Una aventura india
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Pitбgoras, estando en la India, aprendiу, como saben todos, en la escuela de los gimnosofistas la lengua de los animales y la de las plantas. Paseбndose un dнa por un prado cerca de la orilla del mar, oyу estas palabras: ЎQuй desdicha la mнa de haber nacido hierba, apenas llego a dos pulgadas de alto, cuando me huella bajo sus vastos pies un monstruo voraz, un animal horroroso, que tiene armada la boca de una fila de tajantes hoces con que me siega, me hace aсicos, y me traga: los hombres llaman carnero a este monstruo, y no creo que haya en el universo criatura mбs abominable.
Dio Pitбgoras algunos pasos mбs, y encontrу una ostra abierta sobre una piedra: todavнa no habнa abrazado la admirable ley que prohibe comerse a los animales nuestros semejantes; iba a tragarse la ostra, cuando dijo ella estas lastimosas razones: ЎOh, naturaleza, quй feliz es la hierba, que como yo es obra tuya! Cuando la cortan, renace, y es inmortal; y nosotras desventuradas ostras, en balde nos defiende una doble coraza, que unos malvados nos engullen a docenas para desayunarse, y se acabу para siempre. ЎQuй suerte tan horrenda la de una ostra! ЎQue inhumanos son los hombres!
Estremecido Pitбgoras conociу la enormidad del delito que iba a cometer: pidiу llorando perdуn a la ostra, y la repuso bonitamente encima de la piedra.
Mientras iba meditando profundamente en este suceso, viу de vuelta al pueblo araсas que se comнan las moscas, golondrinas que se comнan las araсas, y gavilanes que se comнan las golondrinas. ЎTodas estas gentes, decнa, no son filуsofos!
Al entrar en el pueblo le apretaron, le estrujaron y le tiraron al suelo una muchedumbre de pillos y desarrapados que iban corriendo y gritando: muy bien hecho; bien lo merecen. їQuiйn?, їquй?, dijo levantбndose Pitбgoras. Y la gente corrнa sin cesar diciendo: Ўah, quй gusto serб verlos asar! Pitбgoras creyу que hablaban de membrillos o de alguna otra fruta; pero no era asн, que era de dos pobres indios. Sin duda, dijo Pitбgoras, que serбn dos grandes filуsofos aburridos de la vida y que anhelan renacer bajo otra forma. Siempre es cosa gustosa mudar de casa, puesto que ningъn alojamiento hay bueno; pero sobre gustos no se ha de disputar.
Siguiу con la muchedumbre hasta la plaza pъblica, y allн viу una gran hoguera encendida, y enfrente de la hoguera un banco que llamaban un tribunal, y en este banco unos jueces; y estos jueces tenнan todos en la mano una cola de vaca, y en la cabeza un bonete que se parecнa perfectamente a las dos orejas del animal que montaba Isleсo cuando vino en otro tiempo al paнs con Baco, despuйs de atravesar el mar Eritreo a pie enjuto, y parar el Sol y la Luna, como lo cuentan los verнdicos уrficos.
Entre estos jueces se encontraba un hombre de bien a quien conocнa mucho Pitбgoras; y el sabio de la India explicу al de Samos de quй se trataba en la fiesta que iban a dar al pueblo indio. Los dos indios, le dijo, no tienen ganas ninguna de que los quemen; que les han condenado a este suplicio mis graves colegas: al uno, porque ha dicho que la sustancia de Jaca es distinta de la de Brama; y al otro, porque ha sospechado que era posible agradar al Ser supremo siendo virtuoso, sin agarrar a la hora de la muerte una vaca por la cola; porque, dice йl, en todos los tiempos es posible practicar la virtud, y no siempre se encuentra una vaca a mano. Las buenas mujeres de este pueblo se han alborotado de tal modo al oнr estas dos proposiciones herйticas, que no han dejado ni a sol ni a sombra a los jueces, hasta que han mandado el suplicio de estos dos infelices. Infiriу Pitбgoras que, desde la hierba hasta el hombre, habнa motivos de quebranto en este mundo, puesto que trajo a la razуn a los jueces, y aъn a las devotas, cosa que solamente esta vez ha sucedido.
Fuйse luego a predicar la tolerancia a Crotona; mбs un intolerante pegу fuego a su casa, y se quemу en ella despuйs de haber librado a dos indios de las llamas. ЎEscape el que pudiere!
Historia de los viajes de escarmentado
(Escrita por йl mismo)
Vine al mundo en la ciudad de Candнa el aсo 1600. Era gobernador mi padre, y me acuerdo que un poeta menos que mediano, aunque no fuese medianamente desaliсado su estilo, llamado Iro, hizo unas malas coplas en elogio mнo, en las cuales me calificaba de descendiente de Minos en lнnea recta; mas habiendo luego cesado en el gobierno a mi padre, compuso otras en que me trataba de nieto de Pasifae y su amante. Mal sujeto era de veras el tal Iro y el bribуn mбs fastidioso de toda la isla.
Quince aсos tenнa yo cuando me enviу mi padre a estudiar a Roma, y allн lleguй con la esperanza de aprender todas las verdades, porque hasta entonces me habнan enseсado todo lo contrario de la verdad, segъn es uso en este mundo, desde la China hasta los Alpes. Monseсor Profondo, a quien iba recomendado, era sujeto raro, y uno de los mбs terribles sabios que en el mundo han existido. Quнsome instruir en las categorнas de Aristуteles y por poco me pone en la de sus favoritos. De buena me librй. Vi procesiones, exorcismos y no pocas rapiсas. Decнan, aunque no era cierto, que la seсora Olimpia, honorable dama, vendнa ciertas cosas que no suelen venderse. A mi edad todo esto me parecнa muy gracioso. Ocurriуle a una seсora moza y de amable condiciуn, llamada la seсora Fatelo, prendarse de mн; frecuentбbala el reverendнsimo padre Poignardini y el reverendнsimo padre Aconiti, religiosos de una congregaciуn que ya no existe, y a quienes ella colocу a la misma altura al otorgarme sus favores. Pero como corrнa yo serio peligro de ser envenenado y excomulgado, abandonй Roma no obstante mi admiraciуn por la arquitectura de la basнlica de San Pedro.
Viajй por Francia, donde reinaba a la sazуn Luis el Justo, y lo primero que me preguntaron fue si querнa para mi almuerzo un trozo de mariscal de Ancre, cuya carne vendнan asada y bastante barata a los que querнan comprarla.
Era este paнs teatro de continuas guerras civiles, unas veces por una plaza en el Consejo y otras por dos pбginas de controversias teolуgicas. Mбs de sesenta aсos hacнa que tan hermosas tierras se veнan asoladas por una especie de volcбn, que en ocasiones se amortiguaba y otras ardнa con violencia. ЎAy! —dije para mн—. A este pueblo, de natural tan apacible, їquiйn le ha trastornado de esta manera? Todo lo toma a broma y, sin embargo, se lanza a la degollina de San Bartolomй.
Pasй a Inglaterra, donde las mismas disputas ocasionaban los mismos horrores. Unos cuantos catуlicos benemйritos habнan determinado, en servicio de la Iglesia, volar con pуlvora al rey, la familia real y al Parlamento, y librar a Inglaterra de tanto hereje.
Ensйсanme el sitio donde la bondadosa reina Marнa, hija de Enrique VIII, habнa hecho quemar a quinientos de sus vasallos, acciуn que, segъn un clйrigo irlandйs, era muy meritoria para con Dios, en primer lugar, porque los quemados eran todos ingleses, y en segundo, porque nunca tomaban agua bendita, ni creнan en las llagas de San Patricio. El clйrigo se asombraba de que aъn no estuviese canonizada la reina Marнa, pero estaba seguro de que no tardarнa en subir a los altares.
Fuime a Holanda, donde esperaba encontrar sosiego, en medio de un pueblo tan flemбtico. Cuando lleguй a La Haya estaban cortando la cabeza a un anciano venerable; la cabeza calva del primer ministro Barneveldt. Movido a compasiуn preguntй quй delito era el suyo y si habнa sido traidor al estado.
—Mucho peor que eso —me respondiу un protestante envuelto en negra capa—. Figъrese que cree que el hombre puede salvarse lo mismo por sus buenas obras que por la fe. Si semejantes doctrinas se extendiesen, peligrarнa la existencia de la Repъblica. Por eso es necesaria mucha severidad para atajar escбndalos tan graves.
Un polнtico me dijo luego:
—ЎAh, seсor! Estos procedimientos no durarбn mucho. Nuestro paнs se ha mostrado ahora excepcionalmente justo; pero su carбcter lo inclina hacia la tolerancia, doctrina abominable, y algъn dнa la adoptarб. Me estremece pensarlo.
Yo, en vista de que no nos hallбbamos todavнa en esa йpoca fatal de la indulgencia y la moderaciуn, dejй a toda prisa un paнs donde ninguna alegrнa compensaba su crueldad y me embarquй para Espaсa.
Estaba la Corte en Sevilla; habнan llegado los galeones de Indias, y en la mбs hermosa estaciуn del aсo, todo respiraba bienestar y alborozo. Al final de una calle de naranjos y limoneros vi un inmenso espacio acotado donde lucнan hermosos tapices. Bajo un soberbio dosel se hallaban el rey y la reina, los infantes y las infantas. Enfrente de la familia real se veнa un trono todavнa mбs alto. Dije, volviйndome a uno de mis compaсeros de viaje:
—Como no estй ese trono reservado a Dios, no sй para quiйn pueda ser.
Oнdas que fueron por un grave espaсol estas imprudentes palabras, me salieron caras. Yo creнa que нbamos a ver un torneo o una corrida de toros, cuando vi subir al trono al inquisidor general, quien, desde йl, bendijo al monarca y al pueblo.
