habнa vendido lo que habйis comprado en mi casa cuatro veces mбs caro de lo que vale: os lo he vendido diez veces mбs caro, y esto lo podrйis comprobar si dentro de un mes lo querйis revender. Por ello no os pagarбn ni la dйcima parte de lo que habйis invertido. Pero eso es justo; es la fantasнa de la gente quien pone precio a esas cosas tan frнvolas; es esa fantasнa quien da trabajo a los cien obreros que tengo empleados; es ella la que me ha permitido construir una hermosa casa, tener un carruaje cуmodo y caballos; es ella la que hace funcionar la industria y mantiene el gusto, la circulaciуn y la abundancia. A los paнses vecinos les vendo las mismas bagatelas mucho mбs caras que a vos, y de esa manera soy de utilidad para el imperio.

Despuйs de reflexionarlo bien, Babuc se dispuso a borrar de sus tablillas el nombre del comerciante.

Babuc, que se habнa quedado muy dubitativo sobre lo que debнa pensar de Persйpolis, se decidiу a ver magos y literatos, pues los unos estudian la religiуn y los otros la sabidurнa. Se hizo la ilusiуn de que por la conducta de йstos podrнa obtener la gracia para el resto de la poblaciуn. Al dнa siguiente por la maсana se dirigiу a un colegio de magos. El archimandrita le confesу que disfrutaba de cien mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que ejercнa un imperio muy extendido en virtud de su voto de humildad; despuйs se retirу y dejу a Babuc al cuidado de un pequeсo fraile que le hizo los honores.

Mientras el fraile le mostraba las magnificencias de aquella casa de penitencia, se extendiу el rumor de que habнa llegado para reformar todas aquellas instituciones. En el acto recibiу las memorias de todas ellas. Cada una decнa en concreto: "Conservadnos y destruid las otras". Segъn manifestaban, todas aquellas instituciones eran indispensables; de acuerdo con sus acusaciones recнprocas, todas merecнan ser aniquiladas. Le admirу ver que todas, en su deseo de edificar el universo, querнan dominarlo por completo. Entonces se le presentу un hombrecito que era medio mago y dijo:

—Veo perfectamente que se va a cumplir la obra, pues Zerdust ha vuelto a la tierra; las muchachitas profetizan haciйndose dar pellizcos por delante y latigazos por detrбs. Asн, pues, os pedimos vuestra protecciуn contra el gran lama.

—ЎCуmo! —dijo Babuc—. їContra ese pontнfice que reside en el Tibet?

—Contra el mismo.

—їEs que le hacйis la guerra y habйis reclutado tropas para luchar contra йl?

—No, pero ha dicho que el hombre es libre y nosotros no lo creemos; escribimos pequeсos libros contra йl, que personalmente no lee. Apenas ha oнdo hablar de nosotros; sуlo nos ha hecho condenar, como un amo ordenarнa que descopasen los бrboles de sus jardines.

Babuc se maravillу de la locura de aquellos hombres que hacen profesiуn de sabidurнa, de las intrigas de los que han renunciado al mundo, de la ambiciуn y codicia orgullosa de los que enseсan la humanidad y el desinterйs; concluyу creyendo que Ituriel tenнa sus buenas razones para querer destruir a toda aquella estirpe.

Una vez en su casa, Babuc enviу a buscar nuevos libros para distraer su mal humor, y convidу a algunos literatos a comer para regocijarse un poco. Comparecieron el doble de los que habнa invitado, como las avispas atraнdas por la miel. Aquellos parбsitos se apresuraron a comer y a hablar; alababan dos clases de personas: los difuntos y ellos mismos; y nadie mencionaba a los contemporбneos, excepto al dueсo de la casa. Si alguno de ellos decнa palabras lisonjeras, los otros bajaban los ojos y se mordнan los labios por el dolor de no haberlas dicho antes. Sabнan disimular menos que los magos, porque carecнan de grandes ambiciones. Cada uno de ellos intrigaba para obtener un empleo de lacayo y la reputaciуn de hombre famoso; se decнan frases insultantes a la cara, creyendo demostrar un ingenio irуnico. Estaban algo enterados de la misiуn de Babuc. Uno de ellos le rogу, en voz baja, que exterminase a su autor, que no le habнa alabado suficientemente hacнa cinco aсos; otro le pidiу la pйrdida de un ciudadano que no habнa reнdo nunca al contemplar sus comedias; un tercero le exigiу la extinciуn de la Academia, porque no habнa sido admitido en ella. Una vez acabada la comida, cada uno se marchу solo, pues de todos los reunidos no habнa dos personas que pudieran verse ni hablarse, salvo en casa de los ricos donde eran invitados a comer. Babuc creyу que no se perderнa gran cosa cuando aquella gentuza pereciera en la destrucciуn general.

