IX

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Apenas Amazбn desembarcу sobre el terreno parejo y fangoso de Batavia, partiу como un relбmpago hacia la ciudad de las siete montaсas. Debiу atravesar la parte meridional de la Germania. Cada cuatro millas se hallaba un prнncipe y una princesa, damas de honor y pordioseros. Estaba asombrado de las coqueterнas que estas seсoras y estas damas de honor le hacнan en todos lados con la buena fe germбnica, y sуlo les respondнa con modestas negativas. Despuйs de haber atravesado los Alpes, se embarcу en el mar de Dalmacia y desembarcу en una ciudad que no se parecнa en absoluto a las que habнa visto hasta entonces. El mar formaba sus calles; las casas estaban edificadas sobre el agua. Las pocas plazas pъblicas que adornaban esta ciudad estaban llenas de hombres y mujeres que tenнan un doble rostro, aquel que la naturaleza les habнa dado y un rostro de cartуn mal pintado que se aplicaban sobre el otro; de tal manera que la naciуn parecнa compuesta por espectros. Los extranjeros que llegaban a esta co­marca comenzaban por comprarse un rostro, asн como en otras partes uno se provee de gorros y de zapatos.

Amazбn desdeсу esta moda que iba contra la naturaleza: se presentу tal como era. Habнa en la ciudad doce mil mujerzuelas inscriptas en el gran libro de la repъblica: mujerzuelas ъtiles al Estado, encargadas del comercio mбs ventajoso y mбs agradable que haya enriquecido nunca una naciуn. Los comerciantes comunes enviaban a gran costo y a grandes riesgos sus telas a Oriente; estas hermosas negociantes realizaban sin ningъn riesgo un trбfico que siempre volvнa a renacer de sus propios atractivos. Vinieron todas a presentarse al bello Бmazбn y le ofrecieron elegir. Huyу lo mбs pronto que pudo pronunciando el nombre de la incomparable princesa de Babilonia y jurando por los dioses inmortales que era mбs hermosa que las doce mil mujerzuelas venecianas.

-Sublime bribona -gritaba en sus arrebatos-, os enseсarй a ser fiel.

Finalmente las ondas amarillentas del Tнber, pantanos apestados, habitantes macilentos, descarnados y raros, cubiertos con viejos mantos agujereados que dejaban ver la piel seca y curtida, se presentaron ante sus ojos y le anunciaron que se hallaba ante la puerta de la ciudad de las siete montaсas, esa ciudad de hйroes y legisladores que habнa conquistado y civilizado una gran parte del globo.

Se habнa imaginado que verнa en la puerta triunfal quinientos batallones comandados por hйroes, y en el senado una asamblea de semidioses dando sus leyes a la tierra. Hallу, por todo ejйrcito, una treintena de pillos que montaban guardia bajo una sombrilla, por miedo al sol. Al entrar a un templo que le pareciу muy hermoso, pero menos que el de Babilonia, se sintiу bastante sorprendido al oнr una mъsica ejecutaba por hombres que tenнan voces de mujer.

-Sн que es un paнs gracioso esta tierra de Saturno -dijo-. He visto una ciudad donde nadie tenнa rostro; he aquн donde los hombres no tienen ni voz ni barba.

Se le dijo que estos cantores ya no eran hombres; que se los habнa despojado de su virilidad a fin de que cantasen mбs agradablemente las alabanzas de una prodigiosa cantidad de gente de mйrito. Amazбn no comprendiу nada de lo que le decнan. Estos seсores le pidieron que cantara; cantу una canciуn gangбrida con su gracia habitual.

Su voz era un contralto muy bello.

-Ah, seсor -le dijeron-, quй hermosa voz de soprano tendrнais. Ah, si...

-їCуmo, si? їQuй pretendйis decir? -Ah, monseсor...

-їY bien?

-ЎSi no tuvierais barba!

Entonces le explicaron de buena gana, con gestos sumamente cуmicos, segъn su quй se trataba. Amazбn quedу muy confundido.

-He viajado -dijo- y jamбs he oнdo hablar de tal fantasнa.

Cuando se hubo cantado bastante, el Viejo de las siete montaсas fue con gran cortejo a la puerta del templo; cortу el aire en cuatro con el pulgar levantado, dos dedos extendidos y otros dos plegados, diciendo estas palabras en un idioma que ya no se hablaba: A la ciudad y al universo . El gangбrida no podнa comprender que dos dedos pudiesen llegar tan lejos.

Pronto vio desfilar toda la corte del dueсo del mundo: estaba compuesta de graves personajes, algunos con trajes rojos, otros violetas; casi todos miraban al bello Amazбn con ojos tiernos y se decнan el uno al otro: ЎSan Martino, che bel ragazzo! ЎSan Pancratio que bel fanciullo!

Los ardientes, cuyo oficio era mostrar a los extranjeros las curiosidades de la ciudad, se apresuraron a hacerle ver casas en ruinas donde un mozo de mulas no hubiese querido pasar la noche pero que habнan sido otrora dignos monumentos de la grandeza de un pueblo real. Y vio tambiйn cuadros de doscientos aсos, y estatuas de mбs de veinte siglos que le parecieron obras maestras.

-їHacйis vosotros aъn obras semejantes? -No, vuestra Excelencia -le respondiу uno de los ardientes-, pero despreciamos al resto de la tierra, porque conservamos estas rarezas. Somos como ropavejeros; ponemos nuestra gloria en los viejos trajes que aъn quedan en nuestras tiendas.

Amazбn quiso ver el palacio del prнncipe; lo llevaron a йl. Vio a los hombres de violeta que contaban el dinero de las rentas del Estado: ya de una tierra situada sobre el Danubio, ya de otra sobre el Loria, o sobre el Guadalquivir, o sobre el Vнstula.

-ЎOh!, Ўoh! --dijo Amazбn despuйs de haber consultado su mapa geogrбfico-, їvuestro seсor posee pues toda Europa, como esos hйroes antiguos de las siete montaсas?

-Debe poseer el universo entero por derecho divino ----le respondiу el violeta- y aun hubo un tiem­po en que sus predecesores se acercaron a la monarquнa universal; pero sus sucesores tienen la bondad de con­tentarse hoy con algъn dinero que los reyes, sus vasallos, le hacen pagar en forma de tributo.