Vi luego desfilar a un ejйrcito de frailes en filas de dos en dos, blancos, negros, pardos, calzados, descalzos, con barba, imberbes, con capirote puntiagudo y sin capirote; iba luego el verdugo, y detrбs, en medio de alguaciles y duques, cerca de cuarenta personas cubiertas con hopas donde habнa llamas y diablos pintados. Eran judнos que se habнan empeсado en no renegar de Moisйs y cristianos que se habнan casado con sus concubinas, o que no fueron bastante devotos de Nuestra Seсora de Atocha, o que no quisieron dar dinero a los frailes Jerуnimos. Cantбronse pнas oraciones, y luego fueron quemados vivos, a fuego lento, todos los reos; con lo cual quedу muy edificada la familia real.
Aquella noche, cuando me iba a meter en la cama, entraron dos familiares de la Inquisiciуn, acompaсados de una ronda bien armada; diйronme un cariсoso abrazo y me llevaron, sin decir palabra, a un calabozo muy fresco, donde habнa una esterilla para acostarse y un soberbio crucifijo. Allн estuve seis semanas, pasadas las cuales me rogу el seсor inquisidor que me entrevistase con йl. Estrechуme en sus brazos con paternal cariсo y me dijo que sentнa muy de veras que estuviese tan mal alojado; pero que todos los cuartos de aquella santa casa se hallaban ocupados y que esperaba otra vez darme mejor habitaciуn. Preguntуme luego, con no menos cordialidad, si sabнa por quй estaba allн. Respondн al santo varуn que, sin duda, por mis pecados.
—Claro es, hijo mнo; pero їpor quй pecados? Hбblame sin recelo.
Por mбs que procuraba recordar no caнa en cuбles pudieran ser, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me dio alguna luz. Acordйme al fin de mis imprudentes palabras, y no fui condenado mбs que a la aplicaciуn de disciplinas y treinta mil reales de multa. Tuve que ir a dar las gracias al inquisidor general, sujeto muy simpбtico que me preguntу quй tal me habнa parecido su fiesta. Respondнle que fue deliciosa. Y en seguida marchй a reunirme con mis compaсeros de viaje, tan dispuestos como yo a salir de tan ameno paнs, pues no ignorбbamos las grandes proezas ejecutadas por los espaсoles en obsequio de la religiуn, ni las Memorias del cйlebre obispo de Chiapa donde cuenta que degollaron, quemaron o ahorcaron a unos diez millones de idуlatras americanos para convertirlos a nuestra santa fe. Probablemente exagera algo el obispo; pero aunque se rebaje la mitad de las vнctimas, todavнa queda acreditado un celo portentoso.
Como mi deseo de viajar no habнa disminuido, resolvн proseguir mi peregrinaciуn por Europa y visitar Turquнa. Encamнneme a esta naciуn con el firme propуsito de no manifestar mi parecer otra vez acerca de las fiestas que viese.
—Estos turcos —dije a mis compaсeros— son paganos, no han recibido el sagrado bautismo y, por tanto, deben ser mбs crueles que los cristianos inquisidores; callйmonos, pues, mientras vivamos entre moros.
Con este бnimo iba; pero quedй atуnito al ver en Turquнa muchos mбs templos cristianos que en mi isla natal, y hasta numerosas congregaciones de frailes, a quienes los turcos dejaban rezar en paz a la Virgen Marнa y maldecir de Mahoma, unos en griego, otros en latнn y otros en armenio.
—ЎQuй admirable gente son los turcos! —pensaba. Los cristianos griegos y los latinos que habнa en Constantinopla eran irreconciliables enemigos, se perseguнan unos a otros como perros que se muerden en la calle, y que a palos separan sus amos. Entonces, el Gran Visir protegнa a los griegos. El patriarca griego me acusу de haber cenado con el patriarca latino, y fui condenado a recibir cien palos en las plantas de los pies, pena que rescatй al precio de quinientos zequнes. Al dнa siguiente ahorcaron al Gran Visir, y el otro, su sucesor (que no fue ahorcado hasta un mes mбs tarde), me condenу a la misma multa por haber cenado con el patriarca griego.
Resolvн, por tanto, no ir a la iglesia griega ni a la latina. Para consolarme, alquilй a una hermosa circasiana, que era la mujer mбs devota en la mezquita y la mбs zalamera a solas con un hombre. Una noche, en medio de los placeres del amor, exclamу dбndome un abrazo:
—ЎAlб, ilah Alб!
Son palabras sacramentales entre los turcos. Yo pensй que serнan expresiones de amor y le dije con mucho cariсo:
—ЎAlб, ilah Alб!
—ЎLoado sea Dios misericordioso! —exclamу la mora—. Ya sois turco.
Respondнle que daba las gracias al Seсor que me habнa dado fuerzas para serlo, y me sentн muy dichoso. Por la maсana se presentу para circuncidarme el imбn, y como yo opusiese alguna resistencia me anunciу el cadн del barrio, hombre leal, su propуsito de mandarme empalar. Por fin salvй mi prepucio y mis nalgas por mil zequнes y echй a correr hasta Persia, resuelto a no oнr en Turquнa misa griega ni latina y a no decir nunca Alб, ilah Alб en una cita de amor.
Asн que lleguй a Ispahбn me preguntaron si era del partido del Carnero Negro o del Carnero Blanco. Respondн que lo mismo me daba uno que otro con tal de que fuera tierno. Debo advertir que todavнa se hallaba dividida Persia en dos facciones, la del Carnero Negro y la del Blanco. Creyeron que yo hacнa burla de ambos partidos y me encontrй en un terrible compromiso a la puerta misma de la ciudad, del cual salн pagando una buena cantidad de zequнes y pude evitar que me mezclasen en el conflicto de los carneros.
Seguн hasta la China, adonde lleguй con un intйrprete que me asegurу que la China era el paнs de la libertad y de la alegrнa; ahora bien, los tбrtaros, que la habнan invadido lo llevaban todo a sangre y fuego, mientras que los reverendos padres jesuitas, por una parte, y los reverendos padres dominicos, por otra, se disputaban la misiуn de ganar almas para el cielo.
Nunca se han visto catequistas mбs celosos; se perseguнan entre ellos con fervoroso ahнnco, escribнan a Roma tomos enteros de calumnias y se trataban unos a otros de infieles y prevaricadores. Por entonces mantenнan un furioso debate acerca del modo de hacer reverencias. Los jesuitas querнan que los chinos saludasen a sus padres y madres a la moda de China, y los dominicos se empeсaban en que lo hiciesen a la moda de Roma.
Sucediуme que los jesuitas creyeron que yo me inclinaba por los dominicos y le dijeron a su majestad tбrtara que era espнa del Papa. El Consejo Supremo encargу a un primer mandarнn que ordenase un alguacil que mandase cuatro corchetes para que me prendiesen y amarrasen con toda cortesнa. Condujйronme, despuйs de ciento cuarenta genuflexiones, ante su majestad, quien me preguntу si era yo espнa del Papa y si era cierto que hubiese de venir este prнncipe en persona a destronarle. Respondнle que el Papa era un clйrigo de mбs de setenta aсos, que distaban sus estados mбs de cuatro mil leguas de los de la sacra majestad tбrtaro-china; que su ejйrcito era de dos mil soldados que montaban la guardia con una sombrilla; que no destronaba a nadie, y que podнa su majestad dormir tranquilo. Esta fue la menos fatal aventura de mi vida, pues no hicieron mбs que enviarme a Macao, donde me embarquй para Europa.
Fue preciso calafatear el navнo en la costa de Golconda, lo que llevу algъn tiempo que aprovechй para ver la Corte del Gran Aureng-Zeb, de quien se contaban entonces mil portentos. Estaba este monarca en Delhi y allн pude verle el dнa de la pomposa ceremonia durante la cual recibe la celeste dбdiva que le envнa el jerife de la Meca. Se trata de la escoba con que se barriу durante el aсo la Santa Casa, la Kaaba, la Beth-Alah. Tal escoba es un sнmbolo del barrido que limpia todas las suciedades del alma.
Parece que Aureng-Zeb no lo necesitaba, pues era el varуn mбs religioso de todo el Indostбn. Bien es verdad que habнa degollado a uno de sus hermanos y dado veneno a su padre, y habнa hecho perecer en un patнbulo a veinte rajбes y otros tantos omrбes. Pero esto no tenнa importancia. No se hablaba de otra cosa que de su gran devociуn, a la cual no se podнa comparar la de ningъn otro, como no fuese la de Sacra Majestad del Serenнsimo Emperador de Marruecos Muley Ismael, el cual cortaba unas cuantas cabezas todos los viernes despuйs de elevar sus plegarias a Dios.
Claro que no hice el menor comentario a estas cosas; no era yo quien debнa enjuiciar la conducta de estos soberanos. Pero un francйs mozo, con quien estaba alojado, faltу al respeto a los emperadores de las Indias y de Marruecos, manifestando imprudentemente que en Europa habнa soberanos muy piadosos que gobernaban con acierto sus estados y frecuentaban tambiйn las iglesias, sin quitar por eso la vida a sus padres y hermanos, ni cortar la cabeza a sus vasallos.
Nuestro intйrprete dio cuenta en lengua india de lo que habнa dicho aquel joven. Aleccionado yo por lo que en otras ocasiones me habнa sucedido, mandй ensillar mis camellos y me fui con el francйs. Luego supe que aquella misma noche habнan ido a prendernos los oficiales del Gran Aureng-Zeb, y no habiendo encontrado mбs que al intйrprete, fue йste ajusticiado en la plaza Mayor. Todos los palaciegos encontraron muy justa la pena impuesta al intйrprete.