Una vez que se hubo librado de ellos, empezу a leer algunos de los libros nuevos. En ellos reconociу la manera de obrar de sus convidados. Vio con indignaciуn las gacetas de murmuraciуn, los archivos del mal gusto que la envidia, la bajeza y el hambre dan a la publicidad; las cobardes sбtiras donde se ensalza al buitre y se desgarra a la paloma; las novelas faltas de imaginaciуn, donde se leen tantos retratos de mujeres que al autor no ha conocido nunca.

Echу al fuego todos aquellos detestables escritos y saliу por la noche a dar un paseo. Fue presentado a un viejo literato que no habнa participado en la comida de sus invitados del mediodнa. Dicho literato siempre se apartaba de la multitud, conocнa a los hombres y usaba de ellos comportбndose con discreciуn. Babuc le contу con pena lo que habнa leнdo y lo que habнa visto.

—Habйis visto cosas muy despreciables —le dijo el sabio literato—, pero tened presente que en todas las йpocas, en todos los paнses y en todos los gйneros domina lo malo, y lo bueno es rarнsimo. Habйis recibido en vuestra casa a la chusma de la pedanterнa, porque en todas las profesiones, los mбs indignos suelen ser los que se presentan con mбs impudencia. Los verdaderos sabios viven retirados entre ellos, muy tranquilos; y entre nosotros aъn se pueden hallar buenas personas y buenos libros, dignos de vuestra atenciуn.

Mientras le hablaba de esta forma, se les reuniу otro literato. Dio unas explicaciones tan agradables e instructivas, tan por encima de los prejuicios y tan conformes a la virtud, que Babuc se confesу no haber oнdo nunca algo semejante.

"He aquн a unos hombres a quienes Ituriel no se atreverнa a tocar, y si lo hace serб muy lamentable", se dijo en voz baja.

De acuerdo con aquellos dos literatos, se sentнa furioso contra el resto del paнs.

—Como sois extranjero —le dijo el hombre juicioso que le habнa hablado antes—, todos los abusos se os presentan de golpe, y el bien, por hallarse oculto y por ser a veces el producto de esos mismos abusos, se os escapa.

Entonces se enterу de que habнa algunos literatos que no eran envidiosos, y que tambiйn existнan magos virtuosos. Finalmente se formу el concepto de que aquellas grandes oposiciones, que chocando mutuamente parecнan preparar su propia ruina, en el fondo resultaban saludables; que cada sociedad de magos frenaba a sus rivales; que si bien dichos йmulos diferнan en algunas opiniones, todos enseсaban la misma moral. Que instruнan al pueblo, que vivнan sujetos a una leyes parecidas a los preceptores que velan al hijo de la casa, mientras el dueсo los vigila a ellos. Que йste tambiйn practica algunas de dichas leyes y que donde menos se espera se encuentran almas nobles. Aprendiу que entre los locos que pretendнan hacer la guerra al gran lama habнa habido hombres geniales. Sospechу que las costumbres de Persйpolis serнan como sus edificios, que los unos le habнan parecido dignos de lбstima y los otros le habнan arrebatado de admiraciуn.

—Sй muy bien que los magos que yo habнa creнdo tan peligrosos —dijo Babuc al literato— resultan, en efecto, muy ъtiles, sobre todo cuando un gobierno juicioso les impide hacerse demasiado necesarios; pero al menos estarйis de acuerdo conmigo en que vuestros jуvenes magistrados, que compran un cargo de juez tan pronto saben montar a caballo, deben desenvolverse en los tribunales con impertinente ridiculez y con iniquidad perversa; que sin duda valdrнa mбs ceder estos puestos gratuitamente a los viejos jurisconsultos que han pasado toda la vida sopesando el pro y el contra de las cosas.

—Ya habйis visto nuestro ejйrcito antes de llegar a Persйpolis —le replicу el literato—. Sabйis, por tanto, que nuestros jуvenes oficiales se baten muy bien, aunque hayan comprado sus cargos. Quizб podбis ver que nuestros jуvenes magistrados no juzgan tan mal, aunque hayan pagado para hacerlo.