-їVuestro seсor es pues efectivamente el rey de los reyes? їEs йste pues su tнtulo? -dijo Amazбn.

-No, Excelencia, su tнtulo es servidor de los servidores; es por su origen pescador y portero y es por eso que los emblemas de su dignidad son las redes y las llaves; pero siempre da уrdenes a todos los reyes. No hace mucho que enviу ciento un mandatos a un rey del paнs de los celtas y el rey obedeciу.

-їVuestro pescador -dijo Amazбn- enviу acaso cinco o seis mil hombres para hacer ejecutar sus ciento y una voluntades?

-En absoluto, Vuestra Excelencia; nuestro santo dueсo no es lo suficientemente rico para asalariar a diez mil soldados; pero tiene de cuatro a cinco mil profetas divinos distribuidos en los otros paнses. Estos profetas de todos los colores son, como es justo, alimentados a expensas de los pueblos; anuncian de parte de los cielos que mi seсor puede con sus llaves abrir y cerrar todas las cerraduras, y sobre todo las de las cajas fuertes. Un prelado normando, que tenнa ante el rey del que os hablo el cargo de confidente de sus pensamientos, lo convenciу de que debiу obedecer sin rйplica los ciento un pensamientos de mi seсor: porque debйis saber que una de las prerrogativas del Viejo de las siete montaсas es la de tener siempre razуn, sea que se digne hablar, sea que se digne escribir.

-ЎCaramba! -dijo Amazбn-, he aquн un hombre bien singular. Me agradarнa cenar con йl. -Vuestra Excelencia, aunque fueras rey, no po­drнas cenar en su mesa; todo lo que йl podrнa hacer por vos serнa hacer servir una a su lado, mбs pequeсa y mбs baja que la suya. Pero, si querйis tener el honor de hablarle os pedirй audiencia con йl, mediando una buena mancia que tendrйis la bondad de darme.

-Con sumo gusto -respondiу el gangбrida. El violeta se inclinу.

-Os introducirй maсana -dijo-. Harйis tres genuflexiones y besarйis el pie del Viejo de las siete montaсas.

Ante estas palabras Amazбn estallу en tales car­cajadas que estuvo a punto de ahogarse; saliу sujetбn­dose las costillas y riу hasta las lбgrimas durante todo el camino hasta que llegу a su hospedaje, donde siguiу; riendo aъn largo tiempo.

Durante su cena se presentaron veinte hombres sin barba y veinte violines que le ofrecieron un concierto. Fue cortejado durante el resto del dнa por los seсores mбs importantes de la ciudad: le hicieron proposiciones aъn mбs extraсas que la de besar los pies del Viejo de las siete montaсas. Como era sumamente cortйs, creyу al comienzo que estos seсores lo tomaban por una dama, y les advirtiу de su error con la mбs circunspecta honestidad. Pero, siendo apremiado un poco vivamente por dos o tres de los violetas mбs destacados, los tirу por las ventanas sin creer que estuviera ofreciйndole un gran sacrificio a la hermosa Formosanta. Abandonу lo mбs pronto posible esta ciudad de los dueсos del mundo, donde habнa que besar a un viejo en el dedo del pie, como si su mejilla estuviese en el pie, y donde sуlo se abordaba a los mancebos con ceremonias aъn mбs estrafalarias.

X

De provincia en provincia, siempre rechazando arrumacos de toda especie, siempre fiel a la princesa de Babilonia, siempre en cуlera contra el rey de Egipto, este modelo de constancia llegу a la nueva capital de los galos. Esta ciudad habнa pasado, como tantas otras, por todos los grados de la barbarie, de la ignorancia, de la estupidez y de la miseria. Su primer nombre habнa sido barro y .fango, luego habнa tomado el de Isis, por el culto de Isis que habнa legado hasta ella. Su primer senado habнa sido una compaснa de barqueros. Habнa sido durante largo tiempo esclava de los hйroes depredadores de las siete montaсas, y despuйs de algunos siglos, otros bandidos, llegados de la orilla ulterior del Rin, se habнan apropiado de su pequeсo terreno.

El tiempo, que todo lo cambia, habнa hecho de ella una ciudad de la cual una mitad era muy noble y muy agradable, la otra un poco grosera y ridнcula: era el emblema de sus habitantes. Habнa dentro de su recinto por lo menos cien mil personas que no tenнan otra cosa que hacer mбs que jugar y divertirse. Este pueblo de ociosos juzgaba las artes que los otros cultivaban. No sabнan nada de lo que sucedнa en la corte; aunque sуlo se hallaba a cuatro cortas millas de allн; parecнa que estuviese a seiscientas millas por lo menos.

El placer de la buena sociedad, la alegrнa, la frivolidad, eran para ellos lo importante y su ъnica preocupaciуn; se los gobernaba como a niсos a quienes se prodiga juguetes para impedirles llorar. Si se les hablaba de los horrores que habнa, dos siglos antes, desolado su patria, y de aquellos tiempos espantosos en que la mitad de la naciуn habнa masacrado a la otra por sofismas decнan que efectivamente aquello no estaba bien y luego se echaban a reнr y a cantar vaudevilles.

Cuanto mбs corteses, divertidos y amables eran los ociosos, mбs se observaba un triste contraste entre ellos y los grupos de ocupados.

Habнa, entre estos ocupados, o que pretendнan serlo, una tropa de sombrнos fanбticos, mitad absur­dos, mitad pillos, cuyo solo aspecto entristecнa la tierra,

a la que habrнan desquiciado, si hubiesen podido, para darse un poco de crйdito; pero la naciуn de los ociosos, cantando y bailando, los hacнa retornar a sus cavernas, asн como los pбjaros nos obligan a los autillos a zumbillarse en los agujeros de las ruinas.

Otros ocupados, en menor nъmero, eran los conservadores de las antiguas costumbres bбrbaras contra las cuales la naturaleza horrorizada reclamaba a viva voz; sуlo consultaban sus registros roнdos por los gusanos. Si veнan una costumbre insensata y horrible, la miraban como ley sagrada. Es por esta costumbre cobarde de no osar pensar por sн mismos y de extraer las ideas de los desechos de los tiempos en que no se pensaba, que, en la ciudad de los placeres, habнa aъn costumbres atroces. Es por esta razуn que no habнa ninguna proporciуn entre los delitos y las penas. Se hacнa a veces sufrir mil muertes a un inocente para hacerle confesar un delito que no habнa cometido.