Quedбbame por visitar Бfrica, para disfrutar a fondo de todas las delicias de nuestro mundo, y con efecto las disfrutй. Unos corsarios negros apresaron nuestro navнo, cuyo capitбn quejбndose amargamente, les preguntу por quй violaban los tratados internacionales. Respondiуle el capitбn negro:
—Vuestra nariz es larga y la nuestra chata, vuestro cabello es liso, nuestra lana rizada, vuestro cutis es de color sonrosado y el nuestro de color de йbano, por consiguiente, en virtud de las sacrosantas leyes de la naturaleza, debemos ser siempre enemigos. En las ferias de Guinea nos comprбis como si fuйramos acйmilas, para forzarnos a que trabajemos en no sй quй faenas tan penosas como ridнculas; a vergajazos nos hacйis horadar los montes para sacar una especie de polvo amarillo, que para nada es bueno, y que no vale ni con mucho, un cebollino de Egipto. Asн, cuando os encontramos, y nosotros podemos mбs, os obligamos a que labrйis nuestras tierras o, de lo contrario, os cortamos las narices y las orejas.
No habнa rйplica, en verdad, a tan discreto razonamiento. Fui, pues, a labrar el campo de una negra vieja para no perder mis orejas y mi nariz, y al cabo de un aсo me rescataron.
En fin, despuйs de haber visto cuanto bueno, hermoso y admirable hay en la Tierra, resolvн no apartarme ya mas de mis dioses penates. Me casй en mi paнs, fui cornudo y acabй por comprender que mi situaciуn era la mбs grata a que se puede aspirar en la vida humana.
Memnуn concibiу un dнa la extravagante idea de ser completamente cuerdo, locura que pocos hombres han dejado de sufrir. Memnуn discurrнa asн:
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fбcil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa me dirй a mн mismo: «Llegarб un dнa en que esa cara se llene de arrugas, esos bellos ojos perderбn su brillo, ese busto firme y turgente se volverб fofo y caнdo, esa abundancia de pelo se trocarб en calvicie.» Me bastarб figurarme entonces cуmo serб esa linda cabeza para que no me haga perder la mнa. Lo segundo, siempre serй sobrio por mбs que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendrй muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estуmago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comerй con sobriedad y con el goce de la salud, mis ideas serбn claras y felices. Luego —continuaba Memnуn—, no descuidarй mi hacienda. Soy hombre moderado. Tengo un capital que me produce buena renta y otro capital que maneja para acrecentarlo el tesorero general de Nнnive. Con ellos puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna. No necesitarй nunca ir a besar manos de palaciegos, ni envidiarй a nadie, ni de nadie serй envidiado. Amigos tengo —dijo, en fin—, y los conservarй, porque jamбs he de serles desleal y ellos serбn buenos conmigo y yo con ellos; tampoco en esto hay dificultad.
Formado asн su plan, se puso a pasear por su cuarto y luego se asomу a la ventana. Dos seсoras que iban por la calle llamaron su atenciуn; una era vieja y la otra moza, linda y por lo mucho que gemнa y lloraba debнa sufrir una gran pena. Su congoja la favorecнa y daba una gracia especial.
Impresionado nuestro sabio, no por la belleza de la muchacha, pues estaba seguro de no rendirse a tal debilidad, sino por el desconsuelo de que daba muestra, bajу y acercуse piadoso a la joven ninivita. Contуle йsta con la mбs ingenua y tierna expresiуn las maldades de que la hacнa vнctima un tнo suyo (que no tenнa), las maсas con que la habнa privado de una fortuna (que nunca habнa poseнdo) y el temor que le causaban su violencia y brutalidad.
—Vos parecйis hombre discreto —le dijo—. Si me hicieseis el favor de venir a mi casa yo os explicarнa mi situaciуn y estoy segura de que me sacarнais del apuro en que me veo.
No tuvo reparo Memnуn en acompaсarla para examinar despacio sus asuntos y darle buenos consejos.
Una vez en su casa condъjole, la afligida damisela, a una alcoba perfumada, le dijo que se sentase en un blando sofб que allн habнa y sentуse ella frente a йl. Hablaba la joven bajando los ojos y enjugбndose las lбgrimas de vez en cuando. Al levantarlos siempre se cruzaban sus miradas con las del sensato Memnуn. Sus palabras se hacнan mбs afectuosas cuando ambos se miraban. Memnуn se interesaba mбs y mбs en lo que oнa, aumentando su deseo de servir a tan hermosa y desdichada criatura. Con el calor de la conversaciуn, se fueron acercando poco a poco, hasta que los consejos de Memnуn hiciйronse tan cariсosos y prуximos a la muchacha, que ni йsta ni aquйl sabнan ya dуnde estaban, ni si realmente hablaban o no.
Fue en este momento preciso cuando, como ya el lector se habrб imaginado, se presentу el tнo, armado de punta en blanco. El hombre empezу a vociferar y a decir que iba a matar a su sobrina y al sabio Memnуn. Luego, ya calmado, manifestу que sуlo les perdonarнa si el galante caballero le entregaba una fuerte cantidad.
Memnуn le dio cuanto dinero tenнa. Y menos mal que su aventura no le trajo consecuencias peores, pues todavнa no se habнa descubierto Amйrica y las bellas afligidas no resultaban tan peligrosas como en nuestros tiempos.
Confuso e indignado, Memnуn volviу a su casa, donde le esperaba la invitaciуn de unos amigos para comer con ellos.
—Si me quedo solo en casa —dijo— me entristecerй mбs y puedo caer malo; mejor es ir a comer en su compaснa, que al fin son amigos нntimos; me distraerй y olvidarй el disparate que he cometido.
Fue a la comida, y sus amigos, viendo que estaba algo triste, le obligaron a que bebiese para disipar su melancolнa. El vino, si se bebe con moderaciуn es medicina para el бnimo y para el cuerpo; asн pensaba el sabio Memnуn, pero a pesar de ello se embriagу. Propusiйronle jugar a los naipes; el juego, cuando no se exponen cantidades importantes, es una diversiуn inocente. Pero Memnуn perdiу cuanto llevaba en el bolsillo, y cuatro veces mбs sobre su palabra. Una de las jugadas produjo una disputa, e irritados los бnimos, el mбs нntimo de aquellos amigos suyos le tirу a la cabeza un cubilete, con tanta fuerza, que le saltу un ojo. Total, que llevaron a su casa al sabio Memnуn borracho, sin dinero y con un ojo menos.
Despuйs de dormir un rato, Memnуn envнa a su criado a casa del tesorero general de Nнnive para que le diera dinero y poder pagar a sus amigos las deudas del juego. A poco vuelve su criado con la noticia de que el tesorero ha suspendido pagos y defraudado una gran cantidad.
Angustiado Memnуn corre a Palacio con un parche en el ojo y un memorial en la mano, pidiendo justicia al rey contra el tesorero. En la antecбmara vio a muchas damas, todas como peonzas al revйs, con elegantes tontillos de cinco metros de circunferencia y diez de cola. Una dama que le conocнa, dijo, mirбndole a hurtadillas:
—ЎJesъs, quй horror!
Y otra, que era muy amiga suya:
—Buenas tardes, seсor Memnуn —le dijo—, cuбnto me alegro de veros seсor Memnуn. Crйame que me encanta encontraros. Pero decidme, їquiйn os ha dejado tuerto, seсor Memnуn?
Dicho esto se fue sin aguardar respuesta.
Ocultуse Memnуn lo mejor que pudo en espera de que pasase el rey y cuando йste apareciу, Memnуn, despuйs de besar el suelo tres veces, le alargу un memorial, que tomу el soberano con mucha afabilidad y pasу a uno de sus ministros para que se informase. El ministro llamу aparte a Memnуn, para decirle en tono de mofa no exento de cуlera:
—Sois un tuerto bastante atrevido. їPor quй habйis entregado al rey un memorial en vez de enviбrmelo a mн? El tesorero es hombre honesto y yo le protejo porque es sobrino de una doncella de mi querida. No deis un paso mбs en este asunto si no querйis perder el ojo sano que os queda.
De esa suerte, Memnуn, que por la maсana habнa tomado la resoluciуn de no amar, de no acudir a festines, ni jugar, ni reсir con nadie, ni, sobre todo, poner los pies en Palacio, antes de anochecer habнa sido engaсado por una mujer, se habнa emborrachado, habнa jugado, le habнan saltado un ojo en una riсa y habнa ido a Palacio donde se burlaron de йl.
Confuso, abrumado por sus desgracias, regresу a su casa. Al ir a entrar vio que se hallaba llena de alguaciles y escribanos, que le estaban embargando los muebles a peticiуn de sus acreedores. Casi sin sentido permaneciу inmуvil bajo una palmera.
A poco acertу a pasar por allн la bella damisela de aquella maсana. Iba paseando con su amado tнo y no pudo contener la risa al observar a Memnуn con su parche. Ya de noche se acostу Memnуn sobre un montуn de paja, cerca de los muros de su casa. Acometiуle un acceso de fiebre y con ella una pesadilla: se le apareciу en su letargo un espнritu celeste, resplandeciente como el sol y provisto de seis hermosas alas, pero sin pies, cabeza ni cola, un ser que no tenнa semejanza con ninguna criatura humana.
—їQuiйn eres? —le dijo Memnуn.
—Tu genio protector —le respondiу la apariciуn.
—Pues devuйlveme —repuso Memnуn— mi ojo, mi salud, mi dinero y mi cordura.
Y en seguida le contу todo lo que habнa perdido aquel dнa y de quй manera.
—Aventuras son esas —replicу el espнritu— que nunca suceden en el mundo donde nosotros vivimos.
—Pues, їen quй mundo vivнs?
—Mi patria dista quinientos millones de leguas del sol, y es aquella estrellita junto a Sirio que puedes observar desde aquн.
—ЎAdmirable paнs! —dijo Memnуn—. Asн pues, їno tenйis allб bribonas que engaсen a los hombres de bien, ni amigos que les estafen su dinero y les destrocen un ojo, ni deudores que quiebren, ni ministros que se rнan de vosotros mientras os niegan justicia?