A la maсana siguiente, el literato llevу a Babuc al Gran Tribunal, donde se debнa dictar una sentencia importante. La causa era conocida de todo el mundo... Todos los viejos abogados que tomaban parte en la discusiуn se mantenнan fluctuantes en sus opiniones; citaban infinidad de leyes, ninguna de las cuales era aplicable al caso que dirimнan; se miraba el asunto por cien lados diferentes, sin relaciуn con el proceso. Los jуvenes abogados se decidieron con mбs rapidez que los abogados ancianos. Su sentencia fue casi unбnime y juzgaron bien, porque siguieron los dictados de la razуn. Los otros habнan opinado mal, porque sуlo habнan consultado sus libros.

Babuc sacу la conclusiуn de que a menudo habнa algo bueno en los abusos. Vio que las riquezas de los financieros, que tanto le habнan exasperado, podнan hacer un gran bien, pues hallбndose el emperador falto de dinero, en una hora podнa disponer de йste gracias a ellos, en tanto que por las vнas normales hubiera tardado seis meses para obtenerlo. Vio que aquellas nubes tan densas, hinchadas con el rocнo de la tierra, convertнan en lluvia todo lo que habнan tomado. Por otra parte, los hijos de aquellos hombres nuevos, a menudo mejor educados que los de las familias mбs antiguas, valнan mucho mбs, pues nada impide llegar a ser un buen juez, un bravo guerrero o un hбbil hombre de Estado, cuando se tiene un padre que cuida de sus hijos.

Insensiblemente, Babuc dispensaba la avidez del financiero, que en el fondo no lo es mбs que los otros hombres y resulta necesario. Excusaba la locura de arruinarse para poder juzgar o batirse, locura que produce grandes magistrados y hйroes. Perdonaba la envidia de los literatos, entre los cuales habнa hombres que ilustraban al mundo; se reconciliaba con los magos ambiciosos e intrigantes, en casa de los cuales dominaban mбs las grandes virtudes que los pequeсos vicios; pero le quedaban muchas cosas por las que no podнa transigir; sobre todo, las galanterнas de las damas y los perjuicios que de йstas podнan derivarse le llenaban de inquietud y de espanto.

Con objeto de hacerse cargo de las distintas condiciones humanas, se hizo conducir a casa de un ministro; pero por el camino temblaba al pensar que alguna mujer pudiera ser asesinada por su marido. Cuando hubo llegado a casa del hombre de Estado, tuvo que hacer antecбmara durante dos horas sin ser anunciado, y dos horas mбs despuйs de serlo. Durante aquel intervalo de tiempo, no cesaba de pensar que recomendarнa el ministro y sus insolentes ujieres al бngel Ituriel. La antecбmara estaba llena de damas de todas las alcurnias, de magos de todos los colores, de jueces, de comerciantes, de oficiales y de pedantes; todos se quejaban del ministro.

El avaro y el usurero decнan:

—No cabe duda de que este hombre roba de todas las provincias.

Los caprichosos le echaban en cara sus extravagancias. Los voluntarios decнan:

—Solamente vive para sus placeres.

El intrigante se complacнa esperando verle pronto hundido por alguna cбbala; las mujeres aguardaban poder tratar con un ministro mбs joven.

Babuc, que escuchaba todos estos comentarios, no pudo por menos que decir:

—He aquн a un hombre de suerte. Tiene la antecбmara llena de enemigos. Con su poder aplasta a los que le envidian y contempla a sus pies a todos los que lo detestan.

Por fin pudo entrar. Entonces vio a un hombre viejo, pequeсo y encorvado por el peso de los aсos y de los asuntos del Ministerio, pero vivaracho e inteligente.

Al ministro le gustу Babuc, y a Babuc le pareciу que aquйl era hombre de estima. La conversaciуn se hizo interesante. El ministro le confesу que era muy desgraciado; que pasaba por rico y era pobre; que se le creнa poderoso y se veнa siempre impugnado; que estaba rodeado de ingratos y que, en un continuado trabajo de cuarenta aсos, apenas habнa tenido un momento de consuelo. Babuc se sintiу conmovido y pensу que si aquel hombre habнa cometido faltas, y si el бngel Ituriel lo querнa castigar, no era preciso exterminarle, puesto que dejarlo en el cargo ya era suficiente.