Se castigaba el atolondramiento de un mancebo como se habrнa castigado un envenena­miento o un parricidio. Los ociosos lanzaban gritos agudos y al dнa siguiente ya no pensaban mбs en ello, y sуlo hablaban de modas nuevas.

Este pueblo habнa visto transcurrir un siglo du­rante el cual las bellas artes se elevaron a un grado de perfecciуn que no se habrнa jamбs osado esperar; los extranjeros venнan entonces, como a Babilonia, a admirar los grandes monumentos de la arquitectura, los prodigios de los jardines, los sublimes esfuerzos de la pintura y de la escultura. Se sentнan encantados por una mъsica que iba al alma sin aturdir los oнdos.

La verdadera poesнa, es decir aquella que es natural y armoniosa, la que halaga al corazуn tanto como al espнritu, sуlo fue conocida por la naciуn durante este siglo bienaventurado. Nuevos gйneros de elocuencia desplegaron bellezas sublimes. Los teatros, sobre todo, resonaron con obras de arte como ningъn pueblo pudo alcanzar jamбs. Finalmente, el buen gusto se expandiу en todas las profesiones, hasta tal punto que incluso entre los druidas hubo buenos escritores.

Tantos laureles, que habнan levantado su copa hasta las nubes, pronto se secaron en una tierra agotada. Sуlo quedaron unos pocos cuyas hojas eran de un verde pбlido y moribundo. La decadencia fue producida por la facilidad en el hacer y por la pereza de hacer las cosas bien, por la saciedad de la belleza y por el gusto por lo extravagante. La vanidad protegiу a los artistas que volvнan a traer los tiempos de la barbarie; y esta misma vanidad, al perseguir a los verdaderos talentos, los obligу a abandonar la patria; los insectos hicieron desaparecer a las abejas.

Ya casi sin artes verdaderas, ya casi sin genio, el mйrito consistнa en razonar a tontas y locas sobre el mйrito del siglo anterior: el embadurnador de paredes de una taberna criticaba sabiamente los cuadros de los grandes pintores; los borroneadores de papel desfiguraban las obras de los grandes escritores. La ignorancia y el mal gusto tenнan otros borroneadores a sus expensas; se repetнan las mismas cosas en cien volъmenes bajo diferentes tнtulos. Todo era o diccionario o folletнn. Un druida gacetillero escribнa dos veces por semana los anales oscuros de algunos energъmenos ignorados por la naciуn, y sobre los prodigios operados en los desvanes por pequeсos men­digos y pequeсas mendigas; otros ex druidas, vestidos de negro, a punto de morir de cуlera y de hambre, se quejaban en cien escritos porque no se les permitнa mбs engaсar a los hombres y porque se dejaba ese derecho a chicos vestidos de gris. Algunos archidruidas imprimнan libelos difamatorios.

Amazбn no sabнa nada de todo esto y, aun cuan­do lo hubiese sabido, no se habrнa molestado en absoluto, ya que tenнa la mente puesta en la princesa de Babilonia, en el rey de Egipto, y en su juramento inviolable de desdeсar todas las coqueterнas de las damas, cualquiera fuese el paнs adonde la pena condujese sus pasos.

El populacho ligero, ignorante, que siempre lleva hasta el exceso esa curiosidad que es natural al gйnero humano, se afanу durante largo tiempo alrededor de sus unicornios; las mujeres, mбs sensatas, forzaron las puertas de su hotel para contemplarlo a йl.

Al comienzo testimoniу a su huйsped algъn deseo de ir a la corte, pero los ociosos de buena sociedad, que se hallaban por azar allн, le dijeron que ya no estaba de moda, que los tiempos habнan cambiado mucho y que los placeres sуlo se encontraban en la ciudad. La misma noche fue invitado a cenar por una dama cuya inteligencia y talento eran conocidos fuera de su patria, y que habнa viajado por algunos paнses a travйs de los cuales Amazбn habнa pasado. Le agradу a muchos esta dama y la buena sociedad reunida en su casa. La libertad era decorosa, la alegrнa no era estridente, la ciencia nada tenнa de engorroso, ni el ingenio de бspero. Se dio cuenta de que el tйrmino buena sociedad no es un tйrmino vano, aunque a menudo sea usurpado. Al dнa siguiente cenу en una compaсia no menos amable, pero mucho menos voluptuosa. Cuando mбs se sintiу йl satisfecho con sus comensales mбs se sintiу la gente contenta con йl. Amazбn sentнa que su alma se ablandaba y se disolvнa asн como las especias de su paнs se fundнan suavemente a fuego moderado exhalando deliciosos perfumes.

Despuйs de cenar, lo llevaron a presenciar un encantador espectбculo, condenado por los druidas porque les quitaba el auditorio del que eran mбs celosos. Este espectбculo estaba compuesto por versos agradables, por cantos deliciosos, por danzas que expresaban los movimientos del alma y por engaсosas perspectivas que encantaban los ojos. Esta especie de placer, que reunнa tantos gйneros, sуlo era conocido bajo un nombre extranjero: se llamaba уpera, lo que significaba antaсo en la lengua de las siete montaсas trabajo, cuidado, ocupaciуn, industria, empresa, tarea, negocio. Este negocio le encantу. Una joven sobre todo lo sedujo a causa de su voz melodiosa y los atractivos que la adornaban: esta joven de negocios le fue presentada despuйs del espectбculo por sus nuevos amigos. Йl le obsequiу un puсado de diamantes. Ella se sintiу tan agradecida que no pudo dejarlo el resto del dнa. Cenу con ella y, durante la comida, olvidу su sobriedad: y, despuйs de la comida, olvidу su juramento de ser siempre insensible a la belleza, e inexorable ante las tiernas coqueterнas. ЎQuй ejemplo de debilidad humana!