—No —le dijo el habitante de la minъscula estrella—. Nada de eso; no nos engaсan las mujeres, porque no las hay; no somos glotones, porque no comemos; no nos pueden sacar los ojos, porque en nada se parece nuestro cuerpo al vuestro; ni los ministros cometen injusticias, porque todos somos iguales y no hay ministros.
Dijуle entonces Memnуn:
—Pero sin mujeres y sin comer, їen quй pasбis el tiempo?
—En cuidar —dijo el genio— de los demбs mundos que estбn a nuestro cargo. Por eso he venido a consolarte.
—ЎAy! —replicу Memnуn—. їY por quй no vinisteis anoche para evitar que hiciera tanto disparate?
—Porque fui a consolar a Asan, tu hermano mayor, que es mбs desventurado que tъ, pues has de saber que Su Graciosa Majestad el Rey de las Indias, en cuyo palacio tiene el honor de ocupar un cargo, le mandу arrancar los dos ojos por haber cometido leve falta. Ahora le tienen en un calabozo amarrado de pies y manos.
—ЎPardiez! —exclamу Memnуn—. ЎPues sн que nos sirve de mucho a la familia, que nos proteja un genio bueno! De dos hermanos que somos, el uno estб ciego y el otro tuerto, el uno tirado entre paja y el otro en una cбrcel.
—Tu suerte cambiarб —dijo el genio protector—. Verdad es que ya en toda tu vida no dejarбs de ser tuerto; pero aparte de eso, serбs feliz a condiciуn de que no cometas nunca la locura de pretender ser cuerdo del todo.
—їEs que eso no es posible? —preguntу Memnуn reprimiendo un sollozo.
—No. Como no es posible ser del todo inteligente, del todo sano, del todo poderoso o del todo feliz. Nosotros mismos estamos lejos de serlo. Sin embargo, existe un mundo donde eso se logra; pero a ese sуlo se llega despuйs de pasar grado a grado por los cien mil millones de mundos que ruedan por el espacio. En el segundo hay menos placer y menos sabidurнa que en el primero; en el tercero menos que en el segundo, y asн sucesivamente hasta el ъltimo, en el que ya todos sus habitantes estбn locos del todo.
—Mucho me temo —dijo Memnуn—, que esa gran casa de orates del universo lo sea precisamente el mundo en que vivimos nosotros.
—No tanto, no tanto —dijo el espнritu—; pero cerca le anda.
—Entonces —replicу Memnуn—, їciertos poetas y ciertos filуsofos que afirman que «todo es como debe ser» estбn equivocados?
—No. Tienen razуn —dijo el filуsofo del otro mundo—, si consideramos el universo en su conjunto
—ЎAh! —respondiу el pobre Memnуn—. Ahн tenйis una cosa en que no creerй mientras sea tuerto.
En mis viajes encontrй un brahma anciano, sujeto muy cuerdo, instruнdo y discreto, y con esto rico, cosa que le hacнa mбs cuerdo; porque como no le faltaba nada, no necesitaba engaсar a nadie. Gobernaban su familia tres mujeres muy hermosas, cuyo esposo era; y cuando no se recreaba con sus mujeres, se ocupaba en filosofar. Vivнa junto a su casa, que era hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una india vieja, tonta y muy pobre.
Dнjome un dнa: Quisiera no haber nacido. Preguntйle porquй, y me respondiу:
- Cuarenta aсos ha que estoy estudiando, y los cuarenta los he perdido; enseсo a los demбs y lo ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida; he nacido, vivo en el tiempo, y no sй quй cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis pensamientos, tambiйn se me esconde igualmente el de mis movimientos; no sй porquй existo, y no obstante todos los dнas me hacen preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder con precisiуn y no sй que decir, hablo mucho, y despuйs de haber hablado me quedo avergonzado y confuso de mн mismo. Peor es todavнa cuando me preguntan si Dios es eterno. A Dios lo pongo por testigo de que no lo sй, y bien se echa de ver en mis respuestas. Reverendo Padre, me dicen, explicadme cуmo el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como los que me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo estб perfectнsimo; pero los que han perdido su patrimonio y sus miembros en la guerra no lo quieren creer ni yo tampoco, y me vuelvo a mi casa abrumado por mi curiosidad e ignorancia. Leo nuestros libros antiguos, y me ofuscan mбs las tinieblas. Hablo con mis compaсeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida y me rнa de la gente; otros creen que saben algo y se descarrнan en sus desatinos, y todo la angustia que padezco. Muchas veces estoy a pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones, no sй ni de donde vengo, ni quй soy, ni adуnde irй, ni quй ser.
Causуme lбstima de veras el estado de este buen hombre, que era el mбs racional, y me convencн de que era mбs desdichado el que mбs entendimiento tenнa y era mбs sensible.
Aquel mismo dнa visitй a la vieja vecina suya, y le preguntй si se habнa apesadumbrado alguna vez por no saber quй era su alma, y ni siquiera entendiу mi pregunta. Ni un instante en toda su vida habнa reflexionado en alguno de los puntos que tanto atormentaban al buen brahma; creнa con toda su alma en Dios y se tenнa por la mбs dichosa mujer, con tal que de cuando en cuando tuviese agua para baсarse.
Atуnito de la felicidad de esta pobre mujer, me volvн a ver a mi filуsofo y le dije:
- їNo tenйis vergьenza de vuestra desdicha, cuando a la puerta de vuestra casa hay una vieja autуmata que en nada piensa y vive contentнsima?
- Razуn tenйis –me respondiу-, y cien veces he dicho para mн que serнa muy feliz si fuera tan tonto como mi vecina; mбs no quiero gozar semejante felicidad.
Mбs golpe me dio esta respuesta del buen hombre que todo cuanto primero me habнa dicho; y examinбndome a mн mismo, vн que efectivamente no quisiera yo ser feliz a cambio de ser un majadero.
Se propuso el caso a varios filуsofos, y todos fueron de mi parecer. No obstante, decнa yo para mн, rara contradicciуn es pensar asн, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada monta tener entendimiento o ser necio. Tambiйn digo: los que viven satisfechos con su suerte, bien ciertos estбn de que viven satisfechos; y los que discurren, no lo estбn de que discurren bien. Entonces, es claro que debiera escoger uno no tener migaja de razуn , si el algo contribuye la razуn a nuestra infelicidad. Todos fueron de mi mismo parecer, pero ninguno quiso entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento.
De aquн saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, mбs aprecio hacemos todavнa de la razуn. Y reflexionбndolo bien, parece que preferir la razуn a la felicidad, es garrafal desatino. їPues, cуmo hemos de explicar esta contradicciуn? Lo mismo que todas las demбs, y serнa el cuento de nunca acabar.
Decнa un dнa el gran filosofo Citofilo a una dama desconsolada, y que tenia sobrado motivo para estarlo: seсora, la reina de Inglaterra, hija del gran Enrique cuarto, no fue menos desgraciada que vos: la echaron de su reino; se vio a pique de perecer en el ocйano en un naufragio, y presencio la muerte del rey su esposo en un patнbulo. Mucho lo siento, dijo la dama; y volviу a llorar sus desventuras propias.
Acordaos, dijo Citofilo, de Maria Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo mъsico que tenia excelente voz de sochantre. Su marido mato al mъsico; y luego su buena amiga y pariente, la reina Isabel, que se decнa doncella, le mando cortar la cabeza en un cadalso colgado de luto, despuйs de haberla tenido diez y ocho anos presa. ЎCruel suceso!, respondiу la seсora; y se entrego de nuevo a su aflicciуn.
Bien habrйis oнdo mentar, siguiу el consolador, a la hermosa Juana de Nбpoles, que fue presa y ahorcada. Una idea confusa tengo de eso, dijo la afligida.
Os contare, aсadiу el otro, la aventura sucedida en mi tiempo de una soberana destronada despuйs de cenar, y que ha muerto en una isla desierta. Toda esa historia la sй, respondiу la dama.
Pues os dirй lo sucedido a otra gran princesa, mi discнpula de filosofнa. Tenнa su amante, como le tiene toda hermosa y gran princesa: entro un dнa su padre en su aposento, y cogiу al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecнan, y la princesa tambiйn con la cara muy encarnada. Disgusto tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudiу la mбs enorme bofetada que hasta el dнa se ha pegado en toda su provincia. Cogiу el amante las tenazas, y rompiу la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo a la muerte, y aun tiene la seсal de la herida: la princesa desatentada se tiro por la ventana, y se estropeo una pierna, de modo que aun el dнa de hoy se le conoce que cojea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fue condenado a muerte, por haber roto la cabeza a tan alto prнncipe. Ya podйis pensar en que estado estarнa la princesa, cuando sacaban a ahorcar a su amante; yo la iba a ver con frecuencia, cuando estaba ella en la cбrcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.
їPues porque no querйis que me duela yo de las mнas? le dijo la dama. Porque no es acertado dolerse de sus desgracias, y porque habiendo habido tantas principales seсoras tan desventuradas, no parece bien que os desesperйis. Contemplad a Hecuba, contemplad a Niobe. Ha, dijo la seсora, si hubiera vivido yo en aquel tiempo, o en el de tantas hermosas princesas, y para su consuelo les hubierais contado mis desdichas, їos habrнan acaso escuchado?