Mientras estaba hablando con el ministro, entrу bruscamente la bella dama en casa de la cual Babuc habнa comido; en sus ojos y sobre la frente se notaban los sнntomas del dolor y de la cуlera. Se deshizo en reproches contra el hombre de Estado, vertiendo abundantes lбgrimas; se quejу con amargura de que se hubiese rehusado dar un empleo a su marido, que esperaba obtener por su alcurnia, y que se merecнa por sus servicios y sus heridas. Se expresу con tanta energнa, se quejу con tanta gracia, anulaba las objeciones con tanta habilidad, hizo valer sus razones con tanta elocuencia, que no saliу de la habitaciуn hasta haber logrado la fortuna de su marido.

—їEs posible, seсora, que os hayбis tomado tanto trabajo para complacer a un hombre al cual no amбis y del que podйis temerlo todo? —le preguntу Babuc, dбndole la mano.

—ЎUn hombre que no amo! —exclamу ella—. Debйis saber que mi esposo es el mejor amigo que tengo en el mundo, que soy capaz de sacrificarlo todo por йl, excepto a mi amante; que йl lo harб todo por mн, salvo abandonar a su querida. Os la harй conocer; es una mujer encantadora, muy inteligente y con el mejor carбcter del mundo. Hoy cenaremos juntas con mi esposo y mi pequeсo mago. Venid para compartir nuestra alegrнa.

La dama se fue acompaсada de Babuc. El marido, que habнa llegado hundido por el dolor, al ver a su esposa la recibiу con grandes muestras de alegrнa y de reconocimiento. Abrazу uno tras otro a su mujer, a su querida, al pequeсo mago y a Babuc. La uniуn, el placer, el ingenio y la ternura fueron las caracterнsticas de aquella cena.

—Fijaos bien —le dijo a Babuc la bella dama en casa de la cual cenaba— que las mujeres, a las que a veces se las llama deshonestas, casi siempre cuentan con un marido muy honesto, y para convenceros, venid maсana a comer conmigo en casa de la bella Teona. Hay algunas viejas vestales que la denigran, pero ella practica mбs el bien que todas sus detractoras juntas. Es incapaz de cometer la mбs leve injusticia. A su amante sуlo le da consejos generosos y ъnicamente se ocupa en aumentarle el prestigio. El hombre se sonroja delante de ella si ha dejado perder alguna ocasiуn de hacer el bien, pues nada estimula tanto a practicar acciones virtuosas como el tener una querida de la cual se desea merecer estimaciуn.

Babuc no faltу a la invitaciуn. Vio una mansiуn donde reinaban todos los placeres. Teona hacнa de reina. Sabнa tratar a todos a gusto de cada uno. Su ingenuo natural facilitaba que brillase el de los otros. Complacнa casi sin pretenderlo. Era tan amable como bienhechora, y, ademбs, era bella, lo que aumentaba el valor de todas sus cualidades.

Babuc, a pesar de ser un escita y enviado de una deidad, se dio cuenta de que si permanecнa por mбs tiempo en Persйpolis, olvidarнa a Ituriel, pensando en Teona. Tomaba cariсo a la ciudad, ya que la gente era cortйs, dulce y bienhechora, aunque ligera de cascos, murmuradora y cargada de vanidad. Temнa que Persйpolis serнa condenada, como tambiйn temнa el informe que iba a presentar.

Ahora veremos cуmo se las ingeniу para dar cuenta de su misiуn. Hizo fundir, por el mejor fundidor de la ciudad, una estatuilla compuesta por todos los metales, tierras y piedras mбs preciosas y mбs viles, y la llevу a Ituriel, a quien dijo:

—їVais a destruir esta hermosa estatua porque no estб hecha exclusivamente de oro y de diamantes?

Ituriel entendiу el significado de la pregunta y decidiу no pensar mбs en el mundo tal como va y dijo:

—Pues si todo no estб bien por lo menos es pasadero.

Se dejу subsistir a Persйpolis, y Babuc se guardу muy bien de quejarse, al contrario de Jonбs, que se enfadу porque no se destruнa Nнnive. Pero cuando se ha permanecido tres dнas en el cuerpo de una ballena, no se estб de tan buen humor como cuando se ha pasado el tiempo en la уpera, en la comedia y cenando con buena compaснa.

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