La princesa de Babilonia llegaba en esos mo­mentos con el fйnix, su mucama Irla y sus doscientos caballeros gangбridas montados sobre sus unicornios. Hubo que esperar largo tiempo antes de que abriesen las puertas. Preguntу primero si el mбs hermoso de los hombres, el mбs valiente, el mбs talentoso y el mбs fiel se hallaba aъn en esa ciudad. Los magistrados se die­ron cuenta de que hablaba de Amazбn. Se hizo condu­cir a su hotel; entrу, con el corazуn palpitante de amor: toda su alma se hallaba anegada de la inexpresable felicidad de volver a ver finalmente en su amante el modelo de la constancia. Nada le pudo impedir penetrar en su dormitorio; las cortinas estaban descorridas: vio al bello Amazбn durmiendo entre los brazos de una linda morena. Ambos tenнan mucha necesidad de reposo.

Formosanta lanzу un grito de dolor que resonу en toda la casa, pero que no pudo despertar ni a su primo ni a la joven de negocios. Cayу desmayada en los brazos de Irla. Apenas recobrу el sentido, saliу de esta fatal habitaciуn con un sentimiento de dolor mezclado con rabia. Irla se informу sobre quiйn era esta joven que pasaba tan dulces horas con el bello Amazбn. Se le dijo que era una joven de negocios muy complaciente, que juntaba a sus talentos el de cantar con bastante gracia.

-ЎOh, justos cielos, poderoso Orosmade! -exclamaba la princesa de Babilonia baсada en lбgrimas- ЎPor quiйn soy traicionada, y a cambio de quiйn! He aquн pues que el que ha rechazado por mн tantas princesas me abandona por una comedianta de las Galias. No, no podrй sobrevivir a esta afrenta.

-ЎSeсora-le dijo Irla-, asн son los jуvenes de uno a otro extremo del mundo: aunque estuviesen enamorados de una belleza descendida del cielo, le serнan, en ciertos momentos, infieles por una sirvienta de taberna.

-Ya estб decidido -dijo la princesa-, no lo volverй a ver en toda mi vida. Partamos en este mismo instante, y que se aten mis unicornios.

El fйnix la conjurу a esperar por lo menos que Amazбn se despertara, y que tuviera la oportunidad de hablarle.

No lo merece-dijo la princesa-; me ofen­derнais cruelmente: creerнa que os he pedido que le reprochйis su conducta, y querйis reconciliarme con йl. Si me amбis, no agregues esta injuria a la injuria que me ha hecho.

El fйnix, que despuйs de todo debнa su vida a la hija del rey de Babilonia, no pudo desobedecerla. Ella volviу a partir con todo su acompaсamiento.

-їAdуnde vamos, seсora? -le preguntу Irla. No lo sй-repuso la princesa-; tomaremos el primer camino que encontremos; con tal de huir para siempre de Amazбn, estoy contenta.

El fйnix, que era mбs juicioso que Formosanta, puesto que no albergaba una pasiуn, la consolaba durante el camino; le advertнa suavemente que era triste castigarse por las faltas de los otros, que Amazбn le habнa dado pruebas bastante manifiestas y bastante numerosas de fidelidad como para que ella pudiera perdonarle haber flaqueado un momento; que йl era un justo a quien la gracia de Orosmade habнa faltado; que en adelante sуlo se mostrarнa mбs constante en el amor y en la virtud; que el deseo de expiar su falta lo colocarнa por encima de si mismo; que ella sуlo se sentirнa mбs feliz; que varias grandes princesas antes que ella habнan perdonado desvнos semejantes y habнan sido felices; le citaba ejemplos y hasta tal punto era buen narrador que el corazуn de Formosanta se fue calmando y apaciguando; hubiese querido no partir tan rбpido , pero no osaba volver sobre sus pasos; comba­tiendo entre el deseo de perdonar y, el de mostrar su cуlera, entre su amor y su vanidad, dejaba correr a sus unicornios; recorrнa el mundo, siguiendo la predicciуn del orбculo a su padre.

Бmazбn, al despertar, se entera de la llegada y la partida de Formosanta y del fйnix; se entera de la desesperaciуn y la indignaciуn de la princesa; le dicen que ha jurado no perdonarlo jamбs.

-Ya no me queda -exclama- mбs que se­guirla y matarme a sus pies.

Sus amigos, los ociosos de la buena sociedad, acudieron al escбndalo de esta aventura; todos le hicieron ver que le valнa infinitamente mбs permanecer con ellos; que nada era comparable a la dulce vida que llevaban en medio de las artes y de una voluptuosidad tranquila y delicada; que varios extranjeros e incluso reyes habнan preferido este reposo, tan agradablemente ocupado y tan encantador, a su patria y a su trono; que por otra parte su carruaje estaba roto y que un talabartero le estaba haciendo uno a la nueva moda; que el mejor sastre le habнa cortado ya una docena de trajes al nuevo estilo; que las damas mбs ingeniosas y mбs amables de la ciudad, en casa de quienes se representaban muy bien las comedias, se habнan reservado cada una un dнa para agasajarlo con fiestas. La joven de negocios, mientras tanto, bebнa chocolate en su tocador, reнa, cantaba, y hacнa tales arrumacos al bello Amazбn, que йste finalmente cayу en la cuenta de que ella no tenнa mбs cerebro que un pбjaro.

Como la sinceridad, la cordialidad, la fran­queza, asн como la magnanimidad y el valor componнan el carбcter de este gran prнncipe, habнa contado sus desventuras y sus viajes a sus amigos; sabнan que era primo segundo de la princesa; estaban informados del beso funesto dado por ella al rey de Egipto.

-Se perdona-le dijeron-esas pequeсas tra­vesuras entre parientes; si no, habrнa que pasar la vida en eternas querellas.

Nada quebrantу su designio de correr en pos de Formosanta, pero, al no estar listo su carruaje, se vio obligado a pasar tres dнas con los ociosos en medio de fiestas y placeres. Finalmente se despidiу de ellos abrazбndolos, obligбndolos a aceptar los diamantes mejor engarzados de su paнs y recomendбndoles ser siempre ligeros y frнvolos, puesto que asн eran mбs amables y mбs felices.

-Los germanos-decнa- son los viejos de Europa; los pobladores de Albiуn son los hombres hechos y derechos; los habitantes de Galia son los niсos, y me gusta jugar con ellos.