Al dнa siguiente perdiу el filуsofo a su hijo ъnico, y falto poco para que se muriese de sentimiento. Mando la seсora hacer una lista de todos los monarcas que habнan perdido a sus hijos, y se la llevo al filosofo, el cual la leyу, la encontrу muy puntual, y siguiу llorando. Al cabo de tres meses se volvieron a ver, y se pasmaron de hallarse muy contentos. Levantaron entonces una hermosa estatua al tiempo, con este rotulo:
AL CONSOLADOR
Pitбgoras, estando en la India, aprendiу, como saben todos, en la escuela de los gimnosofistas la lengua de los animales y la de las plantas. Paseбndose un dнa por un prado cerca de la orilla del mar, oyу estas palabras: ЎQuй desdicha la mнa de haber nacido hierba, apenas llego a dos pulgadas de alto, cuando me huella bajo sus vastos pies un monstruo voraz, un animal horroroso, que tiene armada la boca de una fila de tajantes hoces con que me siega, me hace aсicos, y me traga: los hombres llaman carnero a este monstruo, y no creo que haya en el universo criatura mбs abominable.
Dio Pitбgoras algunos pasos mбs, y encontrу una ostra abierta sobre una piedra: todavнa no habнa abrazado la admirable ley que prohibe comerse a los animales nuestros semejantes; iba a tragarse la ostra, cuando dijo ella estas lastimosas razones: ЎOh, naturaleza, quй feliz es la hierba, que como yo es obra tuya! Cuando la cortan, renace, y es inmortal; y nosotras desventuradas ostras, en balde nos defiende una doble coraza, que unos malvados nos engullen a docenas para desayunarse, y se acabу para siempre. ЎQuй suerte tan horrenda la de una ostra! ЎQue inhumanos son los hombres!
Estremecido Pitбgoras conociу la enormidad del delito que iba a cometer: pidiу llorando perdуn a la ostra, y la repuso bonitamente encima de la piedra.
Mientras iba meditando profundamente en este suceso, viу de vuelta al pueblo araсas que se comнan las moscas, golondrinas que se comнan las araсas, y gavilanes que se comнan las golondrinas. ЎTodas estas gentes, decнa, no son filуsofos!
Al entrar en el pueblo le apretaron, le estrujaron y le tiraron al suelo una muchedumbre de pillos y desarrapados que iban corriendo y gritando: muy bien hecho; bien lo merecen. їQuiйn?, їquй?, dijo levantбndose Pitбgoras. Y la gente corrнa sin cesar diciendo: Ўah, quй gusto serб verlos asar! Pitбgoras creyу que hablaban de membrillos o de alguna otra fruta; pero no era asн, que era de dos pobres indios. Sin duda, dijo Pitбgoras, que serбn dos grandes filуsofos aburridos de la vida y que anhelan renacer bajo otra forma. Siempre es cosa gustosa mudar de casa, puesto que ningъn alojamiento hay bueno; pero sobre gustos no se ha de disputar.
Siguiу con la muchedumbre hasta la plaza pъblica, y allн viу una gran hoguera encendida, y enfrente de la hoguera un banco que llamaban un tribunal, y en este banco unos jueces; y estos jueces tenнan todos en la mano una cola de vaca, y en la cabeza un bonete que se parecнa perfectamente a las dos orejas del animal que montaba Isleсo cuando vino en otro tiempo al paнs con Baco, despuйs de atravesar el mar Eritreo a pie enjuto, y parar el Sol y la Luna, como lo cuentan los verнdicos уrficos.
Entre estos jueces se encontraba un hombre de bien a quien conocнa mucho Pitбgoras; y el sabio de la India explicу al de Samos de quй se trataba en la fiesta que iban a dar al pueblo indio. Los dos indios, le dijo, no tienen ganas ninguna de que los quemen; que les han condenado a este suplicio mis graves colegas: al uno, porque ha dicho que la sustancia de Jaca es distinta de la de Brama; y al otro, porque ha sospechado que era posible agradar al Ser supremo siendo virtuoso, sin agarrar a la hora de la muerte una vaca por la cola; porque, dice йl, en todos los tiempos es posible practicar la virtud, y no siempre se encuentra una vaca a mano. Las buenas mujeres de este pueblo se han alborotado de tal modo al oнr estas dos proposiciones herйticas, que no han dejado ni a sol ni a sombra a los jueces, hasta que han mandado el suplicio de estos dos infelices. Infiriу Pitбgoras que, desde la hierba hasta el hombre, habнa motivos de quebranto en este mundo, puesto que trajo a la razуn a los jueces, y aъn a las devotas, cosa que solamente esta vez ha sucedido.
Fuйse luego a predicar la tolerancia a Crotona; mбs un intolerante pegу fuego a su casa, y se quemу en ella despuйs de haber librado a dos indios de las llamas. ЎEscape el que pudiere!
Historia de los viajes de escarmentado
(Escrita por йl mismo)
Vine al mundo en la ciudad de Candнa el aсo 1600. Era gobernador mi padre, y me acuerdo que un poeta menos que mediano, aunque no fuese medianamente desaliсado su estilo, llamado Iro, hizo unas malas coplas en elogio mнo, en las cuales me calificaba de descendiente de Minos en lнnea recta; mas habiendo luego cesado en el gobierno a mi padre, compuso otras en que me trataba de nieto de Pasifae y su amante. Mal sujeto era de veras el tal Iro y el bribуn mбs fastidioso de toda la isla.
Quince aсos tenнa yo cuando me enviу mi padre a estudiar a Roma, y allн lleguй con la esperanza de aprender todas las verdades, porque hasta entonces me habнan enseсado todo lo contrario de la verdad, segъn es uso en este mundo, desde la China hasta los Alpes. Monseсor Profondo, a quien iba recomendado, era sujeto raro, y uno de los mбs terribles sabios que en el mundo han existido. Quнsome instruir en las categorнas de Aristуteles y por poco me pone en la de sus favoritos. De buena me librй. Vi procesiones, exorcismos y no pocas rapiсas. Decнan, aunque no era cierto, que la seсora Olimpia, honorable dama, vendнa ciertas cosas que no suelen venderse. A mi edad todo esto me parecнa muy gracioso. Ocurriуle a una seсora moza y de amable condiciуn, llamada la seсora Fatelo, prendarse de mн; frecuentбbala el reverendнsimo padre Poignardini y el reverendнsimo padre Aconiti, religiosos de una congregaciуn que ya no existe, y a quienes ella colocу a la misma altura al otorgarme sus favores. Pero como corrнa yo serio peligro de ser envenenado y excomulgado, abandonй Roma no obstante mi admiraciуn por la arquitectura de la basнlica de San Pedro.
Viajй por Francia, donde reinaba a la sazуn Luis el Justo, y lo primero que me preguntaron fue si querнa para mi almuerzo un trozo de mariscal de Ancre, cuya carne vendнan asada y bastante barata a los que querнan comprarla.
Era este paнs teatro de continuas guerras civiles, unas veces por una plaza en el Consejo y otras por dos pбginas de controversias teolуgicas. Mбs de sesenta aсos hacнa que tan hermosas tierras se veнan asoladas por una especie de volcбn, que en ocasiones se amortiguaba y otras ardнa con violencia. ЎAy! —dije para mн—. A este pueblo, de natural tan apacible, їquiйn le ha trastornado de esta manera? Todo lo toma a broma y, sin embargo, se lanza a la degollina de San Bartolomй.
Pasй a Inglaterra, donde las mismas disputas ocasionaban los mismos horrores. Unos cuantos catуlicos benemйritos habнan determinado, en servicio de la Iglesia, volar con pуlvora al rey, la familia real y al Parlamento, y librar a Inglaterra de tanto hereje.
Ensйсanme el sitio donde la bondadosa reina Marнa, hija de Enrique VIII, habнa hecho quemar a quinientos de sus vasallos, acciуn que, segъn un clйrigo irlandйs, era muy meritoria para con Dios, en primer lugar, porque los quemados eran todos ingleses, y en segundo, porque nunca tomaban agua bendita, ni creнan en las llagas de San Patricio. El clйrigo se asombraba de que aъn no estuviese canonizada la reina Marнa, pero estaba seguro de que no tardarнa en subir a los altares.
Fuime a Holanda, donde esperaba encontrar sosiego, en medio de un pueblo tan flemбtico. Cuando lleguй a La Haya estaban cortando la cabeza a un anciano venerable; la cabeza calva del primer ministro Barneveldt. Movido a compasiуn preguntй quй delito era el suyo y si habнa sido traidor al estado.
—Mucho peor que eso —me respondiу un protestante envuelto en negra capa—. Figъrese que cree que el hombre puede salvarse lo mismo por sus buenas obras que por la fe. Si semejantes doctrinas se extendiesen, peligrarнa la existencia de la Repъblica. Por eso es necesaria mucha severidad para atajar escбndalos tan graves.
Un polнtico me dijo luego:
—ЎAh, seсor! Estos procedimientos no durarбn mucho. Nuestro paнs se ha mostrado ahora excepcionalmente justo; pero su carбcter lo inclina hacia la tolerancia, doctrina abominable, y algъn dнa la adoptarб. Me estremece pensarlo.
Yo, en vista de que no nos hallбbamos todavнa en esa йpoca fatal de la indulgencia y la moderaciуn, dejй a toda prisa un paнs donde ninguna alegrнa compensaba su crueldad y me embarquй para Espaсa.
Estaba la Corte en Sevilla; habнan llegado los galeones de Indias, y en la mбs hermosa estaciуn del aсo, todo respiraba bienestar y alborozo. Al final de una calle de naranjos y limoneros vi un inmenso espacio acotado donde lucнan hermosos tapices. Bajo un soberbio dosel se hallaban el rey y la reina, los infantes y las infantas. Enfrente de la familia real se veнa un trono todavнa mбs alto. Dije, volviйndome a uno de mis compaсeros de viaje:
—Como no estй ese trono reservado a Dios, no sй para quiйn pueda ser.
Oнdas que fueron por un grave espaсol estas imprudentes palabras, me salieron caras. Yo creнa que нbamos a ver un torneo o una corrida de toros, cuando vi subir al trono al inquisidor general, quien, desde йl, bendijo al monarca y al pueblo.
