Capнtulo 5.- Experiencias y reflexiones

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Tendiу Micrornegas con mucho tiento la mano al sitio donde se veнa aquel objeto, y alargando y encogiendo los dedos, por miedo a equivocarse, y abriйndolos luego y cerrбndolos, agarrу con mucha maсa el navнo donde iban aquellos sabios y le puso con mucho cuidado en la uсa del pulgar.

—He aquн un animal muy distinto del otro —dijo el enano de Saturno, mientras el siriano colocaba al pretenso animal en la palma de la mano.

Los pasajeros y marineros de la tripulaciуn, creyйndose arrebatados por un huracбn, y al buque varado en un bajнo, se ponen todos en movimiento; cogen los marineros toneles de vino, los tiran a la mano de Micrornegas, y ellos se tiran despuйs; sacan los sabios sus cuartos de cнrculo, sus sectores y sus muchachas laponas y se apean en los dedos del siriano, quien por fin siente que se mueve una cosa que le pica el dedo. Era un garrote con un hierro en la punta que le clavaban hasta un pнe de profundidad en el dedo нndice; esta picazуn le hizo creer que habнa salido algo del cuerpo del animalejo que tenнa en la mano; mas no pudo sospechar al principio otra cosa, pues con su microscopio, que apenas bastaba para distinguir un navнo de una ballena, no era posible descubrir a un entecillo como el hombre.

No quiero zaherir la vanidad de nadie; pero ruego a las personas soberbias que reflexionen sobre este cбlculo: aceptando como estatura media del hombre la de cinco pies, su presencia en la Tierra como individuo no hace mбs bulto que el que harнa en una bola de diez pies de circunferencia un animal de seiscientos milavos de pulgada de alto.

No hay duda de que si algъn capitбn de granaderos lee esta narraciуn mandarб que su tropa se ponga morriones de dos o tres pies mбs altos que los actuales, pero por mбs que haga, siempre serбn йl y sus soldados seres infinitamente pequeсos.

El filуsofo de Sirio tuvo que proceder con suma habilidad para examinar esos бtomos. No fue tan extraordinario el descubrimiento de Leuwenhock y Hartsoeker cuando vieron, o creyeron ver los primeros, la simiente que nos engendra. ЎQuй placer el de Micromegas cuando vio cуmo se movнan aquellos seres; cuando examinу sus movimientos todos y siguiу todas sus acciones! ЎCon quй jъbilo alargу a sus compaсero de viaje uno de sus microscopios!

—Los veo perfectamente —decнan ambos, a la vez—; observad cуmo andan y suben y bajan.

Esto decнan y les temblaban las manos de gozo al ver objetos tan nuevos y tambiйn de miedo a perderlos de vista. Pasando el saturnino de un extremo de desconfianza al opuesto de credulidad, se figurу que algunos estaban ocupados en la propagaciуn de su especie.

—ЎAh! —dijo el saturnino—. Ya tengo en mis manos el secreto de la naturaleza.

Evidentemente las apariencias, cosa que sucede a menudo, engaсan, tanto si se usa como si no se usa microscopio.

Tendiу Micrornegas con mucho tiento la mano al sitio donde se veнa aquel objeto, y alargando y encogiendo los dedos, por miedo a equivocarse, y abriйndolos luego y cerrбndolos, agarrу con mucha maсa el navнo donde iban aquellos sabios y le puso con mucho cuidado en la uсa del pulgar.

—He aquн un animal muy distinto del otro —dijo el enano de Saturno, mientras el siriano colocaba al pretenso animal en la palma de la mano.

Los pasajeros y marineros de la tripulaciуn, creyйndose arrebatados por un huracбn, y al buque varado en un bajнo, se ponen todos en movimiento; cogen los marineros toneles de vino, los tiran a la mano de Micrornegas, y ellos se tiran despuйs; sacan los sabios sus cuartos de cнrculo, sus sectores y sus muchachas laponas y se apean en los dedos del siriano, quien por fin siente que se mueve una cosa que le pica el dedo. Era un garrote con un hierro en la punta que le clavaban hasta un pнe de profundidad en el dedo нndice; esta picazуn le hizo creer que habнa salido algo del cuerpo del animalejo que tenнa en la mano; mas no pudo sospechar al principio otra cosa, pues con su microscopio, que apenas bastaba para distinguir un navнo de una ballena, no era posible descubrir a un entecillo como el hombre.

No quiero zaherir la vanidad de nadie; pero ruego a las personas soberbias que reflexionen sobre este cбlculo: aceptando como estatura media del hombre la de cinco pies, su presencia en la Tierra como individuo no hace mбs bulto que el que harнa en una bola de diez pies de circunferencia un animal de seiscientos milavos de pulgada de alto.

No hay duda de que si algъn capitбn de granaderos lee esta narraciуn mandarб que su tropa se ponga morriones de dos o tres pies mбs altos que los actuales, pero por mбs que haga, siempre serбn йl y sus soldados seres infinitamente pequeсos.

El filуsofo de Sirio tuvo que proceder con suma habilidad para examinar esos бtomos. No fue tan extraordinario el descubrimiento de Leuwenhock y Hartsoeker cuando vieron, o creyeron ver los primeros, la simiente que nos engendra. ЎQuй placer el de Micromegas cuando vio cуmo se movнan aquellos seres; cuando examinу sus movimientos todos y siguiу todas sus acciones! ЎCon quй jъbilo alargу a sus compaсero de viaje uno de sus microscopios!

—Los veo perfectamente —decнan ambos, a la vez—; observad cуmo andan y suben y bajan.

Esto decнan y les temblaban las manos de gozo al ver objetos tan nuevos y tambiйn de miedo a perderlos de vista. Pasando el saturnino de un extremo de desconfianza al opuesto de credulidad, se figurу que algunos estaban ocupados en la propagaciуn de su especie.

—ЎAh! —dijo el saturnino—. Ya tengo en mis manos el secreto de la naturaleza.

Evidentemente las apariencias, cosa que sucede a menudo, engaсan, tanto si se usa como si no se usa microscopio.