Apenas Amazбn desembarcу sobre el terreno parejo y fangoso de Batavia, partiу como un relбmpago hacia la ciudad de las siete montaсas. Debiу atravesar la parte meridional de la Germania. Cada cuatro millas se hallaba un prнncipe y una princesa, damas de honor y pordioseros. Estaba asombrado de las coqueterнas que estas seсoras y estas damas de honor le hacнan en todos lados con la buena fe germбnica, y sуlo les respondнa con modestas negativas. Despuйs de haber atravesado los Alpes, se embarcу en el mar de Dalmacia y desembarcу en una ciudad que no se parecнa en absoluto a las que habнa visto hasta entonces. El mar formaba sus calles; las casas estaban edificadas sobre el agua. Las pocas plazas pъblicas que adornaban esta ciudad estaban llenas de hombres y mujeres que tenнan un doble rostro, aquel que la naturaleza les habнa dado y un rostro de cartуn mal pintado que se aplicaban sobre el otro; de tal manera que la naciуn parecнa compuesta por espectros. Los extranjeros que llegaban a esta co­marca comenzaban por comprarse un rostro, asн como en otras partes uno se provee de gorros y de zapatos.

Amazбn desdeсу esta moda que iba contra la naturaleza: se presentу tal como era. Habнa en la ciudad doce mil mujerzuelas inscriptas en el gran libro de la repъblica: mujerzuelas ъtiles al Estado, encargadas del comercio mбs ventajoso y mбs agradable que haya enriquecido nunca una naciуn. Los comerciantes comunes enviaban a gran costo y a grandes riesgos sus telas a Oriente; estas hermosas negociantes realizaban sin ningъn riesgo un trбfico que siempre volvнa a renacer de sus propios atractivos. Vinieron todas a presentarse al bello Бmazбn y le ofrecieron elegir. Huyу lo mбs pronto que pudo pronunciando el nombre de la incomparable princesa de Babilonia y jurando por los dioses inmortales que era mбs hermosa que las doce mil mujerzuelas venecianas.

-Sublime bribona -gritaba en sus arrebatos-, os enseсarй a ser fiel.

Finalmente las ondas amarillentas del Tнber, pantanos apestados, habitantes macilentos, descarnados y raros, cubiertos con viejos mantos agujereados que dejaban ver la piel seca y curtida, se presentaron ante sus ojos y le anunciaron que se hallaba ante la puerta de la ciudad de las siete montaсas, esa ciudad de hйroes y legisladores que habнa conquistado y civilizado una gran parte del globo.

Se habнa imaginado que verнa en la puerta triunfal quinientos batallones comandados por hйroes, y en el senado una asamblea de semidioses dando sus leyes a la tierra. Hallу, por todo ejйrcito, una treintena de pillos que montaban guardia bajo una sombrilla, por miedo al sol. Al entrar a un templo que le pareciу muy hermoso, pero menos que el de Babilonia, se sintiу bastante sorprendido al oнr una mъsica ejecutaba por hombres que tenнan voces de mujer.

-Sн que es un paнs gracioso esta tierra de Saturno -dijo-. He visto una ciudad donde nadie tenнa rostro; he aquн donde los hombres no tienen ni voz ni barba.

Se le dijo que estos cantores ya no eran hombres; que se los habнa despojado de su virilidad a fin de que cantasen mбs agradablemente las alabanzas de una prodigiosa cantidad de gente de mйrito. Amazбn no comprendiу nada de lo que le decнan. Estos seсores le pidieron que cantara; cantу una canciуn gangбrida con su gracia habitual.

Su voz era un contralto muy bello.

-Ah, seсor -le dijeron-, quй hermosa voz de soprano tendrнais. Ah, si...

-їCуmo, si? їQuй pretendйis decir? -Ah, monseсor...

-їY bien?

-ЎSi no tuvierais barba!

Entonces le explicaron de buena gana, con gestos sumamente cуmicos, segъn su quй se trataba. Amazбn quedу muy confundido.

-He viajado -dijo- y jamбs he oнdo hablar de tal fantasнa.

Cuando se hubo cantado bastante, el Viejo de las siete montaсas fue con gran cortejo a la puerta del templo; cortу el aire en cuatro con el pulgar levantado, dos dedos extendidos y otros dos plegados, diciendo estas palabras en un idioma que ya no se hablaba: A la ciudad y al universo . El gangбrida no podнa comprender que dos dedos pudiesen llegar tan lejos.

Pronto vio desfilar toda la corte del dueсo del mundo: estaba compuesta de graves personajes, algunos con trajes rojos, otros violetas; casi todos miraban al bello Amazбn con ojos tiernos y se decнan el uno al otro: ЎSan Martino, che bel ragazzo! ЎSan Pancratio que bel fanciullo!

Los ardientes, cuyo oficio era mostrar a los extranjeros las curiosidades de la ciudad, se apresuraron a hacerle ver casas en ruinas donde un mozo de mulas no hubiese querido pasar la noche pero que habнan sido otrora dignos monumentos de la grandeza de un pueblo real. Y vio tambiйn cuadros de doscientos aсos, y estatuas de mбs de veinte siglos que le parecieron obras maestras.

-їHacйis vosotros aъn obras semejantes? -No, vuestra Excelencia -le respondiу uno de los ardientes-, pero despreciamos al resto de la tierra, porque conservamos estas rarezas. Somos como ropavejeros; ponemos nuestra gloria en los viejos trajes que aъn quedan en nuestras tiendas.

Amazбn quiso ver el palacio del prнncipe; lo llevaron a йl. Vio a los hombres de violeta que contaban el dinero de las rentas del Estado: ya de una tierra situada sobre el Danubio, ya de otra sobre el Loria, o sobre el Guadalquivir, o sobre el Vнstula.

-ЎOh!, Ўoh! --dijo Amazбn despuйs de haber consultado su mapa geogrбfico-, їvuestro seсor posee pues toda Europa, como esos hйroes antiguos de las siete montaсas?

-Debe poseer el universo entero por derecho divino ----le respondiу el violeta- y aun hubo un tiem­po en que sus predecesores se acercaron a la monarquнa universal; pero sus sucesores tienen la bondad de con­tentarse hoy con algъn dinero que los reyes, sus vasallos, le hacen pagar en forma de tributo.