Vi luego desfilar a un ejйrcito de frailes en filas de dos en dos, blancos, negros, pardos, calzados, descalzos, con barba, imberbes, con capirote puntiagudo y sin capirote; iba luego el verdugo, y detrбs, en medio de alguaciles y duques, cerca de cuarenta personas cubiertas con hopas donde habнa llamas y diablos pintados. Eran judнos que se habнan empeсado en no renegar de Moisйs y cristianos que se habнan casado con sus concubinas, o que no fueron bastante devotos de Nuestra Seсora de Atocha, o que no quisieron dar dinero a los frailes Jerуnimos. Cantбronse pнas oraciones, y luego fueron quemados vivos, a fuego lento, todos los reos; con lo cual quedу muy edificada la familia real.
Aquella noche, cuando me iba a meter en la cama, entraron dos familiares de la Inquisiciуn, acompaсados de una ronda bien armada; diйronme un cariсoso abrazo y me llevaron, sin decir palabra, a un calabozo muy fresco, donde habнa una esterilla para acostarse y un soberbio crucifijo. Allн estuve seis semanas, pasadas las cuales me rogу el seсor inquisidor que me entrevistase con йl. Estrechуme en sus brazos con paternal cariсo y me dijo que sentнa muy de veras que estuviese tan mal alojado; pero que todos los cuartos de aquella santa casa se hallaban ocupados y que esperaba otra vez darme mejor habitaciуn. Preguntуme luego, con no menos cordialidad, si sabнa por quй estaba allн. Respondн al santo varуn que, sin duda, por mis pecados.
—Claro es, hijo mнo; pero їpor quй pecados? Hбblame sin recelo.
Por mбs que procuraba recordar no caнa en cuбles pudieran ser, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me dio alguna luz. Acordйme al fin de mis imprudentes palabras, y no fui condenado mбs que a la aplicaciуn de disciplinas y treinta mil reales de multa. Tuve que ir a dar las gracias al inquisidor general, sujeto muy simpбtico que me preguntу quй tal me habнa parecido su fiesta. Respondнle que fue deliciosa. Y en seguida marchй a reunirme con mis compaсeros de viaje, tan dispuestos como yo a salir de tan ameno paнs, pues no ignorбbamos las grandes proezas ejecutadas por los espaсoles en obsequio de la religiуn, ni las Memorias del cйlebre obispo de Chiapa donde cuenta que degollaron, quemaron o ahorcaron a unos diez millones de idуlatras americanos para convertirlos a nuestra santa fe. Probablemente exagera algo el obispo; pero aunque se rebaje la mitad de las vнctimas, todavнa queda acreditado un celo portentoso.
Como mi deseo de viajar no habнa disminuido, resolvн proseguir mi peregrinaciуn por Europa y visitar Turquнa. Encamнneme a esta naciуn con el firme propуsito de no manifestar mi parecer otra vez acerca de las fiestas que viese.
—Estos turcos —dije a mis compaсeros— son paganos, no han recibido el sagrado bautismo y, por tanto, deben ser mбs crueles que los cristianos inquisidores; callйmonos, pues, mientras vivamos entre moros.
Con este бnimo iba; pero quedй atуnito al ver en Turquнa muchos mбs templos cristianos que en mi isla natal, y hasta numerosas congregaciones de frailes, a quienes los turcos dejaban rezar en paz a la Virgen Marнa y maldecir de Mahoma, unos en griego, otros en latнn y otros en armenio.
—ЎQuй admirable gente son los turcos! —pensaba. Los cristianos griegos y los latinos que habнa en Constantinopla eran irreconciliables enemigos, se perseguнan unos a otros como perros que se muerden en la calle, y que a palos separan sus amos. Entonces, el Gran Visir protegнa a los griegos. El patriarca griego me acusу de haber cenado con el patriarca latino, y fui condenado a recibir cien palos en las plantas de los pies, pena que rescatй al precio de quinientos zequнes. Al dнa siguiente ahorcaron al Gran Visir, y el otro, su sucesor (que no fue ahorcado hasta un mes mбs tarde), me condenу a la misma multa por haber cenado con el patriarca griego.
Resolvн, por tanto, no ir a la iglesia griega ni a la latina. Para consolarme, alquilй a una hermosa circasiana, que era la mujer mбs devota en la mezquita y la mбs zalamera a solas con un hombre. Una noche, en medio de los placeres del amor, exclamу dбndome un abrazo:
—ЎAlб, ilah Alб!
Son palabras sacramentales entre los turcos. Yo pensй que serнan expresiones de amor y le dije con mucho cariсo:
—ЎAlб, ilah Alб!
—ЎLoado sea Dios misericordioso! —exclamу la mora—. Ya sois turco.
Respondнle que daba las gracias al Seсor que me habнa dado fuerzas para serlo, y me sentн muy dichoso. Por la maсana se presentу para circuncidarme el imбn, y como yo opusiese alguna resistencia me anunciу el cadн del barrio, hombre leal, su propуsito de mandarme empalar. Por fin salvй mi prepucio y mis nalgas por mil zequнes y echй a correr hasta Persia, resuelto a no oнr en Turquнa misa griega ni latina y a no decir nunca Alб, ilah Alб en una cita de amor.
Asн que lleguй a Ispahбn me preguntaron si era del partido del Carnero Negro o del Carnero Blanco. Respondн que lo mismo me daba uno que otro con tal de que fuera tierno. Debo advertir que todavнa se hallaba dividida Persia en dos facciones, la del Carnero Negro y la del Blanco. Creyeron que yo hacнa burla de ambos partidos y me encontrй en un terrible compromiso a la puerta misma de la ciudad, del cual salн pagando una buena cantidad de zequнes y pude evitar que me mezclasen en el conflicto de los carneros.
Seguн hasta la China, adonde lleguй con un intйrprete que me asegurу que la China era el paнs de la libertad y de la alegrнa; ahora bien, los tбrtaros, que la habнan invadido lo llevaban todo a sangre y fuego, mientras que los reverendos padres jesuitas, por una parte, y los reverendos padres dominicos, por otra, se disputaban la misiуn de ganar almas para el cielo.
Nunca se han visto catequistas mбs celosos; se perseguнan entre ellos con fervoroso ahнnco, escribнan a Roma tomos enteros de calumnias y se trataban unos a otros de infieles y prevaricadores. Por entonces mantenнan un furioso debate acerca del modo de hacer reverencias. Los jesuitas querнan que los chinos saludasen a sus padres y madres a la moda de China, y los dominicos se empeсaban en que lo hiciesen a la moda de Roma.
Sucediуme que los jesuitas creyeron que yo me inclinaba por los dominicos y le dijeron a su majestad tбrtara que era espнa del Papa. El Consejo Supremo encargу a un primer mandarнn que ordenase un alguacil que mandase cuatro corchetes para que me prendiesen y amarrasen con toda cortesнa. Condujйronme, despuйs de ciento cuarenta genuflexiones, ante su majestad, quien me preguntу si era yo espнa del Papa y si era cierto que hubiese de venir este prнncipe en persona a destronarle. Respondнle que el Papa era un clйrigo de mбs de setenta aсos, que distaban sus estados mбs de cuatro mil leguas de los de la sacra majestad tбrtaro-china; que su ejйrcito era de dos mil soldados que montaban la guardia con una sombrilla; que no destronaba a nadie, y que podнa su majestad dormir tranquilo. Esta fue la menos fatal aventura de mi vida, pues no hicieron mбs que enviarme a Macao, donde me embarquй para Europa.
Fue preciso calafatear el navнo en la costa de Golconda, lo que llevу algъn tiempo que aprovechй para ver la Corte del Gran Aureng-Zeb, de quien se contaban entonces mil portentos. Estaba este monarca en Delhi y allн pude verle el dнa de la pomposa ceremonia durante la cual recibe la celeste dбdiva que le envнa el jerife de la Meca. Se trata de la escoba con que se barriу durante el aсo la Santa Casa, la Kaaba, la Beth-Alah. Tal escoba es un sнmbolo del barrido que limpia todas las suciedades del alma.
Parece que Aureng-Zeb no lo necesitaba, pues era el varуn mбs religioso de todo el Indostбn. Bien es verdad que habнa degollado a uno de sus hermanos y dado veneno a su padre, y habнa hecho perecer en un patнbulo a veinte rajбes y otros tantos omrбes. Pero esto no tenнa importancia. No se hablaba de otra cosa que de su gran devociуn, a la cual no se podнa comparar la de ningъn otro, como no fuese la de Sacra Majestad del Serenнsimo Emperador de Marruecos Muley Ismael, el cual cortaba unas cuantas cabezas todos los viernes despuйs de elevar sus plegarias a Dios.
Claro que no hice el menor comentario a estas cosas; no era yo quien debнa enjuiciar la conducta de estos soberanos. Pero un francйs mozo, con quien estaba alojado, faltу al respeto a los emperadores de las Indias y de Marruecos, manifestando imprudentemente que en Europa habнa soberanos muy piadosos que gobernaban con acierto sus estados y frecuentaban tambiйn las iglesias, sin quitar por eso la vida a sus padres y hermanos, ni cortar la cabeza a sus vasallos.
Nuestro intйrprete dio cuenta en lengua india de lo que habнa dicho aquel joven. Aleccionado yo por lo que en otras ocasiones me habнa sucedido, mandй ensillar mis camellos y me fui con el francйs. Luego supe que aquella misma noche habнan ido a prendernos los oficiales del Gran Aureng-Zeb, y no habiendo encontrado mбs que al intйrprete, fue йste ajusticiado en la plaza Mayor. Todos los palaciegos encontraron muy justa la pena impuesta al intйrprete.