-їVuestro seсor es pues efectivamente el rey de los reyes? їEs йste pues su tнtulo? -dijo Amazбn.

-No, Excelencia, su tнtulo es servidor de los servidores; es por su origen pescador y portero y es por eso que los emblemas de su dignidad son las redes y las llaves; pero siempre da уrdenes a todos los reyes. No hace mucho que enviу ciento un mandatos a un rey del paнs de los celtas y el rey obedeciу.

-їVuestro pescador -dijo Amazбn- enviу acaso cinco o seis mil hombres para hacer ejecutar sus ciento y una voluntades?

-En absoluto, Vuestra Excelencia; nuestro santo dueсo no es lo suficientemente rico para asalariar a diez mil soldados; pero tiene de cuatro a cinco mil profetas divinos distribuidos en los otros paнses. Estos profetas de todos los colores son, como es justo, alimentados a expensas de los pueblos; anuncian de parte de los cielos que mi seсor puede con sus llaves abrir y cerrar todas las cerraduras, y sobre todo las de las cajas fuertes. Un prelado normando, que tenнa ante el rey del que os hablo el cargo de confidente de sus pensamientos, lo convenciу de que debiу obedecer sin rйplica los ciento un pensamientos de mi seсor: porque debйis saber que una de las prerrogativas del Viejo de las siete montaсas es la de tener siempre razуn, sea que se digne hablar, sea que se digne escribir.

-ЎCaramba! -dijo Amazбn-, he aquн un hombre bien singular. Me agradarнa cenar con йl. -Vuestra Excelencia, aunque fueras rey, no po­drнas cenar en su mesa; todo lo que йl podrнa hacer por vos serнa hacer servir una a su lado, mбs pequeсa y mбs baja que la suya. Pero, si querйis tener el honor de hablarle os pedirй audiencia con йl, mediando una buena mancia que tendrйis la bondad de darme.

-Con sumo gusto -respondiу el gangбrida. El violeta se inclinу.

-Os introducirй maсana -dijo-. Harйis tres genuflexiones y besarйis el pie del Viejo de las siete montaсas.

Ante estas palabras Amazбn estallу en tales car­cajadas que estuvo a punto de ahogarse; saliу sujetбn­dose las costillas y riу hasta las lбgrimas durante todo el camino hasta que llegу a su hospedaje, donde siguiу; riendo aъn largo tiempo.

Durante su cena se presentaron veinte hombres sin barba y veinte violines que le ofrecieron un concierto. Fue cortejado durante el resto del dнa por los seсores mбs importantes de la ciudad: le hicieron proposiciones aъn mбs extraсas que la de besar los pies del Viejo de las siete montaсas. Como era sumamente cortйs, creyу al comienzo que estos seсores lo tomaban por una dama, y les advirtiу de su error con la mбs circunspecta honestidad. Pero, siendo apremiado un poco vivamente por dos o tres de los violetas mбs destacados, los tirу por las ventanas sin creer que estuviera ofreciйndole un gran sacrificio a la hermosa Formosanta. Abandonу lo mбs pronto posible esta ciudad de los dueсos del mundo, donde habнa que besar a un viejo en el dedo del pie, como si su mejilla estuviese en el pie, y donde sуlo se abordaba a los mancebos con ceremonias aъn mбs estrafalarias.

X

De provincia en provincia, siempre rechazando arrumacos de toda especie, siempre fiel a la princesa de Babilonia, siempre en cуlera contra el rey de Egipto, este modelo de constancia llegу a la nueva capital de los galos. Esta ciudad habнa pasado, como tantas otras, por todos los grados de la barbarie, de la ignorancia, de la estupidez y de la miseria. Su primer nombre habнa sido barro y .fango, luego habнa tomado el de Isis, por el culto de Isis que habнa legado hasta ella. Su primer senado habнa sido una compaснa de barqueros. Habнa sido durante largo tiempo esclava de los hйroes depredadores de las siete montaсas, y despuйs de algunos siglos, otros bandidos, llegados de la orilla ulterior del Rin, se habнan apropiado de su pequeсo terreno.

El tiempo, que todo lo cambia, habнa hecho de ella una ciudad de la cual una mitad era muy noble y muy agradable, la otra un poco grosera y ridнcula: era el emblema de sus habitantes. Habнa dentro de su recinto por lo menos cien mil personas que no tenнan otra cosa que hacer mбs que jugar y divertirse. Este pueblo de ociosos juzgaba las artes que los otros cultivaban. No sabнan nada de lo que sucedнa en la corte; aunque sуlo se hallaba a cuatro cortas millas de allн; parecнa que estuviese a seiscientas millas por lo menos.

El placer de la buena sociedad, la alegrнa, la frivolidad, eran para ellos lo importante y su ъnica preocupaciуn; se los gobernaba como a niсos a quienes se prodiga juguetes para impedirles llorar. Si se les hablaba de los horrores que habнa, dos siglos antes, desolado su patria, y de aquellos tiempos espantosos en que la mitad de la naciуn habнa masacrado a la otra por sofismas decнan que efectivamente aquello no estaba bien y luego se echaban a reнr y a cantar vaudevilles.

Cuanto mбs corteses, divertidos y amables eran los ociosos, mбs se observaba un triste contraste entre ellos y los grupos de ocupados.

Habнa, entre estos ocupados, o que pretendнan serlo, una tropa de sombrнos fanбticos, mitad absur­dos, mitad pillos, cuyo solo aspecto entristecнa la tierra,

a la que habrнan desquiciado, si hubiesen podido, para darse un poco de crйdito; pero la naciуn de los ociosos, cantando y bailando, los hacнa retornar a sus cavernas, asн como los pбjaros nos obligan a los autillos a zumbillarse en los agujeros de las ruinas.

Otros ocupados, en menor nъmero, eran los conservadores de las antiguas costumbres bбrbaras contra las cuales la naturaleza horrorizada reclamaba a viva voz; sуlo consultaban sus registros roнdos por los gusanos. Si veнan una costumbre insensata y horrible, la miraban como ley sagrada. Es por esta costumbre cobarde de no osar pensar por sн mismos y de extraer las ideas de los desechos de los tiempos en que no se pensaba, que, en la ciudad de los placeres, habнa aъn costumbres atroces. Es por esta razуn que no habнa ninguna proporciуn entre los delitos y las penas. Se hacнa a veces sufrir mil muertes a un inocente para hacerle confesar un delito que no habнa cometido.

Se castigaba el atolondramiento de un mancebo como se habrнa castigado un envenena­miento o un parricidio. Los ociosos lanzaban gritos agudos y al dнa siguiente ya no pensaban mбs en ello, y sуlo hablaban de modas nuevas.

Este pueblo habнa visto transcurrir un siglo du­rante el cual las bellas artes se elevaron a un grado de perfecciуn que no se habrнa jamбs osado esperar; los extranjeros venнan entonces, como a Babilonia, a admirar los grandes monumentos de la arquitectura, los prodigios de los jardines, los sublimes esfuerzos de la pintura y de la escultura. Se sentнan encantados por una mъsica que iba al alma sin aturdir los oнdos.

La verdadera poesнa, es decir aquella que es natural y armoniosa, la que halaga al corazуn tanto como al espнritu, sуlo fue conocida por la naciуn durante este siglo bienaventurado. Nuevos gйneros de elocuencia desplegaron bellezas sublimes. Los teatros, sobre todo, resonaron con obras de arte como ningъn pueblo pudo alcanzar jamбs. Finalmente, el buen gusto se expandiу en todas las profesiones, hasta tal punto que incluso entre los druidas hubo buenos escritores.

Tantos laureles, que habнan levantado su copa hasta las nubes, pronto se secaron en una tierra agotada. Sуlo quedaron unos pocos cuyas hojas eran de un verde pбlido y moribundo. La decadencia fue producida por la facilidad en el hacer y por la pereza de hacer las cosas bien, por la saciedad de la belleza y por el gusto por lo extravagante. La vanidad protegiу a los artistas que volvнan a traer los tiempos de la barbarie; y esta misma vanidad, al perseguir a los verdaderos talentos, los obligу a abandonar la patria; los insectos hicieron desaparecer a las abejas.

Ya casi sin artes verdaderas, ya casi sin genio, el mйrito consistнa en razonar a tontas y locas sobre el mйrito del siglo anterior: el embadurnador de paredes de una taberna criticaba sabiamente los cuadros de los grandes pintores; los borroneadores de papel desfiguraban las obras de los grandes escritores. La ignorancia y el mal gusto tenнan otros borroneadores a sus expensas; se repetнan las mismas cosas en cien volъmenes bajo diferentes tнtulos. Todo era o diccionario o folletнn. Un druida gacetillero escribнa dos veces por semana los anales oscuros de algunos energъmenos ignorados por la naciуn, y sobre los prodigios operados en los desvanes por pequeсos men­digos y pequeсas mendigas; otros ex druidas, vestidos de negro, a punto de morir de cуlera y de hambre, se quejaban en cien escritos porque no se les permitнa mбs engaсar a los hombres y porque se dejaba ese derecho a chicos vestidos de gris. Algunos archidruidas imprimнan libelos difamatorios.

Amazбn no sabнa nada de todo esto y, aun cuan­do lo hubiese sabido, no se habrнa molestado en absoluto, ya que tenнa la mente puesta en la princesa de Babilonia, en el rey de Egipto, y en su juramento inviolable de desdeсar todas las coqueterнas de las damas, cualquiera fuese el paнs adonde la pena condujese sus pasos.

El populacho ligero, ignorante, que siempre lleva hasta el exceso esa curiosidad que es natural al gйnero humano, se afanу durante largo tiempo alrededor de sus unicornios; las mujeres, mбs sensatas, forzaron las puertas de su hotel para contemplarlo a йl.

Al comienzo testimoniу a su huйsped algъn deseo de ir a la corte, pero los ociosos de buena sociedad, que se hallaban por azar allн, le dijeron que ya no estaba de moda, que los tiempos habнan cambiado mucho y que los placeres sуlo se encontraban en la ciudad. La misma noche fue invitado a cenar por una dama cuya inteligencia y talento eran conocidos fuera de su patria, y que habнa viajado por algunos paнses a travйs de los cuales Amazбn habнa pasado. Le agradу a muchos esta dama y la buena sociedad reunida en su casa. La libertad era decorosa, la alegrнa no era estridente, la ciencia nada tenнa de engorroso, ni el ingenio de бspero. Se dio cuenta de que el tйrmino buena sociedad no es un tйrmino vano, aunque a menudo sea usurpado. Al dнa siguiente cenу en una compaсia no menos amable, pero mucho menos voluptuosa. Cuando mбs se sintiу йl satisfecho con sus comensales mбs se sintiу la gente contenta con йl. Amazбn sentнa que su alma se ablandaba y se disolvнa asн como las especias de su paнs se fundнan suavemente a fuego moderado exhalando deliciosos perfumes.

Despuйs de cenar, lo llevaron a presenciar un encantador espectбculo, condenado por los druidas porque les quitaba el auditorio del que eran mбs celosos. Este espectбculo estaba compuesto por versos agradables, por cantos deliciosos, por danzas que expresaban los movimientos del alma y por engaсosas perspectivas que encantaban los ojos. Esta especie de placer, que reunнa tantos gйneros, sуlo era conocido bajo un nombre extranjero: se llamaba уpera, lo que significaba antaсo en la lengua de las siete montaсas trabajo, cuidado, ocupaciуn, industria, empresa, tarea, negocio. Este negocio le encantу. Una joven sobre todo lo sedujo a causa de su voz melodiosa y los atractivos que la adornaban: esta joven de negocios le fue presentada despuйs del espectбculo por sus nuevos amigos. Йl le obsequiу un puсado de diamantes. Ella se sintiу tan agradecida que no pudo dejarlo el resto del dнa. Cenу con ella y, durante la comida, olvidу su sobriedad: y, despuйs de la comida, olvidу su juramento de ser siempre insensible a la belleza, e inexorable ante las tiernas coqueterнas. ЎQuй ejemplo de debilidad humana!