Quedбbame por visitar Бfrica, para disfrutar a fondo de todas las delicias de nuestro mundo, y con efecto las disfrutй. Unos corsarios negros apresaron nuestro navнo, cuyo capitбn quejбndose amargamente, les preguntу por quй violaban los tratados internacionales. Respondiуle el capitбn negro:
—Vuestra nariz es larga y la nuestra chata, vuestro cabello es liso, nuestra lana rizada, vuestro cutis es de color sonrosado y el nuestro de color de йbano, por consiguiente, en virtud de las sacrosantas leyes de la naturaleza, debemos ser siempre enemigos. En las ferias de Guinea nos comprбis como si fuйramos acйmilas, para forzarnos a que trabajemos en no sй quй faenas tan penosas como ridнculas; a vergajazos nos hacйis horadar los montes para sacar una especie de polvo amarillo, que para nada es bueno, y que no vale ni con mucho, un cebollino de Egipto. Asн, cuando os encontramos, y nosotros podemos mбs, os obligamos a que labrйis nuestras tierras o, de lo contrario, os cortamos las narices y las orejas.
No habнa rйplica, en verdad, a tan discreto razonamiento. Fui, pues, a labrar el campo de una negra vieja para no perder mis orejas y mi nariz, y al cabo de un aсo me rescataron.
En fin, despuйs de haber visto cuanto bueno, hermoso y admirable hay en la Tierra, resolvн no apartarme ya mas de mis dioses penates. Me casй en mi paнs, fui cornudo y acabй por comprender que mi situaciуn era la mбs grata a que se puede aspirar en la vida humana.
Memnуn concibiу un dнa la extravagante idea de ser completamente cuerdo, locura que pocos hombres han dejado de sufrir. Memnуn discurrнa asн:
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fбcil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa me dirй a mн mismo: «Llegarб un dнa en que esa cara se llene de arrugas, esos bellos ojos perderбn su brillo, ese busto firme y turgente se volverб fofo y caнdo, esa abundancia de pelo se trocarб en calvicie.» Me bastarб figurarme entonces cуmo serб esa linda cabeza para que no me haga perder la mнa. Lo segundo, siempre serй sobrio por mбs que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendrй muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estуmago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comerй con sobriedad y con el goce de la salud, mis ideas serбn claras y felices. Luego —continuaba Memnуn—, no descuidarй mi hacienda. Soy hombre moderado. Tengo un capital que me produce buena renta y otro capital que maneja para acrecentarlo el tesorero general de Nнnive. Con ellos puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna. No necesitarй nunca ir a besar manos de palaciegos, ni envidiarй a nadie, ni de nadie serй envidiado. Amigos tengo —dijo, en fin—, y los conservarй, porque jamбs he de serles desleal y ellos serбn buenos conmigo y yo con ellos; tampoco en esto hay dificultad.
Formado asн su plan, se puso a pasear por su cuarto y luego se asomу a la ventana. Dos seсoras que iban por la calle llamaron su atenciуn; una era vieja y la otra moza, linda y por lo mucho que gemнa y lloraba debнa sufrir una gran pena. Su congoja la favorecнa y daba una gracia especial.
Impresionado nuestro sabio, no por la belleza de la muchacha, pues estaba seguro de no rendirse a tal debilidad, sino por el desconsuelo de que daba muestra, bajу y acercуse piadoso a la joven ninivita. Contуle йsta con la mбs ingenua y tierna expresiуn las maldades de que la hacнa vнctima un tнo suyo (que no tenнa), las maсas con que la habнa privado de una fortuna (que nunca habнa poseнdo) y el temor que le causaban su violencia y brutalidad.
—Vos parecйis hombre discreto —le dijo—. Si me hicieseis el favor de venir a mi casa yo os explicarнa mi situaciуn y estoy segura de que me sacarнais del apuro en que me veo.
No tuvo reparo Memnуn en acompaсarla para examinar despacio sus asuntos y darle buenos consejos.
Una vez en su casa condъjole, la afligida damisela, a una alcoba perfumada, le dijo que se sentase en un blando sofб que allн habнa y sentуse ella frente a йl. Hablaba la joven bajando los ojos y enjugбndose las lбgrimas de vez en cuando. Al levantarlos siempre se cruzaban sus miradas con las del sensato Memnуn. Sus palabras se hacнan mбs afectuosas cuando ambos se miraban. Memnуn se interesaba mбs y mбs en lo que oнa, aumentando su deseo de servir a tan hermosa y desdichada criatura. Con el calor de la conversaciуn, se fueron acercando poco a poco, hasta que los consejos de Memnуn hiciйronse tan cariсosos y prуximos a la muchacha, que ni йsta ni aquйl sabнan ya dуnde estaban, ni si realmente hablaban o no.
Fue en este momento preciso cuando, como ya el lector se habrб imaginado, se presentу el tнo, armado de punta en blanco. El hombre empezу a vociferar y a decir que iba a matar a su sobrina y al sabio Memnуn. Luego, ya calmado, manifestу que sуlo les perdonarнa si el galante caballero le entregaba una fuerte cantidad.
Memnуn le dio cuanto dinero tenнa. Y menos mal que su aventura no le trajo consecuencias peores, pues todavнa no se habнa descubierto Amйrica y las bellas afligidas no resultaban tan peligrosas como en nuestros tiempos.
Confuso e indignado, Memnуn volviу a su casa, donde le esperaba la invitaciуn de unos amigos para comer con ellos.
—Si me quedo solo en casa —dijo— me entristecerй mбs y puedo caer malo; mejor es ir a comer en su compaснa, que al fin son amigos нntimos; me distraerй y olvidarй el disparate que he cometido.
Fue a la comida, y sus amigos, viendo que estaba algo triste, le obligaron a que bebiese para disipar su melancolнa. El vino, si se bebe con moderaciуn es medicina para el бnimo y para el cuerpo; asн pensaba el sabio Memnуn, pero a pesar de ello se embriagу. Propusiйronle jugar a los naipes; el juego, cuando no se exponen cantidades importantes, es una diversiуn inocente. Pero Memnуn perdiу cuanto llevaba en el bolsillo, y cuatro veces mбs sobre su palabra. Una de las jugadas produjo una disputa, e irritados los бnimos, el mбs нntimo de aquellos amigos suyos le tirу a la cabeza un cubilete, con tanta fuerza, que le saltу un ojo. Total, que llevaron a su casa al sabio Memnуn borracho, sin dinero y con un ojo menos.
Despuйs de dormir un rato, Memnуn envнa a su criado a casa del tesorero general de Nнnive para que le diera dinero y poder pagar a sus amigos las deudas del juego. A poco vuelve su criado con la noticia de que el tesorero ha suspendido pagos y defraudado una gran cantidad.
Angustiado Memnуn corre a Palacio con un parche en el ojo y un memorial en la mano, pidiendo justicia al rey contra el tesorero. En la antecбmara vio a muchas damas, todas como peonzas al revйs, con elegantes tontillos de cinco metros de circunferencia y diez de cola. Una dama que le conocнa, dijo, mirбndole a hurtadillas:
—ЎJesъs, quй horror!
Y otra, que era muy amiga suya:
—Buenas tardes, seсor Memnуn —le dijo—, cuбnto me alegro de veros seсor Memnуn. Crйame que me encanta encontraros. Pero decidme, їquiйn os ha dejado tuerto, seсor Memnуn?
Dicho esto se fue sin aguardar respuesta.
Ocultуse Memnуn lo mejor que pudo en espera de que pasase el rey y cuando йste apareciу, Memnуn, despuйs de besar el suelo tres veces, le alargу un memorial, que tomу el soberano con mucha afabilidad y pasу a uno de sus ministros para que se informase. El ministro llamу aparte a Memnуn, para decirle en tono de mofa no exento de cуlera:
—Sois un tuerto bastante atrevido. їPor quй habйis entregado al rey un memorial en vez de enviбrmelo a mн? El tesorero es hombre honesto y yo le protejo porque es sobrino de una doncella de mi querida. No deis un paso mбs en este asunto si no querйis perder el ojo sano que os queda.
De esa suerte, Memnуn, que por la maсana habнa tomado la resoluciуn de no amar, de no acudir a festines, ni jugar, ni reсir con nadie, ni, sobre todo, poner los pies en Palacio, antes de anochecer habнa sido engaсado por una mujer, se habнa emborrachado, habнa jugado, le habнan saltado un ojo en una riсa y habнa ido a Palacio donde se burlaron de йl.
Confuso, abrumado por sus desgracias, regresу a su casa. Al ir a entrar vio que se hallaba llena de alguaciles y escribanos, que le estaban embargando los muebles a peticiуn de sus acreedores. Casi sin sentido permaneciу inmуvil bajo una palmera.
A poco acertу a pasar por allн la bella damisela de aquella maсana. Iba paseando con su amado tнo y no pudo contener la risa al observar a Memnуn con su parche. Ya de noche se acostу Memnуn sobre un montуn de paja, cerca de los muros de su casa. Acometiуle un acceso de fiebre y con ella una pesadilla: se le apareciу en su letargo un espнritu celeste, resplandeciente como el sol y provisto de seis hermosas alas, pero sin pies, cabeza ni cola, un ser que no tenнa semejanza con ninguna criatura humana.
—їQuiйn eres? —le dijo Memnуn.
—Tu genio protector —le respondiу la apariciуn.
—Pues devuйlveme —repuso Memnуn— mi ojo, mi salud, mi dinero y mi cordura.
Y en seguida le contу todo lo que habнa perdido aquel dнa y de quй manera.
—Aventuras son esas —replicу el espнritu— que nunca suceden en el mundo donde nosotros vivimos.
—Pues, їen quй mundo vivнs?
—Mi patria dista quinientos millones de leguas del sol, y es aquella estrellita junto a Sirio que puedes observar desde aquн.
—ЎAdmirable paнs! —dijo Memnуn—. Asн pues, їno tenйis allб bribonas que engaсen a los hombres de bien, ni amigos que les estafen su dinero y les destrocen un ojo, ni deudores que quiebren, ni ministros que se rнan de vosotros mientras os niegan justicia?