La princesa de Babilonia llegaba en esos mo­mentos con el fйnix, su mucama Irla y sus doscientos caballeros gangбridas montados sobre sus unicornios. Hubo que esperar largo tiempo antes de que abriesen las puertas. Preguntу primero si el mбs hermoso de los hombres, el mбs valiente, el mбs talentoso y el mбs fiel se hallaba aъn en esa ciudad. Los magistrados se die­ron cuenta de que hablaba de Amazбn. Se hizo condu­cir a su hotel; entrу, con el corazуn palpitante de amor: toda su alma se hallaba anegada de la inexpresable felicidad de volver a ver finalmente en su amante el modelo de la constancia. Nada le pudo impedir penetrar en su dormitorio; las cortinas estaban descorridas: vio al bello Amazбn durmiendo entre los brazos de una linda morena. Ambos tenнan mucha necesidad de reposo.

Formosanta lanzу un grito de dolor que resonу en toda la casa, pero que no pudo despertar ni a su primo ni a la joven de negocios. Cayу desmayada en los brazos de Irla. Apenas recobrу el sentido, saliу de esta fatal habitaciуn con un sentimiento de dolor mezclado con rabia. Irla se informу sobre quiйn era esta joven que pasaba tan dulces horas con el bello Amazбn. Se le dijo que era una joven de negocios muy complaciente, que juntaba a sus talentos el de cantar con bastante gracia.

-ЎOh, justos cielos, poderoso Orosmade! -exclamaba la princesa de Babilonia baсada en lбgrimas- ЎPor quiйn soy traicionada, y a cambio de quiйn! He aquн pues que el que ha rechazado por mн tantas princesas me abandona por una comedianta de las Galias. No, no podrй sobrevivir a esta afrenta.

-ЎSeсora-le dijo Irla-, asн son los jуvenes de uno a otro extremo del mundo: aunque estuviesen enamorados de una belleza descendida del cielo, le serнan, en ciertos momentos, infieles por una sirvienta de taberna.

-Ya estб decidido -dijo la princesa-, no lo volverй a ver en toda mi vida. Partamos en este mismo instante, y que se aten mis unicornios.

El fйnix la conjurу a esperar por lo menos que Amazбn se despertara, y que tuviera la oportunidad de hablarle.

No lo merece-dijo la princesa-; me ofen­derнais cruelmente: creerнa que os he pedido que le reprochйis su conducta, y querйis reconciliarme con йl. Si me amбis, no agregues esta injuria a la injuria que me ha hecho.

El fйnix, que despuйs de todo debнa su vida a la hija del rey de Babilonia, no pudo desobedecerla. Ella volviу a partir con todo su acompaсamiento.

-їAdуnde vamos, seсora? -le preguntу Irla. No lo sй-repuso la princesa-; tomaremos el primer camino que encontremos; con tal de huir para siempre de Amazбn, estoy contenta.

El fйnix, que era mбs juicioso que Formosanta, puesto que no albergaba una pasiуn, la consolaba durante el camino; le advertнa suavemente que era triste castigarse por las faltas de los otros, que Amazбn le habнa dado pruebas bastante manifiestas y bastante numerosas de fidelidad como para que ella pudiera perdonarle haber flaqueado un momento; que йl era un justo a quien la gracia de Orosmade habнa faltado; que en adelante sуlo se mostrarнa mбs constante en el amor y en la virtud; que el deseo de expiar su falta lo colocarнa por encima de si mismo; que ella sуlo se sentirнa mбs feliz; que varias grandes princesas antes que ella habнan perdonado desvнos semejantes y habнan sido felices; le citaba ejemplos y hasta tal punto era buen narrador que el corazуn de Formosanta se fue calmando y apaciguando; hubiese querido no partir tan rбpido , pero no osaba volver sobre sus pasos; comba­tiendo entre el deseo de perdonar y, el de mostrar su cуlera, entre su amor y su vanidad, dejaba correr a sus unicornios; recorrнa el mundo, siguiendo la predicciуn del orбculo a su padre.

Бmazбn, al despertar, se entera de la llegada y la partida de Formosanta y del fйnix; se entera de la desesperaciуn y la indignaciуn de la princesa; le dicen que ha jurado no perdonarlo jamбs.

-Ya no me queda -exclama- mбs que se­guirla y matarme a sus pies.

Sus amigos, los ociosos de la buena sociedad, acudieron al escбndalo de esta aventura; todos le hicieron ver que le valнa infinitamente mбs permanecer con ellos; que nada era comparable a la dulce vida que llevaban en medio de las artes y de una voluptuosidad tranquila y delicada; que varios extranjeros e incluso reyes habнan preferido este reposo, tan agradablemente ocupado y tan encantador, a su patria y a su trono; que por otra parte su carruaje estaba roto y que un talabartero le estaba haciendo uno a la nueva moda; que el mejor sastre le habнa cortado ya una docena de trajes al nuevo estilo; que las damas mбs ingeniosas y mбs amables de la ciudad, en casa de quienes se representaban muy bien las comedias, se habнan reservado cada una un dнa para agasajarlo con fiestas. La joven de negocios, mientras tanto, bebнa chocolate en su tocador, reнa, cantaba, y hacнa tales arrumacos al bello Amazбn, que йste finalmente cayу en la cuenta de que ella no tenнa mбs cerebro que un pбjaro.

Como la sinceridad, la cordialidad, la fran­queza, asн como la magnanimidad y el valor componнan el carбcter de este gran prнncipe, habнa contado sus desventuras y sus viajes a sus amigos; sabнan que era primo segundo de la princesa; estaban informados del beso funesto dado por ella al rey de Egipto.

-Se perdona-le dijeron-esas pequeсas tra­vesuras entre parientes; si no, habrнa que pasar la vida en eternas querellas.

Nada quebrantу su designio de correr en pos de Formosanta, pero, al no estar listo su carruaje, se vio obligado a pasar tres dнas con los ociosos en medio de fiestas y placeres. Finalmente se despidiу de ellos abrazбndolos, obligбndolos a aceptar los diamantes mejor engarzados de su paнs y recomendбndoles ser siempre ligeros y frнvolos, puesto que asн eran mбs amables y mбs felices.

-Los germanos-decнa- son los viejos de Europa; los pobladores de Albiуn son los hombres hechos y derechos; los habitantes de Galia son los niсos, y me gusta jugar con ellos.