—No —le dijo el habitante de la minъscula estrella—. Nada de eso; no nos engaсan las mujeres, porque no las hay; no somos glotones, porque no comemos; no nos pueden sacar los ojos, porque en nada se parece nuestro cuerpo al vuestro; ni los ministros cometen injusticias, porque todos somos iguales y no hay ministros.
Dijуle entonces Memnуn:
—Pero sin mujeres y sin comer, їen quй pasбis el tiempo?
—En cuidar —dijo el genio— de los demбs mundos que estбn a nuestro cargo. Por eso he venido a consolarte.
—ЎAy! —replicу Memnуn—. їY por quй no vinisteis anoche para evitar que hiciera tanto disparate?
—Porque fui a consolar a Asan, tu hermano mayor, que es mбs desventurado que tъ, pues has de saber que Su Graciosa Majestad el Rey de las Indias, en cuyo palacio tiene el honor de ocupar un cargo, le mandу arrancar los dos ojos por haber cometido leve falta. Ahora le tienen en un calabozo amarrado de pies y manos.
—ЎPardiez! —exclamу Memnуn—. ЎPues sн que nos sirve de mucho a la familia, que nos proteja un genio bueno! De dos hermanos que somos, el uno estб ciego y el otro tuerto, el uno tirado entre paja y el otro en una cбrcel.
—Tu suerte cambiarб —dijo el genio protector—. Verdad es que ya en toda tu vida no dejarбs de ser tuerto; pero aparte de eso, serбs feliz a condiciуn de que no cometas nunca la locura de pretender ser cuerdo del todo.
—їEs que eso no es posible? —preguntу Memnуn reprimiendo un sollozo.
—No. Como no es posible ser del todo inteligente, del todo sano, del todo poderoso o del todo feliz. Nosotros mismos estamos lejos de serlo. Sin embargo, existe un mundo donde eso se logra; pero a ese sуlo se llega despuйs de pasar grado a grado por los cien mil millones de mundos que ruedan por el espacio. En el segundo hay menos placer y menos sabidurнa que en el primero; en el tercero menos que en el segundo, y asн sucesivamente hasta el ъltimo, en el que ya todos sus habitantes estбn locos del todo.
—Mucho me temo —dijo Memnуn—, que esa gran casa de orates del universo lo sea precisamente el mundo en que vivimos nosotros.
—No tanto, no tanto —dijo el espнritu—; pero cerca le anda.
—Entonces —replicу Memnуn—, їciertos poetas y ciertos filуsofos que afirman que «todo es como debe ser» estбn equivocados?
—No. Tienen razуn —dijo el filуsofo del otro mundo—, si consideramos el universo en su conjunto
—ЎAh! —respondiу el pobre Memnуn—. Ahн tenйis una cosa en que no creerй mientras sea tuerto.
En mis viajes encontrй un brahma anciano, sujeto muy cuerdo, instruнdo y discreto, y con esto rico, cosa que le hacнa mбs cuerdo; porque como no le faltaba nada, no necesitaba engaсar a nadie. Gobernaban su familia tres mujeres muy hermosas, cuyo esposo era; y cuando no se recreaba con sus mujeres, se ocupaba en filosofar. Vivнa junto a su casa, que era hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una india vieja, tonta y muy pobre.
Dнjome un dнa: Quisiera no haber nacido. Preguntйle porquй, y me respondiу:
- Cuarenta aсos ha que estoy estudiando, y los cuarenta los he perdido; enseсo a los demбs y lo ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida; he nacido, vivo en el tiempo, y no sй quй cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis pensamientos, tambiйn se me esconde igualmente el de mis movimientos; no sй porquй existo, y no obstante todos los dнas me hacen preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder con precisiуn y no sй que decir, hablo mucho, y despuйs de haber hablado me quedo avergonzado y confuso de mн mismo. Peor es todavнa cuando me preguntan si Dios es eterno. A Dios lo pongo por testigo de que no lo sй, y bien se echa de ver en mis respuestas. Reverendo Padre, me dicen, explicadme cуmo el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como los que me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo estб perfectнsimo; pero los que han perdido su patrimonio y sus miembros en la guerra no lo quieren creer ni yo tampoco, y me vuelvo a mi casa abrumado por mi curiosidad e ignorancia. Leo nuestros libros antiguos, y me ofuscan mбs las tinieblas. Hablo con mis compaсeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida y me rнa de la gente; otros creen que saben algo y se descarrнan en sus desatinos, y todo la angustia que padezco. Muchas veces estoy a pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones, no sй ni de donde vengo, ni quй soy, ni adуnde irй, ni quй ser.
Causуme lбstima de veras el estado de este buen hombre, que era el mбs racional, y me convencн de que era mбs desdichado el que mбs entendimiento tenнa y era mбs sensible.
Aquel mismo dнa visitй a la vieja vecina suya, y le preguntй si se habнa apesadumbrado alguna vez por no saber quй era su alma, y ni siquiera entendiу mi pregunta. Ni un instante en toda su vida habнa reflexionado en alguno de los puntos que tanto atormentaban al buen brahma; creнa con toda su alma en Dios y se tenнa por la mбs dichosa mujer, con tal que de cuando en cuando tuviese agua para baсarse.
Atуnito de la felicidad de esta pobre mujer, me volvн a ver a mi filуsofo y le dije:
- їNo tenйis vergьenza de vuestra desdicha, cuando a la puerta de vuestra casa hay una vieja autуmata que en nada piensa y vive contentнsima?
- Razуn tenйis –me respondiу-, y cien veces he dicho para mн que serнa muy feliz si fuera tan tonto como mi vecina; mбs no quiero gozar semejante felicidad.
Mбs golpe me dio esta respuesta del buen hombre que todo cuanto primero me habнa dicho; y examinбndome a mн mismo, vн que efectivamente no quisiera yo ser feliz a cambio de ser un majadero.
Se propuso el caso a varios filуsofos, y todos fueron de mi parecer. No obstante, decнa yo para mн, rara contradicciуn es pensar asн, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada monta tener entendimiento o ser necio. Tambiйn digo: los que viven satisfechos con su suerte, bien ciertos estбn de que viven satisfechos; y los que discurren, no lo estбn de que discurren bien. Entonces, es claro que debiera escoger uno no tener migaja de razуn , si el algo contribuye la razуn a nuestra infelicidad. Todos fueron de mi mismo parecer, pero ninguno quiso entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento.
De aquн saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, mбs aprecio hacemos todavнa de la razуn. Y reflexionбndolo bien, parece que preferir la razуn a la felicidad, es garrafal desatino. їPues, cуmo hemos de explicar esta contradicciуn? Lo mismo que todas las demбs, y serнa el cuento de nunca acabar.
Decнa un dнa el gran filosofo Citofilo a una dama desconsolada, y que tenia sobrado motivo para estarlo: seсora, la reina de Inglaterra, hija del gran Enrique cuarto, no fue menos desgraciada que vos: la echaron de su reino; se vio a pique de perecer en el ocйano en un naufragio, y presencio la muerte del rey su esposo en un patнbulo. Mucho lo siento, dijo la dama; y volviу a llorar sus desventuras propias.
Acordaos, dijo Citofilo, de Maria Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo mъsico que tenia excelente voz de sochantre. Su marido mato al mъsico; y luego su buena amiga y pariente, la reina Isabel, que se decнa doncella, le mando cortar la cabeza en un cadalso colgado de luto, despuйs de haberla tenido diez y ocho anos presa. ЎCruel suceso!, respondiу la seсora; y se entrego de nuevo a su aflicciуn.
Bien habrйis oнdo mentar, siguiу el consolador, a la hermosa Juana de Nбpoles, que fue presa y ahorcada. Una idea confusa tengo de eso, dijo la afligida.
Os contare, aсadiу el otro, la aventura sucedida en mi tiempo de una soberana destronada despuйs de cenar, y que ha muerto en una isla desierta. Toda esa historia la sй, respondiу la dama.
Pues os dirй lo sucedido a otra gran princesa, mi discнpula de filosofнa. Tenнa su amante, como le tiene toda hermosa y gran princesa: entro un dнa su padre en su aposento, y cogiу al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecнan, y la princesa tambiйn con la cara muy encarnada. Disgusto tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudiу la mбs enorme bofetada que hasta el dнa se ha pegado en toda su provincia. Cogiу el amante las tenazas, y rompiу la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo a la muerte, y aun tiene la seсal de la herida: la princesa desatentada se tiro por la ventana, y se estropeo una pierna, de modo que aun el dнa de hoy se le conoce que cojea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fue condenado a muerte, por haber roto la cabeza a tan alto prнncipe. Ya podйis pensar en que estado estarнa la princesa, cuando sacaban a ahorcar a su amante; yo la iba a ver con frecuencia, cuando estaba ella en la cбrcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.
їPues porque no querйis que me duela yo de las mнas? le dijo la dama. Porque no es acertado dolerse de sus desgracias, y porque habiendo habido tantas principales seсoras tan desventuradas, no parece bien que os desesperйis. Contemplad a Hecuba, contemplad a Niobe. Ha, dijo la seсora, si hubiera vivido yo en aquel tiempo, o en el de tantas hermosas princesas, y para su consuelo les hubierais contado mis desdichas, їos habrнan acaso escuchado?
Al dнa siguiente perdiу el filуsofo a su hijo ъnico, y falto poco para que se muriese de sentimiento. Mando la seсora hacer una lista de todos los monarcas que habнan perdido a sus hijos, y se la llevo al filosofo, el cual la leyу, la encontrу muy puntual, y siguiу llorando. Al cabo de tres meses se volvieron a ver, y se pasmaron de hallarse muy contentos. Levantaron entonces una hermosa estatua al tiempo, con este rotulo:
AL CONSOLADOR